domingo, 2 de agosto de 2015

La violencia sin fin envuelve a Yemen, un país que agoniza

La persistencia de los bombardeos contra Yemen demuestra que los poderes que en el mundo son actúan a la manera de los dioses de la mitología griega: inmisericordes, mezquinos, cegados por las pasiones e implacables en su furia.

    Una noria salvaje de más de cuatro meses de bombardeos contra ese país, el más pobre de la península Arábiga, donde a veces el petróleo fluye del subsuelo, ha causado la muerte de tres mil 500 personas y heridas a un número muy superior, además de la devastación de su pobre infraestructura.

    Esas estadísticas son provisionales: a estas horas y por segunda ocasión, una tregua 
    humanitaria de cinco días decretada de manera unilateral por la alianza liderada por Arabia Saudita que apoya al presidente Abd Rabu Mansur Hadi, es un cadáver sepultado bajo el estruendo de las bombas y los cohetes aire-tierra.

    El conflicto en Yemen es secular: los chiítas son discriminados por la mayoría sunita, pero desde septiembre pasado el movimiento huti Ansar Allah emprendió una ofensiva y controla Sanaa, la capital y otras regiones del país con el apoyo de tropas leales al expresidente Alí Abdullah Saleh.

    Fue una rebelión contra las tribus sunitas del norte y la muestra tangible de la oposición a los acuerdos generados por el Diálogo Nacional convocado por el presidente Abd Rabu Mansur Hadi, diseñados para mantener el statu quo signado por la corrupción y la postergación de los sectores desposeídos.

    El conflicto se perfiló durante las conversaciones que siguieron a la renuncia del expresidente Alí Abdullah Saleh, a cuyo término el delegado huti a las conversaciones fue ultimado a tiros.

    La tribu norteña expresó su oposición a los acuerdos que, dijeron, los encierran en un área sin recursos económicos ni salida al mar, y demandaron además la integración de un gabinete con todas las fuerzas, supervisado para evitar actos de corrupción.

    Varios intentos de entendimiento y la formación de dos gabinetes fueron insuficientes para alcanzar un entendimiento entre las partes hasta que los huti determinaron aplicar fuerza máxima y, tras neutralizar a las tribus armadas en el norte, emprendieron una marcha arrolladora hacia Sanaa.

    Además de arrojo y empuje, los huti evidenciaron un conocimiento cabal de la situación en la capital, donde los musulmanes chiítas forman una comunidad de peso y, resulta evidente con el paso de los días, contaban con apoyo tácito de Abdullah Saleh.

    El caso del mandatario es curioso: fue obligado a renunciar por manifestaciones populares en su contra y un atentado contra el palacio presidencial al que sobrevivió con graves quemaduras, pero siguió siendo un factor de poder.

    Contra un concepto maniqueista, Abdullah Saleh no es una marioneta de los poderes regionales, en particular Arabia Saudita y Kuwait; por el contrario, impugnó la operación Tormenta del Desierto, montada por Estados Unidos, y su invasión de Iraq en 2003, para derrocar al presidente Saddam Hussein.

    La crisis institucional en Yemen y el arraigo del movimiento Ansar Allah llevaron al exmandatario, con amplio apoyo en el Ejército, a hacer pública su alianza con los huti, lo que equivale a enfrentarse a Arabia Saudita. Esa decisión, reiterada este mes de julio, cuando calificó a los huti de defensores de la soberanía nacional, pone de hecho a Abdullah Saleh al lado de Irán, cuyo Guía Supremo, Ayatolá Alí Jamenei, aclaró que mantendrá el apoyo a los huti en Yemen.

    Varios países de la zona, encabezados por Arabia Saudita, protestaron por lo que calificaron de injerencia del Irán chiíta en los asuntos de los países de la Península Arábiga, cuyas poblaciones son de mayoría sunita, con la excepción de Bahrein, donde rige una monarquía de esa escuela de pensamiento.

    Sin embargo, el tema sectario es central sólo para ignorantes o malintencionados: lo que está en juego es una lucha a brazo partido por la hegemonía en el golfo Pérsico entre Teherán y Riad.

    En ese pulseo, la presencia de la V Flota estadounidense, con bases en Bahrein, conseguida tras la guerra contra Iraq por las armas de destrucción masiva que nunca existieron, es un factor de peso.

    Para la República Islámica, la poderosa armada estadounidense, acuerdo nuclear con las potencias o no, sigue siendo amenazadora y neutralizarla es una prioridad.

    Mientras, en el vasto mundo de las luchas por el predominio, los yemenitas miran hacia el cielo, no para implorar la intercesión de Alá, el Dios único al que todos oran en las mezquitas, sino para guarecerse de los bombardeos, que no parecen tener fin.


    Por Moisés Saab
    Corresponsal Jefe de Prensa Latina en Egipto.

    No hay comentarios:

    Publicar un comentario