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lunes, 15 de abril de 2019

¿Debería Etiopía quedarse con el federalismo étnico?



Etiopía se embarcó en un conjunto de reformas políticas a principios de 2018 que fueron recibidas con entusiasmo eufórico. El nuevo gobierno del primer ministro Abiy Ahmed inició la liberalización política, liberando a los presos políticos e invitando a los grupos de la oposición exiliados que habían sido designados como organizaciones terroristas para que regresen a Etiopía.

Sin embargo, el segundo intento de democratización del país también se ha visto acompañado por un aumento de la violencia política (a menudo étnica), que ha provocado, entre otras cosas, el desplazamiento de casi tres millones de personas. Entre estos, destacan las casi 900,000 personas de Gedeo que tuvieron que huir de sus hogares en la zona de Guji en el estado de Oromia. 

Muchos observadores han llegado a la conclusión de que el principal culpable del aumento de la violencia es el acuerdo federal etno-nacional de Etiopía, que otorga a los grupos étnicos más grandes derechos de autogobierno dentro de sus respectivos estados.

El académico ugandés Mahmoud Mamdani , por ejemplo, argumentó recientemente que el federalismo étnico corría el riesgo de "empujar al país hacia un conflicto interétnico", mientras que otros han establecido paralelos con la posibilidad de una desintegración similar a la de Yugoslavia .

Muchos de estos argumentos dan por sentado que Etiopía nunca ha sido más que una federación de jure y pasan por alto otras fuentes más importantes de tensiones y conflictos étnicos.

Elites étnicas no elegidas

Hasta la fecha, el federalismo solo se ha practicado nominalmente en Etiopía. Desde que se estableció la Constitución en 1995, el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (EPRDF), que se encuentra en el poder, ha mantenido el poder por medios autocráticos. Los etíopes en los nueve estados regionales nunca han tenido el privilegio de elegir a sus propios gobernadores.

En su mayoría, estos funcionarios han sido designados a través de canales informales por el liderazgo de EPRDF en Addis Abeba. En efecto, la noción de autogobierno, que es el principio fundamental del federalismo étnico-nacional, nunca se ha practicado.

Lo que habían logrado los diferentes grupos etnonacionales de Etiopía era la autonomía cultural y la oportunidad de ser gobernados por élites políticas no electas de su propio grupo étnico.

Hasta su muerte en 2012, el hombre fuerte de Etiopía, Meles Zenawi, nombró y destituyó al liderazgo en cada estado regional (incluido su nativo Tigray) a voluntad. Después de su fallecimiento, esta elite política, que inicialmente había sido designada por el centro, comenzó a ser cada vez más autónoma del control del gobierno federal y de su gente.

Etiopía luego entró en una condición de autocracia descentralizada, y la competencia de élite por el poder sobre el gobierno central se movilizó a lo largo de líneas étnicas.

El fracaso del nacionalismo asimilacionista.

Aquellos que atribuyen los conflictos recientes al federalismo han propuesto que Etiopía adopte una forma territorial de federalismo, mientras que algunos etíopes esperan que regrese a un sistema unitario. El historial del nacionalismo asimilacionista del Cuerno de África, sin embargo, ha estado lejos de ser bueno.

El experimento de Etiopía con la asimilación de la construcción de la nación en el siglo XX llevó a la formación de varios grupos de insurgencia étnico-nacional. Esto dio lugar a una guerra civil de 17 años y terminó con un cambio de régimen en 1991 y la secesión de Eritrea en 1993. 

En Somalia, el presidente Siad Barre llevó a cabo un proyecto similar de construcción de la nación, que también resultó en el colapso del estado y la declaración unilateral de independencia de Somalilandia en 1991. El intento de Sudán de Arabizar Sudán del Sur también llevó a la guerra civil más larga de África y la partición estatal en 2011. . 

Lo que ilustran los tres casos es que la noción de "nacionalismo unitario" no es culturalmente neutral y que todavía puede privilegiar a algunos grupos sobre otros.También demuestran que la política étnica no fue un producto del acomodo institucional de la identidad étnica, sino la desigualdad oculta y la injusticia que acompañaron los esfuerzos de asimilación de la construcción de la nación.

El problema en Etiopía no se ha limitado históricamente a la excesiva centralización del poder en la capital, sino que también se ha centrado en la cuestión de la marginación cultural, la asimilación y la espinosa cuestión de qué cultura y de manera más crucial, cuya lengua debe constituir la del estado. Un acuerdo federal organizado únicamente según las líneas territoriales no aborda este problema crucial y, por lo tanto, no puede constituir una solución al desafío de la gestión de la diversidad en Etiopía.

Hay explicaciones alternativas cruciales para la situación actual de Etiopía que se pasan por alto. El primer factor importante es, por supuesto, que el país está experimentando una transición que implica una liberalización política y el aumento de la violencia es una de sus consecuencias no deseadas. Esto no es exclusivo de Etiopía, ya que los procesos de liberalización política después de la autocracia suelen ir acompañados de conflictos civiles e internacionales.

La naturaleza del EPRDF gobernante es otro factor crucial que se pasa por alto. A través de sus estructuras de patrocinio étnico, la coalición de cuatro partidos etnonacionales ha contribuido más a las tensiones étnicas que el acuerdo federal. Si bien el federalismo ha hecho de la etnicidad el principio organizador del estado, fue el predominio del Frente de Liberación Popular de Tigrayan (TPLF, por sus siglas en inglés) el que generó el resentimiento y las tensiones étnicas.

Esto se vio agravado por una práctica general de EPRDF de recurrir a la retórica xenófoba y ultranacionalista para movilizar a los electores en su competencia por el poder y los recursos. Esto es, en parte, un resultado de la quiebra intelectual de los partidos EPRDF y su incapacidad para formular programas políticos y económicos, lo que les ha dejado pocas opciones aparte de sacar el documento de identidad. 

La legitimidad del federalismo.

El federalismo étnico en Etiopía goza de amplio apoyo. Si bien es difícil identificar numéricamente, los patrones de movilización política y las protestas masivas indican que la mayoría de la gente cae en esta categoría.

Los estados regionales de Oromia, Tigray, Somalia e incluso Amhara, históricamente la base del nacionalismo unitario, están dominados por los partidos gobernantes étnicos nacionalistas y los partidos de oposición ultranacionalistas.

Por lo tanto, deberíamos dejar de tener en cuenta escenarios extremos, poco realistas y poco prácticos sobre la anulación de la federación (ya sea por un retorno a una federación territorial o por una transición a una confederación). 

Los críticos del federalismo étnico-nacional deben apreciar la legitimidad de la demanda de ser gobernados por el propio idioma y desarrollar la cultura de uno en la esfera pública.

Las deficiencias del acuerdo federal deben rectificarse sin expulsar al bebé con el agua del baño. Los etíopes deben diferenciar la parte del acuerdo que contribuye a las demandas centrales y legítimas de descentralización política y un espacio público que acomoda la diversidad cultural de políticas y prácticas que solo sirven para generar efectos secundarios tóxicos xenófobos.

Estas incluyen, pero no se limitan a, prácticas tales como la emisión de tarjetas de identificación, placas de automóviles y otras medidas simbólicas que designan el origen étnico. Tales prácticas no contribuyen en nada al propósito legítimo del autogobierno y la igualdad cultural, sino que solo sirven para consolidar las diferencias y sirven para aquellos que buscan instrumentalizar la etnicidad con fines violentos. 

Afortunadamente, la secesión tiene hoy solo unos pocos defensores. Sin embargo, la utilidad del artículo 39 de la Constitución, que permite la autodeterminación hasta la secesión, debe reconsiderarse. La mayoría de los estados regionales son el hogar de importantes minorías y la mayoría de las fronteras regionales están en disputa. La idea de una secesión pacífica y legal en Etiopía no es realista. El artículo 39 (4) no solo contribuye poco a la idea central de dar cabida a la diversidad cultural de Etiopía de manera institucional y legal, sino que también sirve como fuente de inestabilidad al proporcionar a las elites políticas una táctica de miedo efectiva cada vez que sus intereses en el gobierno federal son no se cumplen.

La composición política actual de la federación con nueve estados, hasta cierto punto, refleja el proceso de creación de constituciones de arriba hacia abajo y autocrático en 1994-95. Los grupos como el Sidama , que tiene una población de alrededor de cuatro millones y cuya demanda de Estado regional ha sido ignorada durante años, deben ser acomodados. La hipocresía de la autodeterminación solo para la voluntad poderosa a largo plazo solo socava el acuerdo constitucional. 

Debe abordarse la práctica de discriminación positiva y negativa de los etíopes en cada región en función de su condición de extranjeros o indígenas de la localidad .

Esto incluye los casos extremos de discriminación negativa, como los desplazamientos forzados a casos más sutiles de discriminación positiva, como reservar posiciones de liderazgo en universidades públicas o las demandas de que el alcalde de ciudades como Addis Abeba debe pertenecer a un grupo étnico en particular, independientemente de las elecciones democráticas.

