La tarde del 18 de diciembre de 1940, Hitler firmó la orden para desarrollar todo un conjunto de medidas políticas, económicas y militares, que se conocerían como el “Plan Barbarrosa”. En él se contemplaba la destrucción de la Unión Soviética en tres o cuatro meses y debía implementarse apenas Inglaterra fuera derrotada. Sus principales metas eran Moscú, Leningrado y las regiones industriales de la zona central; se consideraba que la caída de Moscú generaría un fuerte impacto psicológico, que influenciaría grandemente en las futuras operaciones de guerra.
El plan, que tenía las mismas características que tan buenos resultados le habían dado a Hitler en el resto de Europa, fue elaborado cuando Alemania, país altamente desarrollado y cuya producción se encontraba dirigida fundamentalmente hacia la industria de guerra, se había apoderado ya de los principales centros industriales europeos y poseía dos veces y media más recursos que la Unión Soviética; lo que la convertía en la más fuerte potencia imperialista del mundo.
En el plan Barbarrosa se planteaba: “La meta final de la operación consiste en crear una barrera defensiva contra la Rusia asiática a lo largo del río Volga hasta Arjansguelsk. De manera que, de ser necesario, las regiones industriales de los rusos en los Urales puedan ser paralizadas con ayuda de la aviación”.
Según el plan Barbarrosa, el grupo de ejércitos del centro, comandados por el General Block, debía realizar como golpe principal la toma de Minsk, Smolensk, Vitebsk; luego avanzar en dirección a Moscú. El grupo de ejércitos del norte, comandados por el Mariscal Leeb, debía partir desde Prusia Oriental, tomar todas las fortalezas soviéticas del Báltico y los puertos de Kronstadt y Leningrado, para dejar a la flota soviética sin bases en el Báltico. El grupo de ejércitos del norte y las tropas alemanas de Noruega, a los que se sumaría el Ejército de Finlandia, debían ser suficientes para destruir a las fuerzas soviéticas que enfrentaren. El grupo de ejércitos del sur, comandados por Von Rundshtedl, debían partir desde la ciudad polaca de Lublín en dirección a Kiev.
Las agrupaciones de tanques tenían la tarea de aislar a las fuerzas soviéticas, situadas en Ucrania Occidental, de sus comunicaciones con el río Dniéper, atravesar este río en Kiev, lo que abriría la ruta hacia el este y, en correspondencia con lo que pasaba en el norte, podían ocupar las regiones de importancia económica en el sur de la Unión Soviética.
A finales de abril de 1941, la dirección política y militar de la Alemania Nazi estableció el domingo 22 de junio de ese mismo año como la fecha definitiva para el ataque a la URSS. El alto mando alemán estaba tan seguros del éxito del Plan Barbarrosa que, para después de su cumplimiento, planificaba la toma, a través del Cáucaso, de Afganistán, Irán, Irak, Egipto y la India, donde las tropas alemanas esperaban encontrarse con las japonesas. Esperaban también que se les unieran España, Portugal y Turquía. Dejaron para después la toma de Canadá y los EE.UU., con lo que lograrían el dominio del mundo.
En la madrugada del 22 de junio de 1941, un ejército jamás visto por su magnitud, experiencia y poderío, se lanzó al ataque en un frente de más de 3.500 kilómetros de extensión, desde el mar Ártico, en el norte, hasta el mar Negro, en el sur. Era un total de 190 divisiones, cinco millones y medio de soldados, 4.000 tanques, 4.980 aviones y 192 buques de la armada nazi.
El 24 de junio de 1941, el entonces Senador Harry Truman declaró al New York Times: “Si vemos que gana Alemania, entonces debemos ayudar a Rusia y si comienza a ganar Rusia, entonces debemos ayudar a Alemania. De esta manera, ojalá se maten entre ellos, entre más mejor. Aunque yo no quiero la victoria de Hitler bajo ninguna circunstancia”. Esta era la mentalidad de quien a la muerte de Roosevelt ocuparía la presidencia de los EE.UU. En cambio, el mismo día de la invasión, el Primer Ministro inglés, Sir Winston Churchill, declaró: “Nunca trataré con Hitler, el quiere destruir el Estado ruso porque, en caso de éxito, espera retirar del Este las fuerzas principales de su ejército y aviación, para lanzarlas contra nuestra isla. Su irrupción en Rusia es sólo el preludio del intento de invadir Inglaterra”. El 24 de junio, el Presidente de los Estados Unidos, Roosevelt, declaró: “Se sobreentiende que nos preparamos a entregarle a Rusia toda la ayuda de la que seamos capaces”.
