jueves, 26 de noviembre de 2015

Sudán obtiene 2.200 millones de dólares por sumarse a la guerra de Arabia Saudí y Qatar en Yemen

La desastrosa campaña militar de Arabia Saudí en Yemen ha sido una fuente de humillación. En un intento de imponerse a los rebeldes huzi, Riad se ha dirigido a Sudán y a otros estados africanos para que le apoyen con tropas sobre el terreno. En última instancia, la capacidad de Arabia Saudí de conseguir un compromiso por parte de las Fuerzas Armadas de Sudán (FAS) debe analizarse en el contexto de los problemas internos de Sudán que han dejado al país al borde de la quiebra económica.

Desde 1997, las sanciones impuestas por Estados Unidos al Banco Central de Sudán han debilitado el acceso del país a los mercados financieros internacionales y de divisas. Los conflictos en curso entre las FAS y los movimientos rebeldes en Darfur y en las provincias de Kordofán del Sur y del Nilo Azul han drenado los recursos y han quebrado la confianza de los inversores. Cuando Sudán del Sur se separó en 2011, Sudán perdió un tercio de su territorio y la mayor parte de su petróleo. Los bajos precios del crudo provocaron asimismo la disminución de los ingresos. Estas pésimas condiciones han movido al Gobierno de Jartum a buscar ayuda financiera en sus aliados del Golfo Pérsico.

Lo cierto es que los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) han proporcionado un salvavidas financiero crucial a un Sudán, que está muy debilitado por las sanciones. Jartum ha revelado recientemente que a principios de este año oficiales del Gobierno saudí habían depositado desde la capital, Riad, mil millones de dólares en el Banco Central de Sudán. Los cataríes habían depositado previamente 1.220 millones de dólares poco después de que el presidente de Sudán, Omar Hasan al-Bashir, visitase Doha el año pasado. Añádase que los tres principales accionistas del Banco de Jartum son el Banco Islámico de Dubai, el Banco Islámico de Abu Dabi y el Banco Islámico de Sharja.

Pero el apoyo a Sudán no es gratuito. Jartum está pagando esa ayuda combatiendo en Yemen. En las últimas semanas centenares de mandos oficiales y soldados sudaneses se han unido a los cerca de mil soldados de las FAS que ya estaban luchando allí. En octubre el ministro de Defensa sudanés, Awad bin Auf, declaraba: “Hay 6.000 combatientes de las fuerzas especiales, fuerzas de tierra y tropas de élite listos para intervenir cuando el liderazgo de la coalición lo solicite. [...] Y si se requieren más tropas y mayor contribución militar estamos listos para ofrecerlas”.

En un contexto geopolítico ampliado, Irán, con su respaldo a los rebeldes Huzi es el elefante en la cacharrería.

Sudán se unió a la coalición de Riad a pesar de haber pasado varios años fortaleciendo sus relaciones con Irán. En 2008, sudaneses e iraníes firmaron un acuerdo de cooperación militar y en 2013 Irán intensificó la construcción de bases navales y logísticas en Port Sudan. Ambos países comparten objetivos geopolíticos: Sudán es para Irán una puerta estratégica hacia el continente africano e Irán suministra apoyo financiero y militar a Sudán. La relación entre ambos países no ha dejado de inquietar a los gobiernos occidentales, israelíes y del Golfo Pérsico. (En agosto de 2013 Riad prohibió al sudanés Bashir atravesar el espacio aéreo saudí cuando este se dirigía a la toma de posesión del recién elegido presidente iraní Hasan Ruhani, obligando al avión a regresar a Jartum.)

El año pasado, sin embargo, las relaciones de Sudán con Teherán dieron un nuevo giro. En septiembre de 2014 las autoridades sudanesas cerraron los centros culturales iraníes en Jartum y en otros lugares alegando que Irán pretendía difundir el chiísmo en Sudán. La verdad es que la pequeña minoría chií de Sudán no representa ninguna amenaza seria para el régimen; lo cierto es que el cierre de los centros culturales sólo puede explicarse en el contexto del giro geopolítico de Sudán hacia Arabia Saudí.

