El pasado martes 8, el mundo conmemoró, una vez más, el Día Internacional de la Mujer, diversos actos, marchas, concentraciones y eventos de todo tipo se realizaron en todos los confines del planeta…bueno, en casi todos, porque como señala el activista turco Mehmet Tarhan en entrevista con Leandro Albani para “Resumen Latinoamericano”, “…todas las manifestaciones en Turquía por el Día Internacional de la Mujer fueron prohibidas y quienes se manifestaron fueron reprimidos”.
En ese marco, dos días después de la conmemoración en honor de las mujeres, el 10 de marzo, en un acto público en Ankara dedicado a los sultanes otomanos, la esposa del presidente turco, Emine Erdogan dijo que “El harén fue una escuela para los miembros de la dinastía osmanlí y una institución educativa para preparar a las mujeres para la vida”, desatando críticas variadas por lo que supone una afrenta a las mujeres y una exaltación del régimen otomano.
El comentario no podría pasar inadvertido por ambas razones, en primer lugar por la glorificación de parte de la Primera Dama turca, a un sistema aberrante para la integridad de las mujeres, pero, de la misma manera, por la no disimulada muestra de alegoría y alabanza al imperio otomano, cuya resurrección, -según diferentes opiniones- está en el trasfondo y orienta la política del jefe de Estado Recep Tayyip Erdogan. Sus continuas manifestaciones en torno a “proteger a personas de origen turco”, aunque sean ciudadanos de otro país, encubre su ambición expansionista generando peligro para su entorno.
No obstante, el apetito por la propagación de Turquía y sus intereses de ejercer predominio en su zona inmediata de influencia a fin de revivir el imperio otomano, no es nuevo en el país, ni se inició con Erdogan. El fin de la guerra fría y la desaparición de la Unión Soviética, -auténtico valladar que durante la mayor parte del siglo XX frenó las aspiraciones turcas- coadyuvaron a la posibilidad de que Turquía comenzara en la última década del siglo pasado a incrementar su influencia en Asia central y las cercanías del mar Negro. En ese marco, Turquía apostó por el ejercicio de un influjo mayor en esa región, pero también en Europa.
El colapso de la Unión Soviética, le permitió, en primera instancia, volver a hablar del acercamiento y unidad de los turco hablantes, concepto que incorpora hasta 85 millones de ciudadanos que hablan lenguas túrquicas ubicados en Azerbaiyán, Kazajistán Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán (todas ex republicas soviéticas de Asia central) pero también en Rusia, China e Irán en Asia y, Bulgaria, Rumania, Ucrania, Macedonia y Grecia en Europa, sin contar la emigración turca en Alemania, unos 2.7 millones de habitantes, alrededor del 4% de la población del país germano.
A pesar de la debilidad de los gobiernos rusos, -que sucedieron a la Unión Soviética- en la década de los 90 del siglo pasado, tuvieron la visión suficiente para tomar medidas desde ese momento que contrarrestarán el ímpetu expansionista turco. Por ello, entre otras cosas, la creación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) y la firma del Tratado de Tashkent sobre Seguridad Colectiva de 1992, firmado entre Rusia y varios nuevos países de Asia Central. De la misma manera, Rusia estableció claras limitaciones a las intenciones turcas de intervenir en el conflicto del enclave azerí de Najichevan.
El imperio otomano, que tuvo su centro en Constantinopla (actual Estambul) en Turquía, se extendió por el Medio Oriente, el Mar Negro y los Balcanes, imponiéndose en los territorios conquistados a través de la ocupación militar, aunque en algunos casos aceptó gobernantes, sistemas jurídicos y religiones locales, característica muy típica de los imperios antiguos en regiones de la periferia, alejadas de los centros políticos importantes. Sin embargo, en su apogeo asumió políticas de limpieza étnica que tuvieron continuidad en la Turquía actual devenida Estado-nación después de la primera guerra mundial.
