Hace casi setenta años dos nuevos Estados se incorporaban a la sociedad internacional de la posguerra mundial: India y Pakistán. Conciudadanos durante más de siglo y medio, pronto se convirtieron en vecinos y rivales. Sus relaciones están marcadas por la desconfianza, pero no tenía por qué ser así. El origen de esta animadversión descansa en un proceso de descolonización frustrado cuya ambiciosa alternativa habría cambiado la historia de la región.
Las relaciones entre India y Pakistán presentan gran complejidad. Para comprenderlas es necesaria una visión de conjunto, pero también comprender el origen de la rivalidad. Cachemira, un pequeño territorio, antiguo Principado primero independiente y luego integrante de la Unión India, es el origen de la discordia, así como la pieza fundamental para iniciar unas nuevas relaciones vecinales. En la actualidad el territorio se encuentra dividido en tres administraciones: el Estado de Jammu y Cachemira, perteneciente a la India; Azad Kashmir, territorio de Pakistán; y Aksai Chin, controlado por China. Si bien la disputa comenzó por una mala gestión de la retirada británica del subcontinente indio, su evolución ha estado condicionada por el contexto internacional de la segunda mitad del siglo veinte, por la Guerra Fría, así como por las dinámicas y alianzas que generó.
Así quedó partida la zona de Cachemira entre los tres países en liza: India, Pakistán y China. Fuente: India Defence Review
La cuestión religiosa constituyó la primera piedra e impidió una resolución consensuada del proceso de descolonización. El territorio de la Unión India quedó dividido en dos Estados para facilitar la convivencia entre vecinos: un Estado de mayoría hindú, India, y otro de mayoría musulmana, Pakistán –por aquel entonces, y hasta 1971, Pakistán estaba formado por dos territorios: el actual Pakistán y Bangladesh, también conocido como Pakistán Oriental–. La falta de consenso en torno a diversas disputas territoriales condicionó el devenir de las relaciones entre ambos países, que se construyeron sobre la suspicacia y la desconfianza. Desde entonces han sido varias las manifestaciones de esta rivalidad. La mayor de ellas, Cachemira, se ha convertido a su vez en uno de los conflictos fronterizos de mayor importancia en la actualidad. Esta es la historia de un conflicto local que trascendió en importancia y consecuencias hasta el punto de convertirse en una controversia de dimensiones nucleares a la sombra de dos potencias regionales.
El camino hacia la partición
El proceso de descolonización de la Unión India fue largo y, por consiguiente, presentó tanto episodios de entendimiento y buena convivencia como periodos de tensión y violencia entre las diferentes fuerzas vivas. Si bien no se puede entender el origen de India y Pakistán sin considerar la dimensión religiosa, ésta no siempre condicionó el camino hacia la independencia. El inicio del proceso descansa sobre un frente político común de carácter laico y plural. El Congreso Nacional Indio (CNI), también conocido como Partido del Congreso, fue fundado en 1885 y ejerció de elemento catalizador del sentimiento independentista. No fue hasta después de la Primera Guerra Mundial, momento en el que Mahatma Gandhi se convirtió en el gran impulsor del movimiento y se hizo con las riendas del partido, cuando la cuestión de la independencia india fue puesta sobre la mesa de manera irrevocable. Ladoctrina de la resistencia pasiva que propugnó Gandhi, al amparo de su carisma personal, le consolidó como el líder indiscutible de un movimiento que avanzaba sin grandes fisuras en pos de un único Estado plural y democrático, sucesor de la Unión India, en el que tendrían cabida junto a la mayoría hindú todo tipo de minorías, especialmente musulmanes y sijs.
Si bien la casilla de salida presentaba un futuro idílico de soberanía y entendimiento, la historia de la descolonización de la Unión India es la historia de la partición, del personalismo y de la desconfianza. Durante las primeras décadas del siglo veinte Gandhi consolidó su liderazgo y el Partido del Congreso predominó sobre cualquier otra opción política. Entre los seguidores del movimiento, la abrumadora mayoría de la población, se encontraban representantes de toda creencia religiosa o grupo minoritario. Pero como ésta es una historia de liderazgo y rivalidad, Mohamed Ali Jinnah, a quien podríamos calificar del homólogo musulmán de Gandhi, fue quien sentó las bases de un sentir por aquel entonces minoritario que abogaba por la creación de un Estado musulmán al margen de la India plural de mayoría hindú.
