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lunes, 15 de abril de 2019

La matemática maniatada: Números contra Venezuela


193 países son miembros de la ONU. 54 países reconocieron al golpista Juan Guaidó como presidente interino de la República Bolivariana de Venezuela.
Es decir, a 139 estados no les pasó por las cabezas gubernamentales que Nicolás Maduro no fuera el auténtico presidentede Venezuela. O, lo que es lo mismo, 139 países no reconocieron como presidente al invento estadounidense.
ONU + ONU = 0
Por estos días convulsos Guaidó vuelve a hablar de los muchos que lo reconocen. Que superan los 60, dice; pero nadie los nombra ni se halla el repertorio en parte alguna. Ni siquiera en la Wikipedia (2019), que actualiza cada tanto sus gazapos al respecto. Nuevos estados han de haberse agregado, pero de incógnitos. Otros son vergonzantes, porque reconocen en el fuero interno que no debieron reconocerlo.
Un reconocimiento por convicción ajena, con excepción de los Estados Unidos, que son el fértil criadero de las falacias por indudable conveniencia, y de Colombia, cuyos gobiernos siempre hallan la forma y la normativa para creérselas.
O por ladinos de la minería y los hidrocarburos, mayúsculos y aprovechados, como Canadá, u oportunistas de doble vía, como España, que de instar al presidente Maduro para convocar a elecciones, con grosería y a término fijo, y de poner a Pedro Sánchez a leer las definiciones de diccionario de la democracia (EL PAIS, 2019) que no tienen desde hace exactamente ochenta años (1 de abril de 1939), pasó a trabajar con los países de la Unión Europea“para garantizar que los representantes de Guaidó en la UE no recibieran estatus diplomático o privilegios” (Neue OZ, 2019).
Lo cierto es que Guaidó está rodeado de embajadores sin credenciales y sin sede, y de emisarios, los más listos, no hay duda, que nunca aparecieron por sus misiones ni se movieron de sus aposentos particulares.
En la fogosidad febrerista (a la venezolana, que no a la paraguaya, pero casi) y con un sentido colombo lefebvrista de la renovación diplomática, Guaidó nombró a Gustavo Tarre Briceño como su representante ante la OEA, otro más en la larga nómina de los embajadores, más extraordinarios que plenipotenciarios, nombrados a dedo.
Eso sí, designado a la medida de Alejandro Ordóñez Maldonado, el exprocurador colombiano que en la misma organización estadounidense representa al país vecino como el cura de las misas a las que asiste: de espaldas a la feligresía.
Viejos figurines de Acción Democrática (AD) resurgen en familiares interpuestas, hijas y sobrinas, y seniles caudillos de Copei que aún actúan de cuerpo presente. Para que no lo despellejen vivo, Guaidó echa mano de vetustos acorazados, vuelve la vieja data de nuevo cuño y remozada la IV República. Ansían que de la V el país vaya (regrese) a la IV, que sí fue de quinta.
La prepotente UE, que le dio ocho días a Maduro para convocar a elecciones bajo la amenaza de reconocer a Guaidó como presidente, mira para otro lado cuando asoman sus nombrados y apenas les da carácter de representantes personales de quien a la hora de hablar en serio no descifran qué representa, sabiendo eso sí de sobra que no es al país (Neue OZ, 2019).
El inaudito presidente de transición ahora es de nuevo el agitador y lenguaraz en trance que espera derrocar a Maduro esparciendo caos y planillas traducidas del inglés, y teniendo por escuderos a caudillos venidos de la nada a menos: Manuel Rosales, Henrique Capriles, Henry Ramos Allup, Edgar Zambrano, Luis Florido, para citar por citar unos cuantos dummies presentes en el lanzamiento exhibicionista de la Operación Libertad  (NTN24, 2019).
Para despejar dudas, los Estados Unidos conminaron a los medios a que en sus coberturas no se les ocurriera llamar líder opositor ni presidente autoproclamado al autodenominado Juan Guaidó, porque, según ellos, ninguno de los dos calificativossería (¿Es? ¿Era?) correcto, en esa acendrada manía de justipreciar al lacayo y menospreciar al contradictor.
¿Por qué? No existe una razón democrática. No hay ningún fundamento en la jurisprudencia. Los artículos constitucionales citados para avalar la intentona de golpe en Venezuela (233, 333 y 350, y la amenaza eterna del 187, numeral 11) no tienen nada que ver con las motivaciones por las que eran y son traídos por los pelos. No son factibles las excusas de liberación o las salvaciones. No cupo altruismo ni el carácter excepcional de nada ni de nadie.
Los Estados Unidos se han autoproclamado adalides del planeta. Se adjudican las riquezas existentesen las regiones que someten. Su autoridad amenaza a los países que eligen el destino de no ser sus peones o secuaces. Se asignaron a ellos mismos el papel de héroes de tira cómica y buenos de película mala. Eso es lo que sucede.
“Referirse a Juan Guaidó de cualquier otra forma que no sea presidente interino es falso, cae en la narrativa de una dictadura”, afirmó Robert Palladino, portavoz del Departamento de Estado (2019). Lo único tan grotesco como lo que anunció es la manera ridícula en que lo hizo: sin convicción, sin la menor cortesía hacia el tonto que tomaba nota de lo que decía.
