miércoles, 16 de marzo de 2016

“La intervención rusa en Siria ha reactivado una animosidad histórica que puede costarle muy cara”

Poco se puede escribir que no se haya hecho ya sobre un Santiago Alba Rico que apenas necesita presentación. El filósofo, afincado de manera habitual en Túnez desde hace más de una década, acaba de publicar su último ensayo Islamofobia. Nosotros, los otros, el miedo [Icaria, 2015], una reflexión necesaria tras la aparente consolidación del Islam político como alternativa en varios países musulmanes. En Observatorio Eurasia tuvimos la oportunidad de reflexionar, con él, sobre la postura que adopta Rusia ante el conflictivo magma que inunda a Oriente Medio y, de manera lateral, al Cáucaso Norte.

Después de que las revueltas de 2011 contagiaran a Siria, pocos vaticinaban la supervivencia, al menos política, de Bachar Al-Asad. La sombra trágica de Mubarak o de Gadafi parecía lo suficientemente larga como para llegar a Damasco. Sin embargo, desde entonces hasta hoy han sucedido demasiados acontecimientos que difícilmente pueden abarcarse en esta entrevista, pero que podrían resumirse en la llegada de múltiples actores con sus intereses particulares –desde el totum revolutum que es Occidente hasta Irán, Rusia o los grupos yihadistas- que se sumaron a los que ya imperaban –gobierno, laicos e islamistas-, enquistando la situación. En lo que nos ocupa como proyecto, nuestro interés reside fundamentalmente en conocer el papel que juega Rusia en todo esto. ¿Puede afirmarse que Moscú está ganando la guerra en Siria?

El problema es saber qué significa y para qué sirve ganar la guerra en Siria. Lo cierto es que en estas últimas semanas la intervención rusa ha volteado la relación de fuerzas sobre el terreno y, gracias a la cobertura de la aviación de Putin y de las milicias iraquíes, iraníes y afganas, el régimen ha recuperado buena parte del terreno perdido en el sur, está a punto de alcanzar la frontera turca en el norte y asedia Alepo y sus 300.000 supervivientes, batalla que puede ser decisiva. El resultado, de momento, son centenares de civiles muertos y miles de nuevos refugiados agolpándose en la frontera con Turquía. Mientras, por cierto, el Estado Islámico (ISIS) controla la tercera parte del territorio sirio sin que nadie apenas los moleste.

Si con su intervención Rusia quería forzar una negociación en términos más favorables al régimen y a sus intereses en Siria, vemos ahora más bien que -lógicamente- su posición de fuerza ha envalentonado a Bachar Al-Asad, cuya inclinación al diálogo se ha enfriado mucho. No creo que Rusia quiera un enfrentamiento militar con Arabia Saudí, que ya ha amagado con una intervención terrestre, pero lo cierto es que sólo una negociación seria entre todas las partes -ninguna de las cuales representa ya al pueblo sirio- puede aliviar parcialmente el sufrimiento de los civiles. Para que esa negociación llegue a buen término, EEUU debe presionar a Arabia Saudí y a Turquía, dos subpotencias emancipadas de su capo, y Rusia debe lidiar, por su parte, con el régimen sirio y con Irán, lo que tampoco va a ser fácil. Entre tanto, la intervención rusa aumenta el sufrimiento y robustece al ISIS sin haber conseguido ningún otro resultado tangible. La tregua anunciada hace pocos días da una semana de margen a Putin y al ejército sirio para tomar Alepo. Digamos que si Rusia ganase la guerra, la guerra no acabaría nunca. Sería una guerra interminable. Da la impresión, en todo caso, de que EEUU, al acordar la tregua, ha autorizado o, al menos asumido, este resultado.

Precisamente, esta guerra interminable que, en tu opinión, favorece a los intereses de Moscú contrasta con un imaginario que, para algunos sectores nada despreciables, sitúan a Rusia como un centinela contra el yihadismo frente a unos EEUU que allá por donde pasa deja de crecer la hierba. Aunque esta última apreciación puede ser acertada, pocos se acuerdan de señalar que en regiones como el Cáucaso Norte el extremismo islámico no puede entenderse sin la intervención rusa en Chechenia (1994-1996). ¿Está Rusia actuando de manera adecuada contra las organizaciones políticas islámicas más radicales?

