lunes, 15 de agosto de 2016

Bosnia, el alto el fuego que no significó la paz


Hasta el siglo XX Bosnia no sólo había sido una entidad perfectamente identificable y separada por fronteras intactas, sino que nunca había conocido el conflicto étnico. Lo primero que hay que tener claro es que la guerra de Bosnia no fue el producto inevitable de “siglos de odio” entre sus etnias, sino de una mezcla de miedo, incertidumbre, oportunismo y ambición que comenzaron a manifestarse en la conducta de todas las partes tras la independencia; pero también del diagnóstico y la actuación de poderes internacionales que se empeñaron en contemplar el conflicto como una situación de bien versus mal, inocentes y culpables.

Una forma fácil de entender el conflicto de los Balcanes es a través de la idea de que todas las facciones de la antigua Yugoslavia perseguían el mismo objetivo: huir del estatus de minoría tanto dentro de la Federación Yugoslava como de las repúblicas posteriores a la desintegración; y para ello utilizaron todos los recursos que tenían a su disposición.

Mapa de los grupos étnicos de Yugoslavia según el censo de 1981. Fuente: Srpska Mreza

Bosnia y Herzegovina fue la tercera República Socialista que entró en guerra, la guerra más larga y cruenta del conflicto de los Balcanes. Era la república más plurinacional de Yugoslavia, poblada por tres etnias principales y entremezcladas: la bosniaca musulmana (que según el censo de abril 1991 constituía un 43’5%), la serbia ortodoxa (31’2%) y la croata católica (17’4%). Es por ello que, al inicio del proceso de desintegración, la vía de la independencia utilizada por Eslovenia y Croacia (1990-1991) resultaba muy complicada para los bosniacos, repartidos por un territorio extremadamente plural. Además, las elecciones celebradas en Bosnia en 1990 dieron lugar a la formación de un gobierno de coalición en el que cada parte tenía intereses en conflicto con los de las demás. Con todo, la Yugoslavia restante tras la independencia de estos países era un lugar cada vez más hostil; los nacionalismos resurgían con fuerza, y pronto los bosniacos también optaron por la secesión, contando con el reconocimiento y el empuje de la comunidad internacional.

El 29 de febrero-1 de marzo de 1992 se celebra en Bosnia el referéndum de independencia, ampliamente defendido por los bosniacos y croatas del país, pero cuya votación fue boicoteada por los serbobosnios. ¿Por qué? Las aspiraciones de Serbia en estos momentos se explicaban esencialmente por la cantidad de población que estaba diseminada por varios territorios de la Antigua Yugoslavia y su aspiración de mantenerlos y reunir a los serbios bajo un mismo gobierno. En el momento de la independencia de Bosnia tan sólo había 500.000 serbios menos que bosniacos, ocupando el 70% de un territorio que era suyo históricamente y que no querían perder. Con su conducta durante el referéndum quedaba claro que los serbios se levantarían en armas si la independencia se hacía efectiva, lo cual ocurriría pocos días después.

“El otro Holocausto de Europa”

La guerra estalló a principios de abril. Para entonces, cada una de las etnias se había organizado militarmente para defender a sus comunidades de las amenazas –reales o no– que planteaban sus vecinos. Durante los tres años que duraría la guerra, Europa conocería los actos más atroces y sanguinarios cometidos en su suelo tras la Segunda Guerra Mundial, incluyendo limpiezas étnicas, campos de concentración, genocidios y violaciones masivas a un número elevadísimo de mujeres –comprendido entre 20.000 y 50.000–

Si bien las tropas serbobosnias tuvieron el papel más destacado en la barbaridad de estos hechos, no se puede negar que lo que hicieron fue en gran medida por las mismas razones que el resto de facciones: una mezcla de miedo, venganza y necesidades de seguridad. Suya fue la iniciativa del conflicto armado, y siendo apoyadas por el gobierno serbio de Slobodan Milošević y gran parte del Ejército Popular Yugoslavo (JNA), comenzaron la limpieza étnica dentro de la recién auto-proclamada República de Srpska. Por su parte, la sección del JNA fiel al nuevo Estado bosnio se organizó en el Ejército de la República de Bosnia-Herzegovina. La formación militar croata en Bosnia (Consejo Croata de Defensa) también reclamaba para sí una parte del territorio que nunca fue reconocida internacionalmente. Ambas etnias estarían enfrentadas hasta 1994, cuando la firma de los Acuerdos de Washington daría lugar a una entidad territorial conocida como la Federación de Bosnia y Herzegovina.