El 3 de julio de 1941, Stalin se dirigió al pueblo soviético en un discurso, célebre porque pese a no ocultar para nada la gravedad de la situación en frente, sus palabras imbuían en el pueblo soviético la seguridad en la futura victoria. En su discurso dijo: “¡Camaradas, ciudadanos, hermanos y hermanas, miembros de nuestras fuerzas armadas! ¡A ustedes me dirijo, amigos míos!... Nuestras tropas luchan heroicamente, a pesar de las grandes dificultades, contra un enemigo superiormente armado con tanques y aviones... Junto con el Ejército Rojo, el pueblo entero se levanta en defensa de su amada patria... Esta guerra no será una guerra cualquiera entre dos ejércitos enemigos. Esta guerra será la lucha de todo el pueblo soviético contra las tropas germano-fascistas. El propósito de la guerra popular consistirá no sólo en destruir la amenaza que pesa sobre la Unión Soviética sino también en ayudar a todos aquellos pueblos de Europa que se encuentran bajo el yugo alemán. En esta guerra el pueblo soviético tendrá sus mejores aliados en las naciones de Europa y América, incluido el pueblo alemán, esclavizado por sus cabecillas... Camaradas, nuestras fuerzas son poderosas. El insolente enemigo se dará pronto cuenta de ello... Toda la fortaleza de nuestro pueblo se empleará para aplastar al enemigo. ¡Adelante! ¡Hacia la Victoria!”.
El plan fracasó cuando la Wehrmacht no pudo desfilar el 7 de Noviembre de 1941 por la Plaza Roja de Moscú, tal cual estaba planificado, sino que lo hizo el Ejército Soviético, para luego marchar directamente al frente de batalla e infligirle a la Wehrmacht su primera derrota, luego de escuchar el discurso de Stalin: “¡Camaradas! ¡Hombres del Ejército Rojo, de la Armada Roja, oficiales y trabajadores políticos, luchadores guerrilleros! ¡Todo el mundo os contempla como el único poder capaz de exterminar a las hordas de ladrones germanos! ¡Los pueblos esclavizados de Europa os miran como libertadores! ¡Sed dignos de tan alta misión! La guerra en la que estáis luchando es una contienda libertadora, una guerra justa. Ojalá os inspiren en esta lucha los espíritus de nuestros grandes antepasados... ¡Viva para siempre nuestra patria gloriosa, su libertad e independencia! ¡Bajo la bandera de Lenin, adelante, hacía la victoria!”.
Sobre la Batalla que un mes después se desarrollaría en Moscú, el General Douglas Mac Arthur escribió en febrero del 1942: “En mi vida he participado en varias guerras, he observado otras y he estudiado detalladamente las campañas de los más relevantes jefes militares del pasado. Pero en ninguna parte había visto una resistencia a la que siguiera una contraofensiva que hiciera retroceder al adversario hacía su propio territorio. La envergadura y brillantez de este esfuerzo lo convierten en el logro militar más relevante de la historia”.
Hay pocas ciudades en el mundo como San Petersburgo, la Venecia del Norte que fue fundada por Pedro el Grande y que ha sido la cuna de muchos pensadores y poetas: Pushkin, Gogol, Dostoievski, Blok y otros. Es también una de las ciudades más bellas del planeta: El Palacio de invierno, el Hermitage, la Catedral de San Isaac, el Palacio de Pedro, etc, son hermosos monumentos de belleza sin par. Pero cuando se mencione su nombre se debe recordar que sus hijos realizaron el acto de resistencia más grandioso de la historia, ante el cual todo lo que se diga es poco. Nunca nadie podrá narra con exactitud lo que aconteció en esa Ciudad Heroica durante la Segunda Guerra Mundial. Qué el heroísmo de sus habitantes, qué el sacrificio de sus hijos más nobles ilumine a los futuros luchadores por la libertad, qué el más de medio millón de víctimas que yacen en el hermoso cementerio de Piskariovskoye logren alguna vez la paz eterna al contemplar que el nazi-fascismo ya no existe más sobre este mundo.