En la vida cotidiana, las centenas de horas perdidas aprendiendo cálculos y aritméticas, álgebras y matemáticas, apenas son una hilera de agraciadas esdrújulas y saber descifrar “>” y “<“ (mayor que y menor que), dos signos solitarios e inútiles.
De tal suerte, podemos afirmar sin miedo a error que 54 > 193, o, lo que es lo mismo, 193 < 54.  Es de lo que trataron de convencernos en asuntos de números, sumas y restas, los mismos que nos han persuadido de que tienen y tenemos democracia, tienen y tenemos justicia, tienen y tenemos al alcance esa ave arisca que se llama felicidad. La verdad es que cualquier otra lectura de la realidad es amañada y le sigue el juego a “una dictadura”. Las matemática maniatadas no mienten.
Las sumas armadas
En las intenciones de los golpistas venezolanos, los militares siempre fueron la joya de la corona, el objetivo principal a cautivar y sobornar. En América Latina, particularmente, un golpe de estado sin militares sería igual a una revolución de colores sin la CIA, la NED, Soros o la USAID.
Hasta el 24 de febrero, a la mañana siguiente de la fecha establecida para el definitivo derrocamiento de Maduro, luego de la gran parafernalia montada, Guaidó, los altos funcionarios gringos, el tunante secretario general de la OEA, el aún más tunante presidente de Colombia, alguno que otro solícito advenedizo y los medios hegemónicos daban partes alegres cuando un militar incauto mordía el anzuelo de los veinte mil dólares ofrecidos por cabeza desertora (HSB Noticias, 2019).
Cada soldado era esperado con una expectación cómica y a los que arribaron primero les tenían lista la gestión de la nueva ciudadanía colombiana (gestión que semanas después sigue en papeleo, es decir, en veremos y empapelada) y un micrófono para decir alguna chorrada antipatriótica de Venezuela y patriotera del vecino.
Como si saltar unas cuantas vallas fuera tan heroico como incendiar un camión sin cruzarlas siquiera. El caballo de Troya ardiendo antes de cruzar el país fortificado con contenedores vacíos.
De uno en uno fueron agregándolos y exhibiéndolos ante las cámaras, hora tras hora, días tras días, hasta que se escabulleron las lentes y se terminaron los tiempos pregonados. La suma total de los evadidos, con la ayuda de la arismética y de otros malabares en desuso, más abstractos que el álgebra, a duras penas sobrepasó el medio millar.
Aunque, después de abandonado el asunto, el arrinconado Guaidó sostuviera en un pretérito resignado que los tránsfugas llegaron a ser más de mil. Algo es algo, por no decir que fue nada de nada. Pues la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) está integrada por 235 000 militares.
Guaidó, en la última oportunidad en que se refirió al tema con menos distracción, ratificó que más de seiscientos militares le habían “dado la espalda a Maduro” (RCN, 2019). Lo soltó como si la cifra fuera un éxito. Y se permitió agregar que “un 80% de las Fuerzas Armadas está (yo le quité la “n”) a favor del cambio”, y que se mantenía en “el proceso para buscar más apoyo”.
Por estos días de consternación, el autoproclamado manifiesta que las simpatías giran en torno al 90%, pero que aún le falta un tanto, lo cual permite suponer que esas avenencias castrenses son inversamente proporcionales a la perturbación de sus opciones. ¿Qué ocurrirá cuando franquee el 100% del apoyo militar y el 100% del de la población? ¿Cuánto por ciento falta, en su criterio variable, para que suceda algo, y cuánto sobra para que no pase nada?
¿De qué niveles de apoyo requiere Guaidó? ¿Y eso por qué será? Hasta en los sistemas de las mal llamadas democracias y en la mayoría de las entidades y empresas si alguien cuenta con la mitad (el 50%) más uno de los votos ya ganó. Apenas y si acaso reformas constitucionales o decisiones súper trascendentales se toman con mayorías cualificadas, digamos, el 55%, el 65%, las dos terceras partes de un parlamento o de una junta.
Este es entonces un caso particular donde el que cuenta con el 80 o 90% a favor dispone de las dificultades del que tiene el 10 o el 20%, o menos, y está en la obligación de remontar. Algo que no cuadraría si se tratara de las matemáticas normales, de pénsum y currículos, pero sabemos que no es así.
Si no, tampoco sería posible que seiscientos fueran el 80% de 235 000 y, por consiguiente, querría decir que el golpista apenas llegó al 0,25% de las fuerzas militares para dar el golpe. Con razón le fue como le fue.
Además, hay que considerarlo, Maduro obtuvo 6.248.864 votos en las elecciones presidenciales de mayo de 2018. Un guarismo nada despreciable, que representó el 67.84% del total de los votos escrutados (9.387.449). (CNE, 2018).
El único cargo de Guaidó cosechado por elección popular ha sido el de diputado de la Asamblea Nacional por el estado Vargas, en 2015, donde se ubicó de segundo para los dos puestos con que contó el pequeño estado. Allí contabilizó 97.492 del total de los 410.342 votos escrutados (el 26,01%). (CNE, 2015).
