jueves, 6 de agosto de 2015

Otra visión: Sin resultados decisivos por el horizonte sirio

El punto de vista de que 2015 no ha sido un año especialmente bueno para el presidente sirio Bashar al-Asad, y que lo que queda puede aún ser considerablemente peor, es muy recomendable. En el interior de Siria, el gobierno ha perdido el control sobre la mayor parte de la provincia de Idlib, en el noroeste del país, incluidas sus principales ciudades y bases militares. Más recientemente, el movimiento del Estado Islámico (EI) le desalojó sin demasiado esfuerzo de Palmira. Las importantes ciudades de Alepo, en el norte, y Daraa, en el sur, siguen bajo amenaza. El aumento de la coordinación entre grupos rebeldes armados especialmente díscolos es un factor importante a este respecto y refleja la mejora de las relaciones entre sus patrocinadores en Qatar, Arabia Saudí y Turquía. Damasco admite ya abiertamente que está enfrentándose a problemas de falta de efectivos debido, en parte, a que las deserciones de los reclutas de su ejército parecen ser un problema cada vez mayor.

Puede que sea más importante el hecho de que Turquía comenzara en julio ataques aéreos dentro de Siria. Aunque formalmente dirigidos contra el EI, marcando así la tardía entrada de Ankara en la coalición anti-EI liderada por EEUU, muchos creen que el objetivo principal de esta campaña es impedir la consolidación territorial del Partido de la Unión Democrática del Kurdistán (PYD) y sentar las bases de un puerto seguro para los combatientes de la oposición y los refugiados dentro de una “zona tampón” en el lado sirio de la frontera. En efecto, muchos consideran esta agenda como el quid pro quo ofrecido por EEUU a cambio de su renovado uso de la base de la fuerza aérea de Incirlik, Turquía. Ankara ha confirmado prácticamente esta interpretación.

En el frente político, EEUU, Gran Bretaña y Francia han frustrado las esperanzas de Asad de que se reconciliaran con él para enfrentar la creciente amenaza del EI, y siguen mostrándose firmemente opuestos a garantizarle una renovada legitimidad internacional en forma alguna. Rusia, su principal aliado diplomático, ha estado presionando mientras tanto a favor de que se formara un “gobierno de unidad nacional” que incluyera a las fuerzas de la oposición, mientras trataba de promover una alianza regional anti-EI que incorporara a Asad y a quienes más dispuestos se mostraran para combatir al EI. La economía siria, que para muchos constituye una amenaza mayor para la supervivencia de Asad que los grupos rebeldes, está bajo mínimos y continúa deteriorándose.

Al estar presidiendo un Estado, sociedad, ejército y economía debilitados, que no hacen sino mostrar cada uno de ellos signos crecientes de fragmentación y en algunos casos desintegración, uno esperaría que Asad estuviera tan preocupado por un inminente punto de inflexión como sus oponentes entusiasmados por el mismo motivo. Sin embargo, hay pocos signos de pánico en Damasco y esto es sólo consecuencia, en parte, de la negación y el engaño. Aunque el discurso de Asad del 26 de julio de 2014 fue una extraña admisión pública de la realidad y las dificultades a que se enfrenta el régimen, nos equivocaríamos si interpretáramos sus palabras como una admisión de debilidad o motivadas por el espectro de una derrota inminente.


Aunque las pérdidas territoriales son siempre penosas, el factor clave para Asad es su continuado control sobre Damasco y la región costera y el acceso seguro al Líbano. El primero está asegurado, mientras que el último ha mejorado de forma significativa por los avances de los últimos meses de las fuerzas del gobierno y sus aliados de Hizbolá en la región de Qalamun. Muchos analistas predicen además que es sólo cuestión de tiempo que el bastión rebelde clave de Zabadani caiga en manos del gobierno.

Del mismo modo, las ofensivas rebeldes contra Daraa y el sector controlado por el gobierno en Alepo parecen por el momento estancadas. Esto se debe en parte a las renovadas luchas internas entre los rebeldes; Asad se habrá sentido muy complacido por la reciente matanza y captura de los efectivos del Frente Nusra, la “División 30”, entrenados por EEUU, dando al traste de forma eficaz con los intentos de reinventar este grupo como fuerza siria libre de asociaciones con Al-Qaida. Con su constante estribillo de que la única alternativa a Asad es un régimen talibán a lo bestia, Damasco está convencido de que el mundo está viendo tardíamente la luz.
La intervención directa de Turquía en Siria plantea también menos amenazas de lo que a primera vista pudiera parecer. Como los estadounidenses han dejado claro, no hay acuerdo para establecer una zona de seguridad, y mucho menos una zona de exclusión aérea, sobre el territorio sirio. Tampoco Turquía está en situación de imponer una a nivel unilateral. Esto significa además que hay pocas perspectivas de que Turquía se involucre en hostilidades directas contra el ejército sirio. Y en la medida en que Turquía debilite al PYD, es probable que los kurdos se muestren más dispuestos a restaurar la flexible alianza establecida con Damasco después de un año explorando alternativas que parecían favorecer más sus ambiciones.
Vista desde Damasco, Ankara es a la vez su némesis y una amenaza en decadencia. Cada vez más constreñido por los estadounidenses y la OTAN, ninguno de los cuales refrendaría una intervención directa para eliminar a Asad o debilitarle de forma decisiva, el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan está pasando también por sus propios problemas. No logró recientemente ganar otra mayoría parlamentaria absoluta con la que continuar gobernando sin oposición, y puede tener que enfrentarse a otras elecciones este año en medio de unos resultados económicos a la baja, malestar interno, renovadas hostilidades con la población kurda de Turquía y agitación regional. A fuerza de geografía y política, Turquía, y Erdogan personalmente, son contemplados como los principales patrocinadores y facilitadores de la rebelión armada en Siria y, por tanto, se considera como un logro todo aquello que desconcentre a Ankara.