Este tipo de discriminación no está legitimado, y mucho menos dictado, por la Constitución. La constitución otorga a las "naciones, nacionalidades y pueblos de Etiopía" derechos tales como "el derecho a una medida plena de autogobierno ... a escribir y desarrollar su propio idioma; a expresar, desarrollar y promover su cultura; y Para preservar su historia ". La constitución no establece el derecho a la discriminación positiva o negativa de las personas por motivos étnicos. Este tipo de discriminación está bastante arraigada históricamente en la organización, cultura y práctica de los partidos de EPRDF. Desafiar estas prácticas discriminatorias se hace mejor canalizando las críticas al partido gobernante en lugar de al acuerdo constitucional.

Por lo tanto, la única forma de salir de la situación actual en Etiopía es enfocarse en implementar la constitución y desmantelar las estructuras y prácticas discriminatorias y antidemocráticas que se han implementado durante casi dos décadas de EPRDF .

domingo, 10 de junio de 2018

Etiopía y Eritrea, los hermanos aún en guerra


En el vigésimo aniversario del inicio de la guerra entre Etiopía y Eritrea, la opinión pública ve que una oportunidad para la paz sostenible finalmente puede estar en el horizonte.

En tanto, los académicos insisten en llamar a los políticos a buscar vías de reconciliación, para poner fin así a un conflicto que comenzó en mayo de 1998, cuando el escenario bélico se abrió paso para pelear por las llanuras desoladas de Badme.

Los especialistas instaron al gobierno de este país a no cejar en el llamado a la amistad, que ya reinició el nuevo primer ministro Abiy Ahmed, pero al cual Asmara le dio la espalada, al poner como pretexto la vieja disputa.

Las diferencias, supuestamente ya resueltas por medio del Acuerdo de Argel, siguen siendo usadas por la contraparte eritrea a la luz del presente, según los analistas, con el fin de sacar algún rédito.

El pacto comprometió a los beligerantes a aceptar la mediación de las Naciones Unidas para el establecimiento de sus fronteras definitivas de acuerdo con el principio instaurado por la entonces Organización de la Unidad Africana sobre respeto a los límites territoriales heredados de la época colonial.

No obstante, Eritrea todavía insiste en que aquella zona es parte integrante de su territorio, y más allá de que tengan o no razón, ello obstaculiza una y otra vez los llamados de entendimiento, consideró Belete Belachew, analista del Centro de Diálogo, Investigación y Cooperación.

Hace 20 años, las narrativas hostiles se convirtieron rápidamente en dominantes, causando un colapso estructural de las comunicaciones entre los dos países.

Así, el resultado fue una guerra de trincheras al estilo de la Primera Guerra Mundial, en la que decenas de miles de soldados chocaron con ametralladoras, tanques y fuego de artillería en oleadas.

Los enfrentamientos dejaron un estimado de 100 mil muertos y más de un millón de desplazados y, a consideración de observadores, tuvo un efecto devastador en el tejido social y en la economía.

Fue un mal procedimiento, que se arrastra hasta el presente: ambos estados recurrieron a encuadres nacionalistas de identidad, territorio e historia compartida, precipitando discursos conflictivos, refirió el director ejecutivo del Instituto de Estudios Estratégicos de Relaciones Exteriores, Mogos Tekelemichael.

En el punto álgido de la guerra, Etiopía aumentó el tamaño total de su ejército de 60 mil a 350 mil y los gastos de defensa se dispararon; en general, el costo fue de casi tres mil millones de dólares, según datos archivados al respecto.

Mientras tanto, el número de los efectivos de Eritrea se incrementó a 300 mil (casi 10 por ciento de la población) a través de la conscripción de servicio nacional.

Consecuentemente, las autoridades de esa nación usan el estancamiento intratable como una justificación para no desmovilizar la cifra insostenible de tropas que conserva, apuntó Tekelemichael.

Comentaristas de todo el mundo, acerca del conflicto sobre una línea imaginaria que atraviesa la escarpada porción de tierra, ofrecieron explicaciones que van desde los problemas económicos eritreos hasta las ideologías divergentes entre los entonces líderes y el deseo de Addis Abeba de recuperar el acceso al mar.

Colocaron como telón de fondo a los dos movimientos que dominaban la política en ese momento, el Frente de los Pueblos para la Democracia y la Justicia, y el Frente de Liberación del Pueblo Tigray (TPLF).

A lo sumo, es un diferendo entre las personas que hablan tigrinya, observó Gerbru Asrat, ex miembro del Buró Político del TPLF; 'solo Tigray, no toda Etiopía, es el objetivo de Eritrea'.

Aunque las diferencias políticas y económicas subyacentes estaban lejos de ser insuperables, la animosidad, la ira, el desprecio y la amargura entre las agrupaciones y sus representantes hicieron imposible una resolución política en el pasado, pero eso debe ser superado en el presente, manifestó, por su parte, Tafese Olika, académico de Ciencias Políticas en la Universidad de Addis Abeba.

Argel podría haber sido un punto de discusión, pero los otros aspectos de la relación entre personas son más que suficientes para restablecer los lazos, puntualizó Olika.

La situación de 'no paz ni guerra' no es ventajosa para nadie, particularmente para la gente que vive a lo largo de la frontera, argumentó.

El estudioso coincide en que la relación es más que un asunto fronterizo y por lo tanto, las dos naciones necesitan recurrir a otras oportunidades, entre ellas los enormes lazos culturales, para salir del punto muerto.

En abril de 2002, la Comisión de Límites dictaminó que Badme es parte de Eritrea, pero en ese momento Etiopía se negó a cumplir con la decisión, preparando, consideraron algunos, el escenario para un estancamiento que aún repercute en el Cuerno de África.

Sin embargo, Ahmed aseguró su deseo de sentarse a la mesa de negociaciones, algo a lo que Asmara renuncia hasta ahora, casi dos meses después del llamado del flamante jefe de Gobierno etíope.

El premier no tiene el equipaje histórico que tenía Meles Zenawi aunque posee un margen de maniobra mucho mejor que su predecesor, Hailemariam Desalegn, y eso debe usarlo a su favor, en opinión de la mayoría de los investigadores.

Pero es más importante para los estudiosos que el primer ministro comprometa al país con cumplir plenamente la normativa de la Comisión y revertir la posición legal y políticamente insostenible.

Debe enviar una señal clara a los eritreos y a la comunidad internacional de que asegurará su parte del trato, agregaron.

Esto serviría como una medida crítica de fomento de la confianza y allanaría el camino hacia la compleja y penosa tarea de trabajar a través de las condiciones políticas y económicas que llevaron a la guerra que desgarró a las dos sociedades.

Asimismo, consideraron que la resolución pacífica fortalecería la seguridad regional y restablecería la confianza y la capacidad de recuperación.

Es imperativo para todos aquellos que se preocupan por la estabilidad a largo plazo y la viabilidad económica de la región hacer todo lo posible para ayudar a ir más allá de la guerra sin sentido que causó tanto sufrimiento, concluyeron.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Las semillas de la Revolución Democrática en Etiopía


Después de más de dos décadas de silencio impuesto, el pueblo de Etiopía está encontrando su voz y exigiendo cambios políticos de fondo. 

En las últimas semanas y meses, miles de personas han tomado las calles para protestar pacíficamente contra el partido del gobierno, expresando su ira colectiva por las injusticias y violaciones generalizadas de los derechos humanos que tienen lugar en todo el país, exigiendo elecciones democráticas. 

El pueblo se levanta 

La gente ha despertado y, superando el miedo y diferencias históricas, están empezando a unirse. Los dos principales grupos étnicos están confluyendo bajo una causa común: libertad, justicia, y el respeto de sus derechos humanos, reconocidos constitucionalmente. Dos partidos de la oposición, el Frente Democrático de Oromo (ODF) y Ginbot Patriótico 7 por la Unidad y la Democracia (PG7) han formado una alianza para derrocar al régimen en el poder, e intentan atraer a otros grupos de oposición. 

Las protestas están dominadas por jóvenes de 25 - 30 años; los jóvenes, conectados con el mundo a través de las redes sociales, ya no están dispuestos a vivir bajo el miedo, como explicó Seyoum Graham Peebles 26/08/2016 Teshome, un profesor universitario en el centro de Etiopía, al New York Times: "Toda la juventud está protestando. Una generación está protestando". 

Por el momento, las manifestaciones se limitan esencialmente a Oromia y Ahmaria, pero a medida que crece la confianza, hay muchas posibilidades de que otras regiones puedan participar, aumentado el número de manifestantes hasta superar y desbordar a las fuerzas de seguridad. 

Cuando hay unidad, y la acción colectiva es coherente, pacífica, los gobiernos no tienen más remedio que escuchar (como se ha demostrado en otras partes del mundo), y se atrae la atención de la comunidad internacional. Etiopía recibe entre un tercio y la mitad de su presupuesto federal de varios paquetes de ayuda de donantes internacionales; países donantes irresponsables que ven a Etiopía como un aliado en la llamada "guerra contra el terror", un país estable en una región de inestabilidad: una ilusión de estabilidad mantenida a costa de silenciar a la población. 

Para vergüenza de los principales países donantes – EE UU, Gran Bretaña y la Unión Europea – se ha ignorado repetidamente los gritos de la gente, y se ha hecho la vista gorda a los abusos de derechos humanos cometidos por el partido en el poder, lo que en muchos casos constituye terrorismo de Estado. Es un abandono que roza la complicidad. 

