El partido, hasta ahora marginal en la zona kurda del Irak, gana popularidad gracias a su lucha contra el ISIS y como alternativa a un modelo económico en crisis
La foto de Abdullah Öcalan ocupa un lugar destacado en el comedor, entre retratos de otros miembros de la localidad vinculados al PKK. La luz, proveniente de una bombilla fría, ilumina precariamente los escasos muebles que se encuentran en la amplia sala: un televisor, tres sofás y una pequeña mesa, donde reposan varias tazas de café. Alrededor, se sientan seis jóvenes y un hombre vestido con uniforme verde. Están en Kalar, una ciudad de 60.000 habitantes en el sur de Basur, Kurdistan iraquí.
Una panorámica de la ciudad de Erbil
Todos, con excepción del señor de verde, están por debajo los treinta años y tienen también en común que forman parte de una organización juvenil vinculada al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). La formación de ideología socialista comunitaria, fundada y liderada por Öcalan, está muy asentada en el Kurdistán turco pero ha tenido una presencia muy marginal en la región kurda iraquí, donde desde la la guerra de 1991, dos familias y sus respectivos partidos se han repartido el control del territorio, consolidando espesas redes clientelares y de corrupción basadas en el reparto de los ingresos provenientes del petróleo.
Aun así, la situación ha ido cambiando en los últimos años, y la popularidad del PKK entre la población kurda iraquí ha ido en aumento gracias a los éxitos de sus combatientes en la lucha contra el ISIS y al modelo social -más justo y democrático- que propugna la formación, en un momento de fuerte crisis política y económica en el Kurdistán iraquí.
Con un incipiente bigote que busca disimular una cara todavía de niño, Alind -nombre ficticio, a petición suya-, de 19 años, estudia informática al mismo tiempo que forma parte del grupo. “La gente ve en el PKK una alternativa a los partidos tradicionales kurdos”, afirma. “No tienen esperanza que con ellos se pueda cambiar el sistema”.
“Nuestra actividad es principalmente política. Nuestra lucha es contra el capitalismo y en favor de la humanidad”. A pesar de no ser una prioridad para él, se declara preparado a unirse a la guerrilla, si así se dispone. La ruptura de la tregua entre el PKK y el gobierno turco, que está asediando y atacando ciudades y pueblos kurdos y bombardeando campos de la guerrilla en las montañas del Qandil -ya en territorio del Kurdistán iraquí- no ha hecho que retrocedieran en su convicción.
La escena política en el Kurdistán iraquí ha estado dominada por dos grandes partidos, el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), encabezado por Masoud Barzani -actual presidente de la región-, y la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), liderada por Jalal Talabani, quién fue presidente de Irak desde el 2005 al 2014. “Ni Barzani ni Talabani tienen ideología, han creado un sistema feudal”, asegura Abdul Aziz, el señor vestido de verde, quien acompaña los jóvenes en su formación. Ambos partidos se enfrentaron en una sangrienta guerra fratricida durante la década de los noventa que acabó con una división de facto del territorio en dos zonas de influencia. Posteriormente, con la invasión estadounidense de Irak el 2003, conformaron un gobierno de unidad nacional pero las constantes disputas han provocado nuevas tensiones políticas y sociales.
Una década de espejismo económico
La región del Kurdistán iraquí vivió un boom económico posterior al 2003, basado en sus reservas de gas y petróleo (estimadas estas últimas en 45.000 barriles, el 2014). Además, durante casi una década recibió una gran entrada de capital extranjero gracias por un lado a una ley de atracción de inversiones muy beneficiosa para las empresas extranjeras y de la otra gracias a la seguridad que se respiraba, en medio de un contexto regional convulso y violento.
Pero el 2014, la burbuja empezó a deshincharse. De entrada, porque el gobierno de Bagdad cortó los fondos públicos presupuestados para el Kurdistán debido a una disputa sobre la exportación del petróleo kurdo. También por la caída del precio del petróleo. Y finalmente, debido a la entrada en escena del auto-proclamado Estado Islámico, que llegó a estar a una treintena de kilómetros de Erbil, la capital kurda. Desde entonces, la inversión extranjera y el turismo empezaron a disminuir, según explica el analista kurdo Abdul Salam Medeni, quien asegura que “todo esto ha afectado mucho los jóvenes, sobretodo en lo relacionado a las posibilidades laborales. El gobierno no puede contratar demasiada gente y tampoco en el sector privado hay muchas oportunidades. Hay una profunda decepción y depresión entre los jóvenes. Y el mejor indicador es la migración”.
