sábado, 20 de agosto de 2016

Rusia y Turquía: ¿Tiempos de definiciones?


El Presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, viajó a Rusia para recomponer las relaciones entre ambos países. La frialdad europea, las oportunistas prevenciones estadounidenses, y las ostensibles demostraciones rusas de fuerza política, económica y militar, lo han hecho reflexionar. Sobre todo cuando están en riesgo sus planes de consolidar y proyectar su poder al interior de una Turquía que comienza a sentir el aislamiento internacional, la distancia de supuestos aliados, la soledad frente a las crisis, y los estragos del terrorismo, lo que implicaría, quizás, una redefinición de su rol en la región.

Historia reciente

El 24 noviembre de 2015, un caza bombardero ruso Su-24 fue derribado por la aviación turca mientras incursionaba en la frontera sirio-turca como parte de las acciones conjuntas de Moscú y Damasco para enfrentar el terrorismo que azota al país árabe desde 2011.

El hecho, calificado por Vladimir Putin como una puñalada por la espalda, abrió un cisma en las relaciones entre Moscú y Ankara. Elderribo del avión, más allá de ser una torpeza política, sirvió de balón de ensayo para que Erdogan midiera el verdadero compromiso de la OTAN para con Turquía de cara a una eventual profundización de la participación turca en el conflicto sirio, a sabiendas de que Rusia estaba y sigue estando determinada a no dejar caer a Bashar Al Assad.

La respuesta rusa estuvo a la altura de una potencia global, combinando acciones políticas, militares y económicas.Putin advirtió que sin disculpas oficiales e indemnización no habría una vuelta de página y puso en el éter las pruebas de la vinculación turca con los terroristas en el contrabando de petróleo.En el terreno militar, Rusia reforzó las defensas antiaéreas en la frontera sirio-turca; mientras que en lo económico, Moscú redujo las importaciones de alimentos, suspendió contratos multimillonarios y frenó el flujo de sus turistas a Turquía, con el consecuente impacto negativo en las cuentas turcas.

Sin embargo, el osado derribo del caza ruso no fue acompañado por los aliados de la OTAN, quizás como esperaba Erdogan. Esta postura de la Alianza, unido al recurrente rechazo europeo a la incorporación de Turquía a la Unión Europea fue un cubo de agua fría para Ankara. Pero más doloroso fue ver cómo Bruselas miraba a su ombligo convertido en Brexit y dejaba a los otomanos navegando solos frente la retaliación rusa y al tsunami migratorio proveniente de Siria e Iraq. Una crisis que ayudó a provocar y ante la cual Europa y sus amigos de la OTAN no solo la dejaron sola, sino que también le exigen soluciones ante la inseguridad que intuyen vendrá y que ya muestra sus manifestaciones en varias ciudades europeas.

Así las cosas, Erdogan, con más necesidad que convicción, se vio obligado a bajar la temperatura de un frente que no debió abrir, como indicaba la lógica política. Y después de ofrecer las disculpas que recalcó no daría, de asegurar la indemnización exigida en Moscú y de poner la casa en orden después de un indescifrado y caricaturesco intento de golpe de Estado, puso proa a San Petersburgo, ciudad natal de Vladimir Putin.

De la reunión y algo más

En el Palacio de Constantino / AFP

La magnanimidad es una cualidad de grandes. Putin recibió al turco en el Palacio de Constantino, residencia presidencial en San Petersburgo. El encuentro tuvo como preámbulo la llamada telefónica de Putin a Erdogan para trasladarle su rechazo ante el singular golpe de estado. Aunque la reunión no fue en el Kremlin, lugar simbólico y de alto protocolo, la ciudad fundada por el zar Pedro el Grande resultó una sede loable para un encuentro de definiciones.

Putin es consciente de la importancia de restablecer las relaciones con Turquía, más allá de las diferencias que puedan tener en Siria. Erdogan insiste, hasta el momento, en que Bashar Al Assad debe salir del gobierno. Putin subraya, con la correlación de fuerzas a su favor, que esa decisión es del pueblo sirio y que será a través de elecciones.

Pero ese es un tema que no está cerrado. El anuncio de que Turquía no participaría en la batalla de Alepo, baluarte de los terroristas que operan en Siria, es una muestra de que desde Ankara se visualizan cambios, tal vez tácticos, pero que para Moscú, en el corto plazo, son suficientes. No se puede perder de vista que un día antes del encuentro con el turco, Putin se reunió con el presidente iraní Hassan Rohaní en Azerbaiyán, donde recalcaron su compromiso de continuar colaborando en el combate al terrorismo en Siria.

Para el Kremlin es también importante la decisión tomada en la reunión de construir el gasoducto TurkishStream, ruta alternativa al South Stream que llevará gas ruso a Europa través del Mar Negro y Turquía, evadiendo a Ucrania. Igualmente, se revitalizó la idea de construir la primera central nuclear en suelo turco con apoyo ruso. Ambos proyectos de un carácter estratégico para ambos países.

No obstante, Putin dejó claro que para alcanzar el dinamismo económico anterior al impase bilateral, pasarán al menos tres años, pues en los últimos meses muchas cosas han cambiado. El matiz de Putin evidencia la intención de poner en la mesa algunas condiciones latentes, a modo de garantía, ante su ambivalente interlocutor. Putin es consciente de que las sanciones rusas hicieron descender los intercambios comerciales en un 43% entre enero y mayo de 2016, llevando las empresas turcas la peor parte.

Sin dudas, la reunión fue un triunfo político de la política exterior rusa que además de demostrar capacidad de maniobra, sigue reforzando su papel en una región que engloba el Medio Oriente, el Cáucaso y Asia Central.

El relanzamiento de las relaciones con Turquía le permite al Kremlin avanzar en tres direcciones: refuerza el frente sirio con el apoyo de Irán, Hezbollah y la probable neutralidad turca, garantizando una correlación de fuerzas favorable a Bashar Al Assad. De cara a Europa, el desgaje turco de la familia que lo desdeña llega en un momento en que la Unión es cuestionada desde todos los flancos. Al mismo tiempo, Moscú abre la posibilidad de sacar a Ucrania del circuito gasífero con destino europeo. Y en tercer lugar, en un sentido más estratégico y con un alto simbolismo, el hecho de que Erdogan, resentido de sus aliados de la OTAN, haya recalado en puerto ruso, es un asunto que ya debe estar provocando dolores de cabeza, elucubraciones y contraataques en Bruselas, pero sobre todo en Washington.

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