sábado, 20 de agosto de 2016

El núcleo de la doctrina del Imperio es terrorismo y masacres


El 6 y el 9 de agosto se cumplieron dos nuevos aniversarios de dos terribles masacres cometidas por EE.UU.: el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki.

Recordar estos crímenes constituye una buena ocasión para reflexionar sobre la doctrina militar del Imperialismo.

“Supongo que si hubiésemos perdido la guerra, hubiese sido juzgado como un criminal de guerra...”

Curtis Emerson LeMay, General de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos

El 6 de agosto de 1945, hace 71 años, explotaba la primera bomba atómica sobre una ciudad. Tres días más tarde, otra bomba atómica explotaba sobre una segunda población. El autor de estas masacres, sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki: Estados Unidos.

Esta no sería ni la primera ni la última vez que los imperialistas modernos realizarían crímenes en tan gran escala. Y, de hecho, estas dos mega-masacres están relativamente legitimadas en el sentido común de las grandes masas, constituido en gran parte con las mentiras y los mitos imperiales. “Que si no se hacía eso, Japón no se rendía”; “que se salvaron así muchas vidas”… etc., etc., son los clishés más escuchados en general. Todas mentiras, alucinantes mentiras difundidas por el aparato de propaganda occidental.

La parte fundamental de la doctrina militar del Imperio está constituida por las masacres y el terrorismo. Eso es todo. Nada de honor. El honor es incompatible con el Imperio contemporáneo, si es que alguna vez lo fue. Y mucho menos el honor militar. Quien es cabal no hace propaganda de sus buenas acciones. En todo caso sólo habla de ellas como necesaria autodefensa ante la difamación, y como Verdad Histórica, como patrimonio de las nuevas generaciones. La grandilocuencia, la propaganda en el sentido proselitista, es una necesidad de los mentirosos para poder sostener sus mitos. Por eso los rusos y los chinos y los norcoreanos y los cubanos y los vietnamitas y los iraníes, y etc., etc., no tienen una profusa producción espectacular de propaganda de su heroísmo como pueblos, que es verdadero y real, a diferencia del de los imperialistas, que no es más que un cuento de Hollywood. El heroísmo de esos pueblos habla por sí mismo. Pero como sí puede haber mucha forma sin contenido, el de las naciones imperialistas es invento, sobredimensión de alguna que otra hazaña de sus huestes para encubrir el núcleo constitutivo de su doctrina, que es oprobiosa, cobarde y artera.

Pero para demostrar esto que estoy afirmando no necesitaré hacerlo solamente desde una investigación histórica sino también, y principalmente, razonando sobre la filosofía política del fenómeno imperialista, lo que nos llevará a la conclusión de que las masacres y el terrorismo no son “accidentes”, “excesos”, “errores”, en la forma de hacer la guerra del Imperio, sino que son, precisamente, la esencia de su doctrina militar.

Filosofía política

Podemos denominar de muchas maneras la dualidad dialéctica de lo moral: el Bien y el Mal, obreros y parásitos, trabajadores y capitalistas, nacionalistas e imperialistas, o justicieros y abusadores… Ésta última es para mí una de las maneras más apropiadas de sintetizar la disyuntiva moral de cualquier sujeto político, tanto en el plano individual como colectivo: luchar por la justicia o ser parte del ejercicio de la injusticia, que es el abuso del poder (entendido el concepto de poder en un sentido amplio, no solamente estatal). O sea, ser un justiciero, un protagonista de la lucha por el Bien Común, o ser un abusador, un execrable oportunista al acecho de necesidades, debilidades y débiles, para sacar provecho de ello.

En este sentido ¿Qué es un capitalista? Es la expresión característica del abuso sobre los trabajadores y el pueblo. Y esto es así porque siendo los trabajadores los únicos sujetos políticos de la producción (en tanto capaces, a diferencia de las máquinas, de desplegar ejecución y conducción de manera multidimensional y social, y de intervenir en la lucha en torno de cómo es la organización social de producción), son éstos los sujetos últimos, o primeros (según desde dónde lo miremos), de la creación de valor en la economía (recordemos que el valor objetivo de una mercancía viene definido por el tiempo socialmente necesario para producirla). El capitalista es la personalización del fenómeno categorizado como Capital. El Capital es trabajo acumulado, trabajo acumulado que tiene sus promotores, sus propietarios fraccionales, que luchan, movidos por la codicia, para expropiar a los trabajadores la mayor cantidad posible del valor creado con su actividad productiva. El capitalista, en síntesis, es un abusador, un sujeto “entrenado”, día a día, en el abuso, en la codicia, en el vampirismo. Su moral, entonces, es el abuso, el ventajismo (ya en la época de Cristo, donde el capitalismo aún no existía como sistema social, entre sus mayores enemigos se encontraban “los mercaderes del templo”).