Permanecer en paz 

Este es un momento histórico que podría dar lugar a la caída del gobierno - un día anhelado por la mayoría de los etíopes - y dar paso a lo que los activistas y grupos de oposición han estado haciendo campaña durante años: elecciones justas democráticas, y un debate político abierto. Nada de ello, a pesar de las falsas declaraciones de Barack Obama y otros, ha tenido lugar bajo el gobierno del EPRDF. De hecho, Etiopía nunca ha conocido la democracia. 

Es esencial que las manifestantes sigan siendo pacíficas, a pesar de la brutal respuesta del gobierno - y ha sido brutal - y que no se conviertan en un conflicto étnico, con las fuerzas militares tigrañas leales al gobierno enfrentándose contra grupos de Oromos, Amharas, Ogadis y de otras regiones. Tomar las armas a cualquier nivel no solo implicaría el riesgo de un gran número de víctimas y el caos nacional, sino que también permitiría al régimen propagar falsas acusaciones de terrorismo, atribuir el levantamiento a fuerzas desestabilizadoras e ignorar las reivindicaciones de los manifestantes y los partidos de oposición. 

El gobierno es dueño de la única empresa de telecomunicaciones del país, así como prácticamente de todos los medios de comunicación, y busca en todas las formas posibles cómo condicionar las informaciones de los medios internacionales. Regularmente cortan internet para hacer que sea difícil a los manifestantes comunicarse, y no duda en manipular la narrativa que rodea a las protestas. Sin embargo, como la cobertura de las protestas inunda las redes sociales – mostrando como los manifestantes son golpeados indiscriminadamente por el llamado "personal de seguridad" -, así como relatos de primera mano, no podrá suprimir o tergiversar la verdad. 

La reacción brutal del gobierno 

Etiopía se compone de decenas de tribus y una serie de grupos étnicos. La gente de Oromia y Amharia (35% y 27% respectivamente de la población) constituyen la mayoría, y con razón sienten que han sido ignorados y marginados por los de Tigray (6% de la población), cuya organización el TPLF domina el gobierno y controla el ejército. Y es en Oromia y en la ciudad de Gondar en Amharia donde las protestas se han concentrado en las últimas semanas y meses. Protestas que el gobierno ha reprimido duramente. 

Es imposible determinar el número exacto de manifestantes muertos por las fuerzas del gobierno durante la última semana o dos; Al Jazeera informa que "entre 48 y 50 manifestantes murieron en Oromo,". Pero la agencia de radiodifusión por satélite, ESAT Noticias, dice que "varias fuentes revelaron que solo en los últimos días [hasta el 10 de agosto] por lo menos 130 personas han sido asesinadas en la región de Oromo ... mientras que otros 70 han sido masacrados en Amharia”. No hay duda de que la cifra real es mucho mayor. 

Residentes de la ciudad de Bahir Dar informaron a The Guardian que "los soldados dispararon con fuego real contra los manifestantes. Los hospitales están llenos de víctimas mortales y heridos". Miles de personas han sido detenidas, y ESAT informa que las fuerzas de seguridad han exigido el pago de rescates a las familias de los jóvenes detenidos después de protestar en la capital del país, Addis Abeba. 

A pesar del hecho de que la libertad de reunión está claramente reconocida en la Constitución de Etiopía (artículo 30), el primer ministro, Haile Mariam Dessalegn, anunció una prohibición general de las manifestaciones, que, afirmó, "amenazan la unidad nacional". Hizo un llamamiento a la policía - que no necesitan ningún estímulo para comportarse como matones - para que utilicen todos los medios a su disposición para frenar las protestas. El ministro de Comunicaciones, Getachew Reda calificó las protestas de ilegales. Todo lo cual es irrelevante y, por supuesto, muestra un completo desconocimiento de la situación. 

Conmocionado y horrorizado por la reacción violenta del régimen ante las protestas, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos instó "al gobierno para permitir el acceso a los observadores internacionales en las regiones afectadas para poder establecer qué es exactamente lo que sucedió". El portavoz describió la información que llega de de Amharia y Oromia como "extremadamente alarmante", diciendo que no había habido "ningún intento auténtico de exigir responsabilidades" desde que los informes de abusos cometidos por las fuerzas de seguridad comenzaron a conocerse en diciembre. La arrogante respuesta del gobierno - por no decir cobarde - fue rechazar la solicitud de explicaciones; Getachew Reda, sin un soplo de ironía, dijo a Al Jazeera que "la ONU tiene derecho a su opinión, pero el gobierno de Etiopía es responsable de la seguridad de su propio pueblo". Tal vez si los principales benefactores de Etiopía comenzaran a cumplir con sus deberes como donantes y ejercieran presión sobre el régimen, este sería más conciliador. 

Las dictaduras como la del EPRDF se niegan a mantener diálogo con los grupos de oposición y creen totalmente en el poder de la fuerza y ??el miedo para controlar a las poblaciones, respondiendo instintivamente a las reivindicaciones de libertad y justicia con un aumento de la represión, en un ciclo que retro-alimenta el levantamiento popular. Los días de estos regímenes totalitarios están llegando rápidamente a su fin: se desintegran hasta su extinción final. 

El impulso imparable del cambio 

Durante años, el gobierno de Etiopía y los principales donantes del país han estado propagando la mentira de que la democracia y el desarrollo social florecían en el interior del país. A medida que la gente protesta, este mito se está desmoronando. 

La pura verdad es que el gobierno del EPRDF, en el poder desde 1991, es un régimen violento, no democrático, que ha reprimido sistemáticamente a la población durante los últimos veinticinco años. No hay libertad de expresión, el poder judicial es un títere del estado, los líderes políticos de la oposición, así como periodistas y cualquier persona que exprese abiertamente su desacuerdo es detenida y encarcelada (y a menudo torturada),y sus familias perseguidas. La ayuda humanitaria, los empleos y las oportunidades de educación superior se reparten de manera sectaria y partidista; y el crecimiento económico que ha habido (rebajado drásticamente por el FMI hace poco) ha fluido en gran medida a las arcas de los funcionarios del gobierno y sus partidarios. 

Ha ido creciendo un movimiento de protesta social desde las elecciones generales de 2010 (que al igual que los anteriores, y desde entonces, fueron ganadas fraudulentamente por el EPRDF), y ahora parece ser imparable. 

No importa cuántos manifestantes mate - y sin duda seguirá matando - arreste e intimide la policía militar, esta vez hay una posibilidad real de que la gente no se resigne ni se amilane; no pueden aceptar que se les nieguen sus derechos. Creen, como un gran número de personas en todas partes, que hay una ola de cambio en todo el mundo, que están en sintonía con los tiempos, y que este es el momento de unirse y actuar. 

Comenzando en Oromia en marzo de 2014, e intensificándose en noviembre pasado, han tenido lugar grandes manifestaciones en oposición a los planes del gobierno para ampliar la capital, Addis Abeba, expropiando terrenos agrícolas en Oromia. Las protestas comenzaron en Ginchi, una pequeña ciudad al suroeste de la capital, y se extendieron a más de 400 localidades en las 17 comarcas de Oromia. Al mismo tiempo, los manifestantes marchaban en Gondar exigiendo, entre otras cosas, libertad de enseñanza. 

El ejército etíope respondió desplegando a la policía militar y fuerzas regulares que “utilizaron fuerza excesiva y letal contra las protestas en su mayoría pacíficas" según Human Rights Watch (HRW), que asegura que más de 400 personas inocentes murieron; ESAT, sin embargo, eleva ese número, diciendo que "al menos 600 manifestantes murieron en los últimos nueve meses" en la región de Oromia. 

Las protestas en Oromia y Amharia han estallado por temas específicos - territorio, uso de la tierra, el fraude electoral de las elecciones de 2015 y la retención no democrática del EPRD del poder. Sin embargo, estas no son las causas subyacentes, sino los factores desencadenantes, las últimas gotas de agua que han desbordado un vaso lleno por dos décadas de represión violenta e injusticia. Estas violaciones no se limitan sólo a estas dos grandes regiones, sino que se extienden por todo el país; en Gambella, y la región de Ogaden, por ejemplo, han tenido lugar todo tipo de atrocidades patrocinadas por el Estado. 

El gobierno del EPRDF ha tratado de gobernar Etiopía a través de la intimidación y el miedo. Tales métodos violentos, brutales, sólo pueden tener éxito durante un cierto tiempo: hasta que la gente se una y se rebele, como lo están haciendo ahora, con toda la fuerza de una causa justa.

Graham Peebles

viernes, 19 de agosto de 2016

Etiopía y el despertar del león africano


En el infinito río Nilo, dentro de territorio etíope y a pocos kilómetros de la frontera sudanesa, se levanta una gigantesca mole de hormigón todavía inacabada. Un enorme muro que, en otro de tantos guiños a la particular relación que mantienen los países ribereños del Nilo y particularmente Etiopía, va a servir para domar al milenario río y a su vez dotar a los abisinios de grandes recursos frente al vecindario. Su nombre, Gran Presa Etíope del Renacimiento (Grand Ethiopian Renaissance Dam o GERD), no es casual.

A pesar de estar entre los países más pobres de África, Etiopía no oculta sus intenciones. Aunque el coste de construcción de la presa podría elevarse al 15% del PIB etíope, se trata de una infraestructura vital para la geopolítica futura del país. Etiopía, después de las hambrunas y las guerras vividas en los años ochenta y noventa del siglo pasado, ha pivotado a nivel político, económico y militar para postularse como potencia media en el oriente africano, algo que pasa irremediablemente por controlar las aguas y, de paso, la generación de energía, un recurso de incalculable valor en la región.

