sábado, 5 de marzo de 2016

¿Quiénes son los yazidi “Adoradores del Diablo” y por qué el ISIS trata de masacrar y esclavizar a esta antigua minoría?



El 3 de febrero, el New York Times recogió la petición desesperada de un yazidi, miembro de un grupo étnico-religioso que se enfrenta a un exterminio comunal a manos de los terroristas yihadistas del ISIS. En términos sencillos pero emotivos resumió la situación de su pueblo, cuyas tierras ancestrales en el norte de Irak conquistó el “Califato” del ISIS en el verano de 2014, “Por favor, ayúdennos. Nos están matando y secuestrando a nuestras mujeres y niños”.

En caso de que no conozca la historia de la conquista de la antigua tierra de los yazidis por los fanáticos del ISIS en agosto de 2014, se hace esencial una recapitulación para comprender la situación de esta comunidad en peligro de extinción, que se ha enfrentado durante siglos a lo que sólo puede describirse como asalto genocida. Históricamente, este asalto ha sido llevado a cabo por los árabes y turcos musulmanes que han acusado falsamente a los yazidíes de ser “adoradores del diablo”. Es la trágica historia de los seguidores de una religión pacífica -con orígenes que se pierden en las brumas del tiempo en Mesopotamia-, cuya existencia se ve ahora amenazada por una combinación de fanatismo por parte del ISIS y la indiferencia por parte de las potencias occidentales.

¿”Adoradores del Diablo” o Creyentes en el Ángel del Pavo Real?

Para entender la reservada religión de los yazidis, mi colega el profesor Adam Sulkowski, con el que había explorado previamente la zona montañosa de los antiguos paganos kalash en la frontera entre Afganistán y Pakistán, decidió viajar conmigo al lugar más sagrado del mundo para los yazidis: el complejo de templos de piedra de Lailish. Lailish está enclavado en un valle estrecho, en las colinas de la región autónoma del Kurdistán iraquí, a pocas millas de la línea del frente con el ISIS. Nuestro guía de viaje era un gregario yazidi llamado Thamer Alyas, que estaba ansioso por ofrecer un recorrido con información privilegiada de este lugar sagrado que, durante siglos, ha estado cerrado a los extranjeros.

Según circulábamos con Thamer a través de las colinas cubiertas de niebla del Kurdistán iraquí, nos explicó que su pueblo adora a un solo Dios creador, al igual que los árabes y kurdos musulmanes que los rodean y también como los distintos grupos cristianos (estos antiguos cristianos, en gran parte conocidos como asirios, también han sido objeto de la aniquilación perpetrada por Al Qaeda en Irak y el ISIS y su comunidad se ha reducido desde la invasión de Estados Unidos en 2003 de 1,5 millones a alrededor de 200.000 en la actualidad). Al Dios de los yazidis se le conoce como Khude y todo Él es indulgencia y misericordia. Dios se creó a sí mismo Khude y a siete arcángeles dirigidos por Melek Tawus, el Ángel del Pavo Real. Melek Tawus fue enviado a la tierra para crear vida a partir del caos primordial y actuar como intercesor entre el hombre y Dios. El primer ser humano había sido creado sin alma, por lo que Melek Tawus sopló el aliento de la vida en él. Luego puso a Adán frente al Sol, símbolo del Creador Supremo, a quien los yazidis, como los antiguos mesopotámicos, todavía adoran.

Hay muchos otros aspectos arcaicos de la fe que indican que puede ser una de las más antiguas y su calendario del mundo se inicia 6.756 años atrás, casi 5.000 años antes que la cristiana o calendario gregoriano y casi 1.000 años más que el calendario judío.

Hasta el momento, toda esta historia nos parecía bastante inocua. No hay nada en este antiguo mito de la creación que garantice siglos de represión por parte de las autoridades turco-otomanas y ahora la matanza del ISIS.