La competencia entre las diferentes fracciones capitalistas en su lucha por imponerse exacerba al máximo esta característica: el mejor capitalista será el que, a iguales medios a disposición, logre abusar mejor de la fuerza de trabajo, acumulando así más capital para su propia fracción. Y la expresión más desarrollada del capitalismo son las corporaciones (donde las diferentes expresiones del Capital, en sentido amplio: financieras, industriales, territoriales, militares, etc., se conglomeran en una determinada estructura propietaria, la que constituye una fracción del total) y, en términos de Estado, el Estado imperialista.

Masacres y Terrorismo

De esta filosofía política, del corpus orgánico del abuso como fórmula de relación social, surge entonces la doctrina militar. Si el fin es la explotación de los trabajadores y el saqueo de los recursos naturales, si el fin es acumular la mayor cantidad de riqueza en pocas manos, mal puede constituirse la estrategia política y militar que actúa como medios de esos fines con otra cosa que nos sean métodos execrables y perversos. ¿Ha existido alguna guerra de conquista que no empleara métodos consistentes con sus fines? ¿Si el fin es dominar y arrebatar lo de otro, por qué el invasor se privaría de abusar de quienes quiere dominar, si ya el mismo objetivo, dominar y arrebatar, es la base moral de los métodos, la estrategia y la táctica? ¿Quién te agrede para imponerse y dominarte, por qué razón no lo haría de una manera oprobiosa, si oprobioso es su objetivo? Vemos cómo medios y fines se relacionan en una misma concepción, en un mismo tipo característico de relación social: el imperialismo. Al ultraje de la explotación del hombre por el hombre se corresponderá necesariamente la masacre y el terrorismo en el plano militar, y la política de bandera falsa como toda política.

Algunos ejemplos

Esto se comprueba en cada una de las guerras en las que Estados Unidos intervino. Si, por ejemplo, tomamos la “conquista del Oeste”, lejos está de ser la épica que nos muestran las películas yankis. Como sabemos, los Estados Unidos se constituyen como tales a partir de 13 colonias, las famosas 13 colonias, del Este de los Estados Unidos. Esa unidad política y social se fue expandiendo hacia el Oeste. Fue una guerra de conquista donde, indudablemente, los pueblos indígenas libraron una guerra justa, ya que se defendían de la invasión y el exterminio. Hollywood nos muestra al idiota de John Wayne como hombre gallardo, matando “salvajes”. La Verdad Histórica es que la “conquista del Oeste”, tantas veces relatada en las películas de vaqueros, fue un gran pillaje y abuso de los pueblos preexistentes, para robarles sus tierras y recursos. Militarmente, no fue una guerra que los blancos hicieron nada más que contra los guerreros indígenas (hacia los que, por lo demás, tenían una gran superioridad en número y en la tecnología de las armas), como podría suponerse de acuerdo a las actuales reglas formales de la guerra (que establece qué es un crimen de guerra y qué no, y etc.), sino contra los pueblos aborígenes en su conjunto, a los que masacraron sistemáticamente. Niños, mujeres, ancianos, fueron asesinados en ejecuciones masivas y fueron empleadas todas las armas a disposición en aquellos tiempos, inclusive la transmisión intencional de enfermedades como la viruela, a la que propagaron con enseres contaminados. Los pueblos indígenas llevaron adelante una guerra de resistencia donde, cuando hubo treguas y pactos, éstos fueron sucesiva y sistemáticamente traicionados por los colonos.

Los últimos episodios de estas guerras en Norteamérica son quizá, por ser más cercanos, los más documentados, pero todo el proceso de expansión de la dominación del “hombre blanco” está sustentado en torturas, terrorismo, masacres y genocidio.

