El galés Thomas Edward Lawrence, arqueólogo, oficial militar y diplomático, más conocido como Lawrence de Arabia, fue enlace del Ejército británico con las tropas árabes del emir Faisal Ibn Husein, de la dinastía Hashemita, en la rebelión árabe contra el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial.
La insurgencia árabe fue alentada por los británicos, que junto a Francia, Rusia y otros aliados pretendían derrotar a los otomanos, respaldados por el Imperio austro-húngaro, el alemán y el reino de Bulgaria.
Lawrence de Arabia confiaba en el triunfo de la rebelión árabe y apoyaba la creación de un Estado árabe con capital en Damasco.
Éste era el futuro que los británicos habían presentado al jerife de la Meca, Husein bin Ali, padre de Faisal.
Las promesas quedaron recogidas en la correspondencia que Husein y Sir Henry McMahon, el alto comisionado británico en Egipto, intercambiaron entre 1915 y 1916.
En las misivas, el Reino Unido aceptaba reconocer la independencia de los árabes a cambio de que éstos ayudaran a Londres a luchar contra los otomanos.
Los árabes consideraron el contenido de las cartas de McMahon como un acuerdo.
"En esa época no había potencias regionales como ahora, estaban las superpotencias solas e intentaban dibujar el mapa según sus intereses y su equilibrio de poderes, y nos utilizaron", dijo a Sputnik Nóvosti el historiador Mahdi Abdul Hadi, presidente de la Sociedad Académica Palestina para el Estudio de Asuntos Internacionales (PASSIA).
"No creo que las élites árabes, ni los Hashemitas fueran ingenuos ni estúpidos: pidieron libertad e independencia a cambio de aliarse con los británicos y los franceses, y confiaron en ellos esperando que cumplirían su compromiso", señaló Hadi.
Pero los árabes no sabían que a sus espaldas, británicos y franceses firmaron un pacto para dividir Oriente Medio en áreas bajo su control o su influencia.
El trato pasó a la historia como Acuerdo Sykes-Picot (oficialmente denominado de Asia Menor) porque lo firmaron Mark Sykes, diplomático de la Oficina Británica de Guerra, miembro del Partido Conservador, y François George-Picot, diplomático francés.
En el acuerdo, británicos y franceses dividían el Imperio otomano en zonas que estarían en sus manos o bajo su influencia.
También establecían un control internacional en Palestina (excepto en una pequeña zona británica en los puertos de Haifa y Acre) y adjudicaban una parte del pastel a sus aliados rusos.
Gran Bretaña y Francia no fueron los únicos firmantes del acuerdo secreto, cuyos detalles se ultimaron en Petrogrado, en la Rusia zarista, y se firmó el 16 de mayo de 1916.
El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Sazonov, jugó un papel clave en el contenido del acuerdo.
Rusia, el tercer firmante, había logrado importantes victorias sobre los turcos.
Los rusos habían conquistado el nordeste de Turquía y se habían hecho con casi todo el territorio otomano que querían, excepto Constantinopla.
En el acuerdo entre Sykes, Picot y Sazonov, a los rusos se les adjudicaron Constantinopla, los estrechos, Armenia y el Kurdistán, pero nunca llegaron a controlar estos territorios, ya que en febrero de 1917 estalló la Revolución Rusa.
En noviembre de 1918 acabó la Primera Guerra Mundial con la victoria de la Triple Entente —Reino Unido, Francia, Rusia- y sus aliados, entre ellos EEUU, contra Alemania, el Imperio austrohúngaro, el Imperio otomano y Bulgaria.
Ese triunfo supuso el final del Imperio Otomano.
En la Conferencia de París, en 1919 los vencedores decidieron los términos de los tratados de paz que firmarían con cada uno de sus enemigos derrotados.
En el acuerdo Sykes-Picot no se definieron las fronteras de los Estados árabes: de hecho, el pacto hablaba de la existencia de un futuro "Estado árabe" o "una confederación de Estados árabes".