Ali Jinnah, jurista de profesión, mantenía una visión más comedida de cómo debía ser el proceso de independencia. En 1913 entró a militar en la Liga Musulmana, fundada en 1906 y ligada al nacionalismo musulmán, pero mantuvo cierta simpatía hacia los planteamientos unionistas. El ascenso imparable de Gandhi y la adopción unívoca de su doctrina en la mayor parte del movimiento por la autodeterminación le llevó, en primera instancia, a la retirada del activismo político. En los años siguientes, hasta 1935, se consolidó en Ali Jinnah un enfoque más pragmático en cuanto a la posición de los musulmanes ante la autodeterminación. La opción de una Unión India laica y plural supondría, según sus planteamientos, la supremacía del hindú sobre el resto de colectivos integrantes del Estado.
A pesar del afloramiento de planteamientos alternativos a los del Partido del Congreso, no fue sino la Segunda Guerra Mundial el gran punto de inflexión en el devenir de la región. Si la doctrina de Gandhi mantuvo su postura de oposición contra una Administración colonial debilitada por la guerra, la Liga Musulmana ofreció plena colaboración a los británicos en la contienda sobre todo tras la ocupación japonesa de Birmania, que situó al Imperio del Sol Naciente a las puertas de la Unión India. La alternativa particionista ganó apoyos durante el transcurso del conflicto mundial, pero no fue hasta el final de la guerra cuando los acontecimientos se aceleraron a tal ritmo que abocaron al territorio al borde de la guerra civil. En el marco de la sociedad internacional de posguerra y de la apuesta por el derecho a la autodeterminación propugnado por Naciones Unidas, la posibilidad de mantener la integridad de la Unión India tras la retirada británica parecía inasumible. Como consecuencia de ello el Gobierno británico anunció en febrero de 1947 el inicio de una transición que condicionaría el futuro de la región. Lord Mountbatten, último Virrey de India, fue el encargado de gestionar la descolonización. Su solución, la conocida como Línea Mountbatten, materializó la partición del territorio en dos Estados delimitados por la cuestión religiosa: India, de mayoría hindú, y Pakistán, de mayoría musulmana. Como no podría ser de otra manera, el encaje territorial implicó grandes movimientos de población. Se estima que hubo alrededor de 20 millones de desplazados.
India fue anexionando territorios después de su independencia, algunos de manera pacífica y otros mediante conflictos. Fuente: Origins
El procedimiento parecía sencillo y en cierto modo incuestionable: se realizaría una división territorial en función de las mayorías presentes en cada provincia o principado, así como según la posición geográfica de los diferentes territorios. El destino de las provincias se dirimió con más o menos eficacia, llegándose incluso a acordar la división de Punjab o Bengala. En los principados, entidades con mayor poder autónomo, la última palabra recaía en los maharajás –príncipes–, independientemente de su religión. Si bien en la mayoría de los principados existía correspondencia entre los intereses del maharajá y la mayoría de la población, algunos como Junagadh e Hyderabad presentaron problemas, pero sin lugar a dudas el caso que nos atañe, Jammu y Cachemira, es el más representativo.
Cachemira, entre India y Pakistán: orígenes y evolución de la disputa
La disputa de Cachemira descansa en una diversidad étnica y religiosa que no fue resuelta durante la partición. La condición fronteriza del territorio, ya fuera dentro de India o Pakistán, condicionaba su incorporación a uno u otro estado exclusivamente al sentir de su población y, en última instancia, a la palabra del maharajá. El Principado, al servicio del Imperio Británico desde hacía un siglo, se encontraba bajo el gobierno de una familia hindú mientras que el 77% de la población era de origen musulmán, un 20% hindú y el restante 3% se componía de sijs y budistas.