Como vergonzante epitafio de esas guerras contra los indígenas está la masacre de Wounded Knee, en diciembre de 1890, pocos días después de que fuera vilmente asesinado Toro Sentado, uno de los jefes sioux más legendarios (en 1973, ese mismo lugar sería tomado por un movimiento indígena y dos de sus integrantes serían asesinados por fuerzas federales y, por otra parte, el líder indígena Leonard Peltier es el preso político más antiguo de los EE.UU., llevando casi 40 años detenido). Aquí podemos notar cómo hasta en la sutileza lingüistica encontramos a la mentira infiltrada: en Wikipedia le llaman igual, masacre, a la “masacre de Wounded Knee” y a la “masacre de Fetterman”, cuando en un caso sí fue una masacre (Wounded Knee), donde los estadounidenses asesinaron en su mayoría a ancianos, niños y mujeres indefensos, mientras que en el otro (Fetterman) fue una batalla de los sioux contra el ejército de Estados Unidos, en la que éste fue completamente derrotado y los soldados, o sea, los combatientes, fueron todos asesinados. Los sioux no demostraron ninguna misericordia puesto que poco tiempo antes ese mismo ejército había hecho una terrible masacre en Sand Creek, ésta sí otra masacre que, además, tuvo gran repercusión pública en su momento. Esto expresaba el testimonio de un soldado que estuvo presente en Sand Creek: “Vi los cuerpos tendidos allí, cortados a trozos, con las peores mutilaciones que yo hubiese visto nunca. Las mujeres despedazadas a cuchillo, sus cráneos pelados, sus cerebros al aire. Gente de todas las edades muerta en el suelo, desde bebés hasta guerreros. ¿Que quiénes los mutilaron? Las tropas de los Estados Unidos”. Pero a dos situaciones completamente diferentes desde el punto de vista moral y militar se las llama igual, para ensuciar la memoria de los indígenas y así, sutilmente, dar a entender que son iguales que los criminales estadounidenses. Así envenenan la Historia, permanentemente, los relatores occidentales.

Todas las guerras que ha hecho Estados Unidos, como toda guerra imperialista, son guerras de conquista. México sabe muy bien eso: la mitad de su territorio fue robado por Estados Unidos. Los territorios de los actuales Estados de California, Nevada, Utah, parte de Wyoming, parte de Colorado, Arizona, Nuevo México, Texas, parte de Kansas y parte de Oklahoma, pertenecían a México antes de que los Estados Unidos desataran la guerra para robárselos.

Pero vayamos a una guerra de ultramar, como la Segunda Guerra Mundial. Según los cuentos para niños de Hollywood, la guerra contra los nazis se habría ganado gracias a la intervención de los Estados Unidos. Pero la Verdad Histórica es muy diferente. Si bien es cierto que en situaciones críticas el aporte de una mínima cantidad adicional puede incidir de manera rotunda en su resultado, y en este sentido no hubiera sido lo mismo si los Estados Unidos se abstenía o no de entrar, lo concreto es que la nación norteamericana siempre actuó sólo en favor de sus propios intereses, de manera oportunista y artera, como también lo hizo Europa Occidental, que ayudó a los nazis a hacerse fuertes para que actuaran principalmente como una fuerza anticomunista, en contra la de Unión Soviética. Así, Occidente toleró la anexión de Austria y Checoslovaquia por parte de Hitler, y abandonó a Polonia. Stalin había intentado repetidamente realizar acuerdos con Gran Bretaña y Francia para impedir el expansionismo nazi-fascista, pero fue repetidamente desdeñado. Ante la indiferencia y hostilidad hacia la Unión Soviética y la complicidad hacia Hitler por parte de las “civilizadas” Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos (muchos de cuyos bancos financiaron el ascenso de Hitler), es decir, ante la actitud hipócrita de estos países que, por otra parte, fueron los que impulsaron las guerras contra el naciente Estado Obrero apenas ocurrió la Revolución de Octubre, Stalin se vio obligado a pactar con Hitler sobre el territorio de Polonia, una Polonia que, por otra parte, antes también había rechazado los ofrecimientos de alianza del Kremlin, impidiendo así que la URSS pertrechara a ese país y, al mismo tiempo, pudiera usar de manera transitoria su territorio para adelantar el frente contra Alemania, ante la posibilidad cada vez más real de que Hitler quisiera invadir la URSS. Con el Pacto Molotov-Ribbentrop Stalin supuso que así de alguna manera inmovilizaba a Hitler, visto y considerando la falta de compromiso de Occidente contra Hitler y la hostilidad histórica contra un Estado soviético que en esos tiempos representaba los sueños revolucionarios de los desposeídos del mundo. Lo que el mundo aprendió por enésima vez es que los imperialistas siempre rompen los acuerdos: Hitler atacó a la URSS por sorpresa, traicionando el pacto realizado.

