lunes, 15 de junio de 2015

La campaña BDS encuentra un punto débil en la política terrorista de Israel


SAFRICA-ISRAEL-PALESTINIAN-BDS

Desde mediados de mayo, los medios israelíes bullen con notas sobre el movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), la campaña internacional en favor del pueblo palestino para presionar a Israel para que, entre otros objetivos, acate la ley internacional. Los esfuerzos realizados por los palestinos para que Israel sea expulsado de la FIFA, la entidad que gobierna el fútbol mundial, recordaron al público israelí que el hecho de ignorar a los palestinos no hace que desaparezcan.
Numerosos artistas anunciaron recientemente que cancelarán sus actuaciones en Israel, intensificando así la sensación que tienen muchos israelíes de que su país está cada día más aislado. Mientras la Unión Nacional de Estudiantes Británicos (BNUS, por sus siglas en inglés) adhería públicamente este mes al BDS, funcionarios universitarios de alto rango se reunieron con el presidente Reuven Rivlin para advertirle del creciente boicot académico.
Un debate de urgencia realizado en la Knesset (el parlamento israelí) sobre la cuestión de la campaña BDS se convirtió rápidamente en un enfrentamiento a gritos entre unos políticos confundidos y mal informados, quienes finalmente votaron por unanimidad la formación de una comisión especial para que decida cuáles serán las comisiones de la Knesset que deberán discutir los próximos pasos ante la campaña BDS.
El efecto BDS en la economía israelí
Durante mucho tiempo, el movimiento BDS –creado en 2005– fue desechado por las autoridades de Israel por considerarlo insignificante; incluso muchos de los críticos más acérrimos de las políticas israelíes dudaban de que la campaña BDS pudiera propiciar cambios en la política del país.
Mientras el movimiento crecía en todo el mundo y era cada vez más conocido por los israelíes, el interrogante acerca de en qué medida está afectando a la economía de Israel se plantea cada vez con más frecuencia tanto entre sus defensores como entre sus adversarios. Yo mismo he sido preguntado hace poco tiempo por un productor del canal 10 de la TV de Israel.
En 2014, la Red Palestina de Investigaciones en Política Económica (MAS) publicó un trabajo sobre las consecuencias de la campaña BDS en la economía israelí. En el mismo año, unos meses más tarde, el Centro de Investigación de la Knesset publicó un informe sobre el impacto del BDS. Los dos trabajos llegaron a conclusiones diametralmente opuestas.