Según las matemáticas de la escuela, la simplona cuestión de saber qué porcentaje de votos tiene Guaidó con respecto a Maduro se resuelve con una regla de tres simple. Si tenemos que los votos de Maduro son el 100%, ¿cuál es el porcentaje de los votos de Guaidó? Pues bien, basta con multiplicar la cifra de Guaidó por cien y el resultado dividirlo por la de Maduro, y tendremos que el autoproclamado cuenta con poco menos del 1,56% de los votos de Maduro.
En términos electorales eso de por sí podría tolerarse, al fin y al cabo, alguien puede alegar que es como comparar peras con manzanas, pues una cosa son las elecciones presidenciales y otra las legislativas, en mecanismos, en identificación, en participación. Cierto, aunque en términos estrictamente cuantitativos votos son votos y números son números. Deberían serlo, digo.
El colmo del descaro es basar la legitimidad de Guaidó en el respeto a las reglas de juego de la democracia, a ganar elecciones, y además ir pregonando a los cuatro vientos que él merece la presidencia precisamente por la razón que le da la democracia, que le dan los votos, que le debería dar la gente que no lo conoce como individuo ni lo reconoce como presidente.
Claro, cuenta con grupos de extremistaspagos, e inadaptados y matones de allende la llanura. Y para esos pagos y viáticos el autoproclamado presidente puede hacer autogiros de los recursos que los Estados Unidos le roban a Venezuela, que van a dar a sus arcas y que a la larga fueran un autorrobo si creyéramos que él hace parte del pueblo por el que invoca la lucha.
Habrá que ver cuánta hambre van a aguantar en Cúcuta los soldados y cabos y sargentos renegados esperando los ofrecimientos incumplidos, que iban desde unos cuantos dólares hasta el redimido país de Nuncajamás al que les prometieron que regresarían de la mano de Guaidó varios días después, hace ya semanas que pronto serán hartos meses.
Al fin y al cabo, debieron darse por bien servidos que luego del show no los acusaran de espías en Colombia (Fernández, 2019) y los deportan como amenazas a la seguridad nacional de uno de los países a los que menos les importa la inseguridad rampante.
Ojalá que a aquel coronel de Maracaibo, sin nombre como el de García Márquez, a pesar de que fue lo primero y lo único que leyó más o menos bien ante la cámara del texto que le redactó de afán algún enemigo (Shoer Roth, 2019), cuando menos haya tenido quien le escriba y le haya informado que se jodió.
Totalitarismo democrático
De los 49 gobiernos catalogados como dictaduras en el mundo, los Estados Unidos abrazan y suministran ayuda militar a 36 de ellos. Lo que sería igual a decir que el gobierno federal apoya más del 73% de las dictaduras del mundo (Truthout, 2017).
Los datos corresponden a Freedom House, la tendenciosa “organización de vigilancia independiente dedicada a la expansión de la libertad y la democracia alrededor del mundo” (Freedom House, 2019), que elabora anualmente el reporte Freedom in the World. 
La cosa es tan grave que, a pesar del carácter ultraderechista y pro estadounidense de la institución, hay que tener en cuenta sus estadísticas porque no hay más. Según Rich Whitney, los informes de Freedom House “parecen ser el mejor indicador (si no el único) de derechos políticos y libertades que abarca a todas las naciones del mundo”.
Whitney desarrolla la investigación para responder una inquietud elemental: “¿El gobierno de los Estados Unidos realmente se opone a las dictaduras y es el campeón de la democracia alrededordel mundo, como se nos dice repetidamente?”. La conclusión a la que llega es elemental: No.
El hecho es que, más allá de las feroces dictaduras conocidas, que el gobierno estadounidense exculpa y protege, como la monarquía de Arabia Saudita o la represiva junta militar de Egipto, las relaciones son muy cordiales con un buen cúmulo de gobiernos del mismo corte brutal.
Las matemáticas, otra vez, como las conocemos, no operan en la realidad, porque no son un asunto numérico ni se trata de las operaciones básicas de sumar y restar, sino de cuestiones morales, que son aun más relativas e imprecisas que una ciencia exacta.
Por lo tanto, en la enrevesada escala de valores estadounidense, en la que el contrario es denigrado, el competidor es execrable y el adversario merece la erradicación, deberíamos también aceptar que unos pocos importan más que muchos y que, desde luego, 1 > 39.
Eso aclara por qué la terquedad de los Estados Unidos contra el gobierno de un país como Venezuela y contra unos presidentes que, de Chávez a Maduro, no hicieron otra cosa que tratar de llevársela bien con ellos.
Porque la verdad es que nunca expropiaron una sola empresa gringa, si acaso nacionalizaron algunas y procedieron a indemnizarlas con creces. Nunca dejaron de suministrarle su petróleo a las poderosas refinerías estadounidenses del Golfo de México ni de la costa Oeste. Jamás les cerraron sus locales de tapadera ni les tocaron un pelo a sus funcionarios atrevidos ni a sus espías de medio pelo.
A lo mejor por eso ahora están haciendo lo que desde un principio se sabía que iban a terminar haciendo, pues es lo que siempre han hecho: dándole una patada a las buenas intenciones de la contraparte y tratando de quedarse con todas las apuestas sobre la mesa.
