En este escenario de confrontación la Unión Europea ha declarado su intención de promover una intervención política y militar para establecer un gobierno de Unidad Nacional. La lógica detrás de esto radica en la ubicación de Libia en el concierto mediterráneo y el papel que desempeñó en los últimos años del régimen de Gadafi: servir de freno a las oleadas de inmigrantes subsaharianos que buscaban allende el mediterráneo el bienestar que se les negaba en sus pueblos. Sume a ello los fabulosos contratos de explotación de petróleo y gas que se firmaron con empresas europeas.
A cuatro años del derrocamiento de Muamar Gadafi y posterior intervención militar occidental, Libia vive un escenario de fragmentación territorial y lucha por el poder, con dos gobiernos que se disputan, la posibilidad de negociar las enormes riquezas petrolíferas y gasíferas del país.
La división política en Libia, con uno de los grupos de poder apoyado por los gobiernos occidentales y otro que se sustenta en facciones armadas con fuerte presencia de grupos de raíz takfirí, han terminado por convertir al otrora Estado libio en una suma de intereses, rencillas, atentados y ejecuciones, que sustenta la idea que aquel país con los mejores indicadores de desarrollo humano del continente africano, ya no existe. Hoy, sólo es posible constatar un territorio fragmentado, convertido en coto de caza de grupos y empresas transnacionales, que al amparo del apoyo a las distintas facciones en pugna esquilman sus riquezas naturales. En específico, aquellos que lucharon contra Gadafi y sirvieron a los intereses de actores de mayor peso formaron milicias en base a criterios regionales, tribales y religiosos, que se han intensificado y hecho irreconciliable cualquier idea de establecer un Estado Unitario.
Objetivo Principal: Detener a los incómodos inmigrantes
Libia, no ha encontrado la paz desde el alzamiento contra el régimen de Muamar Gadafi; con una atomización política que comenzó a fraguarse a partir de las elecciones legislativas del mes de junio del año 2014, cuando se constituyó en la ciudad de Tobruk, un gobierno que se sustenta en diversos grupos armados y la parte más estable del Ejército Libio y el control de la Fuerza Aérea y puertos de embarque de Petróleo. Ello, con el objetivo principal declarado de organizar un territorio devastado y teniendo como eje de estabilización de la producción de hidrocarburos. Propósito que no ha podido ser concretado, principalmente, porque el Parlamento provisional que había funcionado un año y medio antes de las elecciones de junio del 2014 se negó a aceptar el nuevo gobierno y creó uno propio con sede en Trípoli constituyéndose en otro actor político con toda la dimensión y división de poderes.
Dos ejecutivos, distintos intereses y objetivos diversos: uno, instalado en Tobruk, para satisfacer la codicia de occidente en el plano energético y de hegemonía en la zona del Magreb y el Sahel, con participación activa en apoyo económico y militar de Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Egipto, que incluso han efectuado operaciones de bombardeo de las posiciones salafistas. El otro grupo de poder, igualmente con la intención de controlar la producción petrolera, que le permita el sustento económico para llevar adelante su proyecto político e ideológico-religioso, gracias al apoyo de los gobiernos de Turquía, Catar y la Casa Al Saud, huella clara del camino que se quiere seguir. El propio presidente egipcio Abdelfatah al-Sisi, en una clara toma de partido, declaró en febrero pasado la necesidad de crear una Coalición internacional que luche contra los grupos salafistas, al amparo del Consejo de Seguridad de la ONU y que apoye con todos los elementos posibles al gobierno libio instalado en Tobruk.
En este escenario de confrontación la Unión Europea ha declarado su intención de promover una intervención política y militar para establecer un gobierno de Unidad Nacional. La lógica detrás de esto radica en la ubicación de Libia en el concierto mediterráneo y el papel que desempeñó en los últimos años del régimen de Gadafi: servir de freno a las oleadas de inmigrantes subsaharianos que buscaban allende el mediterráneo el bienestar que se les negaba en sus pueblos. Sume a ello los fabulosos contratos de explotación de petróleo y gas que se firmaron con empresas europeas.
Miles de libios y subsaharianos huyendo de zonas en conflicto y hacinándose en campos de refugiados, como por ejemplo en Lampedusa o ahogándose por cientos frente a los ojos europeos incomoda a las cancillerías del viejo continente y desean poder detener esa hemorragia que abarrota sus costas y genera inestabilidad. Por ello, la excusa política es trabajar con las facciones en pugna y llamarlos a la reconciliación y al trabajo en conjunto teniendo como objetivo obligar a las autoridades libias a implementar una rigurosa política de inmigración, de control de flujos migratorios y sobre todo que proporcionen la seguridad jurídica que les permita hacer negocios rentables para las compañías petroleras europeas. Cualquier otro objetivo es mera hipocresía, cualquier otro objetivo declarado en aras de la defensa de los derechos humanos o la vida de los libios es el chillido hipócrita de aquellos que han esquilmado el continente africano y a sus pueblos durante siglos.