Hambre y orgullo

La suerte no es una palabra que se pueda aplicar con facilidad a la historia del continente africano. No abunda, y quienes la han disfrutado, a menudo por méritos propios, no han conseguido conservarla mucho tiempo. Como si fuese un recurso altamente escaso, encontrarla en la actualidad significa una nueva oportunidad de marcar la diferencia con los vecinos continentales.

Etiopía tuvo la carta afortunada varias veces en su mano y otras tantas le fue arrebatada. Reino milenario y parte fundamental de multitud de sucesos de la Edad Antigua y Media –desde, según la creencia, alojar el Arca de la Alianza en Aksum a acoger la primera hégira de Mahoma–, vivió notables épocas de esplendor hasta la llegada de los primeros europeos, que creyeron haber encontrado el legendario reino del Preste Juan. Sin embargo, el imperio etíope no era aquella utopía soñada por los reinos del Viejo Continente, y la evaporación del mito derivaría en que el reino abisinio fuese visto como otro de tantos territorios africanos. Así, el declive etíope sería inversamente proporcional al desembarco europeo en aquellas tierras. Sin embargo, quién sabe si por la mística historia del país –ortodoxo y con sus reyes proclamándose descendientes de Salomón– o por la enconada resistencia de sus habitantes a vivir subyugados a un poder que no fuese el de su monarca, lo cierto es que Etiopía consiguió esquivar siglo tras siglo la colonización europea.


Con todo, el reino abisinio fue el único país junto con Liberia, un territorio comprado por Estados Unidos para los esclavos liberados, que para cuandoÁfrica fue parcelada y repartida entre las potencias occidentales, conservó su independencia. Esta singularidad no les garantizaría la paz, ya que los italianos intentarían por partida doble expandir su “colección de desiertos” al territorio etíope, primero con una vergonzante derrota de las tropas transalpinas en Adua en 1896 y ya de manera definitiva en 1935, pasando Etiopía un año después a convertirse en colonia italiana. No obstante la ocupación sería breve, y el 1941 los británicos expulsaron a los italianos del este africano, recobrando así Haile Selassie, exiliado en Londres, su trono.

Sin embargo, en aquellas alturas de la película poco importaba ya ser independiente o no. La descolonización y el panafricanismo se extendían por todo el continente, y la Guerra Fría obligaba a pasar por el aro a cualquier país que asomase la cabeza en África, por las buenas o por las malas. La monarquía etíope procuró jugar, al menos nominalmente, a la equidistancia entre superpotencias, aunque Etiopía, como prácticamente todos aquellos países que se declararon “no alineados”, acabó de manera implícita sumida en una u otra órbita.

El emperador Haile Selassie emprendió en aquella etapa un viaje frustrado y torpe por el desarrollismo autocrático. El descendiente de Salomón procuró la mejora de la producción agraria, cierto nivel de industrialización y la modernización del país. Sin embargo, su divinidad no evitó que la nobleza local pusiese constantes frenos a sus reformas, permaneciendo de facto el país en un sistema semi-feudal, lo que unido a la extendida pobreza y los niveles de autoritarismo acabaron por sublevar a los eritreos del norte del país –integrados unilateralmente en Etiopía, cuando el camino legal les abocaba a una federación– y al descontento de la pequeña clase estudiantil e intelectual, con notable influencias marxistas provenientes de la URSS.

Así, a principios de los sesenta se iniciaría una guerra de tres décadas entre Etiopía y Eritrea por la independencia de esta última, algo que vino a agravar la ya de por sí delicada situación del país etíope. Por si esto fuera poco, a mediados de los setenta se produjo una notable sequía que derivó en hambruna, con decenas de miles de muertos y otros tantos desplazados. Para 1974 la situación del país era tan insostenible que un grupo de oficiales decidió dar un golpe de estado y deponer a Haile Selassie. Sin embargo, Etiopía todavía no había tocado fondo. El nuevo gobierno, el Derg, una junta militar de clara inspiración comunista, mantendría el nivel de autoritarismo del régimen anterior, y el brusco giro económico que impusieron en el país, con nacionalizaciones de sectores y tierras, acabó por desajustar completamente un país que pendía de un fino hilo. Así, la situación de Etiopía empeoró todavía más en la década siguiente mientras la guerra con Eritrea continuaba, se iniciaba otro conflicto con Somalia y se producía una sequía atroz, esta vez con cerca de un millón de muertos como balance.

Con todo, el gobierno del Derg y su tristemente célebre presidente, Mengistu Haile Mariam, encararon los años noventa con las riendas de uno de los país más devastados y empobrecidos del mundo. Por el evidente malestar que esta situación generaba, Mengitsu, cuyo personalismo había ensombrecido totalmente al Derg, basculó entre las reformas cosméticas y las de calado, en un intento por ganar tiempo y a la vez abrir el país ante unas demandas que cada vez eran más clamorosas. Sin embargo, el juego de Mengitsu terminó en 1991 al mismo tiempo que el padrino soviético se desgajaba. En aquel año, un golpe de estado motivó la salida de Mengitsu, que acabó exiliado en Zimbabwe, y el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE) se hizo con el poder de manera simultánea al Frente Popular de Liberación de Eritrea (FPLE), que hizo lo propio en el vecino del norte. Así se consumó la independencia eritrea, confirmada en 1993 por un referéndum que todas las partes aceptaron.

El faro del oriente africano

Hace ya un cuarto de siglo que Etiopía se abrió a una nueva etapa. Muchos de los problemas que afectan al país, como la pobreza, las sequías, las tensiones étnicas o las amenazas procedentes de otros países no han sido solucionadas, aunque el FDRPE, la coalición gobernante y hegemónica desde el 91, ha sabido marcarle un camino a Etiopía que apunta hacia un futuro más próspero.

Tan firmes son los pasos de Etiopía que para el año 2025 se han propuesto alcanzar el perfil de país de ingreso medio-bajo, lo que significaría un avance sustancial. De hecho, las cifras de crecimiento en los últimos años son envidiables, con un promedio del 11% anual entre el año 2004 y el 2014 según los datos del Banco Mundial. Sea como fuere, su “engrandecimiento” no es una cuestión simplemente económica. El crecimiento, a fin de cuentas, es poco más que la base sobre la que construir un país. Sin embargo, la visión de sí mismos como nación, tanto por su pasado como por sus valores y su potencial, hace necesario que Etiopía no pueda ser considerada simplemente como una “economía emergente”. Su meta es ser una potencia regional. La potencia regional del África oriental.

El crecimiento económico durante los primeros 15 años del siglo XXI. Etiopía es uno de los países a la cabeza en el continente. Fuente: The Economist

Uno de los principales artífices de este resurgimiento etíope es sin duda Meles Zenawi. Fallecido en 2012, gobernó el país desde el año 1991, y aun siendo un marxista convencido, no cayó en las intransigencias del Derg, mostrándose como un líder capaz y abierto a lo que el mundo pedía y podía ofrecerle a Etiopía. No es casualidad por tanto que el interés que a Zenawi le suscitaban los modelos económicos y de desarrollo de Corea del Sur y China encontrasen una aplicación en su país. 

Crecimiento guiado por una mano firme y fuerte; su mano y la del FDRPE.

Y es que este desarrollismo “a la etíope” es más que crecer por crecer. De hecho Etiopía ha conseguido las notables cifras de crecimiento tanto por la relegada posición de la que partía como por tener un plan ordenado y estable, además de socios que complementen llevarlo a cabo. Igualmente, el hecho de carecer de recursos naturales de tipo energético o mineral puede verse simultáneamente como una maldición y una bendición, pero lo único cierto es que ha obligado al país a cimentar su desarrollo en la agricultura y una progresiva industrialización. Economía real a fin de cuentas.

Del mismo modo, en esta concepción del auge de Etiopía, otro pilar fundamental son las infraestructuras. El gobierno socialista basa buena parte del desarrollo del país en vertebrarlo construyendo carreteras, vías férreas, presas hidroeléctricas, campos de molinos eólicos y otro sinfín de edificaciones y proyectos que permitan al país etíope ganar en competitividad y facilitar que cada vez más habitantes mejoren su calidad de vida.

Y es que este aspecto es precisamente una de las claves futuras del país: por un lado las gigantescas inversiones que acomete Addis Abeba atraen capital extranjero, principalmente chino pero también estadounidense o francés, haciendo del país un destino sugerente para estados relevantes. De igual manera, invertir masivamente en infraestructuras energéticas, caso de grandes presas como la GERD, los inmensos campos eólicos o la energía solar está facilitando que el país etíope roce la independencia energética y a su vez los excedentes puedan ser vendidos a países vecinos, obteniendo importantes réditos económicos y a su vez generando dependencias de tipo energético a su favor con estos. Con ayuda de China, Etiopía se ha apresurado a establecer conexiones de tendido eléctrico con Yibuti, Sudán o Kenia, y extender sus redes hasta Tanzania o Sudán del Sur es el próximo paso, lo que evidentemente va a redundar en una mejora del posicionamiento geopolítico etíope en la región.