Pero la triste suerte de los yazidis resulta de que la historia de Melek Tawus tiene paralelos inquietantes con la historia de Shaytan, el jinn (genio) caído del Islam, conocido en para nosotros como Satanás. Según la tradición yazidi, Dios exhortó a Melek Tawus a no inclinarse ante otros seres. Entonces Dios puso a prueba a Malek Tawus creando al hombre de barro y ordenando a Malak Tawus que se inclinase ante Adán. Melek Tawus respondió: “¡Cómo puedo someterme a otro ser! Yo procedo de tu iluminación, mientras que Adán está hecho de polvo”. Después de perdonarlo por haberse rebelado, Dios lo convirtió en gobernante de la tierra tras haber pasado llorando 7.000 años para extinguir el infierno con sus lágrimas.

Por desgracia, en la tradición islámica, Shaytan o Iblis era un genio que, de manera similar, se negó a obedecer la orden de Dios a inclinarse ante Adán. Por este pecado de orgullo, Dios-Allah le maldijo y lo expulsó del cielo a la tierra. A partir del siglo XV, los musulmanes turcos y árabes de alrededor llegaron a equiparar Melek Tawus, el ser primario adorado por yazidis, con Shaytan, el tentador. Así comenzaron los siglos de masacre y persecución que vieron a los yazidis huir hacia las montañas del norte de Irak.

Allí, este pueblo, que son étnicamente kurdos y hablan el dialecto kurdo de Kurmanji, durante mucho tiempo han estado protegidos por sus compañeros kurdos, que tienen una tradición de moderación y hospitalidad hacia las minorías reprimidas. Los kurdos creen que una vez todos fueron creyentes de la antigua fe yazidi, y ven a esta minoría como la memoria viva y la conciencia de su pueblo. En esencia, sienten que los yazidis son depositarios de sus tradiciones preislámicas. Hay algo de verdad en esto, ya que muchas de las costumbres de los yazidis, tales como su creencia en los ángeles, árboles sagrados y la pureza de la tierra, aire, fuego y agua, provienen de la antigua Mesopotamia y de los sistemas de creencias iraníes y de Zoroastro.

Pero el santuario de los yazidis entre los kurdos fue amenazado por el surgimiento de grupos yihadistas sunitas fanáticos, que se levantaron para resistir la derrota de su grupo sectario por los estadounidenses en la Operación Libertad Duradera de 2003. Estos grupos declararían una yihad contra los yazidis como “adoradores del diablo” y lanzarían un asalto a esta antigua comunidad que la ONU describe como “genocidio”.

ISIS declara la yihad total sobre los “infieles” yazidi

Como la mayoría de los iraquíes que sufrieron bajo Saddam Hussein, los yazidis celebraron el derrocamiento del odiado dictador, pero, al igual que las antiguas comunidades cristianas del norte de Irak, pronto se convirtieron en el blanco de los grupos yihadistas sunitas fanáticos como Al Qaeda en Irak (AQI), que se levantaron en armas para luchar contra los estadounidenses. En 2007, AQI dirigió a las comunidades yazidis iraquíes del norte de Kathaniya y Jazeera el ataque suicida más letal en el mundo desde el 9/11. Nada menos que 796 yazidíes fueron asesinados y otros mil quinientos fueron heridos en este bombardeo masivo, que involucró a un camión cisterna de combustible y tres coches con dos toneladas de explosivos.

Pero lo peor estaba por venir. AQI se transformó en ISIS y, en agosto de 2014, lanzó una campaña en la región del Monte Sinjar, en el noroeste de Irak. El Monte Sinjar estaba protegido por los legendarios peshmergas kurdos (literalmente, “los que se enfrentan a la muerte”, una famosa fuerza de combate), pero estos combatientes cayeron ante el ataque del ISIS, dejando la región a merced de los fanáticos combatientes del “califato”. El Monte Sinjar es el enclave geográfico principal de los yazidis, que lo consideran una montaña sagrada (creen que esta montaña, que se eleva espectacularmente sobre el plano desierto, es el lugar donde el arca de Noé tocó tierra por primera vez tras el diluvio y mantienen allí siete templos que albergan llamas eternas).

A medida que los combatientes del ISIS irrumpían en la ciudad de Sinjar, que se encuentra al pie de la montaña del mismo nombre, fueron matando a unos 5.000 yazidis en un acto que la ONU califica como “genocidio”. Un informe de esta matanza señalaba que los yazidis estaban siendo abatidos a tiros y arrojados a fosas comunes y conducidos a templos que posteriormente eran bombardeados.