No conozco bien el tema, pero algunos periodistas amigos que vivieron la intervención rusa en Chechenia cuentan que el papel de Rusia allí fue muy parecido al de los EEUU en Afganistán, no sólo porque su intervención lo alimentó sino porque previamente había favorecido esas opciones frente al nacionalismo más laico. Ahora, su intervención en Siria no tiene nada que ver con el ISIS, como lo demuestra el hecho de que la mayor parte de sus bombardeos han ido dirigidos a otros grupos, islamistas o no, y no por su condición de “terroristas” sino porque, al igual que el régimen sirio, considera “terroristas” a todos los que combaten contra el gobierno. En todo caso, su intervención -con los precendentes de Chechenia y Afganistán- sólo conseguirá alimentar y legitimar el yihadismo.

De hecho habitualmente se señala, y creo que es algo que también se desprende de tu último libro, que el yihadismo y la islamofobia son funcionales entre sí. Algo así podría afirmarse respecto a Vladímir Putin, ya que en momentos clave parte de su popularidad se debió a su posicionamiento férreo y militar contra las guerrillas norcaucásicas o el ISIS en Siria. ¿Forma parte Putin de esa islamofobia que se retroalimenta con atentados como el de noviembre en Francia?

Sin duda alguna, y la propia Rusia comienza a ser objetivo de atentados -pensemos en el avión sobre el Sinaí- que nutren esta cismogénesis complementaria sin fin. A más intervención más terrorismo, en un ciclo de retroalimentación y retrolegitimación interminable. Nada que no hayamos visto antes. Nadie quiere aprender nada, no porque los rusos -o los estadounidenses- no conozcan los efectos que introducen con sus “guerras antiterroristas” sino porque este “inacabamiento” forma parte, al mismo tiempo, del nuevo marco de reordenamiento geoestratégico a escala global y, para Putin, de su legitimidad y prestigio “nacional” (por no hablar de los intereses de las industrias armamentísiticas nacionales rivales). Por eso lleva ventaja Putin. Obama, que deja en pocos meses la Casa Blanca, no tiene nada que ganar en Siria; Putin asegura allí -como en Ucrania- su prestigio de líder imperialista capaz de rehabilitar a Rusia y redignificar a los rusos. En ese discurso nacional-imperialista, como sabemos, se basa buena parte del apoyo interno incontestable que recibe.

Aunque en las últimas décadas Rusia ya había sido considerada por el yihadismo moderno un adversario –de hecho es casi su enemigo fundacional-, algunos acontecimientos de relevancia se han sucedido desde que Putin decidió bombardear Siria, situándola quizá con más fuerza en el punto de mira. Desde el atentado en el Sinaí que comentabas, hasta la decapitación de un presunto espía del FSB en Siria, pasando por los primeros atentados de la filial del Daesh en el Cáucaso (Vilayat Kavkaz)… y sólo han pasado 5 meses. ¿Está jugando Rusia con fuego al intervenir en Siria o realmente le compensa?

Creo que sí. No hay que olvidar -la izquierda anti-imperialista a menudo lo hace- que para el yihadismo Rusia es, como dices, el “enemigo fundacional”. Basta leer páginas en árabe de grupos sirios anti-régimen, tanto islamistas como laicos, para percatarse de la vigencia del “fantasma de Afganistán”. La intervención rusa en Siria, en efecto, ha reactivado una animosidad histórica que puede costarle -costarnos a todos- muy cara. Cuanto más intervenga, cuanto más se infle ese fantasma afgano más se “yihadizará” Siria.

Rusia siempre ha mantenido buenas relaciones con Arabia Saudí, pero su intervención en Siria ahora a favor de Al-Asad y contra los grupos esponsorizados por los saudíes puede tener la paradójica consecuencia de “rehabilitar” a EEUU a los ojos de poblaciones muy “antiamericanas” y de reforzar el perfil islamista radical de la “cruzada” anti-rusa.

