La decisión del presidente de EEUU, Donald Trump, de reconocer la “soberanía israelí” de los Altos del Golán sirios ocupados por régimen israelí supone otro golpe de la administración estadounidense contra el mundo árabe y musulmán tras el reconocimiento similar anterior de la ciudad ocupada palestina de Al Quds (Jerusalén) como capital israelí y el intento de promover el “acuerdo del siglo”, que supone un golpe para los palestinos y su causa.
Todas estas decisiones de la Administración Trump tienen un mismo trasfondo: suponen una violación del derecho internacional y las resoluciones del Consejo de Seguridad, que establecen que todos los territorios anteriormente mencionados están bajo una ilegal ocupación israelí y que llaman al régimen sionista a retirarse de ellos. Sin embargo, en las últimas décadas Israel ha ignorado todas estas resoluciones, sabedor de que EEUU le garantizaba protección frente a posibles sanciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Entretanto, el lobby pro-israelí en EEUU ha convertido a los políticos norteamericanos en poco más que unas marionetas que sirven, en mayor o menor medida, los intereses israelíes.
Pese a todo, estas medidas de EEUU son inútiles porque se han granjeado el rechazo unánime de la comunidad internacional. Rusia, China, Francia, Irán, Turquía, Indonesia y muchos más estados han declarado que la declaración de Trump no cambiará el estatus del Golán como territorio sirio ocupado, que está enraizado en el derecho internacional y el consenso de la comunidad internacional.
La decisión de Trump sobre el Golán, unida a la postura de Trump sobre Al Quds, supone una nueva afrenta a los pueblos árabes e islámicos que deja ver que la política estadounidense va dirigida justamente contra ellos y que la presencia de tropas norteamericanas en algunos de sus países es una medida hostil dirigida contra ellos y sus vecinos.
En el caso de Siria, la presencia norteamericana está vinculada a un plan para crear una entidad kurda independiente y destruir la unidad de Siria. Sin embargo, la postura del gobierno sirio, y también de Turquía, ha hecho fracasar este plan. En Iraq, el proyecto estadounidense era dividir el país en tres partes: una kurda, una sunní y otra shií, y en el caso yemení se buscaba romper el país en dos partes: el Norte y el Sur. Esta división de Yemen iba a servir para convertir el Estrecho de Bab el Mandeb en un paso marítimo militar y comercial seguro para Israel.
En este contexto, los dirigentes árabes que se plieguen a los designios estadounidenses serán vistos como marionetas y traidores a las posturas e intereses de sus países y el mundo árabe e islámico en su conjunto. Es significativo a este respecto que incluso gobiernos como el de Arabia Saudí y Bahrein se hayan visto compelidos a condenar la última postura de Trump con respecto al Golán.
Esta medida de la Administración Trump llevará a un mayor fracaso si cabe de los proyectos de EEUU en la región. En un momento en el que la retórica propagandística estadounidense pretende que Irán es una amenaza para los árabes, estos últimos pueden ver día tras día como ellos son las víctimas principales de la política de EEUU, mientras que Irán respalda los intereses del mundo árabe y apoya sus justas causas.
Iraq y el Líbano han dado una respuesta clara y firme a los intentos de la Administración Trump de provocar la división interna en sus países. Los gobiernos de ambos estados han defendido a sus respectivas organizaciones de resistencia, Hezbolá en el caso libanés y las organizaciones miembros del Hashid al Shaabi en el iraquí, y han rechazado la injerencia estadounidense en sus asuntos internos.
El fracaso de este complot general contra el mundo árabe necesita, sin embargo, de una movilización mucho más amplia. Existen varias medidas que los países árabes deberían tomar. En primer lugar, los estados de la región necesitan reforzar su cooperación y coordinación y poner fin a sus conflictos en vistas a neutralizar el proyecto norteamericano-israelí y sus efectos desfavorables en su política y economía.
En el plano militar, es necesario una cooperación militar entre los países de la región. Un buen paso ya sido ya dado. Los jefes de los ejércitos de Irán, Iraq y Siria se reunieron la pasada semana en Damasco y anunciaron una coordinación mucho más estrecha contra el terrorismo y también contra el complot de división y sedición en la región. A nivel militar, los países árabes deben inclinarse hacia Rusia, una nación que puede suministrar los armamentos y el entrenamiento que estos estados precisan.
