El día 4 de noviembre es festivo en la Federación Rusa. Ya hablamos de las idas y venidas de los días de fiesta en noviembre en Rusia, y del consiguiente y progresivo desapego del recuerdo soviético y el acelerado acercamiento a la memoria del pasado imperial y heroico nacionalista ruso. De la participación estatal de esta “aceleración” nace el “Día de la Unidad Popular” (“Den’ narodnogo edinstva”), que se celebra el 4 de noviembre y del que nos proponemos exponer una breve historia.
Allá por el oscuro siglo XVI gobernaba en Rusia el zar Iván el Terrible, conocido también como Iván IV de Rusia. Nadie se atrevía a rebelarse contra él, ni desde arriba ni, por supuesto, desde abajo. La pobreza, el hambre, la incultura y, sobre todo, el miedo que ha condicionado la histórica mansedumbre del (casi siempre) genuflexo pueblo ruso ante el “padrecito”, hacían que por entonces fuera mucho más plausible plantearse un Estado sin pueblo, que un Estado sin zar. Pero Iván el Terrible muere en 1584 y el trono queda vacante. Cuatro años antes, en una pelea con su padre, el zarévich Iván Ivánovich, su preparado heredero, también había fallecido en una riña con su progenitor, hecho que Ilyá Repin ilustraría en el extraordinario cuadro “Iván el Terrible y su hijo”.
“Iván el Terrible y su hijo” (1885), de Ilyá Repin
Así las cosas, el trono quedaría en manos de Teodoro I de Rusia, su segundo hijo. El bueno de Teodoro nunca había mostrado interés alguno por cuestiones de Estado (y sí, en cambio, por las relativas a la religión), así que quedó bajo la dirección de un consejo puesto en marcha por su padre antes de morir para asistir al poco preparado e interesado zar en sus labores de gobierno. El consejo estaba liderado por Borís Godunov, boyardo y cuñado del nuevo zar (su hermana Irene Fiódorovna estaba casada con Teodoro I). A la muerte de Teodoro, en 1589, Godunov reclamaría el trono y mandaría al exilio al tercer hijo de Iván el Terrible y teórico último heredero de la Dinastía Rúrika, Dmitri, hijo de la última esposa del zar Iván, María Magaya. El zarévich Dmitri moría el 15 de mayo de 1591 en extrañas circunstancias. Es tras la muerte de Teodoro en 1589 cuando comienza la época conocida como “Periodo Tumultuoso” (“Smutnoe vremya”), protagonizado por numerosas revueltas, por las continuas pugnas por el trono ruso de varios “impostores” (supuestos “Dmitris”) y por la guerra de polacos contra moscovitas y la invasión del país por la Mancomunidad de Polonia-Lituania. El “Periodo Tumultuoso” finalizaría con la instauración de la Dinastía Románov en 1613; en él se enmarcan los acontecimientos que darán lugar al hoy conocido como “Día de la Unidad Popular”.
“La leyenda del príncipe Dmitri” (1967), de Ilyá Glazunov
Pero ¿qué ocurrió en 1612?
En 1598, Borís Godunov es escogido zar por el Concilio de Estado (Zemski Sobor, una especie de primer “parlamento ruso” puesto en marcha por Iván el Terrible a mediados del siglo XVI). El pueblo y muchos miembros de la corte lo despreciaron al ver en él a un zar “no natural”, sin legitimidad, y, por supuesto, sin “sangre real”, pues no pertenecía ni a la nobleza ni a ninguna dinastía regia. Esta fuerte oposición, compartida también por el pueblo, sería uno de los elementos que coadyuvaría a prender la mecha de las múltiples revueltas de la época.
El zar Borís I de Rusia, regente entre 1585 y 1598
Polacos y lituanos habían emprendido la marcha hacia Moscú tras la muerte del zar Teodoro I. Pero entre Dmitri y Dimitri, los polacos, que siempre apoyaban a los impostores, decidieron postular a su candidato al trono: Vladislav IV Vasa, hijo del rey de Polonia, Segismundo III Vasa. Tras él aún habría un Dimitri más, Dmitri III “El falso”, en el poder desde 1611 con el apoyo de los cosacos.
