Hijo de la invasión de Iraq y de la guerra siria, el EI no es tanto un desafío ideológico como social y territorial | "Su estrategia es una locura, pero les ha ido bien", juzga un militar experto en yihadismo | Blindar la frontera entre Siria y Turquía debería ser el primer paso contra el EI | Se cree que Arabia Saudí, Qatar y los jeques que los financiaron ahora tienen miedo
La invasión de Iraq en el 2003 dejó una foto para el recuerdo: el estadounidense Paul Bremer recién llegado al aeropuerto de Bagdad en traje y corbata pero con unas botas militares color desierto, nuevas, completamente innecesarias para sus funciones de procónsul. Aquellas botas se hicieron célebres. El entonces subsecretario de Defensa, el halcón Paul Wolfowitz, fue retratado cuatro años después, siendo presidente del Banco Mundial, con tomates en los calcetines durante una visita a la mezquita de Edirne, en Turquía.
En la época de George W. Bush no faltaban absurdos de este tipo, quién sabe si resultado de no escuchar a buenos consejeros o debido a pura ignorancia. Así, la funesta decisión no solo de invadir Iraq sino de desmantelar el ejército iraquí, llevó a Al Qaeda a Iraq, donde nunca había estado antes. En lugar de apuntar a Arabia Saudí -de donde partieron los terroristas del 11S y que invertía, y sigue invirtiendo, millones en la difusión de la doctrina más reaccionaria del islam a beneficio del yihadismo-, Bush atacó Iraq. Nadie apenas niega hoy aquel error.
La prensa estadounidense ensalza ahora la figura del general Mike Nagata, que habría sido el único capaz de predecir los actuales desastres de Iraq, Siria e incluso Yemen. Meses después de que, en junio del 2014, los hijos de aquella Al Qaeda tomaran la ciudad iraquí de Mosul y anunciara el califato del Estado Islámico, Nagata, jefe de operaciones especiales en Oriente Medio y hoy responsable de entrenar tropas locales para combatir a los yihadistas, afirmaba desconocer la naturaleza y la fuente de poder de esta perturbadora amenaza.
Cabe suponer que en Washington y otras capitales se han puesto al día. Hay un torrente de libros sobre Estado Islámico (aunque solo unos pocos destacan) y persiste cierto debate sobre si es verdaderamente islámico o no lo es, sobre si en él predomina la ideología o algo más pragmático. Con su abrumadora capacidad mediática, su aparente riqueza –cientos de millones–, más de 30.000 hombres y un número de simpatizantes y potenciales terroristas en todo el mundo imposible de conocer, Estado Islámico (EI) ha alcanzado una dimensión global. Eso es lo que más preocupa, pero primeramente sus intereses son territoriales y concretos, en Iraq y en Siria. Y ese es el campo de batalla principal.
La resistencia iraquí a la ocupación de EE.UU. y sus aliados acabó caracterizada por Al Qaeda en Iraq, que mutaría en Estado Islámico de Iraq (ISI) y luego en Estado Islámico de Iraq y Siria (ISIS). El régimen de Bashar el Asad respaldó a unos milicianos que, desencadenada la guerra civil en Siria años después, cruzaron de vuelta la frontera. Se habían convertido en una nueva fuerza yihadista suní decidida a enfrentarse a los poderes “infieles” o “apóstatas” de los chiíes en Bagdad y los alauíes en Damasco. Tomaron una ciudad siria de tamaño mediano, Raqa, lejos de los principales frentes de combate, y desde allí regresaron de nuevo a Iraq, ocupando territorio con una facilidad sorprendente.