La distribución étnica antes y después de la guerra. La suma del territorio en verde (mayoría musulmana) y azul (croata) forma la Federación de Bosnia y Herzegovina; el resto constituye la República de Srpska. La homogeneización de ambos territorios resulta de las limpiezas étnicas y los desplazamientos ocurridos durante conflicto armado. Fuente: Wikipedia

La situación estratégica de cada una de las facciones cambiaría con el curso de la guerra. Los bosnio-croatas se unieron a la Federación con la intención de salirse del conflicto armado –que iban perdiendo– y abandonaron toda intención de unirse a cualquier campaña dirigida contra los serbios de Bosnia. Pese a ello, la desconfianza respecto a sus vecinos musulmanes se mantuvo; el recuerdo de la guerra entre ambos permanecía demasiado fresco y la idea de “intrusión” del islam en Europa demasiado vigente. Las otras dos facciones, en cambio, tenían toda la intención de ganar la guerra. Y cuanto más durara ésta, más probabilidades había de inclinar la balanza hacia el bando musulmán, que contaba con el apoyo de Occidente. Ambos lo sabían. En este sentido, hay que reconocer el éxito de los bosniacos en su esfuerzo por mantener una imagen de empobrecidas víctimas, que consolidó su apoyo exterior y les garantizó el alcance de una relativa paridad militar con el bando serbio. Por su parte, el cierre parcial de la frontera serbia afectó al suministro de armamento a los serbobosnios; si por ellos fuera, la guerra habría acabado bastante antes. Una pregunta interesante que plantearse actualmente es qué habría podido pasar si la Rusia de entonces fuera la Rusia de hoy, la de la participación en la guerra de Siria.

La intervención de la OTAN en las etapas finales de la guerra logró imponer el alto al fuego, que culminó con la firma de los Acuerdos de Dayton en diciembre de 1995. La guerra se saldó con un número de víctimas cercano a las 100.000 (Bosnian Book of Dead) y alrededor de 2 millones de personas desplazadas. La crueldad de este episodio y la forma en que se impondría el cese de las hostilidades, que no acabaría con el conflicto sino que lo congelarían, explican en buena medida por qué el recuerdo de esta pesadilla permanece prácticamente intacto en la memoria colectiva del pueblo bosnio.

Un niño juega en el cañón de un tanque destruido y abandonado en las calles de Sarajevo en abril de 1996.Fotografía de AFP y Odd Andersen

Los estragos de la intervención internacional

La comunidad internacional –Washington, Bruselas, OTAN y en cierta medida, NNUU– estaba claramente posicionada en contra del bando serbio, una realidad evidente tan sólo con fijarnos en el suministro de armas por parte de EEUU al bando musulmán o en el reparto extremadamente desigual de la ayuda que éste destinó la reconstrucción de las dos entidades territoriales del país. Si bien el alto al fuego es en sí mismo un gran logro, la actuación de la comunidad internacional en este conflicto es recordada hoy como un ejemplo de lo que no hay que hacer si lo que se quiere es conseguir la paz, entendida más allá del cese de las hostilidades entre los bandos beligerantes. Desde luego, hubo actuaciones cuyos resultados fueron imprevisibles, como aquella retirada de cascos azules de una de las zonas establecidas como “seguras”, la ciudad de Srebrenica, que resultó en la masacre de unos 8.000 musulmanes y la toma del enclave por parte del bando serbio en julio de 1995. Otras, sin embargo, no parecieron ser tan casuales, como el mantenimiento de la protección de otras de esas “zonas seguras” a pesar de ser utilizadas por una de las facciones para montar ataques contra la otra.