Como es de esperar, semejante salto adelante un país de estas características no puede acometerlo de manera autárquica, y Etiopía, una vez más, ha sabido jugar sus cartas para con los países relevantes del globo, ofreciéndole a cada uno lo que más le podía interesar en cada momento y sin comprometer la independencia del país. En la guerra que enfrentó a los etíopes con Eritrea entre 1998 y el 2000, las carencias militares de los abisinios les obligaron a llevar a cabo una profunda modernización del ejército, que quedó listo para servir de apoyo a los Estados Unidos a partir de 2001 en su “Guerra contra el Terror”, especialmente en Somalia. Así, a partir de aquellos años y vigilados de cerca por los norteamericanos desde su base de Yibuti, los etíopes han sido fundamentales en la seguridad del Cuerno de África, especialmente en la lucha contra los señores de la guerra y los grupos y facciones yihadistas que han proliferado en Somalia.

Afinidades o conveniencias aparte –Etiopía nunca ha renegado de Estados Unidos o del Fondo Monetario Internacional–, lo cierto es que el compromiso etíope con la estabilidad africana es cuanto menos que amplio. Ya en los tiempos de Haile Selassie el país era abiertamente panafricanista y el concepto de la “africanidad” política está fuertemente arraigado en la población y la clase dirigente. No es casual por tanto que la Unión Africana, antes Organización de Estados Africanos, haya mantenido la sede en Addis Abeba, y del mismo modo sea Etiopía el país que actualmente más tropas aporta a las misiones de paz en el continente, ya sean auspiciadas por la ONU o por la Unión Africana. Sin convertirse en un apagafuegos africano, Etiopía ha sido el sostén de la misión en Somalia contra Al-Shabab para apuntalar al frágil gobierno somalí y también en la frontera entre los dos sudanes, tanto en la región de Darfur como en la controvertida zona fronteriza de Abyei. Así, en contraste con otras potencias africanas menos implicadas con las misiones de mantenimiento de la paz, Etiopía parece haber apostado buena parte de su reputación continental a ser vista como una potencia responsable y comprometida para con los asuntos africanos; intervencionista pero siempre bajo la legalidad internacional y la legitimidad de la UA o la ONU.

La ONU y la UA desarrollan diversas misiones de paz en África. Etiopía participa en la mayoría de ellas.

No conviene tampoco pensar que todo esto se produce en una situación interna de armonía. El FDRPE tiene su red extendida por todo el país, y el dominio de la vida política, desde la cúspide hasta la base de la pirámide, es absoluta. Poco o nada se mueve en Etiopía a nivel político sin que algún tentáculo de la coalición gobernante esté al tanto. Este nivel de dirigismo y control ha facilitado que el país vaya exactamente en la dirección que el aparato gubernamental desea, pero del mismo modo ha impuesto unas limitaciones más que severas a la proliferación de libertades y disensiones políticas.

Sin embargo, también cabe destacar que la oposición al régimen etíope es bastante limitada, tanto por no existir un rechazo generalizado entre la población –al fin y al cabo las cosas van bien en Etiopía, o al menos bastante mejor que con el Derg y el último emperador– como por la incapacidad de la oposición de organizarse –en parte por la persecución gubernamental–, marcar un discurso deslegitimador del FDRPE y tener unos resultados electorales contundentes –aunque la coacción electoral del partido gobernante es habitual entre el campesinado cuando se acercan los comicios–.

Las fracturas del nuevo imperio

El hecho de que Etiopía lleve una línea claramente ascendente no implica que ese largo camino esté plagado de retos y, en parte, de responsabilidades para con la región del Cuerno de África dadas las grandes diferencias que se van a empezar a dar durante los próximos años respecto de sus vecinos. Del mismo modo, el enorme avance económico que está protagonizando y seguirá protagonizando el país provocará que a nivel interno las demandas y necesidades cambien, y de su adecuada respuesta depende la correcta marcha de este o, caso contrario, en un aumento de la inestabilidad social, política y retos de tipo territorial e incluso ambiental.

A futuro, una de las cuestiones más relevantes y a la vez más acuciantes para el país es la explosión demográfica –algo aplicable prácticamente a la totalidad del África subsahariana–. A día de hoy viven en el país en torno a 97 millones de personas, siendo este el segundo estado más poblado de África, sólo por detrás de Nigeria. De igual manera, el número de hijos por mujer ronda todavía hoy los 4,5 puntos, lo que hace que Etiopía aún esté lejos de haber completado una transición demográfica que estabilice la cantidad de habitantes, lo que presumiblemente debería ocurrir a partir de ese horizonte de 2025 cuando el país haya alcanzado cierta solidez económica. Con todo, las estimaciones apuntan a que para el año 2040 Etiopía de cobijo a 170 millones de personas.

Y es que la cuestión demográfica, si bien es positiva en tanto en cuanto facilita recursos humanos al país y mantiene un equilibrio generacional, en muchos otros aspectos obliga a correr contrarreloj. A nivel económico los ritmos de crecimiento han de ser muy altos, de lo contrario el aumento poblacional “se come” buena parte del desarrollo económico. India es el ejemplo más paradigmático de esta situación, y Etiopía, si bien no seguiría los pasos del país del Ganges, sí podría experimentar síntomas similares. Esta problemática además bien se puede extender a otras cuestiones, como las infraestructuras, la capacidad energética, la situación sanitaria o la educativa. Es por ello que un aumento poblacional tan importante es un considerable reto para un país que si bien crece con fuerza, proviene de una situación muy precaria en muchos ámbitos.

Las tierras y los recursos agrícolas, oportunidad y potencial fuente de conflictos para Etiopía. Fuente: Visionscarto

De igual manera, los rápidos cambios ocurridos durante todos estos años anteriores ya empiezan a dejarse ver en la esfera política. El lento pero continuo avance del nivel educativo, también del económico, y el progresivo acceso a las tecnologías de la información están provocando un cuestionamiento del estamento político, lo que irremediablemente redundará en la legitimidad del FDRPE y su papel monolítico en la sociedad etíope.

A nivel externo parece ya evidente el rol hegemónico que parece haber tomado Etiopía en el este de África, también por la enorme debilidad de los países vecinos y por una Kenia que no termina de encontrar el rumbo, lastrada por la inestabilidad política y los zarpazos de Al-Shabab. Sea como fuere, y sin menospreciar a otros líderes regionales africanos, Etiopía tiene a su alrededor la situación más complicada del continente. Hacia el este, una Somalia fallida cuyo gobierno oficial apenas llega más allá de Mogadiscio, carcomido por los distintos señores de la guerra y más recientemente por el yihadismo, siendo además este último una amenaza transnacional de primer nivel tanto para Kenia como para Etiopía.

Hacia el norte, su vecino eritreo sigue siendo foco de tensión. Aunque las relaciones han mejorado desde la guerra de finales del siglo pasado, lo cierto es que las rencillas históricas, una frontera discutida y la conveniencia de ambos países de mantener las ascuas provoca que no se pueda considerar este un escenario pacificado. Del mismo modo Etiopía mantiene en los últimos años una fuerte presión diplomática y económica sobre Eritrea en un claro intento por provocar el colapso de este régimen. Si esto llegase a ocurrir, Etiopía debería prepararse tanto para un conflicto armado como para una migración masiva de eritreos, lo que siempre es foco de inestabilidad.

Algo similar podría ocurrir en la parte occidental del país. Limítrofe con Sudán del Sur, desde la independencia de este país en 2011, Etiopía se ha cuidado de mantener relaciones equidistantes con sucedido y sucesor tanto para no generar una sensación de desequilibrio como para mantener la puerta abierta hacia ambos países, necesarios por diversos motivos para el estado etíope. Sin embargo, desde su independencia, la situación de Sudán del Sur es cuanto menos que frágil. Pobre, políticamente inestable y con problemas de índole humanitaria como es Darfur, el miedo etíope a que todo el país se desestabilice está más que fundado.

De igual manera tampoco conviene olvidar los problemas que históricamente ha causado el río Nilo. Sudán, pero sobre todo Egipto, miran con recelo la nueva y gigantesca presa etíope. Bien es cierto que se han producido algunos arreglos entre el país del curso bajo y el país del curso alto que apuntan a una notable relajación de las tensiones, pero ni mucho menos es algo que despeje cualquier posibilidad de conflicto. Bien por la producción de electricidad, el agua utilizada para labores de irrigación –un problema habitual en Asia Central, por ejemplo– o como simple maniobra política si Etiopía quisiese presionar a Egipto en otro frente, el frente noroeste no queda apaciguado para los etíopes.

El entorno de una evidente potencia regional

Y es que la geopolítica etíope no debe verse únicamente desde una securitización a la vieja usanza. Precisamente fue en Etiopía a raíz de las hambrunas de los ochenta cuando se tomó conciencia de la importancia de la seguridad alimentaria, y como es de esperar esta relevancia no ha desaparecido del país. A día de hoy las sequías y por extensión las hambrunas siguen siendo una amenaza de primer orden para Addis Abeba, lo que obliga al gobierno etíope a darle una solución integral y en el largo plazo, rozando prácticamente el cueste lo que cueste.

Tampoco es acertado pensar que Etiopía vive asediada por tremendas amenazas. Al fin y al cabo qué estado africano no tiene una buena lista de problemas a sus espaldas. En este reparto, Etiopía no es ni mucho menos de los peor parados, especialmente gracias a su fortaleza del Estado y la ausencia de disparidades interiores de tipo económico o étnico que motiven la inestabilidad.