El activismo político por la autodeterminación del territorio reprodujo las líneas generales del mandato británico, con un movimiento plural encarnado en la Conferencia Nacional y otro musulmán restrictivo representado por una escisión de la anterior, la Conferencia Musulmana. Sheik Abdulá, líder de la Conferencia Nacional, se alineó con el Partido del Congreso. El movimiento por la autodeterminación en Cachemira presentó desde sus inicios cierta singularidad nacionalista al margen de las dos opciones mayoritarias. No obstante, el liderazgo de Abdulá le valió al movimiento pluralista del apoyo de las masas, incluidos los musulmanes. Fue en el momento de la partición cuando se produjo la gran contradicción que prendió la mecha de una disputa que aún no ha sido resuelta.
Con una población mayoritariamente a favor de un Estado plural, fue el maharajá de origen hindú quien inició una aproximación hacia las posiciones pakistaníes. Sin embargo, como consecuencia de la permisividad del maharajá hacia el movimiento pluralista y en particular hacia su líder Abdulá, Pakistán vio amenazada su posición hasta tal punto que optó por iniciar una invasión silenciosa con el objetivo de hacerse con el control del territorio. Miles de pastunes se adentraron en el principado sin encontrar apenas resistencia por lo que, ante la imposibilidad de frenar su avance, el maharajá solicitó ayuda a Nueva Delhi. Como condición sine qua non el maharajá debía comprometer la incorporación del territorio a India y, posteriormente, esta opción debía ser refrendada por la población. Se firmó entonces el Acuerdo de Accesión, decisión histórica que India enarbola y Pakistán desestima hasta la actualidad. Entre 1947 y 1948 el enfrentamiento terminó en una guerra abierta entre ambos Estados.Las Naciones Unidas trabajaron por un plan de paz que finalmente se materializó en el requerimiento de un referéndum y en la creación de una Línea de Alto el Fuego, que tras los conflictos venideros pasaría a denominarse Línea de Control y se convertiría de facto en la línea fronteriza entre India y Pakistán.
Abdulá fue elegido Primer Ministro de Jammu y Cachemira, que se había incorporado a India con un estatus de autonomía elevado que tan solo relegaba a Nueva Delhi las competencias en materia de defensa, relaciones exteriores y comunicaciones. La connivencia entre Abdulá y Nehru, así como entre el Partido del Congreso y la Conferencia Nacional, fue total en un primer instante. Sería a partir de 1953 cuando las relaciones entre ambos se complicaron. Abdulá inició los preparativos para el referéndum pero modificando sustancialmente su contenido inicial: además de las opciones de India o Pakistán, dio un paso más hacia la plena autonomía con una opción que contemplaba la autodeterminación del territorio como Estado soberano. Frente a la deriva nacionalista de Abdulá, Nueva Delhi inició un paulatino proceso de asimilación del territorio en la India y Abdulá fue encarcelado en reiteradas ocasiones durante los siguientes veinte años al tiempo que la conflictividad social en el territorio aumentaba y se fraguaba un ambiente repleto de desconfianza y recelo.
En 1959 entra en escena un nuevo actor que completa la cuadratura del círculo: China invade el Tíbet y reclama sus derechos sobre los territorios fronterizos disputados con India, Aksai Chin en Cachemira y Arunachal Pradesh al norte de Assam. El avance chino derivó a finales de 1962 en un conflicto armado que se saldó con la derrota de Nueva Delhi y el consiguiente control de Aksai Chin por parte de Pekín. Pakistán comenzó a considerar la oportunidad que representaba China en su rivalidad con India.
En Azad Cachemira la Conferencia Musulmana, que en la guerra de 1947 se posicionó del lado pakistaní, ejerció el dominio efectivo del territorio al amparo de Pakistán. En 1965, aprovechando el creciente descontento social en Jammu y Cachemira generado como consecuencia de una década sin Abdulá, diez años de desconfianza hacia Nueva Delhi, Pakistán inició una ofensiva militar con la esperanza de encontrar apoyos entre la población musulmana. No obstante, la animadversión hacia Nueva Delhi no se correspondía con un cambio de bandera. La derrota ante India sumió a Pakistán en un convulso periodo de crisis interna cuyo máximo exponente fue la guerra por la independencia de Pakistán Oriental, actual Bangladesh, que tuvo lugar en 1971.