Un blindado de Naciones Unidas en la llamada “Avenida de los Francotiradores” en Sarajevo. Fuente: Wikipedia

La actuación internacional en la guerra de Bosnia es un caso flagrante de actos fallidos de peace-making y state-building; no porque el alto al fuego no fuera definitivo, sino por su vergonzante estrategia de intervención guiada por el deseo de victoria de uno de los bandos y la reprimenda del otro, y no por una verdadera reconciliación. Esta afirmación puede mantenerse con firmeza: el programa “Train and Equip”, destinado a aumentar la superioridad militar de la Federación es un ejemplo de ello. Esto sólo incidió en el mantenimiento de las actitudes beligerantes, imposibilitando la distensión y enviando tanto a la Federación de Bosnia como a la República de Srpska un mensaje que sólo podía producir efectos negativos. Irónicamente, este tipo de actuaciones conduciría al aplazamiento de la retirada de las tropas del país. En su lugar, una mayor dirección de los esfuerzos a fomentar el diálogo y de recursos a la formación de un gobierno centralizado –fuerte, democrático– de las dos entidades territoriales, hubiera dejado clara la –por otra parte idílica– neutralidad estadounidense y su compromiso real con la libertad y la democracia.

Asimismo, la encendida persecución de los criminales de guerra de alto rango serbios, como Radovan Karadžićo o Ratko Mladić, ha hecho que el Tribunal de La Haya se consolide como una institución más política que jurídica. Debería haberse dedicado la misma energía para procesar a otros criminales de guerra, al menos para que los serbios y el resto del mundo percibieran cierta imparcialidad.

Si bien los Acuerdos de Dayton son el único documento aceptado por todas las partes, también es una prueba imborrable de la incapacidad de la comunidad internacional de reconducir un país devastado por la guerra. Frente al éxito que supuso parar la violencia armada, también sembró las bases de la inestabilidad al crear un sistema político descentralizado que ha minado la autoridad del gobierno de la República de Bosnia para llevar a cabo reformas. Además, hay un actor que podemos considerar ignorado de este “proceso de paz”: el pueblo bosnio, el gran damnificado de la guerra y de la estrategia internacional, aquel que todavía hoy sigue padeciendo los estragos de la guerra y de la mediación internacional.

La clase política “Daytoniana”

La forma en que se estableció el Estado es el problema de fondo de cualquiera de sus disputas políticas. Hay quien afirma que Dayton es un trato excelente entre los criminales de guerra y los poderes internacionales: un descanso de tanto crimen a cambio de financiación, garantías de ocupación del espacio político y casi nula rendición de cuentas. El resultado: una clase política corrupta, parasitaria, irresponsable y prácticamente inamovible. Además, los políticos han explotado continuamente la retórica nacionalista y se han aprovechado del trauma provocado por la guerra para sus intereses personales y/o partidistas, jugando con la memoria colectiva del pueblo bosnio, a quien roban la libertad, las oportunidades de vida y la posibilidad de participación en los procesos políticos.

Una característica del sistema político bosnio es que tiene una presidencia rotativa, es decir, hay tres presidentes que representan a cada grupo étnico y que se rotan como cabezas de estado cada ocho meses. Cada uno de ellos tiene poder de veto sobre cualquier legislación, lo que a menudo ha llevado a estancamientos en la toma de decisiones con consecuencias extremadamente trágicas. Uno de los ejemplos más recientes y relevantes de este panorama es el relacionado con la suspensión de la ley de JMBG (siglas que hacen referencia al número de identificación único de cada persona de las ex-repúblicas yugoslavas), por la cual se bloquearon las asignaciones de números de identidad a los niños y niñas bosnios nacidos a partir de Febrero de 2013. La gravedad de esta situación condujo al estallido de las protestas en junio-julio de ese mismo año, denominadas Bebolucija (en inglés, The Baby Revolution), y que llevaron a la unión de los diferentes grupos étnicos y sectores sociales contra la corrupción del gobierno. Este episodio es especialmente relevante para el país, al demostrar que la ciudadanía es capaz de superar las diferencias y movilizarse por un objetivo común. Los bebés sin ciudadanía hicieron renacer la identidad multicultural del pueblo bosnio, una identidad sepultada por la guerra que es necesario alimentar para poder superar el trauma y presenciar una verdadera transformación democrática del país.

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