No contaron con que las patas de palo de la silla del oponente estaban puestas sobre un pueblo y unas fuerzas militares sólidas, ambos coherentes con el designio de una patria respetable y con la disposición para soportar el juego sucio de los adversarios.
Así que lo que en un comienzo calificamos como una obsesión de los Estados Unidos es apenas la consecuencia dialéctica de una escala de valores puesta de revés, antes que por los insanos señores de la guerra, por los desnivelados amantes de la intimidatoria paz que pregonan.
34 billones = 20 millones
Los economistas contra Venezuela airean las dificultades del país con regodeo. A la contracción de la economía, la hiperinflación y el desabastecimiento de productos básicos le adicionan el colapso del sistema eléctrico, cuyas pérdidas, estimadas desde antes de ocasionarlas, rondarían los cuatrocientos millones de dólares por día de apagón, es decir, entre dos mil quinientos y tres mil millones de dólares en total. ¿De dónde salen los datos? De ellos mismos buscándose y hallándose en cualesquiera de los buscadores más charlatanes, pero populares.
Y adentro continúan causando apagones y afuera la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro estadounidense no deja de agrandar la lista negra de los sancionados por comerciar con Venezuela. Cifras y más cifras, que son dolor y penurias de una población, para compartir y disfrutar.
¿Son ciertas esas cifras o quizás aproximadas? Nadie lo sabe, y menos aún lo saben quienes las sueltan con absoluta irresponsabilidad, en el mismo estilo desabrochado con el que dan datos inventados y fechas perversamente precisas para la caída del gobierno, o juegan con las fechas precisas y estipuladas en los propios artículos de la Constitución que aluden.  
Las causas de la debacle eléctrica, sostienen estos entendidos, corresponden a la falta de inversión y mantenimiento de la red eléctrica durante dos décadas. La teoría de la conspiración es reemplazada por la casualidad, y se niega cualquier acceso a las manos sigilosas de la causalidad.
Azar de los azares, el sistema sufre un síncope del ciento por ciento a unos días del fiasco humanitario, a dos días del regreso sin pena ni gloria de Guaidó y a unas horas del enojo sin contención en las declaraciones de los altos funcionarios estadounidenses.
Como para recordar, en todo caso, la aseveración de Robert Coveyou, el célebre matemático británico: “La generación de números aleatorios es demasiado importante para ser dejada al azar” (Quotes, 2019).
Como el periodista “mayamero” sin escrúpulos Jaime Baily sabía, y así lo confiesa, del magnicidio dispuesto hace unos meses contra el jefe de estado venezolano (Noticias en Red, 2019), igual estaban avisados del ataque contra la infraestructura eléctrica (ocurrido 16:55 hora local de Caracas [GMT-4]), el senador estadounidense Marco Rubio (trino a las 17:18, hora local de Washington D. C. [GMT-4]) y el autoproclamado en tarima Juan Guaidó (trino a las 18:24, hora local [GMT-4]), y así lo constatan los trinos.
A 89 minutos del atentado eléctrico, Guaidó dejaba claro que el atentado era de grandes proporciones y en su trino, mitad triunfalismo, mitad amenaza, advirtió que la luz demoraría. Y Rubio, el mandamás latino de las maquinaciones, está aún más al tanto de los pormenores y a sólo 23 minutos del ataque confirma que los generadores de respaldo también habían fallado. Y sí, por supuesto, “fallaron”.
O el congresista Rubio tiene un talento en tiempo real para la deducción lógica y las inferencias fatídicas. O es un irresponsable que trina por trinar y alarma a una población angustiada, lo que comportaría un sadismo vistoso. O es alguien presto a servirle a los saboteadores furibundos de caja de resonancia en directo. O Rubio sabía de antemano el delito en el que iban a incurrir sus incondicionales.
De pronto, del mismo modo que invitaron a Bayly los amigos que lo creen periodista y que él trata de hacernos creer que son fuentes para comunicarle entre sorbo y sorbo de café que “el sábado vamos a matar a Maduro con drones”, así le notificaron a Rubio que “el jueves vamos a acabar con el sistema eléctrico venezolano”, y él, qué más iba a decir, al igual que Bayly, respondió: “¡Hágale!”. ¡Háganle pa’ esa! Y lo hicieron.
Como lo hicieron los Estados Unidos en Irak y en Libia: destruyeron las plantas y las torres de energía, cortaron el suministro de agua y envenenaron las fuentes naturales que no pudieron romper ni frenar con bombas.
Los Estados Unidos, a través de la USAID, hablaron de una donación de veinte millones de dólares en una ayuda humanitaria que el gobierno venezolano se negó a recibir, no por capricho, sino con fundamentos.
Porque las ayudas de esta entidad socia de la CIA no sirven, lo cual experimentó Bolivia en carne propia con la ayuda alimentaria suministrada a comienzos de los años dos mil, un maíz transgénico no apto para el consumo humano (Sputnik, 2019).
Porque son forzadas. Ningún país con un asomo de dignidad pensaría siquiera en aceptarlas. Tampoco es soberbia, sino la rabia que producen montajes mediocres y dañinos contra una población a la que tratan con desprecio, junto al pueril desafío de que las ayudad entran porque entran. Como dice el refrán mexicano, "ni amor obligado, ni zapato ajustado”.
