La foto de familia del golpe de Estado de 2013 contra el islamista Mohamed Morsi incluía a las principales fuerzas vivas de la sociedad egipcia flanqueando al entonces ministro de Defensa y actual raisAdelfatá al Sisi: autoridades religiosas cristianas y musulmanas, tecnócratas, partidos laicos, etc. Dos importantes miembros de esta heterogénea coalición fueron el movimiento juvenil Tamarrud (rebelión), que lanzó las marchas previas a la asonada, y Nur, el partido salafista que obtuvo más del 25% en las primeras elecciones generales tras la caída de Hosni Mubarak. Ambos fueron protagonistas del periodo que siguió al golpe, pero se han ido hundiendo en la irrelevancia al perder el favor del nuevo régimen. Simplemente, dejaron de ser útiles.
“Tamarrud perdió mucha credibilidad al convertirse en una herramienta del régimen... No tendrán ninguna influencia en la definición del futuro de Egipto”, opina el analista Wael Eskander. El movimiento experimentó una irrupción meteórica en la primavera de 2013. En solo tres meses de vida, su petición de elecciones anticipadas fue firmada por millones de personas. Sin embargo, más tarde, algunos medios destaparían que su gesta había contado con el apoyo del Ejército y la financiación de Naguib Sawiris, uno de los hombres más ricos de Egipto y vinculado a Mubarak.
Cuando la represión estatal extendió su radio de acción más allá de las filas de los Hermanos Musulmanes de Morsi, afloraron en Tamarrud agrias disputas internas, magnificadas por rencillas personales. La facción más poderosa, liderada por Mahmud Bader, optó por constituirse en partido político con la finalidad de asumir un rol importante en el nuevo Parlamento. Sin embargo, su petición fue rechazada por la Comisión Electoral a causa de un tecnicismo jurídico. Así pues, el movimiento no se presentará a las próximas elecciones legislativas, que probablemente se celebrarán en verano. El grupo pasará a la historia contemporánea de Egipto como una simple nota a pie de página.
Los reveses que el nuevo régimen ha infligido a los islamistas ultraconservadores de Nur han sido más numerosos y dolorosos. En 2014, aprobó una Constitución que prohíbe expresamente los partidos de base religiosa, y desde septiembre, los libros oficiales de historia les definen como un movimiento “inconstitucional”. Por esta razón, la espada de Damocles de la disolución pende sobre el partido.Cuando la represión estatal extendió su radio de acción más allá de las filas de los Hermanos Musulmanes de Morsi, afloraron en Tamarrud agrias disputas internas, magnificadas por rencillas personales. La facción más poderosa, liderada por Mahmud Bader, optó por constituirse en partido político con la finalidad de asumir un rol importante en el nuevo Parlamento. Sin embargo, su petición fue rechazada por la Comisión Electoral a causa de un tecnicismo jurídico. Así pues, el movimiento no se presentará a las próximas elecciones legislativas, que probablemente se celebrarán en verano. El grupo pasará a la historia contemporánea de Egipto como una simple nota a pie de página.
“No creo que los acaben ilegalizando. Al régimen le puede interesar mantener esta carta en la manga para poder presionarlos en el futuro”, sostiene Eskandar. El apoyo de Nur fue clave durante el golpe para neutralizar el mensaje de la Hermandad de que era una “cruzada contra el islam”. Si bien ahora el régimen ya se ha consolidado y la amenaza que representa la cofradía islamista es menor, al Gobierno aún le puede convenir mantener a Nur como aliado, sobre todo si acepta un estatus de actor secundario.
Entre los otros bofetones recibidos, figuran las trabas puestas a sus imames para que ofrezcan sermones en las mezquitas y la aprobación de una ley electoral que les perjudica. Entre otras provisiones, la norma obliga a todos los partidos a incluiruna cuota de cristianos en sus listas, todo un desafío para un partido que describe a la minoría copta como “infiel”. Una posible solución habría sido integrarse en alguna de las coaliciones pro-Sisi, como así solicitaron. Todas les han dado un portazo. Su sueño de reemplazar a los Hermanos Musulmanes como el referente del islamismo institucional se ha convertido más bien en un espejismo.
Su posición en la escena política está también amenazada por los efectos del descarnado pragmatismo de sus líderes en sus relaciones con el régimen. Una buena parte de su base no ve con buenos ojos el apoyo acrítico a Al Sisi ni la brutal represión contra la Hermandad y los otros movimientos de oposición. “Me han decepcionado mucho los líderes de Nur. Hace meses que rompí el carné del partido, y como yo lo hicieron muchos compañeros”, explica Mahmud, un barbudo taxista cairota que se declara salafista.
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