Una vez desatada la agresión contra Rusia, tal como lo relata The Saker en su instructivo artículo “Desmontando clichés populares sobre la guerra moderna”, “el Ejército Rojo acumula no menos del 80 % del total de las pérdidas alemanas (en efectivos y equipo) durante la guerra. Todos los demás, incluyendo los EE.UU. y el Reino Unido, compartieron el exiguo 20% o menos y se unieron a la guerra cuando Hitler estaba ya claramente derrotado. Algunos mencionarán los varios movimientos de resistencia los cuales resistieron a los nazis, a menudo heroicamente. Yo no niego su valor y contribución, pero es importante darse cuenta de que ningún movimiento de resistencia en Europa jamás derrotó a un solo Ejército alemán o División SS (10 a 15 mil hombres). En comparación, en Stalingrado sólo los alemanes perdieron 400.000 soldados, los rumanos 200.000, 130.000 los italianos y los húngaros 120.000 para una pérdida total de 850.000 soldados. En la batalla de Kursk los soviéticos derrotaron a 50 divisiones alemanas contando unos 900.000 soldados”.

Como podemos ver, el peso de la guerra contra Hitler en el teatro europeo, recayó casi completamente en la Unión Soviética.

Pero ignoremos por un momento el oportunismo y el arribismo del rastrero Occidente. Volvamos a los métodos. En este punto comprobaremos cómo la doctrina militar de los imperialistas es totalmente diferente de la doctrina militar de los que hacen una guerra justa, en contra de los opresores. Sea que tomemos a Japón cuando invadió China (ya desde algunos años antes de que se desatara la Segunda Guerra Mundial), sea que tomemos a los alemanes y los franquistas en la Guerra Civil Española, sea que tomemos a los alemanes, a los británicos, los franceses y los estadounidenses en la S.G.M., en todos los casos encontraremos ejemplos de masacres horrorosas, ejemplos que en realidad no respresentan excepciones, sino que constituyen los casos más emblemáticos, los más alevosos, de un modus operandi característico de eśtas aves de rapiña.

Como ejemplo de esto podemos citar la masacre de Nankín, en diciembre de 1937: el Ejército Imperial Japonés, luego de bombardear y tomar Shangai (donde los japoneses usaron gas tóxico), se dirigió a tomar la ciudad de Nakín, que en esos momentos era la capital de China. El “nacionalista” Chiang Kai-Shek (el cipayo al que Mao derrotaría años más tarde), en aquel momento líder de la China reunificada, post-monárquica, evaluó que había que salvar a las tropas de élite del ejército chino, por lo que ordenó que se retiraran de Nankín. La clase dominante china y Chian Kai-Shek, que rechazó la rendición de la ciudad ya prácticamente sitiada por el ejército imperial japonés, también abandonaron la ciudad (actitud muy “valiente” por cierto). Finalmente, la defensa de la ciudad fue derrotada y los japoneses la tomaron, desatando una de las mayores orgías de sangre registradas en la Historia, con ejecuciones de todo tipo, con violaciones en masa, con torturas y aberraciones increíbles... Las más inimaginables atrocidades que cualquier ser humano con un mínimo de integridad moral no podría tolerar, las cometieron las huestes imperiales japonesas en Nankín, sobre todos los habitantes sin excepción, atrocidades que por decoro no se describen pero que, no obstante, resulta necesario transmitir para poder tener cabal dimensión de la criminalidad total de esta gente.

Otro ejemplo es la masacre de Gernika, en abril de 1937, bombardeo ejecutado sobre ese pueblo del País Vasco por las fuerzas de Hitler, que intervinieron al servicio del dictador Francisco Franco en la Guerra Civil Española.