Lo más grave, porque se utilizan como punta de lanza para la invasión de países; son el complemento de la infiltración y el generador de desestabilización que justifica las intervenciones humanitarias, operaciones tan generosas como criminales, acompañadas de miles de marines que multiplican de modo exponencial la crisis sanitaria y el hambre: Somalia, Libia, Iraq, Haití, en fin. Contraindicadas las medicinas y contraproducentes los alimentos; la exposición peligrosa e innecesaria por una limosna (Misión Verdad, 2019).
A los veinte millones se le sumarían los cien mil dólares del Venezuela Aid Live. Pero nadie da razón del producido en el grotesco concierto: ¿Fue a dar a los bolsillos de unos avispados en Cúcuta? No creo. ¿A las faltriqueras de Bosé y su recua de faranduleros? No sé. ¿O se disipó en bombones para la aeronave VSS Unity de Virgin Galatic? ¡Vaya uno a saberlo! (Europa Press, 2019).
El Banco de Inglaterra, de otra parte, se niega a devolverle a Venezuela las reservas de oro valoradas en más de 1500 millones de dólares. Los estadounidenses presionan para que los activos se desvíen hacia el control de Guaidó y le sirvan de sustento para su actividad golpista, y para que la esposa merodee por Washington y se haga la consabida foto junto a Pence y a Trump (NBC News, 2019). Una Tintori añadida (la esposa del jefe preso de Guaidó) (Washington Post, 2019), o una María Corina en épocas de George W. Bush (Getty Images, 2005), antes del desuso al que la relegarían sus colegas de mala causa.
Los Estados Unidos aducen que asfixian el comercio del oro venezolano y bloquean el acceso del país a sus reservas con el pretexto de evitar su malversación por parte de las autoridades legales en acciones de corrupción y mala gestión, y antes de que estas dañen la infraestructura y afecten la ecología del país.
También, porque con tal oro el gobierno legítimo podría agravar la situación de los Derechos Humanos, agrandar la crisis de los refugiados, y, lo que es peor, mejorar la situación humanitaria a la que el país ha sido conducido por los Estados Unidos y sus cómplices, lo que no se menciona, y hacer aún más inútil de lo que ya fue el ingreso de la ayuda envenenada.
Pero eso no es todo. El gobierno estadounidense intensifica las medidas económicas contra Venezuela en todos los ámbitos. Se toma la refinería CITGO y secuestra sus cuentas, para usar sus fondos en el pago de bonos de deuda privilegiados al antojo (RT).
No cesan las sanciones contra PDVSA, que se volverán un búmeran contra el propio mercado estadounidense, contra las refinerías de Texas y Luisiana, y que pondrán a toda la costa del Golfo a escupir el azufre de los petróleos canadienses de malas calidades. Pero providencias que, con el orgullo herido, la soberbia maltrecha y la invasión sin pudores en los espíritus de John, Mike, Elliott y Marco, se adoptan porque se adoptan.
Se congelan las cuentas del Gobierno de Venezuela y del Banco Central de Venezuela abiertas en bancos en los Estados Unidos, y se procede a amenazar a las instituciones financieras de todos el mundo que efectúen operaciones con el gobierno (The Washington Post, 2019).
Según las estimaciones reveladas a mediados de febrero por Ricardo Menéndez, ministro del Poder Popular de Planificación de Venezuela, las pérdidas directas en producción de bienes y servicios y en actividad petrolera, producto de los embargos financieros impuestos por Estados Unidos, ascienden a 38 000 millones de dólares (Hispantv, 2019).
El presidente Maduro, al inicio del año, en entrevista con el periodista Ignacio Ramonet, señaló que las pérdidas del país, sólo en 2018, fueron cercanas a los veinte mil millones de dólares (VTV, 2019) debido a la persecución criminal de los Estados Unidos.
Así que las cantidades que los Estados Unidos anunciaron una vez como aporte son migajas minúsculas. Veinte millones que, en definitiva, serían para el bolsillo de Guaidó, o de Vecchio (VOA, 2019), o de los dummies, y no para el país. Una cuantía que no cubre lo perdido por Venezuela en las comisiones de una sola operación cambiara, por ejemplo, la de compra de medicamentos, de paso congelada por los estadounidenses. Monedas ofrecidas con bombos y platillos y en momentos cruciales que, por adición,  jamás llegan, tal cual es la costumbre con las dádivas oportunistas.
Los valores nulos que no son cero
Están lejos los tiempos en los que Guaidó pregonaba su disposición para “ofrecer amnistía a Maduro” (Semana, 2019). Terminó este ofreciéndole impunidad a Guaidó, por la elemental razón de que en la cárcel la baraúnda mediática haría de él un preso político, un inmolado en aras de supuesta libertad.
En tanto que afuera de las rejas el autoproclamado no es sino otro cero a la izquierda en la vasta fila de ceros a la izquierda de la derecha venezolana. La tozudez ideológica que no ceja en el empeño de ser una cifra dividida y un valor vacío en la vida política del país.
