A principios de los años 30, mientras el partido nacionalsocialista de Adolf Hitler se fortalecía en el corazón de Europa, el escritor vienés y judío Franz Werfel (1980 - 1945) recorría el Oriente Medio siguiendo el rastro de una masacre todavía fresca. Werfel pasó años entrevistando armenios que habían escapado de las marchas de la muerte que el gobierno otomano llevó a cabo en 1915 y 1923; entonces no existía la palabra genocidio, pero los supervivientes tenían claro que habían sido objete de un elaborado y efectivo plan de exterminio. Las historias que escuchaba Werfel —el aislamiento, la desposesión, la impotencia de ser víctimas de su propio Estado— estaban llenas de augurios de lo que se cocía en el viejo continente con el auge del antisemitismo organizado. Siendo muy consciente, el autor volcó su investigación en una novela sobre el mayor caso de resistencia armenia: Los cuarenta días del Musa Dagh (Ediciones de 1984, 2015), que se publica ahora en catalán con traducción de Ramon Monton.
Un siglo después, los descendentes del genocidio todavía esperan justicia, tanto los de la diáspora como los tres millones que viven en la actual Armenia. Hasta la fecha, Turquía ha evadido toda responsabilidad negando que las masacres fuesen sistemáticas; países como España, Alemania o Israel tampoco reconocen el genocidio. La novela, que documenta con precisión las crueldades ejercidas por el gobierno de los Jóvenes Turcos, resurge oportunamente en la víspera del centenario, que se celebró ayer.
“Los cuarenta días del Musa Dagh es como nuestra Biblia", resume George Hintlian , historiador e hijo de supervivientes del genocidio. Hintlian nació en Jerusalén en 1945, el mismo año que moría Franz Werfel en Los Ángeles, y como la mayoría de armenios creció rodeado de historias sobre las masacres. "Todo se explicaba en voz queda, como si les diera miedo pronunciar la tragedia que habían vivido". Los oficiales turcos mataron a su bisabuela a golpes de hacha en un granero; su abuela, en plena deportación por los desiertos de Anatolia, murió de una infección después de beber agua enfangada. Solo sobrevivió su padre, que entonces tenía diecisiete años. Gran parte de la diáspora armenia, hoy esparcida por todo el mundo, conserva memorias similares: “por eso nos gusta la novela de Werfel, que nos recuerda la parte heroica de todo”.
Sentado en la penumbra de una biblioteca polvorienta, Hintlian despliega un mapa del Imperio Otomano. Un esquema de flechas y círculos representa todas las masacres, deportaciones y focos de resistencia armenios de 1915 a 1923. "Aquí fueron mar adentro y lanzaron miles de personas al agua", apunta, señalando la zona de Pontos al nordeste del país. Con el dedo resigue el territorio hasta pararse en la esquina inferior izquierda, donde hay un icono en forma de explosión de cómic: "Esto representa la resistencia del Musa Dagh".
El Musa Dagh ("montaña de Moisés") es una cumbre al nordeste del mar Mediterranio, situada ante la isla de Chipre. En su ladera había siete pueblos armenios donde vivían unos 5.000 habitantes. Hintlian explica que, un año antes de las deportaciones, las autoridades otomanas desarmaron los principales núcleos de población armenios y llamaron a filas a los varones; con la mayoría de hombres en el frente, relegados a unidades de trabajo, la población armenia se encontraba menguada e indefensa. Los gobernantes, sin embargo, perdonaron r los pueblos del Musa Dagh, alejados de las zonas problemáticas. Sus habitantes tuvieron tiempos de organizarse y, armados precariamente, se establecieron en la montaña y opusieron resistencia a los ejércitos turcos.
En la novela es Gabriel Bagradian, un intelectual armenio exiliado en París, quien organiza la defensa de los siete pueblos del valle. A Bagradian no le resulta fácil convencer a los humildes aldeanos que vale más morir con el fusil en la mano que no en una cuneta debido al hambre, el agotamiento o el tifus. A lo largo del libro, Werfel oscila entre las descripciones etnográficas de la vida en el valle y las épicas narraciones de batallas; también se filtran los conflictos identitarios de Bagradian, casado con una francesa que desaprueba su origen armenio y posiblemente inspirado en el mismo Werfel, que era el marido de la prominente antisemita Alma Mahler.
Werfel se basa en testigos de primera mano cuando transmite el ánimo exaltado de los insurrectos o el papel jugado por personajes como el pastor Harutin Nokhudian, que convenció a parte de su congregación para no oponer resistencia a los turcos. Lo confirma Haroutune Boyadjan, un superviviente del Musa Dagh que tenía siete años en el momento de los hechos y que Hintlian entrevistó varias veces. "Werfel describió con precisión los detalles de la organización de la resistencia", explica el historiador.
Con todo, Los cuarenta días del Musa Dagh no es un tratado histórico. Werfel adaptó los hechos para darlos la justa medida bíblica: los cincuenta días y pico de la defensa real pasaron a ser cuarenta, cifra que evoca los años del éxodo israelita por los desiertos. La simbología judía salpica toda la novela y, efectivamente, los judíos europeos de los años 30 la acogieron con énfasis. La historia de la resistencia armenia, que Werfel aliñó con grandes dosis de épica y dramatismo, inspiró a aquellos que veían ennegrecerse su futuro en los guetos de Europa.
La novela, sin embargo, tuvo una vida efímera en el circuito editorial alemán; el heroísmo de la sublevación armenia y sus paralelismos con la situación judía no interesaban a las autoridades del Tercer Reich. Al poco de su publicación, el ministro de propaganda Joseph Goebbels la prohibía en todo el país. Con el tiempo, la expansión del nazismo y la aniquilación sistemática del judaísmo europeo acabarían de otorgar a Los cuarenta días del Musa Dagh el aura profética que el autor había intuido.
"Si no se juzgan los culpables, la historia tiende a repetirse", dice Hintlian. "La única manera de impedir que los hechos se repitan es reconocerlos y condenarlos". Cómo indica el historiador, algunos de los funcionarios alemanes que sirvieron al Imperio Otomano y fueron testigos de sus métodos —inoculaciones de tifus, deportación a campos infectados por el cólera o asfixia con humo en cuevas— más tarde se convirtieron en asesores de Adolf Hitler. El mismo Werfel acabaría siendo víctima: murió en el l exilio, rechazado por las autoridades de su país y convencido que su principal obra no vería nunca la luz.
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