Los jihadistas también capturaron a cientos de mujeres yazidíes como ‘sabiya’ (esclavas sexuales legitimadas por el Islam) y las vendieron como ganado en los mercados a los combatientes del ISIS. Estas mujeres, muchas de ellas niñas, fueron sistemáticamente violadas y abusadas por sus amos del ISIS y la mayoría todavía permanecen en la miseria como esclavas sexuales para los fanáticos, que legitiman su abuso mediante la etiqueta de “idólatras” e “infieles” (su situación no obtuvo tanta atención como el secuestro de colegialas por terroristas yihadistas de Boko Haram en Nigeria). Las mujeres mayores que no fueron consideradas dignas de ser sabiya fueron arrastradas lejos y sistemáticamente asesinadas en masa a sangre fría.

Nada menos que 50.000 yazidis huyeron de pánico a las sombrías, inaccesibles alturas del Monte Sinŷar para escapar de las matanzas del ISIS. Para evitar su genocidio, el presidente Obama lanzó una campaña de bombardeos que detuvo el avance de ISIS y un puente aéreo que proporcionó comida y agua a los hambrientos refugiados Yazidis atrapados en la montaña. Después, los peshmerga kurdos rompieron el cerco de las líneas del ISIS, creando un pasillo que permitió escapar a la mayoría, aunque no todos, de los refugiados en el monte Sinjar.

Pero para entonces ya era demasiado tarde, el corazón de la población y la cultura yazidi habían sido destruidos y muchos santuarios clave yazidis, con su forma cónica y torres estriadas, fueron destruidos. Afortunadamente, en diciembre de 2015, las fuerzas kurdas, apoyadas por la Fuerza Aérea de EE.UU., derrotaron a las fuerzas del ISIS, ocupando la ciudad de Sinjar y parte de la dispersa comunidad está tratando de regresar a sus hogares. Pero la mayoría han quedado esparcidos a lo largo y ancho de sus territorios sagrados y muchos se han unido al movimiento de refugiados hacia Europa. El exilio de los yazidis de los antiguos santuarios de sus gentes amenaza con diluir su identidad distintiva como pueblo.

Esta fue la información básica previa a nuestra visita al santuario de Lailish, situado al este del Monte Sinjar, seguro tras las líneas de los peshmerga kurdos en el noroeste de Kurdistán.

Una visita al Santuario yazidi en Lailish.

Según avanzaba nuestro SUV en paralelo a la cercana línea del frente del ISIS, a través de las colinas cubiertas de niebla del Kurdistán iraquí, interrogamos a nuestro guía yazidi Thamer con preguntas sobre las creencias y rituales de la antigua fe de su pueblo. Pero él nos pidió que esperásemos hasta que llegáramos a la capilla, ya que debía mostrárnosla. Al llegar al estrecho valle cubierto de árboles de morera que acuna el santuario, Thamer nos indicó que teníamos que quitarnos los zapatos, ya que el suelo por el que estábamos caminando era sagrado. Éste fue el lugar donde Melek Taus, el ángel del pavo real, había descendido por primera vez a la tierra para traer el orden a partir del caos.



Con no disimulada emoción (y pies entumecidos por el frío de enero), entramos en el patio exterior del complejo Lailish y nos acercamos a la puerta principal. En la pared de piedra hay un talismán con una serpiente negra que recuerda el intento de forzar a los yazidis a abjurar de su fe y convertirse al Islam hace siglos. Las serpientes negras, nos dijeron, tienen poderes mágicos y no pueden matarse. Se nos pidió, entonces, besar reverentemente los lados de piedra a la puerta del santuario interior y se nos pidió no pisar el umbral sagrado.

Cuando entramos en el antiguo complejo, nos fijamos en un oscuro estanque que está integrado en el suelo de piedra a nuestra derecha. Es el Lago de Azrael, el Ángel de la Muerte. Los yazidíes creen que Azrael lava su espada en este estanque después de tomar un alma. Más allá del estanque, encontramos una sala de tumbas de piedra con pañuelos colgando, con nudos atados por algunas mujeres yazidi. Thamer nos explica que cuando se ata un nudoy se formula un deseo, éste se hace realidad cuando otro devoto lo desata.