Guaidó no sumó una presidencia, pero restó un parlamento. Le hicieron creer que tenía un poder ejecutivo entre las manos y él terminó dejando al descubierto el carácter inservible de la Asamblea Nacional tolerada en el desacato, quizás el único espejismo que habría podido ayudarle a pasar el trago amargo de los seis años por venir de Maduro.
No tenía nada y quedó con menos, porque la desvergüenza quita. Eso sí, se las agenció para que ciertos personajes ignominiosos de la región lo fueran aún más y en un apretón de manos.
Sobre sus costillas queda que el gobierno colombiano sobrepasara los límites más extremos del ridículo en los asuntos de política internacional: el presidente Duque y su canciller Holmes Trujillo no superarán con facilidad los niveles de sandez a los que se condujeron “por enguandiosos y atarantados”, diría en antioqueño simple el verdadero presidente colombiano, Álvaro Uribe.
Pero no lo dijo porque en realidad él fue el artífice del yerro garrafal. Fue Uribe quien le originó a Duque y a Trujillo la picazón de hablar por hablar con la misma caradura que él lo hacía en sus tiempos (de pocas semanas atrás) las cosas gratuitas que el paso del tiempo reveló que eran meras tonterías.
Al haber de Guaidó fue a dar el hecho de que al locuaz excapitán Bolsonaro se le entumeciera el discurso militar. Y que a los europeos, ay, a los europeos, tan cerca del Brexit duro y tan lejos del Reino Unido, no les quedara otra que regurgitar con disparates la bobada que habían engullido. 
El imprudente Macron se arriesgó un día a leer los acontecimientos venezolanos con las cenizas de tabaco en que había convertido las calles de París. El injerencista embajador de Alemania, declarado persona non grata, hizo maletas y se esfumó con el apagón. Claro, aun en medio de los gestos de guerra sucia en marcha dio el adiós al entrañable autoproclamado.
A Guaidó le quedará de por vida el excepcional lucimiento de haber engañado a los mismos personajes que lo engañaron. Fue un corpóreo presidente ante los presidentes que sabían que no era nadie. Y volverá pronto a lo que sus dotes a máxima potencia le permiten ser: el faro vaporoso de los saboteadores que lo saben de sus filas y se lo tragan como de en carne y hueso.
No será fácil la corrección de tanta estupidez gubernamental y diplomática para los cincuenta y tantos países que en una vez remota lo reconocieron como presidente interino. Lo mejor que les puede suceder es que borren pronto con los codos el pintarrajo que hicieron con las manos.
Empezando por Estados Unidos, que deshaga ese imposible pronto, junto a la turbulenta boludez de Bolton, la pomposidad esperpéntica de Pompeo (RT, 2019). Y ¡ábrase el lesivo Abrams!
Es difícil, claro está, moverse de la fantasía exultante a la desesperanza, sin hacer escalas en los acontecimientos ciertos. Medio verídicos, siquiera. Todos se mintieron entre todos, unos a otros se trampearon y manipulan a las huestes desinformadas por los medios embusteros. Es lo que hicieron y siguen haciendo.
El gobierno estadounidense burla al Congreso. Los partidos se pelean por las cosas que tienen en común para aparentar disimilitudes y se avienen en las diferencias porque los afiliados son políticos por negocio y no por política.
Los demócratas tienen predilección por las invasiones y los republicanos prefierenlas intervenciones, y porque quizás de veras lo creen y lo justifican con idearios disparatados que vienen del “Destino Manifiesto” al “Gran Garrote”, de la “Doctrina Monroe” a su “Corolario Roosevelt”, de la “Seguridad Nacional” a los bloqueos, tratan de convencernos de que no son las mismas guerras cruentas que propalan y a las que les dan continuidad desde la conquista del Oeste hasta las dos guerras del Golfo Pérsico (que fueron tres); de las guerras bananeras a Libia, de la ocupación y robo de la mitad del territorio de México a la guerra nunca declarada de Vietnam; de Cuba y Siria a Venezuela e Irán. Contra el comunismo, el terrorismo, las drogas, ¡qué importa el subterfugio!
Lo único que unos y otros, republicanos y demócratas, recuerdan de América Latina es su reputación de despensa atiborrada de riquezas para el usufructo. Un pormenor que no la hace distinta a un montón de esquinas en el resto del mundo, pero a la mano. Para completar el tinglado, desde los tiempos de Bolívar hasta los actuales, unos latinos taimados que se pasan de listillos por las ganas de poder, y que juegan con fuego.
Y todos, de Duque a James Story, el gringo disfrazado de encargado de negocios de la Embajada de los Estado Unidos en Venezuela hasta que lo echaron consu parranda de entrometidos, insisten en el cuento de estar del lado correcto de la historia (Caracol, 2019; US Embassy, 2019).
Como si en la historia hubiera orillas y no flujos, y como si en ella tuvieran cabida las valoraciones de correcto o incorrecto, cuando no es más que una sucesión de tergiversaciones según el ritmo y el rumbo al que navegue el que la cuenta. Como si la misma historia para unos no fuera las grandes cifras cuya multiplicación da cero y para otros la serie de naderías que al dividirlas son el todo. Pura minería de relatos y simples matemáticas elementales.

