El rey Salman (segundo por la izquierda) traslada junto a familiares los restos del difunto Abdalá, este viernes en Riad. / efe
El rey Salman se ha comprometido este viernes a mantener la actual política exterior y de energía del principal productor de petróleo del mundo, apenas unas horas después de anunciar la muerte de Abdalá y su propia ascensión al trono. Incluso con esa vocación de continuidad, los retos son extraordinarios. Además de la incertidumbre generada por el desplome del crudo en los últimos meses, el nuevo monarca tiene que afrontar el desafío del grupo Estado Islámico (EI) que se ha hecho fuerte en Irak y Siria, y ha declarado querer derrocar a los Al Saud.
“Continuaremos, con la ayuda de Dios, manteniendo las políticas correctas que este país ha seguido desde su fundación por el difunto rey Abdelaziz”, ha manifestado Salman durante su primer discurso televisado al país como nuevo rey.
Sin embargo, el Reino del Desierto afronta una situación regional cambiante. Por un lado, Estados Unidos se ha acercado a su mayor rival regional, Irán, con motivo de las negociaciones nucleares. La posibilidad de que ambos alcancen un acuerdo ha desatado las alarmas en Riad que se ha sentido abandonado por su aliado histórico y dado algunos pasos para garantizar su seguridad de forma independiente.
Por otro, los temblores causados por la primavera árabe han puesto patas arriba la zona. El propio monarca lo ha reconocido al afirmar que “las naciones árabes e islámicas necesitan con urgencia solidaridad y cohesión”.
Algunos países se han sumido en el caos, como Siria, Libia o Yemen, mientras en otros, como Egipto o Túnez, el inicial avance islamista alertó lo suficientemente la familia real como para financiar un movimiento contrarrevolucionario. Riad ha sido un apoyo crucial para el actual presidente egipcio, Abdel Fattah al Sisi, y también para la oposición al régimen de Bachar el Asad en Siria. Pero frente a la tradicional diplomacia de chequera, los saudíes se han visto arrastrados a una intervención más directa.
Tal ha sido el caso ante el avance del EI en Irak y Siria, ante el cual la monarquía no ha tenido más remedio que unirse a la coalición liderada por EE UU para bombardear a los yihadistas. A la vez, ese apoyo puede volverse contra ella dentro del país, donde un sector de la población está más cercano a la rigidez ideológica de los islamistas fanáticos que al liberalismo americano.
Salman, un hombre con fama de pragmático, debe pues gestionar la influencia del Irán chií en Irak, Siria, Yemen y Bahréin, una guerra abierta en los tres primeros, la amenaza yihadista del autoproclamado Califato y las agitadas relaciones con Washington. Todo ello en un momento en que la caída del precio del petróleo (casi un 60% desde el pasado junio) empieza a hacer mella en las arcas saudíes, ante la decisión de no reducir la producción para mantener la cuota de mercado.
La sensibilidad de ese mercado se hizo evidente con la subida del crudo en los mercados asiáticos nada más conocerse la noticia de la muerte de Abdalá. Horas después, tras el mensaje de continuidad de Salman, el petróleo abría a la baja en Nueva York.
Prueba del peso regional ha sido la inmediata asistencia al entierro del rey Abdalá de los principales líderes musulmanes desde el monarca jordano, que interrumpió su presencia en Davos, hasta el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, pasando por los máximos dignatarios del resto de las familias reales de la península Arábiga. También Irán ha enviado a su ministro de Exteriores, Mohammad Javad Zarif. Los dirigentes no musulmanes acudirán a presentar sus condolencias al rey Salman a partir de hoy. Entre quienes han anunciado su visita, el presidente francés, François Hollande, el vicepresidente de EEUU, Joe Biden, y el rey Felipe VI de España.
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