Todo el mundo parece tener una teoría sobre cómo destruir al Daesh. Sin embargo, hay dos aspectos que apenas se citan: uno, los orígenes del grupo y, dos, si las intenciones de derrotarles son realmente sinceras.
Debemos abordar con valentía el primero para poder desenmarañar el enigma existente tras el ascenso y crecimiento del Daesh, de otra forma, ¿cómo desmantelar al grupo?
Y tenemos que lidiar con el segundo punto antes de enzarzarnos en discusiones superfluas sobre la estrategia bélica más apropiada, si es que la guerra es en absoluto la respuesta.
Son cuestiones muy urgentes que, sin embargo, se pasan con frecuencia por alto de algún modo, relativizadas a través de alguna falsa lógica o achacando siempre la culpa a otra parte.
Ahora que los estadounidenses han lanzado otra guerra aérea contra Libia, supuestamente para atacar las posiciones del Daesh allí, la discusión está siendo cuidadosamente orientada hacia hasta dónde debe llegar EEUU para derrotar al grupo combatiente.
En realidad, la pregunta “¿se puede ganar una guerra sólo con ataques aéreos sin ‘botas sobre el terreno’?” se ha transformado de alguna manera convirtiéndose en el quid de la cuestión, enredando a un gran número de intelectuales a ambos bandos del debate.
A los gurús de los medios estadounidenses, divididos entre dos partidos igualmente belicistas, les encanta saltar en esas oportunidades para desacreditarse los unos a los otros, como si emprender guerras en otros países fuera un asunto estadounidense exclusivamente local.
Hace mucho ya que pasaron los días en que EEUU se esforzaba en establecer coaliciones para emprender la guerra, como hizo en Kuwait e Iraq en 1990-91 y, a un nivel menor, de nuevo en Iraq en 2003. Ahora las guerras se llevan a cabo como si se tratara de algo habitual. Muchos estadounidenses no parecen ser conscientes, o se quedan indiferentes, ante el hecho de que su país está luchando realmente guerras en varios frentes y que está implicado indirectamente en otras.
Con múltiples frentes de guerra y los conflictos fermentando por doquier, muchos se están volviendo insensibles. Por desgracia, los estadounidenses en particular se han tragado el suero de la guerra perpetua hasta un grado en que raramente se movilizan de forma seria contra ella.
En otras palabras, que el estado de guerra se ha convertido en el statu quo.
Aunque la administración estadounidense del presidente Obama ha matado a miles de seres, la mayoría de ellos civiles, no se han producido alborotos ni protestas masivas. Aparte del hecho de que la marca Obama se creó para que pareciera el contraste pacífico del belicista George W. Bush, en modo alguno ha habido algún cambio importante en las políticas exteriores de EEUU en Oriente Medio que pudiera sugerir que un presidente es “mejor” que el otro.
Obama ha continuado simplemente el legado de su predecesor, sin obstáculos. El cambio fundamental que se ha producido es de orden táctico: en lugar de recurrir al aumento masivo de tropas sobre el terreno con el encargo de derrocar gobiernos, Obama ha utilizado ataques aéreos para arremeter contra quien percibe como enemigo, aunque invirtiendo en los que considera suficientemente “moderados” para que acaben el trabajo.
Al igual que la “guerra contra el terror” preventiva de Bush, la doctrina Obama ha sido igualmente desastrosa.
Las guerras de Obama se diseñaron para producir pocas bajas estadounidenses (o ninguna), ya que estaban casi enteramente dirigidas desde el aire y a través de aviones no tripulados operados por control remoto, en ocasiones desde miles de kilómetros. Ese enfoque ha demostrado ser menos gravoso a nivel político. Sin embargo, empeoró la situación sobre el terreno y extendió la guerra, en vez de acabar con ella.
Aunque la invasión de Iraq por Bush revitalizó a Al-Qaida y metió al grupo en el corazón de la región, las guerras aéreas de Obama les forzaron a reagruparse y a utilizar una estrategia diferente. Se dieron un nuevo nombre, pasaron de células militantes a “Estado”, buscaron una rápida expansión territorial, utilizaron la guerra de guerrillas cuando se enfrentaban a un ejército organizado o eran bombardeado desde el cielo y llevaron a cabo atentados suicidas por todo el mundo para romper la moral de sus enemigos y servir a sus esfuerzos propagandísticos destinados a seguir reclutando militantes.
