lunes, 1 de junio de 2015

Un Fascismo inmenso y rojo


En el siglo XX solamente hubo tres formas ideológicas que pudieron probar la realidad de sus principios en materia de realización político-estatal: el liberalismo, el comunismo y el fascismo. No encontramos en la realidad otro modelo de sociedad que no sea una de las formas de estas ideologías. Hay países liberales, comunistas y fascistas (nacionalistas). Los otros están ausentes. Y no pueden existir. En Rusia, pasamos dos etapas ideológicas: la comunista y la liberal.

Hay un fascismo.

1. Contra el nacional-capitalismo

Una de las versiones del fascismo, que, parece, la sociedad rusa ya está dispuesta a aceptar (o ya casi lo ha hecho) es el nacional-capitalismo.

No hay duda de que el proyecto del nacional-capitalismo o el «fascismo de derechas» es la iniciativa ideológica de esta parte de la élite de la sociedad, preocupada seriamente por el problema del poder y que distintamente se siente l´esprit du temps.

Sin embargo, la versión «nacional-capitalista», de «derechas», del fascismo no agota, en absoluto, la esencia de esta ideología. Además, la unión de la «burguesía nacional» y los «intelectuales» sobre la cual, según ciertos analistas, se fundará el futuro fascismo ruso, representa un ejemplo brillante de un enfoque completamente extraño al el fascismo como concepción del mundo, como doctrina y como estilo. La «dominación del capital nacional» es la definición marxista del fenómeno fascista. No tiene en cuenta en absoluto la base filosófica específica de la ideología fascista, ignora conscientemente el pathos de base, radical, del fascismo.

El fascismo es un nacionalismo, pero no importa qué nacionalismo, un nacionalismo revolucionario, rebelde, romántico e idealista, aludiendo a un gran mito y a una idea transcendental que aspira a realizar en la realidad el Sueño Imposible, dar la luz de la sociedad del héroe y del Suprahombre, transformar y transfigurar el mundo. A nivel económico, para el fascismo son característicos, más que la fraternidad, los métodos socialistas o socialistas moderados, que someten los intereses económicos personales e individuales a los principios del bien de la nación, de la justicia. Y por fin, la mirada fascista sobre la cultura corresponde a la negativa radical del humanismo, de la mentalidad «demasiado humana», es decir de lo que son los «intelectuales». El fascista detesta a la especie intelectual. Ve allí a un burgués enmascarado, a un burgués presuntuoso, a un hablador y a un cobarde irresponsable. El fascista ama al mismo tiempo lo feroz, lo sobrehumano y lo angélico. Ama el frío y la tragedia, no quiere el calor y la comodidad. En otras palabras, al fascismo le gusta todo lo se enfrenta al «nacional-capitalismo». Lucha por la «dominación del idealismo nacional» (y no del «capital nacional»), y contra la burguesía y los intelectuales (y no para ésta o con éstos). La célebre frase de Mussolini define exactamente el pathos fascista: «¡en pie, Italia fascista y proletaria!».

«Fascista y proletario», tal es la orientación del fascismo. Obrero, heroico, combativo y creativo, idealista y futurista, una ideología que no tiene nada que ver con garantías de comodidad suplementaria estatal para los vendedores (aunque sean mil veces nacionales) y sinecuras para los intelectuales, parásitos sociales. Las figuras centrales del Estado fascista, la mitología fascista, son el campesino, el obrero y el soldado. Y, como símbolo superior de la lucha trágica con destino y con la entropía espacial, el jefe divino, el Duce, el Führer, el Suprahombre que realiza en su persona supra-individual (más que individual, como «suprahombre») la tensión extrema de la voluntad nacional hacia la gesta. Por cierto, en alguna parte en la periferia, hay también un sitio para el ciudadano tendero honrado y el profesor de universidad. Enarbolan también las insignias del partido y van a la fiesta de la reunión. Pero en la realidad fascista sus figuras se marchitan, están perdidos, retroceden al fondo. Ésta no para ellas y no es por ellos por quien se hace la revolución nacional.

En la historia, el fascismo puro e ideal fue realizado directamente. En la práctica, los problemas esenciales de la llegada al poder y de la ordenación económica obligaron a los líderes fascistas -Mussolini, Hitler, Franco, Salazar- a aliarse con los conservadores, el nacional-capitalismo de los grandes propietarios y de los jefes de los consorcios. Pero este compromiso acaba siempre lamentablemente para los regímenes fascistas. El anticomunismo fanático de Hitler, capitalismo germánico recalentado, le costó a Alemania la derrota en la guerra frente la URSS, y por creer en la honradez del rey (portavoz de los intereses de la alta burguesía), Mussolini fue entregado en 1943 por los renegados Badoglio y Ciano, metiendo al Duce en prisión y dejándolo así en los brazos abiertos de los estadounidenses.

Franco consigue mantenerse más tiempo pero al precio de concesiones a la Inglaterra liberal capitalista y a USA y al precio de negarse a sostener los regímenes ideológicos emparentados con los países del Eje. Además, Franco no era ningún verdadero fascista. El nacional-capitalismo es un virus interior del fascismo, su enemigo, la prenda de su degeneración y de su destrucción. El nacional-capitalismo no es de ninguna manera una característica esencial del fascismo, sino un elemento accidental y contradictorio con su estructura interior.