Durante las décadas siguientes, salvando un periodo de relativa calma que tuvo lugar a partir de 1977 con el regreso de Abdulá al poder, predominó la violencia, la represión y la corrupción. Durante sus veinte años de encarcelamiento, Abdulá suavizó su posicionamiento ideológico hasta el punto de rechazar la autodeterminación y alinearse de nuevo con los intereses de Nueva Delhi al acceder al control de un territorio cuya autonomía se había visto reducida drásticamente. Tras su muerte en 1982, el devenir político del territorio se caracterizó por la inestabilidad y el sectarismo. Comenzaron a fraguarse movimientos políticos que a partir de 1990 se constituyeron en organizaciones insurgentes, adiestradas en territorio pakistaní, que recurrieron al empleo de tácticas terroristas.
Las relaciones indo-pakistaníes desde finales de los ochenta estuvieron marcadas, en general, por disputas de baja intensidad a nivel internacional, y por terrorismo a nivel interno. Junto a la carrera nuclear en la que ambos países se embarcaron a finales de los noventa, el máximo exponente de la rivalidad fue la Guerra de Kargil (1999), que estalló cuando tropas pakistaníes cruzaron la Línea de Control hacia Jammu y Cachemira. Fue precisamente el resultado de la guerra –un nuevo fracaso para Pakistán y una victoria política pírrica para India–, así como el nuevo contexto internacional y la imperiosa necesidad de resolver un conflicto ensangrentado, lo que llevó a ambos países a reflexionar sobre la cuestión de Cachemira y sus relaciones bilaterales.
El Diálogo Omnicomprensivo como principio de entendimiento
El proceso de reflexión iniciado con el cambio de siglo dio lugar al conocido como Diálogo Omnicomprensivo, que comenzó con un alto el fuego sobre la Línea de Control el 27 de noviembre de 2003. Posteriormente el proceso fue aceptado por ambas partes como espacio de resolución de sus controversias. La importancia de Cachemira en el diálogo varía, puesto que para Pakistán representa una singularidad que precondiciona el resto de cuestiones mientras que India ubica la controversia como un asunto más en las relaciones con su vecino. Pakistán, por su parte, aboga por la mediación de Naciones Unidas y por la convocatoria de un referéndum en el territorio.
La situación geoestratégica de India hace que su diferendo con Pakistán sea sólo uno de sus frentes. Fuente: Philippe Rekacewicz
Los primeros años del diálogo resultaron en un acercamiento de posiciones en la lucha contra el terrorismo, el entendimiento en la moratoria nuclear, el fomento de las relaciones comerciales y la búsqueda de una solución para las disputas territoriales. No obstante, tras los atentados de Bombay (2008) el proceso quedó en un limbo. India acusó a Pakistán de apoyar a los perpetradores del ataque. Hace apenas unos meses, en diciembre de 2015, ambos países apostaron por reanudar el diálogo. La apuesta actual retoma aquellas cuestiones de relevancia y toma en consideración las principales preocupaciones de la actualidad: diálogo sobre la paz y la seguridad regional, las disputas territoriales, la cooperación en materia económica y comercial, así como las telecomunicaciones y la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico.
El setenta aniversario de la partición de la Unión India se acerca y las consecuencias de su mala gestión constituyen la base de una rivalidad que hoy podemos considerar como histórica. Si la sociedad internacional de la segunda mitad del siglo veinte condicionó de forma evidente la evolución de las relaciones entre India y Pakistán, así como su proyección internacional, en la actualidad ambos países se enmarcan dentro de un mismo paradigma y se enfrentan a problemas comunes, ya sea a nivel global o regional. La resolución del diálogo ese encuentra más bien condicionada por la voluntad política que por la rivalidad histórica.
La reanudación del diálogo es una muestra de una política exterior que ha madurado y ha aprendido de los errores y de las consecuencias del pasado. Décadas de enfrentamiento, incluso de conflicto armado, no han solucionado una situación que ha quedado en el limbo. Cachemira es la cuestión central de unas relaciones sumamente complejas con amplias repercusiones regionales. Sobre el terreno, la desconfianza sigue haciendo mella en una población hastiada por la violencia. El entendimiento entre India y Pakistán descansa en última instancia en la resolución de un conflicto que trasciende el ámbito local, pero cuyo origen, en particular el factor religioso, sigue siéndolo.
elordenmundial.com
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