Sus vecinas saudíes no pueden trabajar, conducir, practicar deporte, estudiar, casarse, matricular a sus hijos en un colegio o abrir una cuenta bancaria sin el permiso de un tutor varón. En el pequeño sultanato de Omán, en cambio, las mujeres protagonizan una tímida primavera. "Somos una isla en el golfo Pérsico, las pioneras en la región", dice orgullosa Maha al Balushi, profesora en una Universidad de Mascate.
Desde la llegada al poder del sultán Qaboos, en 1970, las omaníes han recorrido un largo trecho en la ruta hacia la igualdad. El país, con 3,2 millones de almas, ocupa el número 56 de las 187 naciones incluidas en el índice de desigualdad de género de la ONU. En la última década el monarca absoluto -que hace 45 años decretó la educación universal--ha otorgado a sus súbditas igualdad de derecho en la propiedad de la tierra y auspiciado una iniciativa para impulsar su inserción laboral y emprendimiento. Aún así, los desafíos para quebrar el techo de cristal son inmensos. "Es cierto que la libertad de las omaníes está a años luz de la población femenina de Arabia Saudí pero es similar a la de Emiratos Árabes Unidos. El principal problema es que no existe sociedad civil ni asociaciones políticas", señala a EL MUNDO el politólogo Marc Valeri, experto en Oman de la universidad británica de Exeter.
Aunque la legislación prohíbe la discriminación por género, las mujeres siguen hallando escollos para la igualdad en normas como la que regula el divorcio, la herencia o la custodia de los hijos. Solo el 28,3% del mercado laboral conjuga en femenino y el hogar sigue siendo el hábitat. Seis mujeres que son la avanzadilla relatan su batalla a EL MUNDO.
Suad Mohamed, política
Suad ríe cuando se le pregunta por la prohibición de colocarse al volante de sus vecinas saudíes. "A mi me enseñó mi padre antes de la mayoría de la edad", murmura en una lujosa estancia del Consejo de Estado, un órgano consultivo cuyos miembros son designados por el sultán. La representación femenina es escasa. "En muchos países de la región las mujeres aún tienen que luchar por sus derechos. Aquí no", arguye esta profesora de Psicología.
A sus 50 años, Suad no escatima en alabanzas hacia el sultán Qaboos que, en 1970, desalojó del poder a su padre y, desde entonces, ha tratado de modernizar su reino. "En sus discursos llama a las mujeres a construir el país; a estudiar y trabajar por la igualdad. Las omaníes estamos presentes incluso en el ejército y la policía", apunta esta madre de dos jóvenes, uno de ellos empleado en Microsoft en Estados Unidos. "El principal desafío son las elecciones. En la Shura [el parlamento] las mujeres solo representan el 1,8 %. No es una cifra aceptable".
Salma al Hajri, empresaria
Salma al Hajri dirige una empresa junto a su hermana Aisha; ella estudió Periodismo y Aisha cursó Empresariales. Ambas tenían una cómoda carrera profesional por delante hasta que descubrieron su pasión: el chocolate. "Teníamos mucho tiempo libre y queríamos convertir nuestra afición en un negocio", rememora Salma, de 42 años, en el pequeño café que regentan en un centro comercial a las afueras de Mascate. Juntas comenzaron a ensayar con mezclas en casa.
Tres años después, con los parientes como avalistas, inauguraron su primer establecimiento. «Nunca tuvimos problemas. Somos muy independientes y la familia siempre nos ha animado», asegura Salma mientras enseña su producción. "Queríamos hacer algo distinto. Nuestros chocolates están mezclados con productos locales como incienso, miel, agua de rosa, dátiles o tomillo», detalla quien se prepara para abrir un nuevo local en la capital omaní y planea su expansión por los países vecinos. «Las omaníes somos muy duras y trabajadoras", concluye.
Maha al Balushi, profesora
Es mediodía y el calor aprieta en el campus de la Universidad Sultán Qaboos. Maha, profesora de marketing, nos recibe en su modesto despacho. Hace 15 años que recorre estos pasillos. Formada en Estados Unido y Reino Unido, sus palabras rezuman cierta nostalgia por el pasado. "Las clases son mixtas pero la mentalidad es más conservadora. En mis tiempos de alumna, hombres y mujeres hacíamos los trabajos e incluso viajábamos juntos. Hoy es imposible", narra satisfecha por el empuje de las féminas.
"Sus resultados son mucho mejores que los de los chicos. Estamos acostumbradas a los retos y a superarlos", arguye esta madre de dos retoños que presume de conciliar vida laboral y personal. "Mi horario es flexible y he aprendido a separar mi trabajo de mi familia. Mis hijos y mi marido son la prioridad", admite Maha, que bordea los 40 años. Una elección que explica que un departamento donde las profesoras son mayoría esté gobernado por un hombre. "Son ellos quienes ocupan los cargos de mando", reconoce.
Taj Mohamed, música
A la capital del sultanato le falta la algarabía cultural que corre por otras urbes árabes de ajetreada vida nocturna. Taj Mohamed, hija de un conocido actor omaní, sueña con abanderar el renacimiento de las artes. "Quiero hacer algo por este país. Hay mucha gente con talento que necesita que le orienten y animen", dice la joven, que cursa estudios de música e interpretación en la universidad. Entre clase y clase, actúa en algunos locales de Mascate junto a otros compañeros de gremio.
"Toco el piano y el violín". El teatro tiene muchas similitudes con la música», explica la última representante de una estirpe de artistas en la que el género no es barrera. "Mi padre es uno de los actores más reconocidos de Omán. Fue él quien me empujó a dedicarme a esto y me descubrió la música", esboza Taj, que durante el año académico se hospeda en una residencia femenina del campus. "Nuestra realidad no tiene nada que ver con las mujeres de los países vecinos. Aquí hay libertad. Si nos proponemos algo, lo hacemos y se nos permite".
Aniza al Zadjali, diseñadora de moda
En el taller de Aniza una barahúnda de hombres zurce coloridas 'abayas' (túnicas) para enlaces nupciales y fiestas. "Quería tener mi propio negocio. Mi ambición era crear algo grande", confiesa una de las diseñadoras más cotizadas de Mascate. En 2007, esta soltera de 38 años renunció a su puesto en un banco de la capital y se lanzó a la aventura de vestir a las omaníes pudientes. "Primero diseñaba las piezas y enviaba los patrones a fábricas de India y Pakistán. Luego decidí cambiar el modelo", reconoce desde la pequeña tienda contigua en la que barrunta el salto de su marca a otros países de la península Arábiga. "Los inicios no fueron fáciles. Había muy pocas empresarias y encontré obstáculos pero soy dura y puedo tratar con 100 hombres. Cuento además con el respaldo familiar", afirma Aniza, que no oculta las asignaturas pendientes. "La soltería es el lado menos exitoso de mi vida", dice entre risas. "Hay un cambio generacional. La idea es encontrar a una pareja que respete mi trabajo y con la que pueda tener hijos en común sin renunciar a mi negocio".
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