Considerando que los enemigos del Daesh son ellos mismos enemigos unos de otros, el grupo se ha asegurado de que su existencia, al menos en un futuro próximo, sea sostenible.
La verdad es que el Daesh se nutre de intervenciones militares porque nació de anteriores intervenciones militares. Se está expandiendo porque sus enemigos no actúan al unísono, porque cada uno sirve a agendas que raramente tienen que ver con poner fin a la guerra sino con una oportunidad para conseguir ventajas políticas.
Con esta lógica en mente, uno no puede esperar que la “Operación Odisea del Amanecer” de EEUU, que empezó oficialmente el 1 de agosto en Libia, consiga resultados que puedan acabar estabilizando el país.
“¿Cómo podría proyectarse esa “estabilidad”? Fue la guerra que EEUU y otros miembros de la OTAN emprendieron contra Libia en 2011 la que en gran medida desmembró el que en otro tiempo era un país árabe rico y relativamente estable. En efecto, fue el vacío dejado por los posteriores conflictos lo que invitó al Daesh a entrar en Sirte y en otras zonas. Ahora, EEUU –y otras potencias occidentales, dirigidas por Francia- están poniendo en práctica una serie de tácticas en una guerra imposible de ganar tratando de frenar una enmarañada crisis que ellos mismos crearon al librar la anterior guerra.
Incluso aunque expulsen al Daesh de Sirte, el grupo encontrará algún otro entorno inestable donde generar y sembrar el caos. Sirte, a su vez, volverá probablemente a un estado de vorágine donde diversas milicias, muchas de ellas armadas en su día por la OTAN, volverán sus armas unas contra otras.
Sin un enfoque totalmente nuevo del problema, los conflictos seguirán multiplicándose.
Según airwars.org, que realiza un seguimiento de la guerra contra el Daesh, la coalición ha lanzado 14.405 ataques aéreos contra el grupo en Iraq y Siria en 735 días de implacable campaña. Se ha estimado que se han arrojado 52.300 bombas y misiles, aunque la cifra real debe ser mucho más alta, ya que ha habido numerosos ataques que ninguna de las partes ha reivindicado, por tanto, no están oficialmente registrados como tales.
Esta estimación, desde luego, no tiene en cuenta los bombardeos aéreos rusos o de cualquier otra parte que no esté integrada en la coalición.
¿Pero se ha conseguido algo positivo con todo eso, aparte de matar a muchos civiles, destruir masivamente infraestructuras y extender al Daesh por otros lugares vulnerables de Oriente Medio y África del Norte?
Hay pocas voces serias en el gobierno y los medios de comunicación estadounidenses respecto a cambiar completamente la perspectiva sobre la guerra contra el terror de Bush-Obama. Los llamamientos sensatos, como los de Jill Stein, candidata del Partido Verde para la presidencia, de que hay que abordar las causas-raíz del terrorismo para poder acabar con él, raramente llegan a los pasillos del gobierno y Congreso de EEUU.
En enero, el coste de la guerra contra el Daesh, según estimaciones del Departamento de Defensa estadounidense, saltó de 2 millones de dólares al día hasta un total de 11 millones. “La guerra aérea le ha costado a EEUU alrededor de 5.500 millones de dólares desde que se inició en agosto de 2014”, informaba el Business Insider. Es probable que la escalada en Libia produzca pronto cifras más asombrosas aún.
Como era de esperar, este es un buen momento para hacer negocios para todos los que se benefician con las guerras. Al mismo tiempo, el ciclo de guerra y violencia sigue alimentándose a sí mismo sin un final a la vista.
“Confiar en que los bombardeos aéreos sean como el profiláctico de la paz es absurdo”, escribía recientemente Vijay Prashad, profesor de Estudios Internacionales en el Trinity College en Hartford, sobre la inutilidad de la guerra a base de ataques aéreos. “Lo único que hemos conseguido es inestabilidad y caos. Hay que abrir otras rutas. Admitir otros caminos”.
No puedo estar más de acuerdo.
Ramzy Baroud
No hay comentarios:
Publicar un comentario