¿Es América Latina un patio trasero estadounidense?


"No somos investigadores. Somos periodistas, y nuestra función es informar sobre los hechos tal y como nos enteramos de ellos, que es exactamente lo que hicimos… reportar los hechos sin antes corroborarlos.”
Las reiteradas amenazas del Gobierno estadounidense a China, Rusia, Irán y otras naciones soberanas de no establecer relaciones con Latinoamérica, indican una visión siquiátricamente enfermiza porque se basa en la creencia que este continente es su propiedad privada e indiscutible y nadie puede pisarlo sin su permiso.
Es enfermiza ya que considera que el dominio a sangre y fuego que han tenido sobre el cono sur, Centroamérica y México, se convierte en una medida legal y legítima, es decir, intervenir en otras naciones es un derecho entregado por un Dios que, hasta este momento, nadie sabe dónde está ni cuando ha manifestado semejante barbaridad.
Además de ser una forma de ver el mundo desconcertante desde la inteligencia humana es un síntoma de una desequilibrada óptica, puesto que significa la atribución de un poder que no lo posee ya, aunque fue utilizado para la muerte de la democracia y la real libertad, fuera de la realidad ya que aún no se dan cuenta que ningún país con dignidad le permitirá seguir avasallando su territorio y su pueblo.
Uno de los ejemplos más consistentes de la estrategia de Washington actualmente es la oscura guerra y el genocidio en Yemen donde se experimenta armas biológicas, se negocia armamento, se elimina la niñez y se somete a un pueblo al hambre, todo con el objeto de establecer un terreno fértil para el terrorismo.
La posición inalterable de China ha resonado en el mundo al manifestar que América Latina no es propiedad de EE.UU., desmintiendo lo sentenciado por John Bolton (asesor de Seguridad Nacional de EE.UU.), quien dijo que no toleraran la presencia de Rusia ni de China en Venezuela. En respuesta, dos aviones militares rusos aterrizaron en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar llevando a un centenar de militares bajo la dirección del prestigioso general Vasily Tonkoshkurov, jefe del Comando Principal de las Fuerzas Terrestres de Rusia, demostrando claramente que, si es de enfrentarse a una intervención estadounidense, éstos tendrán que sufrir las consecuencias igual que en Vietnam, Siria y en todos los lugares donde han sido derrotados.
Por su parte, la portavoz de la Cancillería rusa, María Zajarova, en su cuenta de Facebook ha escrito: “Quisiera recordarle a John Bolton que, si un país grande del hemisferio occidental deja de acosar mediante sanciones al pueblo de Venezuela, y un segundo país del hemisferio oriental y toda una serie de estructuras bancarias desbloquean los miles de millones de dólares venezolanos de sus cuentas, los propios venezolanos podrán comprarse medicamentos y alimentos sin la ayuda del bondadoso Washington”.
Cuba, después de derrotar a Estados Unidos, ha demostrado que Latinoamérica no es el patio trasero de Donald Trump ni de ningún dictador norteamericano o europeo. Por el contrario, los pueblos dignos se oponen a los regímenes militares como el reconocido genocidio en Chile y Argentina con el apoyo del Norte sangriento y la Escuela de Las Américas, conocido centro de torturas, asesinato y desaparición de líderes consecuentes y soberanistas.
La conclusión final es que China ha defendido la cooperación amistosa con otros países y sustentado el principio de relación autónoma de los pueblos donde cualquier nación debe resolver sus problemas por obra de sus propios ciudadanos. Rusia y China subrayan que mantendrán su cooperación con el Gobierno de Venezuela independientemente de lo que suceda tras la intentona golpista.
Desafortunadamente para la oposición violenta y las agencias de las élites transnacionales, Guaidó ha resultado un fiasco pues no ha tenido ni la presencia internacional que se creía ni el efecto interno desestabilizando a la sociedad bolivariana. Sólo ha sido un muñeco y ventrílocuo de los sectores amantes de la guerra y la venta de armamento, los que siempre se benefician de los conflictos armados. Ni siquiera la bocaza de Trump asegurando que todas las opciones están sobre la mesa para sacar a Rusia de Venezuela ha servido: primero deben salir de todos los países donde han destruido a sus pueblos.
Se hace urgente que las bases militares de Estados Unidos en Latinoamérica (más de 75), sean despedidas. De no ocurrir, significa una ocupación militar clara que desconoce la Constitución de esas naciones. Si sus presidentes no actúan con vergüenza patria sólo demuestran su inclinación ante otros personajes que los conminan a obedecer, demostrando su sumisión ideológica y espiritual.
Como un corolario sarcástico y veraz, se dice que si Venezuela sólo produjera hortalizas no tendría ningún conflicto político. Lo contrario, al tener riquezas minerales destacadas (petróleo, oro, diamantes, coltan), utilizables en la carrera nuclear incluso, se ha convertido en un punto de interés y destrucción con el fin de apoderarse de dichas riquezas. Sin embargo, todo parece indicar que la soberanía se mantendrá incólume, pese a los inmensos odios que se engendra en los medios occidentales.
Aunque es cierto que existen en América Latina gobiernos obedientes e inclinados, afortunadamente para la Humanidad el mundo ha dejado de ser una colonia de EE.UU. y, por tanto, el aire que se respira es mucho más puro. Cuando la clase dirigente estadounidense y transnacional comprenda que las relaciones de cooperación y solidaridad son las mejores herramientas de desarrollo, hasta el universo descansará en paz.

