Algunos medios de comunicación españoles han destacado este verano que Marruecos se está armando hasta los dientes y que prepara un enfrentamiento bélico con España. El peligro de conflicto armado no es el único drama, ni mucho menos, en las siempre conflictivas relaciones entre España y el vecino norteafricano.
Nadie quiere hablar de Marruecos y del enorme daño que ese país vecino causa a España porque el tema es tabú y porque una tupida y siniestra red de intereses unen a los gobiernos a las oligarquías de uno y otro lado del Estrecho de Gibraltar, por donde transitan toneladas de drogas, espías camuflados, inmigrantes, subsaharianos explotados por las mafias, dinero ilegal, contrabando, chantajes, delincuentes y secretos de todo tipo.
Marruecos y los marroquíes son el peor cáncer de España, quizás mas que los políticos, lo que ya es mucho decir. Los políticos figuran en las encuestas como el gran drama del país porque los encuestadores preguntan por ellos, pero si preguntaran por los marroquíes, tal vez ocupasen el primer puesto en rechazo.
La aversión a lo que nos llega de Marruecos no es un asunto de racismo, como dirían los “progres”, ni de propaganda anti mora. Es un rechazo basado en la escasa calidad humana y ética de lo que está llegando a España desde Marruecos, atravesando el Estrecho: personajes conflictivos, delincuentes irredentos, problemas, arrogancia, drogas, violencia, incapacidad para integrarse, desagradecimiento y amenazas de terrorismo y guerra.
Hay marroquíes buenos y malos, pero son demasiados los que llegan alistados en el bando de los malos, con arrogancia, exigencias y deseos de delinquir. Muchos de ellos piensan que España les pertenece y nada mas pisar suelo español se vuelven exigentes y osados, cuando apenas unas millas mas al sur eran cobardes atemorizados por la policía real de Marruecos. Saben mejor que nadie que en España se les reconocen derechos, llegan siendo expertos en subsidios y ayudas y mas que deseos de trabajar quieren sacarle partido al espíritu solidario español, consiguiendo pagas solidarias, ayudas sociales y servicios médicos avanzados a través de las urgencias, a las que saturan impidiendo muchas veces que las utilicen los españoles, que son los que las pagan con sus impuestos.
El comportamiento social de muchos de ellos es deleznable: nunca pagan impuestos, roban, aterrorizan a las mujeres, alardean de su potencia sexual, llaman maricones a los españoles y exigen mucho, casi sin descanso. Algunos de los que llegan son personas honradas y decentes y logran integrarse rápidamente, pero son demasiados los que carecen de valores, consideran a los españoles infieles dignos de desprecio, se comportan como basura humana y no tienen nada que aportar, salvo problemas, al país que les acoge.
Algún tipo de acuerdo secreto o dependencia oculta debe tener el gobierno español cuando soporta sin rechistar tanta desvergüenza y tantas humillaciones a sus ciudadanos y a sus leyes. Quizás sea el miedo a que reclamen Ceuta y Melilla, pero quizás Ceuta y Melilla no valgan tantas humillaciones.
Las relaciones de España con Marruecos siempre han sido conflictivas y se han basado, durante las últimas décadas, en el pago de dinero para corromper a las élites de Rabat. El dinero oficial español paga carreras de los hijos de los ministros y cortesanos, negocios de marroquíes con poder, residencias en Europa y regalos de todo tipo y calibre. Con esos “tributos”, como cuando el Califato de Córdoba imponía miedo a los cristianos en la península invadida, quizás se pretenda comprar la paz, pero lo que se consigue es una relación tensa, un resentimiento larvado y una paz artificial, sin dignidad ni decencia, que tarde o temprano se romperá porque está sustentada sobre barro sucio, recelo y ausencia de amistad y de los valores típicos de la convivencia y la cooperación.
Un día me dijo un alto cargo del PSOE, que estuvo en los segundos escalones del gobierno de Felipe González, que “Si los grandes secretos hispano-marroquíes salieran a la luz, España entera se escondería avergonzada”.
Hay centros de acogida a marroquíes en Chipona y Jerez de la Frontera (Cádiz), dos espacios conflictivos donde marroquies que se niegan a identificarse y a revelar su edad viven mantenidos por la Junta de Andalucía, rodeados de mas trabajadores sociales y privilegios que los que tienen los ancianos andaluces acogidos en residencias públicas. Esos centros son nidos de desvergüenza y focos de problemas constantes: se escapan, aterrorizan a las mujeres, roban, gritan, protestan, asustan a sus cuidadores y se pelean y se odian constantemente entre ellos mismos. Uno de los trabajadores que les atiende me dice que son de una calidad humana ínfima. Cuando la Junta les recortó su “paga” de ocho a dos euros por semana, algunos robaban “para recuperar lo que nos pertenece” y otros gritaban que “Andalucía es nuestra”, amenazando con recuperarla con sangre.
Los medios de comunicación rara vez mencionan los abusos, desmanes y el alto indice de delincuencia de los marroquíes en España. Es como si el silencio fuera parte del pacto entre los gobiernos de un lado y otro del Estrecho. El tema marroquí es una especie de tabú que los grandes medios respetan y al que se someten hasta las estadísticas oficiales de delitos.
Interrogue a mi contacto sobre el número de los que terminan integrándose en esos centros gaditanos y la respuesta fue: “¿Integrarse? Imposible. Lo normal es que terminen en la cárcel o perseguidos por la policía después de haber cometido medio centenar de delitos menores y algunos de altos vuelos”.
Conocer el problema marroquí induce a pensar que el monarca vecino, el que se declara descendiente del profeta, nos está enviando a España, de manera consciente y programada, lo peor que tiene en sus tierras.
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