Los activistas BDS señalaron numerosos éxitos, el rápido crecimiento del movimiento y el impacto en muchos sectores de la economía israelí. El informe de la Knesset sostenía que la campaña BDS no tiene un efecto apreciable en las exportaciones israelíes. Un informe interno del Ministerio de Finanzas, filtrado a la prensa el 8 de junio, no puede verificar un efecto importante del BDS en la economía, pero advierte de que si la campaña BDS es refrendada por distintos gobiernos podría ser devastadora para la economía nacional.
El mismo día, el instituto RAND publicó una declaración que dice que la resistencia no violenta a la ocupación por parte de los palestinos dará lugar a un incremento de los efectos de la campaña BDS en Israel, cuyo costo en la economía podría llegar a 2 por ciento del PBI.
¿Qué informe tiene razón?
Ninguno de los informes tiene acceso a la información necesaria para responder a esta pregunta, es decir, la información de la empresas israelíes sobre el dinero que han perdido debido a la campaña BDS.
La empresa francesa Orange llegó a la conclusión de que ya no le interesa tener negocios con Israel; unas declaraciones de Stephane Richard, CEO de Orange, en las que dice que desea poner fin a la presencia de su firma en Israel provocó una airada protesta en este país, protesta que ni siquiera se acalló después que aquél pidiera disculpas y tanto el ministro francés de relaciones exteriores como el presidente Hollande denunciaran la campaña BDS.
Las empresas toman sus propias decisiones, y varias de ellas (como Deutsche Bahn, G4S, Unilever, Veolia y muchas otras) ya se han dado cuenta de que la implicación con la economía israelí o con los asentamientos ilegales es tóxica, y están buscando la manera de tomar distancia. Sin embargo, hasta ahora, muchas empresas con actividades en Israel prefieren callar sobre el impacto del BDS.
¿Puede ser derrotada la campaña BDS?
Mientras las empresas israelíes opten por el secretismo acerca de la cuestión, el gobierno israelí parece estar disparando en la oscuridad: el nombramiento de un ministro encargado de la lucha contra el BDS y la creación de una fuerza de tareas especial en el ministerio de cultura; mientras tanto, Sheldon Adelson organizó una cumbre de emergencia para discutir sobre el BDS.
En esta cumbre, el milmillonario pro-israelí Haim Saban –propietario de la corporación Israeli Partner (que utiliza la marca Orange)– advirtió de que después de la represalia contra Orange “otras empresas se lo pensarán dos veces antes de apostar por Israel”.
Este es un mensaje a las corporaciones internacionales que les dice que pueden ser bienvenidas si desean invertir en Israel, pero también que no se les permitirá echarse atrás sin librarse de una campaña de desprestigio. La única respuesta razonable de las empresas internacionales a semejante amenaza es mantenerse a distancia de la economía israelí.
Por cierto, la alarmada reacción de Israel imposibilita que las decisiones empresariales tengan un carácter “estrictamente comercial”. Los políticos israelíes han dejado en claro que comprar sus productos no es una mera decisión comercial sino también una expresión de apoyo a la política israelí. Es precisamente esto lo que está convenciendo a cada día más personas, organizaciones y empresas de todo el mundo de que deben apoyar la campaña BDS.
Cuando se trata de convencer a los consumidores, dueños de empresas e inversores sobre la conveniencia de comprometerse con al economía de Israel, las amenazas, la propaganda estatal y la criminalización del apoyo al boicot dentro de este país tienden a producir un efecto opuesto y a reforzar la campaña BDS.
Ciertamente, en el debate de la Knesset el ministro de justicia Shaked dijo que han habido “muchos éxitos” en el rechazo al BDS porque algunas empresas habían sido convencidas de que no boicotearan y algunos gobiernos persuadidos de que no impusieran sanciones. Lo cierto es que hace apenas unos pocos años habría sido impensable llamar “éxito” a esta acción de la muy aceitada maquinaria israelí de las relaciones públicas.
En abril, solados israelíes echaron a unos palestinos que estaban bañándose en una charca natural de Cisjordania para que los colonos de un asentamiento pudieran bañarse tranquilos. Semejantes acciones de abierta y cotidiana discrimación propias del sistema de apartheid influyen muchísimo más en el debate BDS que cualquier esfuerzo israelí de relaciones públicas.
La campaña BDS funciona
Sin embargo, hay un camino muy claro que debe ser recorrido por el público israelí para que la presión se levante. La campaña BDS no tiene la intención de dañar la economía de Israel, mucho menos de castigar a ese país por la violación de las leyes internacionales (para eso están los tribunales internacionales). El movimiento BDS está basado en los derechos; con el BDS los palestinos reivindican la igualdad de derechos para todos los habitantes de Israel, reclaman el fin de la ocupación y el derecho al retorno de los refugiados palestinos.
El objetivo del BDS no es la destrucción de Israel para que en un futuro estado se reconozcan esos derechos sino obligar al público israelí a que discuta sobre la realidad de la desigualdad y la discrimación existentes en Israel/Palestina.
Si los israelíes entienden que las políticas de su gobierno y su permanente agresión militar no serán aceptadas pasivamente por la comunidad internacional y que partir de esta comprensión ocurrirá un cambio político hacia la democracia y la igualdad, eso es exactamente lo que el movimiento BDS se plantea conseguir.

 Por Shir Hever / Traducción: Carlos Riba García / Resumen Latinoamericano / Rebelión 
Shir Hever se graduó en la Universidad Libre de Berlín; es economista y trabaja en el Centro Alternativo de Información.

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