Amado por muchos en el mundo entero, odiado por otros tantos, lo cierto es que Fidel Castro no deja a nadie indiferente.
Su nombre lo conocen en cualquier rincón del planeta y lo asocian con Cuba, para bien o para mal.
No es para menos. El barbudo que bajó de la Sierra Maestra hace 57 años, revolucionando el país para favorecer a los más pobres, encandilaba a cualquiera con su carisma y personalidad. Tenía casi la edad de Cristo al triunfar la Revolución y su aureola mística creció cuando una paloma blanca se posó en su hombro en un acto masivo a su llegada a La Habana, el 8 de enero de 1959.
"Esta es tu casa, Fidel", podía leerse en cualquier puerta cubana hasta entrados los años 70. Aún hoy, sobre todo al interior del país, en algunas viviendas su imagen descansa junto a la del Sagrado Corazón de Jesús.
A la leyenda se sumaban una memoria prodigiosa y una capacidad única para hacer suyo cualquier conocimiento y exponerlo de forma convincente. Esto, unido a la voluntad de aparecer en los lugares más críticos y resolver, con su intermediación divina, problemas de años sin respuesta.
"Eso es porque Fidel no lo sabe", repetían muchos al tropezar con lo mal hecho (con el tiempo, no pocos fueron comprendiendo que también era su culpa que ocurriera así).
Lograba echarse a la gente "en un bolsillo" y lo siguió haciendo después, no solo con millones de cubanos y otros seguidores que durante décadas se bebían sus palabras, sino hasta con los enemigos a los que se veía salir amistosos y sonrientes después de sus acostumbradas largas charlas de madrugada.
Lo demostró en la crisis de los balseros en el 95, cuando salió desarmado y sin protección en el punto más álgido del conflicto. A golpe de puro carisma y arrojo, controló una situación que empezaba a irse de las manos, logrando que los mismos que momentos antes gritaban "abajo Fidel" dieran vivas ante su imponente presencia.
A pesar de que oficial y públicamente siempre negó el culto a la personalidad, su foto ha estado presente en los más disímiles lugares y es frecuente encontrarla en las oficinas estatales.
Mientras sus detractores le acusan —entre otras cosas— de hundir la economía, de separar familias y quitar libertades a los cubanos, sus partidarios aducen que logró poner a Cuba en el mapa, enfrentándose al intervencionismo norteamericano y creando una sociedad con acceso universal a la educación, la salud, el deporte y la cultura. La isla se convirtió así en referente para la izquierda mundial.
Cientos de veces escapó de atentados contra su vida y otras tantas lo han dado por muerto, pero la verdad incuestionable es que llega ahora a los 90 años, prácticamente recluido en su casa, conocida como Punto Cero, donde alguna que otra vez le visita un convidado ilustre.
Hace justo diez años dejó su puesto como presidente en manos de su hermano Raúl y desde entonces, Cuba ha ido cambiando, para bien o para mal. Algunos le achacan la lentitud de esos cambios, mientras otros añoran sus tiempos.
Las nuevas generaciones de cubanos no lo conocieron en su esplendor, ni pueden valorarlo objetivamente con su intrínseca apatía, por lo que, para muchos, sus 'reflexiones' —publicadas siempre en portada en la prensa oficial— no son más que una curiosidad o una tarea escolar.
Ahora, en medio de las actividades veraniegas y las festividades carnavalescas, la isla se inunda de sus fotos y homenajes. "Por el cumpleaños 90 de Fidel" es la frase repetida hasta el cansancio por todos los medios. A él se dedican logros productivos, actos culturales y políticos, para beneplácito de unos y cansancio de otros.
90 años no es poco, más cuando se han vivido tan intensamente. A pesar de su edad, o tal vez por ella, Fidel sigue y seguirá siendo objeto de polarización.
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