A propósito de lo que explicas, a veces cuesta entender qué relación tiene Moscú respecto a los diferentes escenarios islámicos. Da la impresión de que al mismo tiempo que logra entablar relaciones cercanas con algunos países de la Liga Árabe, también hace lo propio con Irán o Hezbollah. ¿Cómo se mueve Rusia en el eje suní-chií? ¿Sufre alguna penalización por bailar con todos?

Rusia, en efecto, mantiene relaciones multilaterales con todas las potencias en la zona, especialmente con Egipto y también con Israel, con quien Putin ha coordinado su intervención en Siria. Esto lo convierte, nos guste o no, en un elemento ineludible a la hora de alcanzar algún tipo de acuerdo en Siria.

En las últimas semanas hemos visto a la diplomacia rusa moverse en todos los terrenos y reunirse con todos las partes. El problema es que, a medida que la intervención rusa cambia la relación de fuerzas sobre el terreno y se multiplican los incidentes con Turquía, aumenta la posibilidad de que, mientras gana terreno con las armas, si no sabe parar a tiempo, genere un conflicto abierto con Arabia Saudí y, a través de Turquía, con la OTAN. Para los pueblos ya es demasiado tarde. Confiemos en que unos y otros comprendan que un conflicto de este tipo sería una catástrofe de orden mundial. Da la impresión, en todo caso, de que en estos momentos EEUU está más cerca de Rusia e Irán que de sus aliados tradicionales, Arabia Saudí y Turquía. EEUU deja a Rusia que imponga un hecho consumado (el protagonismo de Bachar Al-Asad) a través de una victoria militar. Es un juego muy peligroso. El ISIS se mantiene ileso mientras el pueblo sirio queda fuera de todas las mesas de negociación.

Se estima que gran parte de los muyahidín que han emigrado a las zonas de conflicto provienen de Asia Central o del Cáucaso Norte. Aunque se pueden advertir diversas causas para esta captación, se conoce que algunos de los migrantes lo son por las penosas condiciones socio-económicas en las que vivían en sus lugares de origen. O al menos, a ello apuntan algunos de los discursos que emite el órgano de propaganda en ruso del ISIS: Furat Media. ¿Está contribuyendo la desatención y desigualdad de poblaciones como Majachkalá (Daguestán), con niveles muy bajos de desarrollo, a la radicalización del Islam político?

Yo creo que hay que huir de las interpretaciones -diría Vicent Geisser- “miserabilistas” que leen las respuestas yihadistas como traducciones automáticas de la pobreza material y la exclusión. No creo que haya un modelo aplicable a todos los territorios y del Daguestán concretamente no sé nada. Pero, si en muchos de estos territorios la miseria material juega un papel determinante, es más bien porque el vacío del Estado lo ocupan, también materialmente, organizaciones islamistas. Esto ocurrió antes de 2011 con los islamistas más moderados, los Hermanos Musulmanes y sus ramas locales en Egipto o Túnez, por ejemplo, y ocurre ahora con el propio ISIS, cuya propaganda muy moderna -y hasta hipster- ofrece a los voluntarios chalets, coches y piscinas.

En este sentido, nuestra compañera Marta Ter, que ha mantenido por diferentes vías conversaciones con nativos de Daguestán, me comentó que algunos habitantes reconocían cierto carácter estético y contestatario en la adopción de posiciones religiosas extremas. Algo así como ser punk en la Europa de los 70-80. ¿Crees que en general esto puede estar pasando en otras geografías?