Desde esta sala pasamos, por una escalera de caracol de piedra, hasta una cueva subterránea. Podíamos escuchar el sonido del agua abajo, pero nos dijeron que no podíamos visitar este lugar santo, conocido como Primavera de Zamzam, ya que no está permitido a los no yazidis. Aquí es donde los yazidis, que debe hacer una peregrinación a este lugar una vez en sus vidas, son bautizados. A partir de ahí pasamos, a través de un arco de piedra, al corazón sagrado del santuario: la antigua tumba, de 900 años de antigüedad, de Sheikh Adi. Sheikh Adi codificó las dispares creencias yazidis y es venerado como un santo y el avatar o encarnación del Ángel del Pavo Real. Él es también uno de los principales jueces de las almas de los hombres.

Desde la cripta de Sheikh Adi pasamos a una cámara de piedra oscura y larga, donde el aceite de oliva se almacena en antiguas ánforas de arcilla. Las aceitunas para extraer el aceite se recogen de las colinas de los alrededores y se prensan en Lalish; el aceite se utiliza para rituales religiosos y para quemar en las lámparas. También nos mostraron unos agujeros en las piedras que, según nos dijeron, representan la entrada tanto al cielo como al infierno.



Después de haber recorrido las catacumbas subterráneas de piedra, había llegado el momento de conocer a su sagrado guardián, un eunuco que ha dedicado su vida al santuario y el segundo sacerdote más importante de la fe yazidi, Baba Chawish (literalmente, Padre Guardián). Entramos en su despacho con reverencia y encontramos al santo hombre con turbante blanco sentado con varios acólitos. Amablemente nos invitó a entrar desde el frío exterior a la cálida habitación y nos ofreció dulces de un plato adornado con un pavo real dorado.

En el pasado, una reunión con una figura tan notoria habría sido difícil y los misterios de la fe se habrían mantenido en secreto. De hecho, la mayor parte de las tradiciones yazidis se trasmiten oralmente para mantenerlas en secreto. Pero Baba Chawish era un alma amable, que compartió con nosotros el funcionamiento interno de esta antigua fe que ha sido, durante tanto tiempo, mal entendida por los extraños, y por ello mantenida oculta.

Los secretos de la Fe yazidi.

Sabíamos que Baba Chawish era miembro de una de las tres castas que las que pertenecen todos los yazidis, que era un hombre santo de la casta más alta, Sheikh (sacerdote). Llevaba una vida de piedad y celibato y era la autoridad del santuario. Era asistido por ‘feqrayyat’ (monjas célibes) que no han estado casadas ni son viudas y también se cuidan del santuario. Las otras castas Yazidis son los ‘pirs’ (ancianos) y los ‘murids’ (discípulos); la mayoría de los yazidis pertenecen a esta última casta. La pertenencia a las castas Sheikh y pir es hereditaria y se dice que, en algunos casos, proviene de habilidades especiales. Cada familia Sheikh y pir, por ejemplo, posee cierta capacidad de curación y algunas familias se dice que son capaces de curar las mordeduras de serpientes, la locura, la fiebre, el dolor de cabeza, la artritis, etc.

Dentro de la casta Sheikh se encuentran los ‘kocheks’ o “videntes”, que son bendecidos con dones espirituales, tales como la clarividencia. Los kocheks pueden diagnosticar las enfermedades psíquicas e, incluso, se dice que pueden conocer el destino de un alma después de salir del cuerpo del difunto. También hay ‘kawwals’ o rociadores, que se especializan en la reproducción de música religiosa con los instrumentos sagrados, como el ‘daf’ (tambor) y ‘šebāb’ (flauta), así como en el recitado de los himnos sagrados conocidos como ‘kawals’.

En la parte superior de la comunidad yazidi se encuentra el ‘Mir’ (Príncipe), el gobernante temporal de los yazidis, y el ‘Jeque Baba’ (Padre Sacerdote), el jefe religioso de la comunidad. Ambos líderes pertenecen a la casta Sheikh, cuyos miembros son descendientes de los seis grandes ángeles que ayudaron a Melek Tawus. Los jeques ofician en circuncisiones, bodas, funerales, bautizos y fiestas religiosas. Éstas juegan un papel clave en la fe yazidi y varias de ellas tienen raíces profundas en la antigüedad.