De igual forma, las oportunidades para este país son numerosas. Ya hemos comentado, por ejemplo, las dependencias que está generando a su favor con los vecinos, especialmente en el plano energético. Más allá de esto, Etiopía es consciente de que necesita explotar una salida al mar sólo posible por dos puntos: vía Yibuti, el diminuto pero relevante estado a su oriente o Somalilandia, el estado de factoescindido de Somalia hace un cuarto de siglo. En relación a estos dos estados, Yibuti también necesita de Etiopía en tanto en cuanto su valor es como punto logístico y comercial, necesitando de un gran socio económico que canalice su comercio a través de su puerto. Igualmente, Etiopía, como estado legitimado en la zona y con poder en la Unión Africana, podría tener en su mano un futuro reconocimiento de Somalilandia, algo a lo que la organización africana se resiste por su concepción sacra de las fronteras coloniales.

Quizás por todo ello ha llegado el momento que el milenario imperio esperaba, una época en la que los etíopes sean dueños de su presente y de su futuro. El milagro más evidente de lo que será el siglo de África. Así arranca la andadura del león africano, y en vista de sus capacidades, no ha hecho más que comenzar.

martes, 26 de julio de 2016

Haile Selassie...el último Emperador de Etiopía

Haile Selassie fue el Emperador de Etiopía durante más de la mitad del siglo XX. Derrocado primero por el fascismo italiano en los años previos a la Segunda Guerra Mundial y posteriormente por el comunismo soviético en la Guerra Fría, este monarca pasaría a la Historia por ser uno de los Jefes de Estado más importantes de África.

Tafari Makonnen nació un 23 de Julio de 1892 en Ejersa Goro, un pueblo de Etiopía situado en la provincia de Harar. Su padre fue el Príncipe “Ras” Makonnen Woldemikael Gudessa, general victorioso de la Batalla de Adua contra Italia en la Primera Guerra Ítalo-Abyssínea (1895-1896); mientras que su madre, la Princesa “Woizero” Yeshimebet Alí Abajifar, era la heredera a gobernar la provincia de Wollo.

Makonnen desde muy pequeño fue educado por su familia en las más estrictas costumbres de la nobleza, en un ferviente patriotismo (al fin y al cabo Etiopía era junto con Liberia la única nación de África no colonizada por Occidente) y en la más rigurosa religión cristiana, esta última impartida por un monje capuchino llamado Abba Samuel Wolde Kahin. Curiosamente a raíz de esta educación, el Príncipe Tafari, que en lengua amhárica significaba “el Respetado y Temido”, adquirió una personalidad egocéntrica y soberbia con la que ansiaba alcanzar grandes logros para su país. De hecho su lectura favorita era El Príncipe de Nicolás Maquiavelo y su ídolo histórico Napoleón Bonaparte, de quién consiguió la edición de un antiguo libro suyo estampado con su firma.

Con tan sólo 14 años y tras la muerte de su padre Makonnen Woldemikael, el “Ras” Tafari Makonnen fue nombrado en 1906 gobernador de la provincia de Salale. Al año siguiente, en 1907, se casó con la Princesa Altayech, de la que obtuvo el mandato de la provincia de Harar; aunque acabaría divorciándose poco después para volver a casarse con la Princesa Menen Asfaw de Ambassel, quién sería su esposa toda la vida. Fruto de sendos matrimonios, nacerían los tres príncipes Wossen, Makonnen y Sahle Selassie; y las cuatro princesas Romanework, Tenagnework, Zenebework y Tsehai.
Príncipe “Ras” Tafari Makonnen con atuendos de guerrero africano.

A la muerte del Emperador Menelik II en 1913, el Príncipe Yyasu que por aquel entonces era menor de edad, fue nombrado su sucesor; algo que no gustó a un sector de la nobleza dirigido por la Princesa Zauditu, donde curiosamente estaba el propio Tafari por ser su sobrino. Gracias a que el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 amenazó las fronteras de Etiopía al estar rodeada de colonias británicas, francesas, belgas e italianas en sus extremos; el país precisó urgentemente de un Jefe de Estado fuerte y por ello en Febrero de 1917 el Príncipe Yyasu fue depuesto por la Emperatriz Zauditu I, tía del Príncipe Tafari.

Iniciado el mandato de la Emperatriz Zauditu (primera mujer en ser elegida Jefa de Estado en África), su sobrino Tafari fue nombrado Regente. Una de sus primeras misiones como tal, fue hacer modernas reformas con las que amplió la sanidad, la educación y el transporte público; además de conseguir que Etiopía fuese admitida en 1923 como miembro de la Sociedad de Naciones (SDN) de Ginebra. Un año después, en 1924, Tafari comenzó un viaje por las colonias británicas de Egipto y Palestina, adoptando en esta última a 40 niños huérfanos procedentes de Armenia que habían sido supervivientes del Genocidio Armenio perpetrado por Turquía en la Gran Guerra. Poco después continuó su aventura por Europa visitando países como Inglaterra, Holanda, Bélgica, Suecia, Suiza y Grecia, donde Etiopía adquirió relevancia internacional en acuerdos comerciales y de seguridad.

La reforma militar impulsada por Tafari fue el motivo de disensión entre muchos de los jerarcas porque decretó la conversión del Ejército Imperial Etíope en la columna vertebral de las fuerzas armadas de la nación, todo ello en detrimento de los ejércitos privados controlados por los nobles. Este malestar generó un golpe de Estado perpetrado por el general Dejazmatch Balcha Safo, quién al mando de un destacamento de tropas tomó la capital de Addis Abbeba y a punto estuvo de capturar a Tafari en el Gran Palacio, de no ser porque este último obtuvo el apoyo de la Guardia Real y aplastó a los sediciosos. Una vez vencida la sublevación, el 7 de Octubre de 1928 la Emperatriz Zauditu I premió a Tafari otorgándole el título simbólico de Rey de Etiopía o “Negus”.

Cuando el 2 de Abril de 1930 falleció la Emperatriz Zauditu I, el Rey Tafari fue elegido su único sucesor político. Desde entonces y durante los siguientes siete meses se tuvo que ir granjeando tanto apoyos internos de la nobleza como del exterior para convertirse en el nuevo Jefe de Estado del Imperio Etíope. Finalmente el 2 de Noviembre de 1930, tuvo lugar la coronación del monarca primero en la Catedral de San Jorge de Addis Abbeba y luego mediante unas festividades de varios días que costaron 3 millones de dólares y que contaron con una amplia presencia internacional, como por ejemplo el Duque Enrique de Gloucester en representación de Reino Unido, el Príncipe Fernando de Saboya-Génova por Italia o los embajadores de Estados Unidos, Alemania, Francia, Japón, Turquía, Suecia, Bélgica y Egipto. Curiosamente entre los títulos que alcanzó el Rey Tafari, recientemente rebautizado como Emperador Haile Selassie (Poder de la Trinidad), fue el de “León Conquistador de la Tribu de Judá”, “Elegido de Dios” y “Negus Nagast (Rey de Reyes)”.

Reformista fue el reinado del Emperador Haile Selassie porque en muchos sentidos fue imitando a las democracias liberales, aunque siempre sin dejar de lado el autoritarismo característico de su régimen. Por ejemplo impulsó la constitución de un Parlamento con un sistema bicameral , cuya Cámara Alta estaba representada por la nobleza y cuya Cámara Baja era designada a dedo por el propio Selassie. Simultáneamente se redactó una Carta Magna en la que también se garantizaba a Selassie la elección de los diputados, ya que según reflejaban sus líneas los ciudadanos no podrían votar a sus políticos “hasta que la población estuviese en posición de elegirlos por si misma”. De hecho y a pesar de que desde el exterior se veía a Etiopía como un régimen liberalizante, lo cierto fue que Selassie instauró una monarquía absoluta, donde los derechos de sus súbditos eran pésimos y donde existía la esclavitud mediante la compra y venta de seres humanos que todavía en el siglo XX iban con los pies encadenados. Sin embargo el régimen de Selassie también obtuvo resultados positivos en otros ámbitos porque gracias al fluido mercado con Japón y Estados Unidos hubo un “boom económico” que aumentó las clases medias; mientras que a nivel exterior Etiopía se anexionó en 1931 el Reino de Jimma que hasta ese momento se había erigido como un pequeño país independiente.

El Emperador Selassie inspecciona una compañía de ametralladoras durante la Guerra Ítalo-Etíope contra la Italia Fascista en 1935.

Inesperadamente en Diciembre de 1934 se produjo el Incidente de Welwel, un choque armado entre unos soldados etíopes que por orden del Emperador Selassie avanzaron más allá de la frontera con Somalia por el desierto, justamente en un territorio de dominio nada claro para los observadores internacionales, ya que según Roma era propiedad del Imperio Italiano. Tal y como era de esperarse, los italianos respondieron con un tiroteo que dejó 30 muertos entre ambos bandos, lo que generó la indignación del Duce, Benito Mussolini, quién acusó a Selassie de ser el culpable de lo sucedido. Por supuesto como el Emperador deseaba evitar un conflicto, envió a sus diplomáticos a la Sociedad de Naciones de Ginebra, donde obtuvieron una respuesta escasamente condenatoria ante una más que probable agresión italiana. Esta contestación sin duda abocó a Etiopía a la guerra contra Italia.