Totalmente. Creo que Olivier Roy o Raphael Liogier tienen toda la razón al insistir en que no nos encontramos ante un fenómeno de radicalización del islam sino de islamización de la radicalidad. Es la radicalidad la que atrae a todos esos jóvenes, no el islam, del que no saben nada, sobre todo los que proceden, muchos de ellos neoconversos, de Occidente. Basta ver cómo se visten y se peinan, cómo posan ante la cámara con sus armas, para comprender que se sienten -perdóneseme la blasfemia- el Che Guevara. Algo muy grave ha tenido que ocurrir en el mundo para que los Che Guevaras de hoy sean del ISIS. Olivier Roy dice que “el yihadismo es la única causa rebelde que hay en el mercado”. Hubo otra en 2011, la democracia, pero distintas fuerzas contrarrevolucionarias la abortaron. ¿El resultado? Recordemos a Gramsci: “el fascismo es siempre el resultado de una revolución fallida”. El fascismo es una revolución negativa. Eso es lo que atrae a miles de jóvenes de Francia, Inglaterra o Australia, pero también de Túnez o de Egipto.

Aunque sé que no es tu fuerte, hay una pregunta a la que no puedo resistirme. Desde hace varios años el discurso del nacionalismo checheno ha ido dando muestras de empobrecimiento, hasta parecer, en algunos momentos, hilarante: su líder, Ajmed Zakáyev, ha acusado en más de una ocasión a Putin de ser el creador del ISIS. ¿Qué ha pasado en algunos países para que el llamado socialismo árabe o los movimientos nacionalistas decoloniales declinen tanto como para que cada vez más musulmanes se sientan atraídos por el Islam político en cualquiera de sus formas?

Hay dos respuestas que, en la intersección, explican la decadencia definitiva de la propuesta, en otros momentos muy fuerte, del nacionalismo árabe. La primera tiene que ver con el uso que, desde Arabia Saudí, se hizo de las rentas petroleras para difundir el wahabismo y combatir militar y propagandísticamente a los partidos laicos panarabistas. El segundo tiene que ver con la ideología misma de estos movimientos en los que la supremacía de la lengua y la cultura árabe, típicamente esencialista (los fundadores del partido Baaz, por ejemplo, se inspiraron en “Los discursos a la nación alemana” de Fichte), se tradujo en una máquina represiva crecientemente autoritaria. Las víctimas de este enfrentamiento (wahabismo/panarabismo) fueron las minorías nacionales (kurdos, bereberes, etc.) y las izquierdas, que se vieron reducidas a la mínima expresión y, una vez derrotadas, acabaron muchas veces aceptando las dictaduras “nacionalistas” como mal menor. Esta derrota de las izquierdas se ha revelado particularmente trágica en el año 2011.

Y para terminar, una cuestión que has sufrido en tus carnes. Quienes desde una postura humanitaria y de clase mostramos nuestro rechazo a las políticas de la actual Rusia somos despreciados por una parte de la izquierda española. Otra, aunque no es tan beligerante, también se muestra empática con las decisiones geopolíticas que adopta Moscú, siempre y cuando vayan en detrimento de los intereses norteamericanos. ¿Qué tiene Putin para que muchos marxistas sientan casi adoración por él?

Mira, yo creo que la rusofilia de cierta izquierda tiene que ver con el miedo y con la pereza. Miedo de la complejidad, pereza de la complejidad. Lo más sencillo ha sido siempre no pensar, no analizar, no trabajar y refugiarse en lo que yo llamo el “justicierismo”, un pensamiento binario de orden teológico o religioso que consiste básicamente en identificar una sola fuente de Mal y construir contra ella todo el Bien del mundo. Ciertos marxistas no son anti-imperialistas sino sólo anti-estadounidenses y, a partir de ahí, se dejan fascinar por cualquier fuerza que parezca oponerse a los EEUU. El resultado es que esa simpleza teológica les lleva a apoyar sin mucho criterio a la Rusia de Putin, el Irán de los ayatolas o la Siria de Bachar Al-Asad. Lo terrible es que a ese abandono (y desprecio) de los pueblos que luchan contra sus propias dictaduras lo llaman “realismo”. La historia nos ha enseñado de sobra que este “realismo” sólo sirve para debilitar todas las luchas populares por la democracia real (social y civil) y legitimar a los enemigos que se dice combatir. El caso de las revoluciones árabes es ejemplar: el desprecio islamofóbico de cierta izquierda por los pueblos de la zona ha facilitado sin duda el vuelco contrarrevolucionario.

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