Así, y en nuestro caso, el del nacional-capitalismo ruso en desarrollo, la discusión no es sobre el fascismo, sino sobre intentar desfigurar por anticipado un avance inevitable. Podemos calificar tal pseudofascismo de «preventivo», de «anticipación». Hay que definirlo antes de que nazca y se refuerce seriamente en Rusia el fascismo, el fascismo original y real, el fascismo radicalmente revolucionario por venir. Los nacional-capitalistas son viejos jefes de partido acostumbrados a dominar y a humillar el pueblo, hechos luego unos «liberales-demócratas» por conformismo, pero cuando esta etapa está acabada comienzan también a afiliarse con celo a los grupos nacionales.

Es probable que los partitócratas, con los intelectuales serviles, una vez transformada en farsa la democracia, se reunieran para ensuciar y envenenar el nacionalismo que nacía en la sociedad. La esencia del fascismo: una nueva jerarquía, una nueva aristocracia. La novedad consiste en lo que la jerarquía es construida sobre principios claros, naturales y orgánicos: la superioridad, el honor, el coraje, el heroísmo. La vieja jerarquía, que aspira a mantenerse en la era del nacionalismo, como en otro tiempo, está fundada sobre facultades conformistas: la «flexibilidad», la «prudencia», el «gusto por las intrigas», la «adulación servil», etc. El conflicto evidente entre dos estilos, dos tipos humanos, dos sistemas de valores, es inevitable.

2. El socialismo ruso

Es completamente inapropiado calificar al fascismo de ideología de «extrema-derecha». Este fenómeno se identifica más exactamente con la fórmula paradójica de «Revolución Conservadora». Esta combinación de orientación cultural-política de «derecha» -el tradicionalismo, la fidelidad al suelo, las raíces, la ética nacional- con un programa económico de «izquierda» -justicia social, restricción de los elementos del mercado, liberación de «la esclavitud del porcentaje», prohibición de flujos bursátiles, monopolios y trustes, primacía del trabajo honrado-. Por analogía con el nacionalsocialismo, que se llama a menudo simplemente «socialismo alemán», podemos hablar del fascismo ruso como de un «socialismo ruso». La especificación étnica del término «socialismo» en el contexto dado tiene un sentido particular. La discusión se refiere a la formulación inicial de la doctrina social y económica, no teniendo como base dogmas abstractos y teniendo como base leyes racionalistas, pero teniendo como base principios concretos, espirituales, morales y culturales, que formaron orgánicamente a la nación como tal. El Socialismo Ruso: no los rusos para el socialismo, sino el socialismo para los rusos. A diferencia de los dogmas marxistas-leninistas rígidos, el socialismo nacional ruso viene de esta comprensión de la justicia social que es característica de nuestra nación, de nuestra tradición histórica, de nuestra ética económica. Tal socialismo será más campesino que proletario, más municipal y cooperativo que estatal, más regionalista que centralista; son las exigencias de la especificidad nacional rusa, que se reflejará en la doctrina, y no menos en la práctica.

3. El hombre nuevo

Este socialismo ruso será construido por un hombre nuevo, «un nuevo tipo de hombre, una nueva clase». La clase de los héroes y de los revolucionarios. Los restos de la nomenklatura del partido y su régimen deben perecer como víctimas de la revolución socialista. De la revolución nacional rusa. Los rusos se cansaron de la frescura, de la modernidad, del romanticismo auténtico, de la participación en un gran asunto. Todo lo que les es propuesto hoy es o bien arcaico (los nacionales-patriotas), o bien fastidioso y cínico (los liberales).

El baile y el ataque, la moda y el la agresión, el exceso y la disciplina, la voluntad y el gesto, el fanatismo y la ironía comenzarán a hervir entre los revolucionarios nacionales; jóvenes, malos, alegres, intrépidos, apasionados y sin fronteras. Para ellos, construir y destruir, gobernar y ejecutar las órdenes, limpiar de enemigos la nación y preocuparse tiernamente por los ancianos y los niños rusos. De un paso furioso y alegre, ellos alcanzarán la ciudad gastada, el Sistema que se pudre. Sí, tienen sed de Poder. Saben ordenar. Insuflarán la Vida en la sociedad, precipitarán al pueblo al proceso voluptuoso de la creación de la Histoira. Hombres nuevos. Por fin prudentes y valientes. Así, como hace falta. Percibiendo el mundo exterior como un desafío (según expresión de Golovin).

Ante la muerte, el escritor fascista francés Robert Brasillach pronunció una extraña profecía: «veo que al este, en Rusia, el fascismo vuelve a cabalgar, un fascismo inmenso y rojo».

Observe: no el nacional-capitalismo marchito, marrón-rosa, sino el alba deslumbrante de la nueva Revolución rusa, el fascismo inmenso, como nuestras tierras, y rojo, como nuestra sangre.

Extraído de "Templarios del proletariado", por Alexandre Douguine

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