El 3 de Octubre de 1935 estalló la Segunda Guerra Ítalo-Abyssínea o Guerra Ítalo-Etíope cuando medio millón de soldados del Ejército Italiano cruzaron la frontera con Etiopía desde Somalia y Eritrea; teniendo en frente a 800.000 hombres del Ejército Imperial Etíope al mando del mismo Emperador Haile Selassie. A pesar de que los italianos y las tropas coloniales eritreo-somalís avanzaron con facilidad en los primeros meses tomando importantes centros como Adrigat, Adua, Mek’ele o Axum, los etíopes consiguieron frenar a sus enemigos en la Batalla de Tembien y rechazarlos al otro lado del Río Tacazzé; lo que facilitó a Selassie buscar una salida negociada al conflicto. Por desgracia para el Emperador, la Sociedad de Naciones dio la espalda a Etiopía y salvo unas sanciones económicas a Italia por la agresión (y la ayuda militar de Adolf Hitler desde Alemania que vendió armamento a los etíopes), nadie asistió al país africano, por lo que la contienda continuó a partir de 1936 con victorias favorables para los italianos en Genale Uenz, Negele, el Macizo de Amba Aradam, la provincia de Harar y especialmente en la Batalla de Maitschew.

Sitiada la capital de Addis Abbeba, al Emperador Selassie únicamente le quedaron dos opciones: exiliarse de Etiopía o marchar al norte para organizar una última guerrilla cerca de la frontera con Sudán. Finalmente se descantó por la primera y por eso mismo el 2 de Mayo de 1936, Selassie y su familia abandonaron en tren Etiopía para refugiarse en la colonia francesa de Djibuti y luego embarcar en el crucero de guerra británico HMS Enterprise que lo llevó a Jerusalén en el Mandato de Palestina. Sería en Tierra Santa, donde el depuesto Emperador conoció la noticia de la rendición de Etiopía y su conversión en una colonia del Imperio Italiano de Mussolini. Indignado por lo sucedido, el 30 de Junio de 1936 se presentó en la Sociedad de Naciones de Ginebra para discutir primero acaloradamente con el Ministro de Asuntos Exteriores, Galeazzo Ciano; y luego para pronunciar un discurso contra el fascismo y el colonialismo que recibió los abucheos de los diplomáticos italianos y los aplausos de ciertas fuerzas de izquierda como los socialistas franceses.

Gran Bretaña fue el lugar de residencia en el exilio escogida por el Emperador Selassie, concretamente el Hotel Bath situado al sudoeste de Inglaterra en Somerset. Allí se dedicó a escribir una biografía en idioma amhárico sobre su vida y a llevar una vida más o menos tranquila; aunque también se convirtió en todo un icono antifascista entre los comunistas europeos y en un defensor de los negros para los afroamericanos en Estados Unidos y Jamaica, siendo en este último el precursor del movimiento “Rastafari” en honor a su antiguo nombre Ras Tafari. De hecho en Norteamérica, la revista estadounidense Time eligió a Selassie personaje del año y los exiliados comunistas italianos le consideraron un luchador por la libertad (algo absurdo porque su régimen había sido una monarquía absoluta y esclavista).

Al estallar la Segunda Guerra Mundial en 1939 y entrar Italia en la contienda contra Reino Unido en 1940, el Primero Ministro Winston Churchill vio en el exiliado Emperador Haile Selassie un instrumento para abrir un frente interno a los italianos en el África Oriental. Por eso mismo el “Negus” fue enviado a la colonia del Sudán Anglo-Egipcio a la espera de reunirse con una serie guerrilleros etíopes entrenados por el Ejército Británico y agrupados en la Fuerza Gedeon (Gedeon Force) al mando del general Orde Wingate. Allí permanecería reclutando miles de compatriotas hasta que una vez construido un pequeño Ejército Imperial Etíope, el 18 de Enero de 1941, el Emperador Selassie volvió a cruzar la frontera etíope-sudanesa de su patria a la altura de la aldea de Um Iddla. Desde entonces y al frente de sus tropas etíopes, las cuales siempre estuvieron acompañadas por soldados británicos y de la Commonwealth, Selassie dirigió las operaciones contra los italianos en diversas batallas como las de Keren, Amba Alagi, Culqualber o Gondar, hasta ser reconquistado el país y entrar victorioso en la capital de Addis Abbeba el 5 de Mayo de 1941, exactamente tras seis años de ausencia.

Tropas etíopes y británicas acompañan al Emperador Haile Selassie a su regreso a Etiopía en 1941.

Recuperado el control de Etiopía a mediados de 1941, el segundo reinado de Etiopía no iba a ser fácil para el Emperador Selassie. Primeramente los Aliados obligaron al monarca a no restituir el comercio de esclavos (en 1935 los italianos habían abolido la esclavitud) y luego le forzaron a involucrarse en la lucha contra el Eje. Esta última solicitud implicó el envío de tropas para aniquilar la guerrilla protagonizada en todo el África Oriental por combatientes italianos, somalís y eritreos que se prolongaría hasta finales de 1943; además de prestar vigilancia costera en la costa de Somalia ante el riesgo de la presencia de buques de guerra enviados por Japón. Por si fuera poco, aquel mismo año 1943 el “Negus” se encontró con un nuevo problema al descubrir que Reino Unido pretendía anexionarse Etiopía al término de la contienda. Ante el riesgo que tal cosa suponía, Selassie buscó ayuda diplomática de Estados Unidos, país con el que firmó el Acuerdo de Ayuda Mutua consistente en una serie de privilegios militares y comerciales con los norteamericanos a cambio de mediación política frente a Londres, algo que sin duda evitó que el país fuese ocupado por los ingleses. De hecho, Etiopía no sólo se salvó de ser colonizada por Inglaterra, sino que además fue admitida en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945 como uno de los países vencedores de la contienda y totalmente soberano.

Terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, el Emperador Haile Selassie amplió el Imperio Etíope con la anexión de la provincia de Ogadén a costa de Somalia en 1948 y de Eritrea en 1950. Sin embargo en el ámbito político, Selassie tuvo que ir moderando su monarquía absoluta en concordancia con los cambios políticos y sociales que estaban teniendo lugar en otros países del mundo. Por ejemplo en 1955 convirtió a la Cámara Baja del Parlamento en un órgano elegido por sufragio de los ciudadanos, en 1959 reconoció la independencia de la Iglesia Ortodoxa Etíope, en 1960 se sumó sus tropas a las Fuerzas de Pacificación de la ONU durante la Crisis del Congo, en 1963 presidió la Confederación de Jefes de Estado Africanos de Addis Abbeba y en 1966 aprobó un registro de tierras para reducir el poder de la nobleza. Respecto a sus relaciones exteriores, Selassie continuó siendo muy popular a nivel internacional tanto por sus enérgicos discursos en la ONU, como por ser uno de los Jefe de Estado más antiguos del siglo XX. Precisamente entre sus amistades hubo líderes de todas las ideologías como el Presidente Charles De Gaulle de Francia, el Presidente John Kennedy de Estados Unidos, el Primer Ministro Giuseppe Saragat de Italia, el Gran Timonel Mao Tse-Tung de China, el Caudillo Francisco Franco de España, el Mariscal Josip Tito de Yugoslavia o el Papa Pablo VI del Vaticano.

Repentinamente en 1974, una sequía asoló Etiopía provocando una hambruna sobre la provincia de Wollo que dejó más de 200.000 muertos, tragedia por la cual muchos culparon al Emperador Selassie debido a su inactividad. A raíz de este suceso, los estudiantes azuzados por los comunistas se echaron a las calles para manifestarse contra el Emperador; al mismo tiempo que un sector del Ejército Imperial Etíope organizado por simpatizantes socialistas que se agrupaban en el Comité Militar (Derg) comenzaban a conspirar desde la sombra contra el monarca.

Derecha: Haile Selassie con el Presidente John Kennedy de Estados Unidos. Izquierda: Con el Generalísimo Francisco Franco de España.

De forma inesperada el 12 de Septiembre de 1974, se produjo un golpe de Estado en el seno del Ejército Imperial Etíope, cuyos instigadores al frente del general Aman Andom que apoyaba desde el exterior la Unión Soviética, se hicieron con el control de Etiopía y capturaron en su residencia al Emperador Selassie, al cual retuvieron bajo arresto domiciliario en el Gran Palacio. Neutralizado el “Negus”, los golpistas abolieron la monarquía y proclamaron la República Etíope, un régimen comunista que se encargó de dirigir el Gobierno Militar Provisional de la Etiopía Socialista liderado por Mengitsu Haile Mariam.

Finalmente el 27 de Agosto de 1975, el Emperador Haile Selassie falleció cautivo en su propio Gran Palacio a la edad de 83 años. Con el alma de Ras Tafari, sin duda se marchó uno de los líderes de África más controvertidos del siglo XX.

jueves, 23 de junio de 2016

Eritrea culpa a EEUU de instigar choques militares con Etiopía


El gobierno de Asmara responsabilizó al de Washington de instigar los recientes incidentes militares en la frontera de Eritrea con Etiopía, publica el martes el periódico local Sudan Tribune.