Otro ejemplo es la masacre de Tokio, en marzo de 1945, realizada por los norteamericanos, bombardeo que fue más mortífero que el de las bombas atómicas sobre Hiroshima o Nagasaki. En pocas horas murieron o desparecieron aproximadamente entre 100.000 y 300.000 personas, según la fuente que se tome. En este bombardeo los masacradores usaron toneladas de bombas incendiarias teniendo en cuenta que la mayoría de las construcciones de Tokio de aquella epoca eran de madera. Este tipo de bombardeo provocó “tormentas de fuego”, que fueron pavorosos vientos de aire incandescente, a altísima temperatura, que iban incinerando todo a su paso y que difundían el incendio por toda la ciudad. Este tipo de técnica homicida, y sobre la población civil, no sólo se empleó en Tokio, sino que se empleó en aproximadamente cien poblaciones de Japón, y se había aplicado tiempo antes contra ciudades alemanas, ocasionando centenares de miles de muertos civiles.

Y otro ejemplo es la masacre de Hamburgo, ejecutada entre el 24 de Julio y el 3 de Agosto de 1943. Stalin venía exigiendo a los británicos y yankis que abrieran un segundo frente en el Occidente de Europa para descomprimir la presión sobre la Unión Soviética, que estaba soportando todo el peso de la guerra contra Alemania. Los ingloriosos “aliados” (así les gustaba llamarse a los británicos y los yankis) no le ofrecieron la acción de unidades en tierra, donde intervienen combatientes que toman y aseguran un territorio enfrentando directamente a los combatientes del enemigo, y de esta manera comprometiendo fuerza viva del enemigo, que era lo que Stalin más necesitaba. No, lo que hicieron a cambio fue hostigar las ciudades con bombardeos aéreos, lo que en términos militares es mucha masacre de población civil pero que no ocasiona, en proporción al daño producido, grandes pérdidas para las fuerzas militares enemigas ni tampoco toma y aseguramiento de un territorio (para lo que son necesarias las “botas sobre el terreno”, la infantería). Es así como, en el marco de esa doctrina, se produce la masacre de Hamburgo, que fue una sucesión de oleadas de bombardeos de la Royal Air Force británica y la Air Force (USAAF) estadonidense sobre esa ciudad alemana (y más tarde también sobre otras). A partir de allí los anglosionistas fueron desarrollando la técnica de los bombardeos incendiarios, aplicada para masacrar en masa la población de numerosas ciudades. La reacción militar en el terreno por parte de “los aliados” recién se produciría casi un año más tarde, el 6 de Junio de 1944, en el famoso “día D” del desembarco en Normandía de tropas de EE.UU., Gran Bretaña y Canadá. Ya los rusos habían hecho el trabajo más duro y los oportunistas entonces entendieron que era su momento. Lejos quedaba en el pasado la retirada de cientos de miles de soldados británicos de esos mismos lugares, en 1940, cuando Hitler avanzó y en poco tiempo ocupó toda Francia. Ahora los alemanes estaban desangrados por los rusos, y además los rusos también, más allá de la dolorosa y valiosa experiencia adquirida, habían sufrido enormes pérdidas. El plan de Churchill y los yankis era que se desangren mutuamente Alemania y la U.R.S.S. Lo que menos querían era ayudar a Stalin a vencer.

Otra ciudad que sufrió ese tipo de agresión fue Dresde. La masacre de Dresdese realizó un mes antes de la masacre de Tokio, por la Fuerza Aérea Británica y la Fuerza Aérea Estadounidense. Esa ciudad alemana a orillas del río Elba, famosa por sus construcciones de la Edad Media y por ser un centro de la cultura europea a la que llamaban “la Florencia del Elba”, en el momento en que fue bombardea no representaba ningún valor desde el punto de vista militar, sino que además estaba atestada de refugiados que provenían del frente de guerra. Los bombardeos comenzaron el 13 de febrero y se extendieron en sucesivas oleadas hasta el 15. La cifra de víctimas, como en las demás masacres, no se sabe con precisión, sino que son estimaciones que varían mucho según la fuente. Las fuentes anglosionistas, perpetradoras de estas masacres, indudablemente que las minimizarán, a la vez que maximizarán, con su deshonestidad característica a los fines de hacer su propaganda política, las cifras de las masacres de judíos dentro de lo que son las masacres de los nazis, que además de los judíos, ejecutaron o dejaron morir a millones de prisioneros rusos, yugoslavos, gitanos, comunistas, etc.

