lunes, 14 de marzo de 2016

Hacia una nueva guerra en Líbano

El 25 de mayo de 2008, la Cámara de diputados puso a Michel Sleiman en la presidencia de la República Libanesa, violando así la Constitución del país, cuyo Artículo 49 prohíbe la elección de un alto funcionario a menos de 2 años de haber terminado sus anteriores funciones. Sleiman ni siquiera recibió la presidencia de la República de manos de su predecesor, Emile Lahoud, sino que fue investido por el emir de Qatar, durante una ceremonia en la que estuvo presente, como representante de la antigua metrópoli colonial, el entonces ministro de Exteriores de Francia, Bernard Kouchner, sentado –no entre los invitados– sino en el área reservada a los miembros del gobierno libanés.


Desde mayo de 2008, Líbano es un país que no respeta su propia Constitución y ni siquiera tiene presupuesto. Hoy país a la deriva, el Líbano se ha convertido en una presa fácil para Israel. El fracaso de la operación contra Siria ha llevado al partido colonial a buscar un nuevo objetivo. Todavía es posible evitar una segunda guerra civil en Líbano, pero será difícil impedir una nueva invasión.

Desde el acuerdo de Doha y la elección anticonstitucional de Michel Sleiman como presidente de la República, en 2008, el Líbano no había registrado ningún acontecimiento político de importancia, hasta el pasado mes de agosto. Durante los 7 últimos meses, el Líbano vivió al ritmo de la «crisis de la basura», con manifestaciones que parecían a punto de desembocar en una segunda «revolución de cedro». Siguió a ello una crisis de confianza con Arabia Saudita y sus aliados y, finalmente, la acusación contra el Hezbollah. Vistos por separado, estos tres acontecimientos parecen explicarse por sí mismos y dan la impresión de no conducir a ninguna parte. Sin embargo…

Insoportable pestilencia en numerosas localidades del Líbano, país donde ya no hay servicio de recogida de basura.

La «crisis de la basura» estalló inesperadamente, en agosto de 2015: el Estado libanés no pudo renovar con la empresa Sukleen el contrato para la recogida de basura. En pocos días, el país se convirtió en un inmenso basurero, con todo tipo de desechos amontonándose en las calles. Hubo manifestaciones en las que se acusó al gobierno de negligencia. En poco tiempo, miles de manifestantes coreaban en las calles que los políticos libaneses no eran, ellos mismos, otra cosa que basura, y que se dedican a saquear el Estado libanés en detrimento de sus conciudadanos. Los medios de prensa hablaron de un inicio de revolución de color comparable à la «revolución de cedro», orquestada por Estados Unidos después del asesinato del ex primer ministro Rafic Hariri. Otros medios hablaban de una extensión de la «primavera árabe». Finalmente, la cólera popular acabó decayendo ya que el sistema comunitarista característico del Líbano –impuesto por Francia– obliga a cada ciudadano a mantenerse estrechamente vinculado a su comunidad religiosa, impidiéndole así tomar posición sobre los temas nacionales.

Siete meses más tarde, la crisis de la basura sigue sin hallar solución. Sólo se limpian la capital y las grandes ciudades, mientras que en numerosas regiones la basura sigue acumulándose y la población vive en medio de olores nauseabundos. Naturalmente, la persistencia y la generalización del problema tienen consecuencias en materia de salud pública, con la propagación generalizada de numerosos virus debido a los cuales casi todos los libaneses se enferman constantemente. Y también tienen repercusiones económicas. De hecho, el turismo, principal fuente de ingresos oficiales del país, ha disminuido considerablemente.

La terraza del Petit Café de Beirut, se mantiene vacía. Han desaparecido los ricos clientes provenientes de las monarquías del Golfo.

La segunda crisis comenzó con la anulación de la donación saudita de 3 000 millones de dólares al ejército libanés. La «donación» era en realidad el pago de Arabia Saudita al ejército libanés por haber destruido el testimonio de Majed el-Majed, arrestado el 26 de diciembre de 2015 por los militares libaneses mientras era transportado en ambulancia. Conocido terrorista, Majed el-Majed era el representante del príncipe saudita Bandar ben Sultán en los países del Levante. Se sospecha que Majed el-Majed conocía personalmente a todos los políticos que apoyan en secreto a los yihadistas. Su testimonio habría causado graves problemas al reino de los Saud. Pero Majed el-Majed tuvo la elegancia de morir pocos días después de su detención, antes de que a alguien se le ocurriera la brillante idea de grabar sus declaraciones.

Para justificar la anulación de su «donación», Riad invocó la reacción del Líbano ante la ejecución del jeque Nimr Baqr al-Nimr. El 2 de enero de 2016, la petrodictadura saudita había decapitado al jefe de la oposición. Pero esta personalidad era un religioso chiita y su ejecución desató una ola de indignación en las poblaciones chiitas de todo el mundo, incluyendo la del Líbano. Arabia Saudita movilizó a sus aliados en defensa de su derecho a matar a sus súbditos cuando le parezca oportuno, pero el Líbano prefirió mantenerse al margen del asunto. Riad decidió ver en esa actitud una forma de ingratitud ante los miles de millones de dólares que los Saud han desembolsado durante años para respaldar el 14 de Marzo, o sea la coalición de partidos comunitaristas libaneses que colaboran con Israel.

Pero lo más importante es que Riad ha decido hundir la economía libanesa prohibiendo que sus súbditos viajen al Líbano, prohibición que hizo extender a los súbditos de Bahréin y de los Emiratos Árabes Unidos. Sin los turistas que antes llegaban de las monarquías del Golfo, los comercios y los bancos libaneses rápidamente entraron en recesión.

El canal de televisión Al-Manar (en español, “El Faro”) es el único medio de comunicación de que dispone la resistencia libanesa en caso de agresión israelí. En 2006, durante la operación israelí “Plomo fundido”, el Hezbollah logró mantener las transmisiones de Al-Manar, a pesar de los constantes bombardeos. De interrumpirse de las transmisiones de Al-Manar, sólo tendríamos la versión occidental de los hechos.

La tercera crisis tiene que ver con el Hezbollah. Esta red de la resistencia libanesa contra la ocupación israelí se transformó poco a poco en un partido político que hoy participa en el gobierno libanés. Respaldado principalmente por Siria desde 1982 hasta el año 2005, el Hezbollah se vuelve progresivamente hacia Irán después de la retirada de las tropas sirias presentes en territorio libanés. Durante el periodo que va desde 2006 hasta 2013, los Guardianes de la Revolución iraníes ponen en manos del Hezbollah un arsenal considerable. Sin embargo, a raíz de la elección del jeque Hassan Rohani como presidente de la República Islámica, el Hezbollah ha venido preparándose para una posible ruptura y desarrollando sus propias fuentes de financiamiento, a través de los libaneses y/o chiitas residentes en el extranjero, sobre todo en África y Latinoamérica. Después de la firma del acuerdo 5+1 con Irán, el 14 de julio de 2015, el Hezbollah se implicó, junto al Ejército Árabe Sirio, en la lucha contra los yihadistas, mientras se distanciaba poco a poco de Teherán.

El 16 de diciembre de 2015, el Congreso de Estados Unidos adoptó por unanimidad una ley que prohíbe a los bancos trabajar con el Hezbollah o con cualquier órgano vinculado a la resistencia libanesa. Esa misma ley tiende a impedir, además, las transmisiones del canal de televisión Al-Manar. El Departamento del Tesoro estadounidense adoptó inmediatamente sanciones contra Ali Youssef Charara, presidente-director general del Spectrum Investment Group, acusado de participar en el sistema de financiamiento de la resistencia. Después de la adopción de esa ley estadounidense, el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) y la Liga Árabe adoptaron resoluciones en las que califican al Hezbollah de «movimiento terrorista».

Y así se completa el dispositivo: la economía libanesa está en ruinas y la idea misma de oponer resistencia a la ocupación israelí ha sido clasificada como “terrorismo”. El canal de televisión Al-Manar ya no podrá verse a través de los satélites NileSat y ArabSat, lo cual limitará considerablemente su audiencia.

Dos opciones se abren ahora a Washington y Tel Aviv: iniciar una guerra clásica –como en 2006– o, lo que resultaría más simple y discreto, desatar una guerra civil, como la que devastó el Líbano desde 1975 hasta 1990.

Emile Lahoud, último presidente del Líbano electo de conformidad con la Constitución, está llamando a reformar de inmediato la ley electoral para que el próximo parlamento libanés no sea representativo de las comunidades religiosas sino de la población en su conjunto. Esa es la única vía para evitar la guerra civil.

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