En el vigésimo aniversario del inicio de la guerra entre Etiopía y Eritrea, la opinión pública ve que una oportunidad para la paz sostenible finalmente puede estar en el horizonte.
En tanto, los académicos insisten en llamar a los políticos a buscar vías de reconciliación, para poner fin así a un conflicto que comenzó en mayo de 1998, cuando el escenario bélico se abrió paso para pelear por las llanuras desoladas de Badme.
Los especialistas instaron al gobierno de este país a no cejar en el llamado a la amistad, que ya reinició el nuevo primer ministro Abiy Ahmed, pero al cual Asmara le dio la espalada, al poner como pretexto la vieja disputa.
Las diferencias, supuestamente ya resueltas por medio del Acuerdo de Argel, siguen siendo usadas por la contraparte eritrea a la luz del presente, según los analistas, con el fin de sacar algún rédito.
El pacto comprometió a los beligerantes a aceptar la mediación de las Naciones Unidas para el establecimiento de sus fronteras definitivas de acuerdo con el principio instaurado por la entonces Organización de la Unidad Africana sobre respeto a los límites territoriales heredados de la época colonial.
No obstante, Eritrea todavía insiste en que aquella zona es parte integrante de su territorio, y más allá de que tengan o no razón, ello obstaculiza una y otra vez los llamados de entendimiento, consideró Belete Belachew, analista del Centro de Diálogo, Investigación y Cooperación.
Hace 20 años, las narrativas hostiles se convirtieron rápidamente en dominantes, causando un colapso estructural de las comunicaciones entre los dos países.
Así, el resultado fue una guerra de trincheras al estilo de la Primera Guerra Mundial, en la que decenas de miles de soldados chocaron con ametralladoras, tanques y fuego de artillería en oleadas.
Los enfrentamientos dejaron un estimado de 100 mil muertos y más de un millón de desplazados y, a consideración de observadores, tuvo un efecto devastador en el tejido social y en la economía.
Fue un mal procedimiento, que se arrastra hasta el presente: ambos estados recurrieron a encuadres nacionalistas de identidad, territorio e historia compartida, precipitando discursos conflictivos, refirió el director ejecutivo del Instituto de Estudios Estratégicos de Relaciones Exteriores, Mogos Tekelemichael.
En el punto álgido de la guerra, Etiopía aumentó el tamaño total de su ejército de 60 mil a 350 mil y los gastos de defensa se dispararon; en general, el costo fue de casi tres mil millones de dólares, según datos archivados al respecto.
Mientras tanto, el número de los efectivos de Eritrea se incrementó a 300 mil (casi 10 por ciento de la población) a través de la conscripción de servicio nacional.
Consecuentemente, las autoridades de esa nación usan el estancamiento intratable como una justificación para no desmovilizar la cifra insostenible de tropas que conserva, apuntó Tekelemichael.
Comentaristas de todo el mundo, acerca del conflicto sobre una línea imaginaria que atraviesa la escarpada porción de tierra, ofrecieron explicaciones que van desde los problemas económicos eritreos hasta las ideologías divergentes entre los entonces líderes y el deseo de Addis Abeba de recuperar el acceso al mar.
Colocaron como telón de fondo a los dos movimientos que dominaban la política en ese momento, el Frente de los Pueblos para la Democracia y la Justicia, y el Frente de Liberación del Pueblo Tigray (TPLF).
A lo sumo, es un diferendo entre las personas que hablan tigrinya, observó Gerbru Asrat, ex miembro del Buró Político del TPLF; 'solo Tigray, no toda Etiopía, es el objetivo de Eritrea'.
Aunque las diferencias políticas y económicas subyacentes estaban lejos de ser insuperables, la animosidad, la ira, el desprecio y la amargura entre las agrupaciones y sus representantes hicieron imposible una resolución política en el pasado, pero eso debe ser superado en el presente, manifestó, por su parte, Tafese Olika, académico de Ciencias Políticas en la Universidad de Addis Abeba.
Argel podría haber sido un punto de discusión, pero los otros aspectos de la relación entre personas son más que suficientes para restablecer los lazos, puntualizó Olika.
La situación de 'no paz ni guerra' no es ventajosa para nadie, particularmente para la gente que vive a lo largo de la frontera, argumentó.
El estudioso coincide en que la relación es más que un asunto fronterizo y por lo tanto, las dos naciones necesitan recurrir a otras oportunidades, entre ellas los enormes lazos culturales, para salir del punto muerto.
En abril de 2002, la Comisión de Límites dictaminó que Badme es parte de Eritrea, pero en ese momento Etiopía se negó a cumplir con la decisión, preparando, consideraron algunos, el escenario para un estancamiento que aún repercute en el Cuerno de África.
Sin embargo, Ahmed aseguró su deseo de sentarse a la mesa de negociaciones, algo a lo que Asmara renuncia hasta ahora, casi dos meses después del llamado del flamante jefe de Gobierno etíope.
El premier no tiene el equipaje histórico que tenía Meles Zenawi aunque posee un margen de maniobra mucho mejor que su predecesor, Hailemariam Desalegn, y eso debe usarlo a su favor, en opinión de la mayoría de los investigadores.
Pero es más importante para los estudiosos que el primer ministro comprometa al país con cumplir plenamente la normativa de la Comisión y revertir la posición legal y políticamente insostenible.
Debe enviar una señal clara a los eritreos y a la comunidad internacional de que asegurará su parte del trato, agregaron.
Esto serviría como una medida crítica de fomento de la confianza y allanaría el camino hacia la compleja y penosa tarea de trabajar a través de las condiciones políticas y económicas que llevaron a la guerra que desgarró a las dos sociedades.
Asimismo, consideraron que la resolución pacífica fortalecería la seguridad regional y restablecería la confianza y la capacidad de recuperación.
Es imperativo para todos aquellos que se preocupan por la estabilidad a largo plazo y la viabilidad económica de la región hacer todo lo posible para ayudar a ir más allá de la guerra sin sentido que causó tanto sufrimiento, concluyeron.
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