Para conseguir ese propósito de crear un gobierno de Unidad nacional, luego de derrocar al que efectivamente había logrado unir a un país heterogéneo como fue Gadafi y cuya dictadura no parecía molestar a occidente en demasía, sobre todo cuando su amistad con personajes como Sarkozy y Berlusconi con quienes se prodigaban mutuas atenciones en las visitas que se sucedían con frecuencia; es una idea con un guion conocido: permitir la irrupción de grupos rebeldes en el escenario bélico, en este caso movimientos de raíz takfiri asociados a EIIL (Daesh en árabe) y Al Qaeda, para generar una sensación de caos permanente y así justificar una posible intervención militar liderada por la OTAN, para impedir – en este plan de guerra europeo – que Libia irradiara ese influjo terrorista a sus vecinos inmediatos como Argelia, Chad, Sudán, Túnez.
Para Tajem Baseldine “hoy, nadie duda que la desintegración del estado libio porvocado por la agresión de la OTAN el año 2011 ha permitido la rápida proliferación de Estado islámico (Daesh en árabe) lo que constituye la mayor amenaza para ls seguridad de toda la región, inclusive para su propios creadores en Europa, que no pueden controlar a sus propios demonios terroristas”
Lo paradójico es que justamente el apoyo al nacimiento y desarrollo de grupos salafistas que ayudaron a la caída de Gadafi intensificaron el accionar de otros grupos terroristas en la zona como Al Qaeda en el Magreb, Ansar al Dine, Ansar al Sharia, Boko Haram, Muyao e incluso la intervención militar directa de Egipto en el conflicto libio con el bombardeo de posiciones salafistas bajo la excusa del secuestro y posterior decapitación de 21 cristianos Coptos egipcios.
Las bandas y grupos takfirí están conformados, principalmente, por milicianos asentados en las localidades de Trípoli, Misrata, Zawiya, Khums, Bengasi, Soreman y Janzur. Sus principales grupos son Amanecer Libio. Brigada Escudo de Libia. El grupo salafista Ansar al Sharia (ligado a Al Qaeda) Brigada de los mártires del 17 de febrero y la Brigada Rafallah al Sahati. Desde el punto de vista político sus líderes son: Nuri Abu Sahmain, como presidente y como Primer Ministro, Omar al Hasi. Dentro del sostén de partidos políticos de estos grupos se encuentran los Hermanos Musulmanes, que actúan en Libia bajo el nombre de Partido Justicia y Construcción. También suman el importante capital político y religioso otorgado por el Gran Muftí de Libia, Sadq al Ghariani.
En el caso de las Fuerzas políticas y militares opositoras a los grupos mencionados en el párrafo precedente están tiene como líder al General Jalifa Haftar, Jefe del Estado Mayor del Ejército – vinculado en su momento al asesinado Coronel Gadafi y que en el marco de la denominada Operación Dignidad, destinada a combatir a los movimientos Takfirí en Bengasi y el este del país, comenzó a consolidar su poder actual. Estas fuerzas, que cuentan con el apoyo de la Cámara de representantes de Libia (recordemos que fue elegida en junio del año 2014) tiene como presidente al jurista Aguila Salah Issa. Esta Cámara se compone, fundamentalmente, de políticos vinculados a occidente. Su sede está en la ciudad de Tobruk y cuenta con el reconocimiento de la Unión Europea, Estados unidos y con ello gran parte de lo que se denomina la “comunidad internacional”. El primer Ministro de este sector gobernante es Abdullah al Thani. La Alianza de Fuerzas Nacionales, en su momento fuerte crítica de Haftar apoya la Operación Dignidad signándola como necesaria para “la lucha contra el terrorismo” dando así un aval de los partidos políticos liberales a este gobierno.
Jalifa Haftar ha logrado aglutinar bajo su mando a las fuerzas irregulares que operan en Libia, contrarias a los grupos takfirí, junto al Ejército regular. Bajo su mando está la Fuerza Aérea Libia con base en Tobruk, Benina y Bengasi. La Brigada Saiga. Las Brigadas Cirenaica conformada por miembros de tribus del este libio y soldados del denominado Consejo Cirenaico de Transición (de corte federalista) que controlan los puertos petroleros. Sumen a ello las Brigadas de Zintan cuyo origen se encuentra en el sureste de Libia y que controlan la frontera con Argelia. Adicionalmente Haftar controla a las Brigadas Qagaa, Sawaiq y Muhamad al Madani, minoritarias en número pero importantes a la hora de sumar adherentes.
Preparando el terreno