De las masacres de los nazis, las que más se conocen son las que perpetraron contra los judíos, pero los alemanes realizaron innumerables masacres contra todo tipo de oponentes o de personas para ellos indeseables. Por eso las cifras de caídos en la Gran Guerra Patria en la Unión Soviética son tan altas, de las cuales, aproximadamente, sólo aproximadamente una cuarta parte de esas víctimas fueron soldados caídos en combate. El resto fueron civiles o fueron soldados tomados prisioneros y ejecutados de diversas maneras (recluídos en campos de concentración y dejados morir por inanición o ejecutados sumariamente con diversos medios). Según Ecured, “de los 5,7 millones de soldados y oficiales hechos prisioneros por los nazis, 3,3 millones murieron de hambre, frío y torturas. En el territorio de la URSS, como resultado de los bombardeos, combates y crueles condiciones del régimen de ocupación fallecieron o fueron exterminados 11 millones 520 mil personas. Fueron llevados a Alemania, para realizar trabajos forzosos, 5,3 millones de personas, de los que regresaron a la URSS 2,6 millones; murieron a causa del mal trato y difíciles condiciones de vida cerca de 2,2 millones y se convirtieron en emigrados unos 450 mil de los ex ciudadanos soviéticos”. La alta cantidad de víctimas civiles o víctimas por fuera de situación de combate demuestra claramente la doctrina militar genocida y exterminadora del Ejército hitleriano.

Y aquí no profundizamos en el detalle de los eventos de experimentación con seres humanos que es típico de los nazifascistas, en su concepción racista y supremacista del Hombre, donde se pretende que unos hombres tienen más valor que otros, y donde se desprecia completamente la vida humana. Tanto Alemania, como Japón, como Estados Unidos, como Gran Bretaña, entre otras naciones imperialistas, han llevado adelante atroces experimentos con seres humanos.

Tampoco nos adentramos en el desempeño militar de los colonialistas en África, continente donde quizá no haya tanta documentación sobre masacres y genocidios, pero que, sin duda, se produjeron en gran magnitud.

Tampoco describimos las prácticas del régimen racista de Israel, que además de haber realizado todas las maldades imaginables contra el pueblo palestino, es un régimen que se especializa en la formación de mercenarios y la articulación de estrategias de dominio totalitario sobre poblaciones o comunidades de todo tipo a lo largo y a lo ancho del mundo.

En las guerras de Corea, de Indochina (Vietnam), de Centroamérica, de Argelia, y etc., encontraremos el sello característico de la forma de hacer la guerra por parte del Imperio: masacres y abusos inenarrables sobre personas indefensas. Su doctrina militar carece de todo honor y es nada más que pillaje y cobarde abuso de la fuerza, porque esa y no otra es la naturaleza moral del imperialismo.

¿Y los rusos?

Por contraste, si revisamos la doctrina militar de las fuerzas antimperialistas, repararemos en que sus ejércitos han librado la guerra de otra manera. El Ejército Rojo en la Gran Guerra Patria jamás tuvo el objetivo de provocar víctimas civiles, sino que su estrategia estuvo siempre guiada por el objetivo de vencer a los combatientes enemigos, no de golpear a los pueblos. No encontraremos casos de masacres como las de Nankín, Tokio, Dresde o Hamburgo. No encontraremos ese modus operandi como parte de la doctrina, como sí sucede en Occidente o en Japón (que hoy es un Estado vasallo). Si eventualmente se produjeran abusos, éstos resultarían en una excepción, y como parte del compartamiento táctico, no como parte de la planificación del Estado Mayor. Lo mismo podemos decir de las fuerzas de Ejército Popular de Corea, o de China, o de las fuerza del Vietcong, o de las fuerzas militares de Irán, o de Cuba. Son fuerzas militares libertadoras, no fuerzas opresoras.

En momentos en que el mundo se ve cada vez más conmocionado por las publicitadas masacres del EIIL (Daesh, en árabe) y de otras formaciones militares organizadas y alentadas por Occidente, comprender la naturaleza íntima y profunda del poder imperialista no sólo nos hará tomar conciencia de quienes son los merecidos enemigos de la Humanidad toda, sino también adelantarnos a sus acciones y poder “leer” por debajo de la histeria informativa de los “prestitutes”, qué es lo que realmente está pasando en el terreno.

Mao Tsé-Tung decía que “todos los reaccionarios son tigres de papel”. Y tenía toda la razón. El imperialismo es un tigre de papel, y mientras más lo conozcamos más nos convenceremos de esta verdad.

La doctrina militar cobarde de la masacre y el terrorismo sigue aplicándose hoy en día, pero con las formas modernas y las tecnologías modernas. Pero eso ya será motivo de un próximo artículo...

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