El 14 de junio de 1940, a casi un año de iniciada la Segunda Guerra Mundial, las tropas hitlerianas entraban a París a paso marcial por los Campos Elíseos. A pocos días de iniciada la “batalla de Francia”, bajo el imperio de la blitzkrieg alemana (guerra relámpago), Francia había caído bajo su dominación, siguiendo el camino de Dinamarca, Noruega, Holanda y Bélgica. La bota nazi se expandía por Europa occidental, luego de la rápida ocupación de Checoslovaquia y Polonia en Europa Oriental entre 1938 y 1939. A diferencia de la Primera Guerra Mundial, donde París se había salvado de caer frente al ejército alemán que se detuvo a menos de 40 km de la capital en la batalla del Marne, esta vez Francia entraba en el dominio de la Europa ocupada y lo estaría por 4 años más, hasta su liberación en 1944.
La desbandada militar francesa y las "lecciones" de (anti) patriotismo burgués
Ante el avance alemán, el Ejército francés mostró una impericia militar notable. Su estrategia de guerra continuaba ceñida a las tácticas de la Primera Guerra, que había sido una guerra de trincheras con grandes frentes de batalla estáticos. Así, la dinámica de guerra relámpago nazi llevó a que Francia cayera en pocos días: el 3 de junio la aviación alemana bombardeaba París y once días después las tropas marchaban sobre la capital francesa. Para ese momento el gobierno francés había huido a Burdeos y a los dos días el primer ministro Paul Reynaud dimitía y era sustituido por el mariscal Henri Pétain. Este gozaba del prestigio de haber sido el responsable de la defensa de Verdún en la Primera Guerra Mundial y era venerado por la Francia burguesa y aristocrática por haber “salvado al país del bolchevismo” reprimiendo a sangre y fuego los motines en el Ejército Francés que siguieron en 1917 a la desastrosa ofensiva del Aisne, mientras en Rusia se extendía la Revolución de Febrero.
En esta oportunidad, Pétain volvió a ser el “héroe” de la Francia burguesa, pero no lo sería por el grito de ¡No Pasarán! que lo catapultó a la historia luego de Verdún sino por encabezar la política del armisticio con los alemanes, es decir la abierta rendición militar. La impericia militar era continuidad de la claudicación política de la burguesía francesa.
En su libro París después de la liberación, Beevor y Cooper describen que en las trajinadas reuniones ministeriales de los días anteriores a la rendición Pétain presionaba por un rápido armisticio y colaboracionismo con los alemanes para evitar que comenzara una guerra de guerrillas en el país, expresando el punto de vista de la burguesía francesa. Charles de Gaulle, Secretario del Consejo de Defensa Nacional y contrario a la rendición, se exiliaba en Londres y fundaba el movimiento “Francia Libre” contra el nuevo régimen colaboracionista. En efecto, el 22 de junio este se materializaría en la firma del armisticio en el vagón de un tren en la comuna de Compiègne, acto de un gran valor simbólico por ser el mismo vagón donde en 1918 los alemanes habían firmado su rendición frente a los aliados. El armisticio estableció que el norte y oeste de Francia fueran ocupadas por el Ejército alemán, el resto del país quedaba gobernado por un gobierno francés con sede en la ciudad de Vichy mientras que Alsacia-Lorena eran anexadas por Alemania como entre 1871-1918. La burguesía francesa iniciaba el camino del colaboracionismo con los nazis, prefiriendo dejarse invadir antes que la profundización de una perspectiva de resistencia en manos de las masas. Frente a esto, el manifiesto de la IV Internacional de mayo de 1940 sentenciaba: “La burguesía no defiende nunca la patria por la patria misma. Defiende la propiedad, los privilegios, las ganancias. Cuando estos valores sagrados corren peligro, la burguesía entra enteramente en el camino del derrotismo”.
La Guerra, continuación de la política por otros medios
La conocida máxima clausewitziana aplica de conjunto a la Segunda Guerra Mundial, donde las burguesías imperialistas fueron a la guerra a forzar un nuevo reparto del mundo, y en particular al caso de Francia, donde la ubicación claudicante del Estado Mayor frente al nazismo fue continuidad del curso de derechización creciente que venía experimentado el régimen político previo a la guerra. Desde mediados de la década del ’30 la situación francesa tornó convulsiva por el impacto de la crisis económica y la radicalización de masas que desató el ascenso de Hitler al poder. Crecían las ligas fascistas como Acción Francesa o La Cruz de Fuego y se fortalecía un polo entre los trabajadores dispuestos a combatirlas, ante la inestabilidad política con caídas y formaciones de nuevos gobiernos. El gobierno del Frente Popular en 1936 formado entre la izquierda y partidos burgueses como el Partido Radical que defendían las posesiones coloniales de Francia había sido definido por Trotsky como un intento burgués de maniatar las organizaciones obreras, preservar el Estado capitalista y evitar una perspectiva abiertamente revolucionaria, tarea para la que contaron con el favor del Partido Socialista y Comunista: “’El Frente Popular’ es una coalición del proletariado con la burguesía imperialista, representada por el Partido Radical y otras podredumbres (…) el Partido Radical, que conserva toda su libertad de acción, limita brutalmente la libertad de acción del proletariado… La tendencia general de las masas trabajadoras, incluidas las masas pequeño-burguesas, es por completo evidente: hacia la izquierda. La orientación de los jefes de los partidos obreros no es menos evidente: hacia la derecha. Mientras que las masas, por su voto y por su lucha, quieren derribar al Partido Radical, los jefes del frente único, por el contrario, aspiran a salvarlo” .