Las líneas de los mandatos tutelados por cada país se decidieron en la Conferencia de San Remo, en 1920, y sus conclusiones se plasmaron en el Tratado de Sèvres el mismo año.
No obstante, este tratado nunca entró en vigor por la aparición del movimiento nacional turco bajo el liderazgo de Mustafa Kemal Pasha.
En su ofensiva militar venció a Grecia, Armenia y las fuerzas francesas, recuperó casi todo lo que Turquía había perdido y obligó a los aliados a negociar de nuevo en Lausana en 1923.
Como consecuencia, los kurdos vieron frustrado su sueño de un Estado; las potencias internacionales habían previsto que celebraran un referéndum para decidir su futuro.
Los kurdos presentaron un mapa en la Conferencia de París, en 1919, que comprendía el Kurdistán turco, el iraquí, una porción pequeña de Siria y otra de Persia, pero el triunfo de Kemal vetó la existencia del Kurdistán.
Gran Bretaña, contrariamente a lo que indicaba Sykes-Picot, se quedó Palestina y la dividió en dos mandatos: Palestina y Transjordania, el territorio situado al oeste del río Jordán, que se convertiría luego en Jordania.
Con el tiempo, los británicos nombraron a Abdulá, otro hijo del jerife Husein, como rey de este territorio.
Los tratados internacionales incorporaron la Declaración Balfour (noviembre de 1917), una carta firmada por el Secretario de Relaciones Exteriores británico, Arthur James Balfour, impulsada por Sykes.
La misiva estaba dirigida al barón Lionel Walter Rothschild, uno de los líderes de la comunidad judía británica.
En ella, Balfour le comunicaba: "Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío".
El texto seguía: "Y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, quedando bien entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina".
Las promesas de los británicos a árabes y judíos eran incompatibles.
Los británicos se hicieron, además, con el mandato de Mesopotamia (luego Irak), incluida Mosul, que en el acuerdo Sykes-Picot estaba prevista para Francia.
Los franceses se quedaron con el mandato de Siria y Líbano, que en el futuro pasaría a ser un país independiente con un territorio mayor del previsto inicialmente.
En Damasco, Faisal Ibn Husein aprovechó el vacío de poder tras la derrota otomana y declaró un Reino Árabe en 1918 que fue abolido por los franceses al inicio de 1920.
Luego fue rey de Irak a instancias británicas por una revuelta de las comunidades iraquíes que exigían un gobierno propio.
El acuerdo Sykes-Picot destruyó los sueños y las aspiraciones árabes. "Es una de las razones básicas por las que hoy tenemos esta tormenta en Oriente Medio", indicó a Sputnik Nóvosti Alan Baker, experto en derecho internacional del Jerusalem Center for Public Affairs.
"Las fronteras creadas eran falsas, basadas en líneas dibujadas sin tener en cuenta las nacionalidades o los intereses culturales y demográficos", comentó Parker.
"Las potencias sabían perfectamente cuáles eran los deseos de los árabes porque la Comisión King-Crane (constituida en 1919 y lanzada por EEUU para conocer las aspiraciones de los pueblos en las áreas no turcas del Imperio otomano) visitó la zona y habló con sus habitantes", subrayó Hadi.
"Nunca se lo tomaron en serio ni actuaron según su ética, valores y principios respecto a la libertad, la independencia, los derechos humanos y las aspiraciones de los pueblos", añadió el historiador palestino.
Aunque matizó que "hoy en día no creo que estemos en disposición de juzgar o decidir qué estuvo mal hecho".
Al pacto Sykes-Picot se refirió en el 2014 Abu Bakr al Baghdadi, líder del Daesh (acrónimo árabe que designa al Estado Islámico, considerado terrorista por varios países, entre ellos Rusia).
Al Baghdadi afirmó al proclamar un califato en los territorios sirios e iraquíes bajo su dominio que había llegado "el final de Sykes-Picot" (un sueño que nunca cumplió).