jueves, 18 de junio de 2015

El México que se desangra



Uno no tiene que ser mexicano para que le duela en la médula lo que está sucediendo en el país hermano, al final de cuentas todos somos hijos de una sola entraña, las fronteras nos fueron impuestas. Guardar silencio ante tanta barbarie es encubrir el genocidio que el Estado está perpetrando contra su propio pueblo. El gobierno de Enrique Peña Nieto es uno de los más nefastos y sangrientos en la historia del país, títere de una oligarquía asesina, impostora y saqueadora. No es novedad que el Presidente asesino obedece órdenes enviadas desde la Casa Blanca, la desgracia de México es tener tan cerca al culpable de tantos genocidios y guerras alrededor del mundo, (y en la misma olla nos vamos Guatemala, Salvador y Honduras) Estados Unidos no quita el dedo del renglón, lo quiere todo.

Quiere las primaveras, los ríos, quiere la entraña de la tierra, quiere la vid de un país de riquezas culturales e hijos honestos y aguerridos. Aquel “México lindo y querido” lo están devastando. Con imposición de concejales, diputados, gobernadores y presidentes, y con el absoluto control de las fuerzas de seguridad tiranizan al pueblo; lo torturan, lo violan, lo asesinan. Lo entierran en fosas clandestinas. Le sacan los ojos, le silencian la voz, le sacan las entrañas, lo despellejan, lo desaparecen sin dejar rastro.

Sin embargo éste resiste, contra toda opresión el pueblo resiste, está en pie de lucha, solo hay que ver las papeletas de votación de las elecciones resientes. El pueblo respira, cansado pero se oxigena, aún no renuncia, y no lo hará porque a pesar de tanta afrenta aún tiene dignidad. Allá en aquella lejanía los jornaleros de San Quintín, los docentes en Guerrero, los estudiantes de escuelas públicas en todo el país, las madres de los desaparecidos, los familiares de las víctimas de feminicidios, los que chorrean sangre porque un policía granadero lo agredió para obligarlo a guardar silencio. Los presos políticos; Nestora Salgado, José Miguel Mireles y tantos más.


El gobierno que pretende silenciar las voces de periodistas comprometidos con el país, con su responsabilidad de informar al pueblo sin solapar mentiras, son cientos los asesinados. Esos periodistas honestos como Carmen Aristegui, Lydia Cacho, Sanjuana Martínez, esos intelectuales de la talla de Denise Dresser que están ahí constantes en su denuncia y con los análisis a profundidad que evidencian ante la opinión pública lo nefasto del Estado. A periodistas y analistas que no se venden, que no se rinden ante el miedo y ante la imposición los at
acan reduciéndoles el espacio de expresión, haciendo campañas negras que los desacrediten, pero ellos siguen ahí junto al pueblo, hombro a hombro, como todos los medios independientes, sin importar el tamaño de sus plataformas y el número de lectores, todos unidos hacen patria y resisten las embestidas.

Esa oligarquía que se rebalsa en estiércol se quiere robar la dignidad del pueblo mexicano, quiere convertirle la sangre en chilate, el valor en miedo y la entereza en deslealtad. Quiere marchitar las vaginas tiernas de las niñas que sueñan, ahogar en llanto a las madres que han parido plusvalía, quiere poner de rodillas a los hombres robustos que aman la tierra y quitar de la memoria el recuerdo de los ancestros honestos. Quiere arrebatarles la belleza de amar. Quiere desaparecer el canto de los niños que hacen de las calles un carnaval de esperanza. Los obliga al suicido, a emigrar, a renunciar. Los quiere doblegar para que no sientan, para que no piensen para que no actúen. Los quiere insensibles y adictos al consumismo que el capitalismo propaga. Para que no defiendan, para que sean difuntos deambulando en la miseria de un país mancillado.

De ahí las juventudes que se rebelan, las abuelas que gritan, los niños que aún cantan y juegan, de ahí la defensa del amor. De ahí los manifestantes, las pintas callejeras, los enfrentamientos con los bloques policiales que ofenden y golpean. De ahí la defensa de la soberanía. De ahí la poesía que recitan las noches cuando la dignidad llora en la oscuridad. De ahí el amparo de los inmortales. El rocío de las madrugadas que huelen a vid. La parra que aunque quemada retoña una y otra vez.

México se desangra a chorros, pero no es la primera vez, no es la primera traición, no es la primera emboscada. México resiste, como lo ha hecho hace tantos siglos, simplemente porque es “lindo y querido.” La Memoria Histórica clama Revolución. Porque México es México, ¡cabrones! Para cuándo preguntan Pancho Villa, Emiliano Zapata y Las Adelitas.

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