Asad tampoco ve muchas amenazas políticas por el horizonte. Entre sus principales aliados, sólo Rusia parece inclinarse por el cambio, y eso  sólo de forma limitada, un cambio controlado más que una transición significativa. Incluso así, Moscú no puede perseguir esta agenda más allá de lo que un recalcitrante Damasco esté dispuesto a conceder, porque eliminar a Asad de la ecuación es probable que lleve a una implosión del régimen y al colapso de la influencia que le queda a Moscú en el Mediterráneo oriental. Y aunque Damasco pueda sentirse indiferente ante la idea de una coalición regional anti-EI, ha utilizado el patrocinio de Rusia en esta propuesta para reanudar últimamente contactos con Arabia Saudí a los más altos niveles.

El gobierno sirio parece igualmente imperturbable ante el acuerdo nuclear con Irán. A diferencia de muchos Estados del Golfo, descarta la posibilidad de que dicho acuerdo dé lugar a un realineamiento estratégico de su aliado más comprometido y cree que, en cualquier caso, Teherán estará en mejor posición para ayudarle, especialmente a nivel económico. También cuenta con sólidas bases para creer que Damasco será incluso más valioso para Teherán porque el conflicto regional por poderes irano-saudí sigue sin aflojar y puede intensificarse. Tras informar Riad que ha comunicado a las autoridades sirias que su prioridad es reducir la influencia iraní en su país más que el cambio de régimen, esto sugiere que Asad puede finalmente estar en posición de intercambiar su relación con Irán por el reconocimiento saudí de su liderazgo. Por toda una variedad de razones, es sin embargo extremadamente improbable que así suceda.

En Siria, Asad cree que ha invertido la creencia popular de la guerra de guerrillas y que más que perder porque no ha ganado, está ganando porque no ha sido derrotado. Ciertamente, parece que el riesgo de exceso de confianza y triunfalismo en Damasco es más grande que el del pánico.

En el interior de Siria, la panoplia de movimientos rebeldes parece incapaz de dirigir un golpe decisivo contra el régimen. Más allá de sus fronteras, la capacidad de las partes en el exterior, especialmente en Turquía, para alterar esta ecuación de forma fundamental parece en cualquier caso ser más reducida que en años anteriores, y van a necesitarse acontecimientos más importantes para que las potencias extranjeras contemplen seriamente una intervención decisiva.

Sin embargo, a pesar de su convicción de que ha sobrevivido a lo peor y que ya no está en modo riesgo existencial, la realidad pertinente es que, en palabras del analista Bassam Haddad, en Siria: “Las pérdidas territoriales del régimen son en gran medida irreversibles”. Que esto pueda llevar a una partición formal de Siria es extremadamente improbable. Tanto el gobierno como la abrumadora mayoría de las fuerzas de la oposición siguen comprometidas con la unidad de su país, y a pesar del actual mapa caledeiscópico delineando diferentes zonas de control, insisten en gobernar todo y no partes de él. La soberanía y la integridad territorial de Siria son también fundamentales en cualquier propuesta internacional para resolver el conflicto y, en agudo contraste con Iraq, este principio no ha sido aún cuestionado por ninguna potencia, poder global o regional. Sobre el terreno, Turquía está reduciendo la limitada capacidad de los kurdos para desafiar el statu quo, mientras que la entidad establecida por el EI va a conseguir aún menos reconocimientos formales que logró en su día el gobierno de los talibanes en Afganistán.
En resumen, tanto a nivel nacional como regional e internacional, se considera anatema la partición formal de Siria y es por ello muy improbable que la división de facto del país supere a la del Líbano en las décadas de 1970 y 1980. Combinada con la incapacidad de Damasco para reconquistar y pacificar Siria, esto sugiere que, antes o después, bien sea de forma gradual o de repente, la supervivencia misma del régimen pende de un hilo. Porque a fin de cuentas, al igual que otros que se han enfrentado a insurgencias prolongadas, Asad necesitará vencer para sobrevivir. 


Por Mouin Rabbani

Mouin Rabbani es editor colaborador de Middle East Report; en sus trabajos ha abordado ampliamente la problemática palestina y el conflicto israelí-palestino. Fue analista principal de Oriente Medio en el International Crisis Group. Con anterioridad, trabajó como Director de la sección de Palestina del Palestinian American Research Centre. Es también coeditor de Jadaliyya Ezine.

[El presente artículo se publicó inicialmente en   Al Jazeera ]

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