Sólo la revolución puede frenar el fascismo
El ascenso revolucionario que siguió a la llegada del Frente Popular al gobierno fue visto por Trotsky como la última posibilidad de frenar el curso hacia la guerra que preparaba la burguesía. En efecto, las miles de fábricas tomadas y más de 2 millones de trabajadores en huelga que había para junio de ese año, con comités de fábrica en el sector metalúrgico que planteaban la nacionalización de las empresas y su producción bajo control obrero, hicieron tambalear a la Francia burguesa. Pero el Frente Popular logró desactivar este enorme ascenso a cambio de algunas concesiones que más tarde fueron liquidadas por la burguesía. El PC y el PS habían traicionado la última posibilidad de impedir el curso hacia la guerra. Poco más tarde, ante la necesidad de reprimir abiertamente a las masas, el Frente Popular caía abriendo paso a una sucesión de gobiernos derechistas que recortaron las libertades democráticas, atacaron al movimiento obrero y militarizaron el país. En 1938 se promulgó la ley “La organización de la Nación en tiempos de guerra”, que implicaba la posibilidad de requisar a todo trabajador e impedirle, bajo penas de cárcel, llegar tarde o ausentarse del trabajo, además de la prohibición de mantener conversaciones contrarias a la guerra y de cualquier pedido de aumento salarial. Así se “defendió” la senil democracia burguesa de Francia de manos de los fascistas, preparando las condiciones para su ascenso. La invasión nazi vio roturado su camino.
La ocupación y la política de los revolucionarios
Ante la ocupación, y el fenómeno general de avance fascista sobre Europa (que marcó una particularidad de la Segunda Guerra), los revolucionarios de la IV Internacional debatieron sobre el carácter de la Francia ocupada: ¿dejaba de ser un país imperialista y se convertía en una semicolonia alemana? Esto, lejos de una cuestión teórica, hacía a la política concreta que se tuviera hacia la burguesía francesa, si se sostenía el derrotismo revolucionario o no [4]. Pero, como se explica en el ensayo introductorio al libro Guerra y Revolución, si bien Francia estaba oprimida como nación, no había perdido su carácter imperialista ya que sólo una parte de su maquinaria pesada fue trasladada a Alemania y su burguesía siguió administrando el grueso de su aparato industrial y de negocios, y tanto en Argelia como en Indochina continuó administrando bajo métodos brutales sus colonias junto al imperialismo alemán o japonés. Incluso aunque Alemania tenía bajo custodia a parte del Ejército Francés, más de 100 mil hombres siguieron bajo el mando de Pétain.
La lucha contra el ocupante nazi iba de la mano con la lucha contra la burguesía francesa. Desde este principio, los cuartistas promovieron la necesidad de la resistencia obrera y popular al interior de Francia, impulsando el mayor frente único en la acción pero con completa independencia política del gaullismo, que avanzaba en sus intentos de hegemonizar políticamente los distintos grupos en que se dividía el movimiento de Resistencia. Esta última crecía frente a las brutalidades del régimen colaboracionista como la imposición del Servicio del Trabajo Obligatorio por parte de Alemania que requería mano de obra gratis para sostener el esfuerzo bélico por el que fueron deportados a aquella unos 700 mil franceses entre 1942 y 1944.
Por eso era clave la lucha por dotar a la Resistencia de una orientación independiente de los intereses burgueses: “El gaullismo no persigue el objetivo de un régimen libre de toda opresión de un pueblo sobre otro sino que aspira a reconstituir el Imperio francés, dentro del marco de la hegemonía inglesa (...) La vanguardia proletaria debe evitar que se opongan las tareas nacionales a la lucha obrera por la emancipación, debe saber distinguir el patriotismo de los oprimidos con el nacionalismo burgués (...) Todo el problema de la acción común entre el proletariado y la pequeño-burguesía es planteado por la existencia del gaullismo. Participamos de cada acción de las masas que luchan contra la opresión nacional, pero para alejarlas de los canales chovinistas".
Así, contra los métodos del gaullismo centrados en la organización de células de saboteadores profesionales que actuaban como apéndices del aparato militar inglés, los militantes de la IV internacional promovían métodos y un programa encaminado a consolidar una resistencia de masas bajo hegemonía obrera: huelgas, lucha por el restablecimiento de los sindicatos ilegalizados por Pétain, por el control obrero de las fabricas, por comités de control de víveres que controle precios y distribución de los mismos frente a la escasez y la especulación, etcétera.
La liberación de Francia en agosto de 1944, producto del avance de la organización de la resistencia donde participaban organizaciones de izquierda y sectores independientes de las masas a los que temían no solo los nazis sino la burguesía aliada, que hizo que EEUU desembarcara en el sur de Francia el día D, reabriría una situación revolucionaria. Nuevamente quedó en manos del PC el trabajo sucio para la reconstrucción de la Francia burguesa que tras la trágica "medianoche del siglo" recompuso su dominación.
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