HispanTV

viernes, 5 de abril de 2019

Intervenciones de EEUU en América Latina, al detalle

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, acusó a Washington de imponer a través de un golpe de Estado un "gobierno títere a sus intereses".
Sin embargo, esta no es la primera vez en la historia que EEUU intenta influir desde el exterior en los asuntos de los países latinoamericanos.

1846: Intervención estadounidense en México 


Ocupación de la Ciudad de México durante la guerra de EEUU-México, una pintura de Carl Nebel, 1851
México perdió más de la mitad de su territorio como resultado de la intervención bélica de EEUU, que tuvo lugar entre los años de 1846 y 1848, después de que México rompiera las relaciones diplomáticas con Washington tras la anexión de Texas. Ahora ese territorio está repartido entre los estados de Texas, California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México y una parte de Colorado, Oklahoma y Wyoming.

1903: EEUU dirige la separación de Panamá de Colombia


El presidente de EEUU, Theodore Roosevelt, cava el Canal de Panamá y arroja la tierra sobre Colombia (caricatura, 1904)
Theodore Roosevelt estaba convencido de la importancia estratégica del Canal de Panamá, que conectaría las rutas comerciales del Atlántico y el Pacífico.

1903: EEUU establece una base naval en la bahía de Guantánamo


El buque estadounidense Monongahela, en la bahía de Guantánamo, en 1903
El 16 de febrero de 1903, los presidentes de Cuba y EEUU, Tomás Estrada Palma y Theodor Roosevelt, firmaron un acuerdo por el que el país latinoamericano cedía a EEUU "por el tiempo necesario y para los propósitos de estación naval y estación carbonera" las bahías de Guantánamo y Honda.

1914: EEUU ocupa el puerto mexicano de Veracruz


Militares izan la bandera de EEUU en el puerto de Veracruz
En abril de 1914, las tropas estadounidenses ocuparon el puerto de Veracruz con el fin de evitar la llegada de un gran cargamento de armas a manos del Ejército Federal mexicano, y apoyar a las fuerzas constitucionalistas de Venustiano Carranza en su lucha revolucionaria, así como influir en la Revolución Mexicana (1910-1917).

1954: Golpe de Estado en Guatemala 


Una avioneta lanza folletos sobre la ciudad de Guatemala, en 1954
La denominada operación PBSUCCESS fue organizada por la CIA para derrocar al presidente guatemalteco Jacobo Arbenz Guzmán. Con el apoyo de EEUU, el teniente coronel Carlos Castillo Armas invadió su propio país, mientras que Arbenz no contó con el apoyo del Ejército.  

1961: Invasión de Bahía de Cochinos


Ofensiva lanzada cerca de la playa Girón
En abril de 1961, las tropas de cubanos exiliados, apoyados por EEUU, intentaron crear una cabeza de playa, formar un gobierno provisional y derrocar al comandante Fidel Castro. Sin embargo, no tuvieron éxito. 

1964: Golpe de Estado en Brasil


Un tanque M41 Walker Bulldog frente al Congreso Nacional de Brasil
En 1964, Washington derrocó al presidente de izquierda Joao Goulart, e instaló en Brasil un gobierno militar, que se mantuvo en el poder hasta la década de los 80.

1965: Ocupación estadounidense de la República Dominicana 


Militares estadounidenses en Santo Domingo, 5 de mayo de 1965
El 28 de abril de 1965, EEUU, con el respaldo de la OEA, invadió República Dominicana, acción que transformó el conflicto civil en una guerra de los dominicanos por su soberanía.

Década de 1970: Operación Cóndor


Dictador chileno Augusto Pinochet saluda al secretario de Estado de EEUU, Henry Kissinger, en 1976
En la década de los 70, Washington apoyó a los dictadores de América del Sur —Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia y esporádicamente, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela—.

Década de 1980: Contrarrevolución nicaragüense


El presidente Ronald Reagan se dirige a la Cámara de Representantes, en el despacho oval de la Casa Blanca, el 25 de junio de 1986
Durante la presidencia de Ronald Reagan, EEUU entrenaba, armaba y financiaba a los grupos insurgentes que intentaron derrocar el Frente Sandinista de Liberación Nacional, que gobernó Nicaragua luego del derrocamiento en 1979 de la dictadura de Anastasio Somoza.

1983: Invasión de Granada


Helicópteros estadounidenses UH-60A en la base aérea Point Salinas
En octubre de 1983, EEUU, junto con Barbados, Jamaica y miembros de la Organización de Estados del Caribe Oriental, desembarcó tropas en Granada y derrocó al gobierno de Hudson Austin, apoyado por Cuba y la URSS.

1989: EEUU invade Panamá


Un vehículo blindado estadounidense M113 frente a la sede de las Fuerzas de Defensa de Panamá
En diciembre de 1989, el Ejército de EEUU invadió Panamá con el propósito de capturar al general Manuel Noriega, requerido por la justicia estadounidense por el delito de narcotráfico. La denominada Operación Causa Justa dejó más de 3.000 víctimas mortales.

1994: Operación Defender la Democracia


Militares estadounidenses en el aeropuerto de Puerto Príncipe
En septiembre de 1994, EEUU lanzó una invasión en Haití para derrocar al régimen militar de facto y restaurar la democracia en el país devolviendo el poder al elegido régimen de Jean-Bertrand Aristide, derrocado en 1991 como resultado de un golpe de Estado.

2002: Intentona golpista en Venezuela


Hugo Chávez vuelve al palacio de Miraflores, 14 de abril de 2002
En abril de 2002, Washington intentó derrocar al entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez. No obstante, la intentona no tuvo éxito, y tan solo tres días después, el líder venezolano reasumió la presidencia.

2009: Golpe de Estado en Honduras


Manifestación de protesta en San Pedro Sula, 29 de noviembre de 2009
El golpe de Estado en Honduras ocurrió en junio del 2009, tras varios meses de crisis política entre los poderes de la República.
Según confesó la entonces secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, en su libro 'Decisiones difíciles', Washington influyó en sus aliados del hemisferio para que el presidente Manuel Zelaya fuera destituido y no volviera a la presidencia.
"En los días siguientes del golpe hablé con mis homólogos de todo el hemisferio, incluida la secretaria Patricia Espinosa en México con el objetivo de organizar 'rápidamente' unas elecciones que tuvieran como resultado hacer irrelevante la cuestión de Zelaya", reveló Clinton.