En esta cohorte de “chaqueteros” boyardos entraron también los cosacos, que procedían originalmente de los estratos inferiores de la sociedad tártara, pero que gozaban del privilegio de la libertad personal. Ellos apoyaban al candidato que tocara, fuera un Dmitri, un polaco o cualquier otro, porque, ante todo, eran saqueadores.
Desde septiembre de 1610 hasta el 4 de noviembre de 1612, Moscú estuvo ocupada por la Mancomunidad de Polonia-Lituania. En esos años se sucedieron algunas intrigas palaciegas y graves revueltas por numerosas ciudades y distritos rurales, donde el pueblo malvivía acosado por las hambrunas y las plagas e intentando defenderse de los ataques de bandoleros, que los saqueaban, o de los invasores extranjeros, que pretendían someterlos. Ante la falta de ayuda por parte estratos superiores del ejército del zar de turno o de los nobles, los propios ciudadanos comenzaron a organizarse en milicias para defender la ciudad el 19 de marzo de 1611. El príncipe Dmitri Pozhansky lideraría una de esas milicias, pero fue incapaz de echar a los polacos de Moscú que, finalmente, acabaría arrasada por las llamas.
Vladislav IV, el polaco, era contrario a la fe ortodoxa y quería convertir a los rusos a la fe católica, por lo que el patriarca de la Iglesia Ortodoxa llamó a ir a Moscú y morir por la fe cristiana ortodoxa. Pozharsky fue uno de los primeros en responder al llamamiento, a pesar de que en su día otorgó su apoyo a Vladislav. Sin embargo, se le impuso que fuera acompañado por una persona que se ocuparía de los asuntos monetarios de la campaña; el elegido fue el comerciante y carnicero Kuzmá Minin, reconocido por su buen trabajo como gestor monetario y ante las milicias de su ciudad, Nizhni Nóvgorod. Minin y Pozharsky marcharon hacia Moscú añadiendo nuevos combatientes a la causa y recaudando dinero de las ciudades que encontraban a su paso. Los presupuestos gestionados por Minin siempre fueron inteligentemente empleados y transparentes. Con el dinero recaudado pudieron alimentar a los combatientes y seguir avanzando sin perder medios. Los cosacos, que siempre iban al sol que más calentaba, también se unieron a la lucha contra polacos y lituanos.
“El llamamiento de Minin” (1896), Konstantín Makovsky
El líder de las milicias en Nizhni Nóvgorod, como mencionábamos, había sido Kuzmá Minin, quien había sido nombrado responsable local, por lo que era el encargado de gestionar las cuentas locales e impuestos, tarea que realizó con enorme honestidad y diligencia. En 1608, Dmitri II “El Falso” había intentado ocupar la ciudad, pero salió derrotado de tal empresa por la fuerte resistencia que encontró en las milicias de Nizhni Nóvgorod. Al ser ésta una ciudad dedicada principalmente al comercio, intentaban evitar a toda costa cualquier capítulo de inestabilidad que pusiera en peligro su principal medio de vida. Por eso, cuando los conflictos y la inestabilidad de extendieron de manera brutal por todo el país durante el “Periodo Tumultuoso”, se vieron forzados a intervenir.
Así, el 1 de noviembre de 1612, el comerciante Kuzmá Minin y el príncipe Pozharsky llegaron a Moscú, y tras tres días de combates, lograron expulsar de la ciudad a los invasores polacos el 4 de noviembre de 1612. En ausencia de un poder consolidado y de un zar multitudinariamente refrendado, el príncipe y el carnicero fueron capaces de liberarse de los atacantes y restaurar la estabilidad en el país, que se inició definitivamente con la subida al trono del primer zar Románov, Mijaíl I.
La gesta del comerciante del Nizhni Nóvgorod y el príncipe Pozharsky los convirtió en héroes nacionales, y su hazaña ha sido utilizada en distintos momentos de la historia de Rusia y la URSS para encarnar la innata valentía y patriotismo que caracterizan al ruso, que resurge ante las adversidades y que se crece en la unión del pueblo ante cualesquiera invasores o atacantes que osen amenazar la integridad de su territorio o del poder “legítimo” del momento.
“Minin y Pozharsky” (1850), de M. I. Skotti.
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