En la actualidad, ese talante agresivo, esa manifiesta voluntad belicosa y ese ideal imperial de lo que fue el Imperio Otomano se expresa de múltiples formas. En primer lugar, el inveterado ardor con que niegan el genocidio de entre un millón y medio y dos millones de armenios que el gobierno turco realizó contra ese pueblo entre 1915 y 1923. El mundo entero rechaza la explicación que da Erdogan al respecto, sólo se reclama el reconocimiento de la masacre y el pedido de disculpas por ella. Pero, el presidente turco niega terminantemente una y otra vez el carácter planificado del exterminio, por el contrario, critica a quienes lo instan para que reconozca la dimensión genocida de esta matanza. El propio Papa Francisco, que caracterizó de genocidio estos hechos recibió una “andanada” de Erdogan: “Si los políticos o los religiosos hacen de historiadores, no vamos a llegar a hablar de la realidad, solo serán delirios” y remató cual matón de barrio, con una amenaza “Condeno al Papa y quiero advertirle. Espero que no vuelva a cometer un error de este tipo”.
Ante los hechos actuales, cuando Turquía en el más pavoroso silencio y con la complicidad de la OTAN y las potencias occidentales, realiza acciones similares contra el pueblo kurdo, el propio canciller armenio Edward Nalbandian, quien en su sangre, lleva el ADN de la sobrevivencia ante una crueldad que no tuvo límites, debió salir al paso del primer ministro turco Ahmet Davutoglu quien comparó los hechos que están teniendo lugar en las zonas turcas controladas por los kurdos, a lo ocurrido hace 100 años en las provincias armenias del Imperio Otomano.
Las declaraciones del canciller armenio se producen en reacción al hecho de que Davutoglu afirmó que los actuales militantes kurdos son similares a los “bandidos” armenios. Hablando en la Universidad Estatal de Ereván, capital armenia, Nalbandian señaló que las autoridades turcas están amenazando a los kurdos por la misma razón que a ellos y consideró la postura de Ankara como un mensaje para la comunidad internacional sobre lo que puede suceder a los kurdos en Turquía. “Nada ha cambiado en las élites gobernantes turcas en los últimos 100 años”, dijo.
Por otra parte, la posición de Turquía en el conflicto de Siria y su alianza con Arabia Saudita, Israel y Catar para apoyar al terrorismo que asola a ese país y a parte importante del Medio Oriente, es expresión de su absoluta falta de escrúpulos en la relación con sus vecinos. Su obsesión por derrocar al gobierno del presidente sirio Bashar Al-Ásad le nubla la razón y lo lleva a establecer relaciones fraternales con quien públicamente dice son sus enemigo: Israel, por sionista, Araba Saudita, por las profundas contradicciones entre wahabitas y la Hermandad Musulmana e Isis y el frente Al Nusra por terroristas. Pura hipocresía y mentira falaz, engañan a su propio pueblo, mientras se vinculan con estos, sus aliados más próximos, todos cobijados por el paraguas protector de Estados Unidos.
Y ahora, en una nueva faceta, han amenazado a Europa con dejar pasar hasta 2.5 millones de refugiados de un conflicto que la propia Turquía ha creado junto a sus aliados. Los éxitos militares del ejército sirio, apoyado por Rusia, Hezbollah, los milicianos iraquíes, las fuerzas populares kurdas e Irán han cortado las vías de suministro de Turquía a los terroristas del Frente Al Nusra y de Isis, todos unidos por su común objetivo de intentar derrocar al presidente sirio. No obstante, el incremento de las acciones bélicas favorables a Damasco ha aumentado aceleradamente el número de refugiados. Turquía ha cerrado sus fronteras para buena parte de ellos, pero juegan a chantajear a la Unión Europea (UE) con el fin de recibir apoyo político y “carta blanca” para su demencial política criminal. Ha sido la propia alta representante de la UE para la Política Exterior, Federica Mogherini, quien le llamó la atención a Ankara “Hay un deber moral y legal de proteger a los que necesitan protección internacional […]. Es incuestionable que la gente que viene de Siria necesita protección internacional”. Al final terminó aceptando el pago de 3 mil millones de euros para que Turquía atienda a los refugiados en su suelo y los contenga, privándolos de entrar a Europa.
En su desesperación, pareciera que Erdogan pasa a una nueva fase, ya no solo ataca a sus enemigos para proteger a sus aliados, ahora también amenaza a sus propios vecinos. Si esto no es un peligro, ¿cómo se llama?
Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
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