Decenas de miles de kurdos iraquís emprendieron el camino hacia Europa durante el pasado año. Y según aseguraba recientemente Soran Omar, responsable del comité de Derechos Humanos del Parlamento Regional Kurdo, el éxodo en la región no ofrece signos de disminuir.
“Barzani sabe que la revolución la hace la gente pobre, por eso la deja marchar”, argumenta Amez -también nombre ficticio, como el de todos los testimonios-, quien trabaja como policía municipal.
Es el caso de Karzan, joven vecino de Kalar quién se planteó emigrar el año pasado harto del clientelismo imperante: “Si no eres miembro de uno de los partidos, si eres una persona libre, no encontrarás nunca trabajo. A la vez, mucha gente recibe un salario del gobierno sin trabajar pero es una cantidad que sólo te permite sobrevivir”. Karzan perdió su trabajo en una empresa de construcción extranjera hace dos años y no ha encontrado otra. Ya tenía la bolsa preparada para partir pero desistió en el último momento por razones familiares. Simpatiza con los jóvenes vinculados al PKK pero no se plantea unirse a ellos.
Firmeza contra el ISIS
La popularidad del PKK -que está incluido a la lista de organizaciones terroristas de Turquía, la UE y los EEUU- también fue en aumento desde que en agosto del 2014, junto con sus guerrillas hermanas en el Kurdistán sirio, las YPG/YPJ, salvaron la vida a miles de yazidíes que habían quedado atrapados en el Monte Sinjar, asediados por el ISIS. Las tropaspeshmerga del PDK, que supuestamente tenían que proteger la zona del Sinjar, huyeron ante la ofensiva de los fundamentalistas, dejando a la población civil indefensa. Cuando sonaron las alarmas ya era demasiado tarde: miles de yazidíes fueron asesinados por los yihadistas, otros miles de mujeres y niñas fueron tomadas como esclavas y decenas de miles de personas se refugiaron en el Monte Sinjar. Sólo la intervención del PKK y las YPG/YPJ, que rompieron el asedio y establecieron un pasillo de seguridad hacia Siria, les permitió escapar y volver a Irak.
“Es prioritario destruir el ISIS”, proclama Alind. Mientras Amez añade que dejaría ahora mismo su trabajo de policía para unirse a la lucha contra los yihadistas. A la “revolución”, según dice él.
Viyan Azadi, natural de Erbil y miembro de Komalen Ciwan, la organización juvenil del PKK, defiende que la mayor parte de la población no ve futuro al actual sistema pero que “la actitud no democrática del gobierno hace que se mantengan en silencio o opten por emigrar”.
En su opinión, “mientras en otras partes del Kurdistán, el PKK tuvo mucho éxito, en la zona iraquí el espíritu revolucionario fue aplastado porque ya existía un movimiento revolucionario en clave nacionalista liderado por personas ancianas”.
Aun así confía en un triunfo próximo: “Actualmente hay muchas protestas contra el gobierno. Hay presión exterior para que la situación no explote pero yo creo que en un par de años sucederá. Tenemos que convertir esta explosión en una revolución real”.
Este es uno de los motivos por los cuales hace un año y medio volvió a Erbil, después de haber pasado cinco años en las montañas del Qandil como miembro de la guerrilla.
Según afirma, el año pasado unos mil jóvenes kurdos iraquíes se unieron a la guerrilla en las montañas. Un dato que este periodista no ha podido contrastar pero que coincide con los números citados por otras fuentes.
Abdul Salam Medeni no considera que se pueda hablar de fenómeno y asegura que el aumento de reclutamientos del PKK en la región no es un tema que genere preocupación en los círculos del gobierno. En cambio, sí que la genera, la permanencia de sus fuerzas en el Sinjar, puesto que el PDK teme perder su influencia sobre una zona que considera propia. El gobierno de Barzani, que mantiene buenas relaciones con el presidente turco, Tayyip Erdoğan, ha empezado a presionar a las comunidades yazidíes locales para que se posicionen en contra del PKK e incluso un miembro de su grupo parlamentario catalogó el partido de fuerza de ocupación.
A pesar de ello no parece de momento que la influencia del PKK sea una amenaza suficientemente importando cómo para centrar la atención de un ejecutivo al cual se le acumulan los problemas. Pero jóvenes como Viyan, para quien “la democratización del Kurdistán iraquí no sólo sería buena para la región sino para todo Oriente Medio”, lo tienen claro: “Me iría hoy mismo de nuevo a las montañas, allí la palabra libertad cobró sentido para mi. Pero si precisamente bajé a Erbil, fue para traer las montañas a la ciudad”.
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