La fiesta yazidi más importante es el Festival de los Siete Días, que tiene lugar a principios de octubre. Se cree que, durante este festival, los siete arcángeles, incluyendo Melek Tawus, visitan el santuario de Lailish. Los yazidis tratan de realizar una peregrinación a Lailish en estas fechas con el fin de encontrarse con amistades, afirmar su identidad religiosa y participar en el Festival de los Siete Días. Los dos eventos más importantes de la fiesta son el baile nocturno y el sacrificio del toro. La danza se lleva a cabo por los jeques cada noche, justo después del atardecer, en el patio del complejo del templo. Catorce sacerdotes vestidos de blanco, el color de la pureza, desfila con la música de los ‘kawals’ (los recitadores). Proceden en procesión alrededor de una antorcha sagrada que representa al Sol y al dios supremo Khuede.

El sacrificio del toro se lleva a cabo en el quinto día del festival. Anuncia la llegada del otoño y lleva consigo las oraciones de los yazidis por lluvia durante el invierno y una primavera abundante. Tras una salva de disparos como saludo especial a cargo de la guardia, se suelta un pequeño toro a la entrada principal del santuario. El toro es perseguido por los hombres de la tribu Qaidy hasta una colina cercana al santuario de Sheikh Sem. Allí, el toro es capturado y posteriormente sacrificado. Posteriormente, la carne se cocina y se distribuye entre todos los peregrinos presentes en Lalish. El sacrificio de un toro se remonta al culto del dios solar iraní Mitra, que era adorado con el sacrificio de un toro.

En cuanto a sus creencias, los yazidis no creen en la condenación eterna. En su lugar, creen en la reencarnación o transmigración de las almas por medio de un ciclo de purificación gradual. Las almas de los pecadores renacen como animales por un período de prueba antes de pasar a la forma humana de nuevo. En última instancia, sus almas ascienden al cielo. Los yazidis no aceptan la conversión a su fe y los matrimonios fuera de la comunidad están prohibidos. También tienen prohibido usar el color azul, comer lechuga y pronunciar la palabra ‘Satán’. Además de venerar al sol, los yazidis, como zoroastrianos, consideran sagrado el fuego y no se les permite apagarlo con agua o hablar groseramente ante él. Celebran el Año Nuevo en abril con huevos de colores y también tienen una Fiesta del Sacrificio, cuando una oveja es sacrificada por el Jeque Baba y se encienden antorchas a todo lo largo del valle de Lailish.

Hay muchos más aspectos de esta fe que no hemos tenido tiempo de aprender durante nuestra visita al santuario de Lailish, pero la visión que se nos dio de esta religión secreta, que ha abierto recientemente sus puertas a los extranjeros, resulta fascinante. Al despedirnos del protector del santuario, Baba Chawish, y abandonar este maravilloso lugar que es la “Meca” para los aproximadamente 700.000 yazidis en el mundo, hemos adquirido un nuevo aprecio por este hermoso sistema de creencias que parece pertenecer a una época diferente.

El santuario del valle de Lailish había sido un lugar de tranquila meditación, serenidad y contemplación y nos sentimos conmovidos por la acogida y el deseo de interactuar con personas ajenas que nos habían demostrado los fieles yazidíes. En una parte del mundo donde la destrucción sin sentido de las comunidades pre-islámicas y antiguas religiones paganas parece ser la norma, nos recordó que hay restos de religiones antiguas que aún viven en el mundo musulmán y se encuentran en franca disminución, tales como los parsis zoroastrianos en Irán, los paganos kalash en las montañas de Pakistán, y los yazidis, mandaens, shabaks y asirios en Irak, que se enfrentan a un riesgo muy real de extinción en nuestro tiempo. Tras haber completado una peregrinación que nos ha cambiado la vida a este santuario sagrado de una de estas religiones en peligro de extinción y haber visto por nosotros mismos la belleza de este mundo atemporal, podemos decir con seguridad que el mundo sería un lugar menos colorido si las antiguas gentes yazidi desaparecieran de las páginas de la historia, como les ha ocurrido a tantos otros grupos étnico-religiosos de la región.


Por Brian Glyn Williams – Profesor de Historia Islámica, U. Mass Dartmouth; autor de ‘Infierno en Chechenia’ y ‘El último señor de la guerra’.

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