El alto mando alemán, al detener su avance sobre San Petersburgo, en esa época Leningrado, y ordenar a sus tropas atrincherase, se preparaba a romper la resistencia de ese pueblo mediante un prolongado asedio, mediante el bombardeo continuo de la aviación a la ciudad y por el fuego de artillería; suponían que el hambre los iba a doblegar. El bloqueo duró 900 días, entre 1941 y 1944, casi tres años. Como consecuencia murieron 1'200.000 de sus habitantes, la mayoría de hambre y frío, pero Leningrado no se rindió.
En pleno bloqueo, el 9 de agosto de 1942, la Orquesta Sinfónica de Leningrado interpretó la Séptima Sinfonía o Sinfonía a Leningrado, compuesta por Dmitri Shostakóvich. La obra, escrita durante el bloqueo, era un himno de esperanza en la victoria y fue trasmitida por radio al mundo entero.
Las fábricas de Leningrado entregaron al frente de batalla 713 tanques, 480 blindados y 10.000 morteros. Al pueblo de Leningrado lo mantenía en píe la inquebrantable fe en la victoria. Las condiciones de trabajo eran las más duras, no había luz ni calefacción ni transporte, el frío era insoportable y no había que comer, sin embargo nadie se quejaba ni siquiera en el momento de la muerte. La gente moría en silencio. A través del congelado lago Ládoga, llamado el Camino de la Vida, no se interrumpió nunca el envío de alimentos, medicina y armas. Pese al intenso bombardeo de la aviación alemana, los conductores manejaban días enteros sin descansar. Por ese camino se evacuó a un millón de leningradenses. Quienes dirigían el tránsito debían permanecer parados sobre la nieve soportando el viento y un frío de hasta -30°C, durmiendo muy pocas horas al día. Se tendió un oleoducto por el fondo del lago y Leningrado revivió. Las fábricas volvieron a producir y la población volvió a tener luz y calefacción. Por eso sus habitantes dicen orgullosos: “Troya cayó, Roma cayó, Leningrado no cayó”.
En las primeras operaciones de la Gran Guerra Patria, el Ejército Soviético experimentó la amargura de las derrotas y sobre el país soviético se extendió una amenaza mortal. Los éxitos de las tropas hitlerianas obedecían a las ventajas que sobre la URSS para ese entonces poseían. Hitler era dueño de casi toda Europa, cerca de 6.500 centros industriales europeos trabajaban para la Wehrmacht. En sus fábricas laboraban 3'100.000 obreros extranjeros especializados. La economía de Alemania poseía dos veces y media más recursos que la Unión Soviética. Se necesitó de colosales esfuerzos del pueblo soviético para, sin desmoralizarse ante tan dura prueba, revertir la situación y lograr una victoria, que se dio hace setenta años.
Sobre este tema hay una anécdota bastante interesante. Cuando en vísperas de la batalla de Kursk le informaron a Hitler que la Unión Soviética producía el doble de tanques que Alemania, el Führer montó en cólera porque no podía entender cómo podía darse este hecho inconcebible. Posiblemente le hubiera dado un Patatús seguido de un derrame cerebral si le hubieran informado la verdad, en ese momento la URSS producía casi tres mil tanques mensuales, el triple de tanques que Alemania.
En ocasiones se exagera sobre la ayuda norteamericana a la URSS. Lo cierto es que las entregas de los aliados mediante la Ley de Préstamos y Arriendos equivalió al 4% de la producción de la Unión Soviética. La mayor parte de la mencionada ayuda llegó después de las batallas de Stalingrado y Kursk, que significaron un viraje radical en la Segunda Guerra Mundial. Del total de 46.700 millones de dólares que los EE.UU. suministraron a sus aliados, a la URSS le correspondió 10.800 millones de dólares, menos de la cuarta parte de ese total.
Es que en la retaguardia el pueblo soviético se organizó bajo la consigna “todo para derrotar al enemigo” y produjo todo el armamento y las vituallas que requerían sus fuerzas armadas en el frente de batalla. Fue así como se defendió la patria socialista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario