lunes, 26 de enero de 2015

Syriza abre una nueva era política


        Simpatizantes de Syriza celebran los resultados en Atenas. / Milos Bicanski (Getty Images)

Los griegos eligieron este domingo la esperanza pero también la incertidumbre frente al miedo al futuro y la miseria del presente, al otorgar una holgada ventaja a la izquierda radical de Syriza frente al centroderecha de Nueva Democracia. El resultado abre una nueva era en la política griega y sin duda tendrá repercusiones en el resto de Europa, obligándola a una reflexión sobre las políticas seguidas y por seguir para salir de la crisis.
La victoria de Syriza representa, desde el punto de vista griego, un rotundo ¡basta! a la intransigente aplicación de las medidas de austeridad impuestas por los acreedores europeos y el inicio del camino para la recuperación de la autoestima nacional, actualmente bajo mínimos. También supone la inauguración de un nuevo sistema de partidos donde cobran fuerza los neonazis de Aurora Dorada y los centristas de To Potami (El Río), un partido creado casi para la ocasión el pasado mes de marzo.
Las elecciones, siempre según el escrutinio aún no concluido, dejan asimismo dos cadáveres políticos: el Pasok y el grupo formado por Yorgos Papandreu hace unas semanas, que se ven condenados a la irrelevancia.


Pero sin duda el gran derrotado es Andonis Samarás, líder de Nueva Democracia (centro derecha), cuya dimisión no se descartaba anoche en Atenas. Samarás basó su campaña en el miedo, casi en el pánico, una estrategia que ha resultado fallida. Con la ayuda de unas cadenas de televisión en manos de unos pocos que aquí llaman oligarcas, Samarás ha insistido hasta la saciedad en el mensaje de que le eligieran a él o vendría el caos. Una victoria de su rival, el líder de Syriza, Alexis Tsipras, no solo llevaría a los comunistas al poder, sino que causaría una ruina económica donde escasearía hasta en papel higiénico como en Venezuela. "Syriza no va a cambiar Europa sino que la va a volver en contra nuestra", ha dicho. "Tsipras está decidido a llevar al país a la bancarrota y el aislamiento", ha repetido.
Mucho menos énfasis puso Samarás en la tímida recuperación económica del país. El crecimiento del último cuatrimestre de 2014 fue del 0,7% y la previsión para 2015 era del 3%. Y el paro, aún del 25%, parece remitir ligeramente. Tampoco ha destacado los nuevos vientos de flexibilidad que corren en Europa impulsados por Francia e Italia y mucho menos ha explicado a la opinión pública los posibles beneficios para Grecia de la compra masiva de deuda por parte del Banco Central Europeo (BCE).
Tampoco le han ayudado durante la campaña algunas reacciones europeas como la del presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, diciendo que esperaba "ver caras amigas en el nuevo Gobierno" o la intransigencia de algunos políticos y diarios alemanes. Nadie ha olvidado aquí aquel llamamiento del diario sensacionalista Bild pidiendo a los griegos que vendieran sus islas y la Acrópolis.

Tsipras, por el contrario, ha prometido lo que ningún otro político griego en estas elecciones: renegociar los términos del pago de la deuda, en tiempo y cantidad, y encima hacerlo con los líderes de los gobiernos europeos, no con los tecnócratas de las instituciones financieras. Su frase de que "la austeridad no está consagrada en ningún tratado europeo" ha calado y se ha permitido decir que si gana no piensa ir corriendo a ver a la canciller alemana, Angela Merkel, "una más", para él, "de los 28 jefes de Estado y de Gobierno de la UE". También ha insistido en devolver a los griegos su dignidad nacional, algo que suena a gloria en un país nacionalista y donde las referencias a la patria no son motivo de división.
Pero son también muchos los que ven la victoria de Syriza como un salto al vacío sin garantías de que Tsipras pueda cumplir sus promesas ni de evitar que las cosas empeoren. Tampoco nadie sabe con seguridad si la actitud y los mensajes moderados que ha exhibido en las últimas semanas es realmente lo mismo que piensan las bases de su partido. No será fácil gobernar acuciado por las demandas de los socios y acreedores europeos —Austria, Finlandia y Holanda con Alemania a la cabeza no han mostrado por el momento ninguna intención de flexibilidad— y por las presiones de las voces más radicales de la izquierda.

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