El Ministerio de Información de Eritrea acusó en un breve comunicado a Estados Unidos de ser el cerebro de los enfrentamientos la semana última entre ambos países de África que causaron cientos de muertos y heridos entre sus respectivas tropas, añade el rotativo sudanés.

"Eritrea es consciente de la instigación no sólo del ataque que las fuerzas etíopes lanzaron el pasado domingo 12 de junio, sino también de su despliegue de armas a lo largo de la frontera para una gran ofensiva ampliada", añade la declaración publicada por el Sudan Tribune.

Medios regionales de prensa revelaron que los choques entre los dos ejércitos se extendieron durante dos días en un área de unos 75 kilómetros al sur de la capital de Eritrea conocida como Tserona.

Según esas fuentes, ambos gobiernos dialogan aún sobre las causas del incidente militar, considerado el más grave desde la guerra fronteriza etíope-eritrea de 1998-2000, con saldo de más de 70.000 muertos.

El ejecutivo eritreo denunció muchas veces desde entonces a EEUU por instigar el enfrentamiento en la región, incluidos otros conflictos limítrofes con el vecino Djibouti.

Tras los últimos combates fronterizos, Washington transmitió en un comunicado su "grave preocupación" ante la situación y solicitó a ambas partes actuar con moderación y entablar un diálogo político.

La nota, firmada por John Kirby, portavoz del Departamento de Estado, rechazó una solución militar, llamó a ambas partes a actuar con moderación y a un diálogo político y los instó a cooperar en la promoción de la estabilidad y la paz en la región.

Eritrea, por su parte, le restó importancia al comunicado estadounidense, caracterizó sus expresiones de "lágrimas de cocodrilo" y aseguró que estas "no pueden impresionar a nadie".

El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, por su lado, expresó en otra declaración el 15 de junio su profunda preocupación por los reportes sobre los intercambios de disparos en la frontera entre Etiopía y Eritrea y pidió a los dos países mantener la cordura y evitar acciones o discursos que agraven la situación.

Ban llamó a ambos gobiernos a resolver las diferencias mediante el diálogo y la plena implementación de los acuerdos de paz firmados en 2000 y aseguró que la ONU está lista para asistirlos en este proceso.

domingo, 29 de mayo de 2016

La comunidad oromo está que arde en Etiopía

La respuesta del gobierno de Etiopía a las protestas de la comunidad Oromo incluyó el desplieque de los agazi, una fuerza militar de elite, para apoyar a la policía.


La crisis política interna más grave a la que haya tenido que hacer frente el gobierno de Etiopía comenzó en una deteriorada cancha de fútbol, que se convirtió en el vehículo para expresar un malestar social arraigado que ahora amenaza la estabilidad de este país africano.

La represión de una protesta estudiantil en Ginchi, una pequeña ciudad a 80 kilómetros de esta capital, fue la chispa que encendió las protestas de la comunidad oromo, el mayor grupo étnico de Etiopía que representa una tercera parte de los 95 millones de habitantes de este país.

A medida que crecen, las protestas parecen dirigirse cada vez más al plan de expandir Adís Abeba hacia los límites de Oromia, la mayor de las nueve divisiones administrativas que, además, rodean a esta capital.

La tenencia de la tierra se volvió un asunto cada vez más polémico a medida que Etiopía se abre al mundo, una tendencia que afecta particularmente a muchos países en desarrollo.

Los inversores internacionales buscan cada vez más oportunidades no relacionadas con acciones ni bonos volátiles, como es el caso de las tierras de otros países. Muy pocos terrenos han concentrado su atención como los de Etiopía, con sus tierras bajas irrigadas por tributarios del Nilo Azul, particularmente caudaloso.

El gobierno etíope tomó la delantera y se apresuró a responder a esos intereses, y desde 2009 ha rentado 2,5 millones de hectáreas a más de 50 inversores extranjeros de India, Turquía, Pakistán, China, Sudán y Arabia Saudita.

El Plan Maestro de Desarrollo Integrado de Adís Abeba refleja una tendencia preocupante para los oromos, muchos de los cuales son pequeños agricultores con pocas tierras a disposición.

Las fuerzas de seguridad de Etiopía están equipadas para reprimir las manifestaciones de la comunidad Oromo, seguidas de numersos episodios de violencia y enfrentamientos.

Pero las protestas continuaron aun después de que la Organización Democrática de los Pueblos Oromo, que integra la coalición gobernante, decidiera archivar el plan, en una marcha atrás considerada histórica para un gobierno de este país.

“Las continuas e incansables protestas generalizadas son un claro mensaje sobre la falta de confianza de un sector de la población joven e inquieto que se siente marginado”, reza un editorial de febrero del diario Fortune, con sede en Adís Abeba.

Muchos analistas locales y extranjeros coinciden en que si bien las protestas nacieron como una expresión de identidad étnica centrada en la tenencia de la tierra, hay otras cuestiones más profundas que las sostienen como son la corrupción, las elecciones irregulares, la marginación política y socioeconómica, que preocupan a numerosos ciudadanos desencantados.

El número de personas fallecidas desde noviembre, según organizaciones de derechos humanos internacionales, activistas y analistas rondan entre 80 y más de 250 debido a los episodios de violencia. Pero muchas personas creen que eso es mejor al número de víctimas que podría haber si el gobierno perdiera el control y reinara la anarquía.

Las protestas fueron arrebatadas a la ciudadanía por grupos que buscan instalar la violencia, arguyó Getachew Reda, portavoz del gobierno etíope.

A pesar de la violencia registrada en febrero en el sur, numerosos analistas coinciden en señalar que la mayoría han sido protestas pacíficas de la comunidad Oromo, una expresión de toda su diversidad con el fin de denunciar los numerosos problemas que afrontan en su vida cotidiana.

“También se trata de contar con una estructura de gobierno competente”, puntualizó Daniel Berhane, destacado bloguero político quien escribe sobre Etiopía para el sitio Horn Affairs (Asuntos del Cuerno de África).

“Hay ministerios vecinos que no se hablan, y ya sea a escala regional, zonal o de distrito, los funcionarios se atribuyen responsabilidades e intercambian críticas”, arguyó.

“La gente siente la falta de competencia en materia de gobernanza”, puntualizó Berhane.

El gobierno escuchó al pueblo, remarcó por su parte, Getachew. Sin embargo, numerosos analistas coinciden en que las autoridades igual deben permitir a la ciudadanía ejercer su derecho constitucional a protestar para evitar que la situación se deteriore más.

El gobierno recurrió muchas veces al ejército para apoyar a la policía federal, ambas fuerzas acusadas de reprimir duramente a los manifestantes, lo que se agregó a los motivos de protesta y derivó en muchos controvertidos episodios de violencia.

Pero la represión de manifestantes, así como las detenciones arbitrarias de estudiantes, quienes iniciaron las protestas, no son nada nuevo en Etiopía y se remontan a la dictadura militar entre 1974 y 1991.

Muchos de los exiliados de ese período forman parte de la vasta diáspora, y el gobierno sostiene que la oposición exterior, con apoyo de activistas residentes en Estados Unidos, manipulan la situación de acuerdo a sus intereses.

“La diáspora agranda lo que sucede, sí, pero independientemente de lo que agite, no puede dirigir a un pueblo entero en Etiopía, eso se trata de disconformidad”, arguyó Jawar Mohammed, director ejecutivo de la Red de Medios Oromia, con sede en Estados Unidos, duramente criticada por el gobierno y analistas independientes por avivar el conflicto en este país.

La detención de dirigentes del partido Congreso Federalista Oromo, el mayor de Oromia, además de los miles de presos políticos, le otorgan prioridad a la búsqueda de una solución de largo plazo, opinó Jawar.

La gobernanza actualmente atraviesa una tensión inherente en Etiopía.

“El espacio político se restringió cada vez más, se volvió desigual, sin competitividad y desagradable, a diferencia de la diversidad de deseos e intereses de la sociedad etíope”, observa el editorial del diario Fortune.

Mucha agua ha corrido desde aquellos eufóricos días de optimismo cuando se concretó la nueva Constitución federal tras el fin de la dictadura militar en 1991.

El mismo analista sostiene que el gobierno merece cierto crédito por concretar una Constitución que refleje el carácter multiétnico de Etiopía y por extender los servicios básicos, la infraestructura, promover el respeto de las distintas identidades culturales y étnicas y mejorar la integración de la vasta población musulmana.

Pero la Constitución federal abraza una filosofía liberal que el gobierno no parece reconciliar con su proceso de toma de decisiones. Y al parecer, la situación empeorará antes de mejorar, a menos que se atiendan las causas de raíz del malestar social.

Las autoridades reconocieron que las consultas sobre el plan maestro no fueron suficientes, en especial a las personas que se verán más afectadas por él.

Lo que sucede en Etiopía puede llegar a ser un anticipo de lo ocurrirá en otras partes cuando fuerzas globales, como el crecimiento de una población urbana en los países en desarrollo que come más de lo que cultiva, choquen contra el deseo de las poblaciones indígenas de proteger sus tierras ancestrales.

“Un precepto fundamental de la creación del partido gobernante fue su interés democrático y social por los agricultores, quienes constituyen 80 por ciento de la población”, precisó Daniel. “No puede volverse de repente capitalista”, acotó.

Traducido por Verónica Firme