Un mes después de los cierres, Bashir intentó distanciar aún más a Sudán de Irán al declarar que la visión negativa de Riad sobre la verdadera relación de Jartum con Teherán estaba basada en informaciones “falsas, inventadas y exageradas”. Rechazó el valor de las relaciones iraníes-sudanesas al citar la negativa de Teherán a respaldar a Jartum cuando los problemas económicos golpearon Sudán tras la secesión de Sudán del Sur en 2011. Bashir afirmaba: “Nosotros [los sudaneses] nos las arreglamos muy bien para superar ese período difícil sin obtener el apoyo de Irán, ni siquiera un centavo. Sólo nos ofrecieron promesas que nunca llegaron a materializarse y por eso hemos dejado de considerar que nuestras relaciones con Irán son estratégicas”. Una señal previa del giro de Sudán hacia el GCC –y del alejamiento de Irán– se produjo en agosto de 2013, cuando The New York Times informóde que Jartum había proporcionado a los rebeldes sirios armas sudanesas de fabricación china a través de Catar.

La Corte Penal Internacional quiere juzgar a Bashir por sus presuntos crímenes de guerra, por lo que la participación de Sudán en la coalición patrocinada por Estados Unidos ha llamado la atención de organizaciones de derechos humanos occidentales. Según Akshaya Kumar, de Human Rights Watch, “las tropas sudanesas han ignorado las leyes de la guerra y han abusado de civiles impunemente (en Kordofán del Sur y en el Nilo Azul). […] Si bien no sabemos qué unidades se han enviado a Yemen, lo que sí sabemos es que proceden de un ejército con una trayectoria atroz”. Es obvio que el Gobierno de Obama tendrá que afrontarlo: está metido en una alianza militar de facto con un régimen al que ha castigado mediante sanciones económicas y embargo de armas por abusos contra los derechos humanos, incluido el genocidio y el terrorismo de Estado.

Los saudíes, por supuesto, no exigen a sus socios que respeten los derechos humanos para intervenir en Yemen. La verdad es que las FAS cuentan con años de experiencia en el combate de la insurgencia y dada la negativa de algunos aliados militares tradicionales de Riad a enviar fuerzas sobre el terreno a Yemen parece lógico que el reino se haya dirigido a Sudán en busca de más tropa.

Aunque Arabia Saudí y Sudán estuvieron previamente enfrentados a raíz del apoyo de Jartum a Hamás y a la Hermandad Musulmana egipcia, esas tensiones parecen disipadas. Como lo que persigue el rey de Arabia Saudí, Salman bin Abdul-Aziz Al Saud, es unir al mundo árabe suní bajo su égida a fin de contrarrestar la influencia iraní, Riad considera ahora que Sudán es un actor a tener en cuenta en su estrategia de política exterior. De hecho Sudán –miembro de la Liga Árabe y de la Unión Africana, con una ubicación estratégicamente privilegiada a lo largo del Mar Rojo– desempeña un papel singular en el orden geopolítico de Oriente Próximo, un factor que los analistas pasan a menudo por alto.

Hoy en día, la grave situación económica de Sudán sitúa a este país al borde de la quiebra; las sanciones han estrangulado al Banco Central. Hasta el momento los dirigentes sudaneses han capeado la primavera árabe, pero la alta inflación, el desempleo (sobre todo entre los jóvenes urbanos) y los niveles de empobrecimiento alimentan también la creciente oposición al régimen. Este potencial se puso de relieve en septiembre de 2013 cuando miles de manifestantes contra la austeridad se enfrentaron en Jartum a las fuerzas de seguridad y se produjeron muertes, heridos y detenciones. En resumen, la supervivencia del régimen preocupa a Bashir hasta el punto de alinear Jartum a los Estados del Golfo Pérsico a fin de mitigar los riesgos asociados por el empeoramiento de la crisis económica del país.

El precio que Sudán paga por este salvavidas financiero es la participación en la guerra civil de Yemen.

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