Siete años después de la intervención militar de la OTAN contra Libia, todos los observadores coinciden en reconocer que aquella intervención se basó en mentiras enormes y que contradecía el mandato otorgado por el Consejo de Seguridad de la ONU. Aunque hoy reconocen que la población libia era la más rica de África y que su nivel de vida se derrumbó a raíz de la invasión, provocando que los libios se exilaran masivamente, los occidentales siguen sin tomar conciencia del hecho que Muammar el-Kadhafi había vencido en Libia la práctica del esclavismo y del racismo. Al destruir la Yamahiria, la OTAN abrió deliberadamente las puertas del infierno. No sólo fueron perseguidos los trabajadores inmigrantes de piel oscura sino también los libios negros de Tawerga. Además, el trabajo que la Yamahiria había realizado en materia de cooperación africana entre árabes y negros se ha visto reducido a nada en todo el continente.
La bandera de la dinastía wahabita de los Senussi ha vuelto a convertirse en bandera de Libia. Y el esclavismo también se ha convertido de nuevo en la práctica corriente que fue antes del golpe de Estado del coronel Muammar el-Kadhafi, en 1969. Libia, Arabia Saudita y, aunque en menor medida, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, son 4 Estados wahabitas que permiten el esclavismo.
Hace 7 años, el 19 de marzo de 2011, comenzaba la guerra contra Libia, dirigida por Estados Unidos, primeramente a través del AfriCom y después mediante la OTAN, bajo el mando estadounidense. En 7 meses se realizaron unas 10 000 misiones de ataque aéreo, con el uso de decenas de miles de bombas y misiles.
Italia participó en esa guerra aportando cazabombarderos y sus bases aéreas, rompiendo así el Tratado de Amistad y Cooperación que había firmado con Libia. Ya antes de la agresión aeronaval, sectores tribales y grupos islamistas hostiles al gobierno libio habían recibido financiamiento y armas para que operaran en Libia y se había procedido a infiltrar allí fuerzas especiales, principalmente de Qatar. Así fue destruido aquel Estado que, en la costa africana del Mediterráneo, registraba «altos niveles de crecimiento económico y elevados indicadores de desarrollo humano», como señalaba el mismísimo Banco Mundial en 2010. Unos 2 millones de migrantes, en su mayoría africanos, encontraban trabajo en Libia.
Al mismo tiempo, Libia hacía posible, con sus fondos soberanos, el nacimiento de organismos económicos independientes en el seno de la Unión Africana, como el Fondo Monetario Africano, el Banco Central Africano y el Banco Africano de Inversión.
Estados Unidos y Francia –como lo demuestran los correos electrónicos de la secretaria de Estado Hillary Clinton– se pusieron de acuerdo para bloquear primeramente el proyecto de Kadhafi de creación de una moneda africana alternativa al dólar estadounidense y al franco CFA, que Francia todavía impone a sus ex colonias africanas.
Ya destruida la Yamahiriya y asesinado Kadhafi, el botín libio es enorme: grandes reservas de petróleo –las mayores de África– y de gas natural; el inmenso manto freático nubio de agua fósil, un oro azul que puede llegar a ser más valioso que el oro negro; el territorio mismo de Libia, de primera importancia geoestratégica; los fondos soberanos [creados bajo el «régimen» de Kadhafi] de unos 150 000 millones de dólares que el Estado libio tenía invertidos en el exterior, «congelados» en 2011 por mandato del Consejo de Seguridad de la ONU.
De los 16 000 millones de euros de los fondos libios bloqueados en la Euroclear Bank –en Bélgica– ya han desaparecido 10 000 millones sin que se haya emitido ninguna autorización de retiro de fondos. El mismo proceso de rapiña está teniendo lugar en los demás bancos europeos y estadounidenses.
En la Libia actual, los ingresos fiscales provenientes de la exportación de recursos energéticos –que fueron 47 000 millones en 2012 pero sólo 14 000 millones en 2017– se comparten entre facciones de poder y las transnacionales. La moneda libia –el dinar– que antes valía 3 dólares se cambia actualmente a 9 dinares por 1 dólar mientras que los bienes de consumo corriente se importan pagándolos en dólares, con una tasa de inflación anual de 30%.
El nivel de vida de la mayoría de la población se ha derrumbado por falta de dinero y de servicios esenciales. La seguridad es inexistente y no existe un verdadero sistema judicial. Los migrantes africanos se llevan la peor parte. Falsamente acusados (alegaciones que los medios occidentales alimentaron ampliamente) de ser «mercenarios de Kadhafi», fueron encarcelados por las milicias islamistas, incluso en jaulas para fieras del zoológico, torturados y a menudo asesinados.
Libia se ha convertido en la principal vía de tránsito, controlada por traficantes de personas, de un caótico flujo migratorio hacia Europa.
También son perseguidos los libios acusados de haber apoyado a Kadhafi. En la ciudad de Tawerga, las milicias islamistas de Misurata, respaldadas por la OTAN (se trata por cierto de las mismas que asesinaron a Kadhafi) emprendieron una verdadera campaña de purificación étnica, torturando, violando y matando. Los aterrorizados sobrevivientes huyeron de esa ciudad.
Hoy unas 40 000 personas que vivían en Tawerga tratan de sobrevivir en condiciones inhumanas, sin poder regresar a esa ciudad. ¿Por qué no hablan de eso los representantes de la izquierda que hace 7 años reclamaban a gritos una intervención militar en Libia en nombre de los derechos humanos?
Fuente
Il Manifesto (Italia)
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