A nivel económico, es necesario también una mayor cooperación del mundo árabe con el Este -Rusia y China, pero también la India-, con el fin de contrarrestar la guerra económica y las sanciones estadounidenses que los países que luchan por mantener una política independiente soportan en mayor o menor medida. China, con sus proyectos como el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura y la Nueva Ruta de la Seda, puede favorecer la independencia de los países árabes y ayudarles a emprender vías independientes de desarrollo y a hacer frente a los peligros que provienen del campo norteamericano-israelí.
La reapertura de las rutas comerciales entre Siria, Iraq y Jordania ha creado también un amplio espacio comercial que se extiende desde el Mediterráneo hasta el Golfo Pérsico. EEUU no ha sido capaz de impedir la creación de la ruta Teherán-Beirut pese a que esta era la razón real de la presencia de sus tropas en Siria, y no el risible pretexto de la lucha contra el Daesh. La reapertura del caso de Nassib ha llevado también al reinicio de los intercambios económicos entre Jordania y Siria y los países de su entorno. Incapaz de impedir la apertura de tales rutas comerciales, algo que constituye no solo un derecho básico sino también una inclinación natural de los pueblos de la región, EEUU amenaza ahora a los comerciantes jordanos para impedirles realizar tratos con Siria. Por supuesto, tales intentos acabarán sumándose al cúmulo de fracasos de Washington en la región.
Los países árabes deben apoyar también los intentos de Siria e Iraq para hacer salir a las tropas estadounidenses de su territorio. El Parlamento de Iraq está debatiendo en este sentido un proyecto para hacer salir a los militares de EEUU del país con el fin de recuperar la plena soberanía sobre su territorio.
Es necesario también un diálogo y una aproximación de los países árabes a Irán y Turquía. Este diálogo podría llevar a la retirada turca de Siria e Iraq y la apertura de nuevas vías de diálogo entre Ankara y los estados árabes. No hay duda de que Turquía es vista por Israel como un país hostil por su poder económico y militar y por su influencia en el mundo árabe y musulmán y podría convertirse también en un aliado de los países árabes en su lucha contra el proyecto israelo-estadounidense, como demuestra su rápida condena de la decisión de Trump sobre los Altos del Golán y su clara oposición al plan norteamericano para la creación de una entidad kurda independiente en Siria.
La Liga Árabe debería dar una muestra de independencia al readmitir incondicionalmente a Siria y la Organización de la Conferencia Islámica está llamada, por su parte, a jugar un papel más activo en la defensa de los países árabes y la lucha contra la islamofobia promovida en Occidente por los sectores sionistas y sus aliados.
EEUU va a sufrir una grave pérdida de imagen por su apoyo incondicional a los planes expansionistas de la ultraderecha israelí. Su credibilidad, o lo que quedaba de ella, está ahora hecha añicos. Sus tropas son vistas como ocupantes indeseables y sus políticas son objeto de un rechazo general en el mundo árabe e islámico.
Es también necesario hacer ver al pueblo estadounidense que la ocupación israelí comienza en Washington y que muchos de sus políticos están dañando los intereses de EEUU al apoyar a una entidad que ocupa ilegalmente territorios de los países árabes y que viola de forma continua el derecho internacional y los derechos más básicos de los pueblos bajo su control, y en primer lugar del pueblo palestino. Esta política lleva a EEUU por la vía de un enfrentamiento perpetuo con el mundo musulmán, algo que, sin duda, la gran mayoría de ciudadanos estadounidenses no desean.
Para el propio Israel, la política de Netanyahu y Trump puede significar el fin de la solución de dos estados y el inicio de la lucha del pueblo palestino por un solo estado. Millones de palestinos, en Cisjordania y Jerusalén, pero también en los territorios ocupados en 1948, pueden iniciar pronto una movilización por la igualdad de derechos siguiendo el modelo de la lucha contra el estado del apartheid en Sudáfrica, y esta lucha representará, sin duda, el final definitivo del proyecto sionista.