viernes, 19 de agosto de 2016

Sudán del Sur, el país más joven, está al borde de guerra por la ambición de sus dirigentes


Sudán del Sur se ve abocado peligrosamente hacia una guerra civil abierta. Las rivalidades entre los padres de la independencia y sus ansias de poder están arrastrando al último país del mundo en nacer a una situación insostenible. Al peligro de guerra le acompaña una crisis humanitaria y de refugiados a gran escala.

Sudán del Sur, el país más joven del mundo al independizarse en 2011, vive en un estado de violencia prácticamente desde su nacimiento, todo ello aderezado con una descarnada lucha por el poder. En los últimos días, los pulsos entre las facciones del presidente Salva Kiir y el vicepresidente Riek Machar se han recrudecido en la capital, Juba, provocando, además de casi 300 muertos, que el país quede al borde del colapso. Una guerra civil en Sudán del Sur no sería un suceso novedoso para una región tristemente acostumbrada al sonido de las armas, pero sería el remate definitivo a la desestabilización y la crisis humanitaria que atraviesa toda la zona.

Cambiar de bandera y de líder no solo no resolvería sus problemas, sino que les introduciría en unas dinámicas todavía más nocivas

Cuando un 99% los sursudaneses votaron escindirse de Sudán, muchos pensaron que aquella independencia sería el fin de sus problemas, motivados en su mayoría por los déspotas de Jartum, entre los que se encontraba -y todavía hoy sigue en el poder- el poco afable Omar al Bashir. Nada más lejos de la realidad. Cambiar de bandera y de líder no solo no resolvería sus problemas, sino que les introduciría en unas dinámicas todavía más nocivas. Los antiguos líderes rebeldes que lucharon por la independencia del sur, Salva Kiir y Riek Machar, se convirtieron en presidente y vicepresidente del joven Estado. Sin embargo, este aparente reparto consensuado no relajó las enconadas rivalidades entre ambos, sus milicias y sus grupos étnicos, los dinka y los nuer, respectivamente.

No obstante, reducir las luchas políticas en Sudán del Sur a las rivalidades étnicas sería más que superficial. De hecho, ni siquiera es una causa fundamental, por mucho que Kiir y Machar intenten espolear a sus respectivas comunidades para afianzar su posición. El origen de todos estos males para la república africana es bien sencillo: el petróleo.

El petróleo, elemento determinante en el conflicto

Cuando el sur se escindió de Sudán, en su territorio quedaron buena parte de los yacimientos petrolíferos que disfrutaba el hasta entonces país más grande de África. Desde aquel momento, el joven país sursudanés tiene en su haber las terceras mayores reservas de crudo del continente. Sin embargo, carece totalmente de la infraestructura para refinarlo y exportarlo, haciendo prácticamente inútil su extracción. Y he aquí el dilema. Cerca del 90% de las rentas del país proceden del oro negro, y para conseguirlas debe canalizar el crudo hasta Puerto Sudán, ciudad costera en el abiertamente hostil Gobierno del norte. Semejante dependencia ha sido utilizada frecuentemente por el Gobierno de Jartum para presionar a Sudán del Sur y obtener importantes réditos económicos, lo que a menudo se ha percibido -y evidenciado- en Juba como un saqueo y un abuso.

Controlar la producción y la venta del crudo se ha revelado, por tanto, en Sudán del Sur como un objetivo prioritario de los líderes políticos, no ya solo por las evidentes ganancias económicas y personales que se pueden obtener fruto de la desatada corrupción, sino por el inmenso poder que otorga controlar los yacimientos de crudo.

Cerca de un 5% del crudo que China importa procede de Sudán del Sur

Como es lógico, la crisis en Sudán del Sur no está acotada a las fronteras del país. Estados Unidos apoyó la independencia sursudanesa en 2011 para debilitar a Omar al Bashir y a China, que estaba penetrando fuertemente en Sudán para controlar su crudo. Sin embargo, en Washington se olvidaron al poco tiempo del joven país africano. Su testigo, como era de esperar, fue recogido por Pekín, ansiosa por diversificar sus fuentes de petróleo -cerca de un 5% del crudo que China importa procede de Sudán del Sur-. La potencia asiática tiene mano suficiente como para imponer ciertas cuestiones, pero su indecisión no ayuda, como tampoco facilitan a calmar las aguas los rumores de que el insurrecto vicepresidente Machar quiere reorientar la venta de crudo hacia Estados Unidos.

Mientras tanto, en Sudán del Sur reina el caos más absoluto. Los combates en Juba entre tropas leales al presidente Kiir y la guardia de Machar son una anécdota en la calamitosa situación frente a la espiral de violencia que se vive más al norte, precisamente en las regiones que albergan petróleo en su subsuelo. Asesinatos en masa, violaciones, mutilaciones y el reclutamiento de niños soldado son habituales desde finales de 2013, y, en vista de los últimos sucesos, no parece que semejante clima se vaya a atenuar.

Refugiados, desplazados y más de la mitad de la población del país en riesgo

La Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA por sus siglas en inglés) estimaba en mayo de este año que 1,6 millones de sursudaneses estándesplazados dentro del país y más de 720.000 se encuentran como refugiados en países vecinos como Sudán, Uganda o Etiopía. Por si esta situación no fuese suficientemente grave, más de seis millones de personas -la población de Sudán del Sur ronda los doce millones- se encuentran en riesgo, necesitando ayuda humanitaria. 

La ONU y la propia Unión Africana llevan desde 2011 intentando apuntalar el más que evidente deterioro de la situación en Sudán del Sur. Sin embargo, su presencia no sería suficiente si el país se enzarza en una guerra civil, y uno de los principales y mayores efectos de un conflicto armado abierto sería la consiguiente -y poblacionalmente millonaria- crisis de refugiados, muchos de los cuales emprenderían un camino hacia el norte, hacia el Mediterráneo.

Huyendo de la guerra o buscando oportunidades, los sursudaneses se unirían a los ya existentes flujos de nigerianos, eritreos, gambianos, marfileños o guineanos que intentan cruzar a Europa. Como el Nilo, pareciera que en África los ríos humanos discurren todos hacia el Norte.

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