martes, 1 de septiembre de 2015

2-Septiembre-1945: Rendición del Eje


A las 9:30 horas de la mañana del 2 de Septiembre de 1945, comenzó la ceremonia de rendición del Eje en la Bahía de Tokyo a bordo del acorazado USS Missouri, escoltado por decenas de barcos de guerra aliados....

Seis años de combates sin cesar, destrucción y muerte era el legado que hasta Agosto de 1945 había dejado la Segunda Guerra Mundial en la Humanidad. Tras las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, Japón y los restantes países del Eje comprendieron que había llegado el momento de capitular ante los Aliados. Empezar aquella guerra en 1939 fue algo complejo, lo mismo que iba a ser cerrarla aquel 1945. Los encargados de tan ardua tarea encontrarían las mismas dificultades para ganar la paz , ya que tendrían que sortear todavía cuantiosos obstáculos, muchos de manera violenta, antes de que vencedores y vencidos hicieran enmudecer las armas.

Antecedentes

1945 fue sin duda el año más negro para el Eje. Alemania se había rendido tras el suicidio de Adolf Hitler el 30 de Abril de 1945 y la capitulación oficial en Reims el 8 de Mayo. Simultáneamente desaparecieron aquella primavera Hungría, Eslovaquia y la Italia Fascista de la República de Saló, mientras que Croacia, Montenegro y Eslovenia aguantaron casi hasta Junio, aunque al final también resultaron neutralizadas. Sin aliados en Europa, Japón se quedó en solitario en Asia. Su única salida hubiera sido aceptar la propuesta de rendición en la Conferéncia de Postdam que tendieron los Aliados a Tokyo en Julio, pero el país decidió continuar sólo la guerra contra el resto del mundo.

Japón estaba al borde del colapso en Agosto de 1945. Dos bombas atómicas habían sido lanzadas sobre Hiroshima el día 6 y sobre Nagasaki el día 9, saldándose con la destrucción casi total de ambas ciudades y con miles de muertos al instante. Coincidiendo con aquella tragedia, la Unión Soviética de Iósif Stalin, invadió en una ofensiva general llamada “Operación Tormenta de Agosto” los últimos dominios japoneses que comprendían el Estado títere de Manchukuo, Mongolia Interior, Sajalín y las Islas Kuriles. Tanto las dos bombas atómicas como el miedo al comunismo en cuanto se supo acerca de la agresión soviética sobre Manchuria, los japoneses por fin comprendieron que rendirse era la mejor opción si no querían ver la extinción de su país.

Vista desoladora de Hiroshima días después de la explosión de la bomba atómica.


Exactamente el mismo día en que hizo explosión la segunda bomba atómica sobre Nagasaki el 9 de Agosto, se convocó una reunión de urgencia en Tokyo con el objetivo de evaluar la situación tan crítica por la que estaba pasando el país. El propio Emperador Hiro-Hito dirigió la mesa, estando presentes el jefe del Consejo Privado Kiichiro Hinamura, el Primer Ministro Kantaro Suzuki, el Ministro de Asuntos Exteriores Mamoru Shigemitsu, el Ministro de la Guerra Koreichika Anami, el jefe del Estado Mayor del Ejército Yoshiyiro Umezu y el Ministro de Marina Mitsumasa Yonai, entre otros representantes importantes de la política. Durante la cita los debates fueron tensos, acalorados y cada uno echó la culpa al contrario por la situación en la que se encontraban. Sólo hubo una breve interrupción cuando unos aviones cuatrimotores B-29 norteamericanos bombardearon Tokyo al atardecer, luego continuaron con la discusión, unos proponiendo una paz inmediata y otros a favor de continuar con la guerra a la espera de una batalla milagrosa que modificase la balanza. El único que permaneció callado fue Hiro-Hito, un Emperador que siempre había estado en contra de aquella guerra. Por fin Hiro-Hito tuvo la oportunidad de hablar a las 2:00 de la madrugada, cuando sin nadie esperárselo en un acto de valentía les hizo sentarse a todos y escuchar las siguientes palabras: La terminación de la guerra es el único camino para restaurar la paz mundial y evitarle a la nación el terrible dolor que la aflige. Me siento triste cuando pienso en el pueblo que me ha servido tan fielmente, en los soldados y marinos que han muerto o que están heridos en lugares lejanos, en las familias que han perdido sus bienes materiales y, a menudo, también sus vidas (…). No es preciso que recalque que me resulta lacerante ver desarmados a los bravos y leales soldados japoneses. Igualmente, me resulta doloroso que otros muchos, que me han servido con toda lealtad, sean ahora castigados como promotores de la guerra. Pero es el momento de soportar lo insufrible…. En cuanto acabó el discurso, el silencio que se hizo en la sala fue sepulcral, momento en que aprovechó para salir y dejar a los militares y políticos en soledad. Todos tuvieron que acatar las palabras del Emperador sin pestañear.

Negociaciones

Hiro-Hito tenía toda la razón, Japón no podía sobrevivir a aquella catástrofe. Habían muerto hasta ese momento más 2 millones y medio de japoneses, 200.000 de ellos enfermos de radiacción por las bombas atómicas. Materialmente habían sido destruidos 2.100.000 edificios o viviendas y arrasado el 40% de la superfície urbana. Por si fuera poco la capacidad industrial se había reducido a un 30%, la producción eléctrica a un 30%, la obtención de petróleo un a 58% y había sido hundida el 80% de la marina mercante.

Al amanecer del día siguiente, 10 de Agosto, el Primer Ministro Suzuki comunicó a todos los miembros del Gobierno la intención de rendir el país y aceptar las cláusulas que habían impuesto a Japón los Aliados en la Conferéncia de Postdam, celebrada en Julio de 1945, que incluían la retirada militar de los territorios invadidos, la ocupación aliada de determinados puntos en Japón y la entrega de los criminales de guerra, entre otras cosas. Lo único que no aceptarían los japoneses fue a que el Emperador fuese expulsado del trono, algo en lo que recalcó Suzuki cuando a las 7:00 horas de la mañana envió las notificaciones de rendición a los embajadores nipones en Suecia y Suiza, desde donde fueron entregadas a los representantes de Estados Unidos, Gran Bretaña, China y la Unión Soviética.

Tanques soviéticos T-34 invadiendo Manchuria. Por conquistar el máximo terreno japonés posible, la URSS puso obstáculos a los Aliados a la hora de rendirse Japón.

Difícil fue ponerse de acuerdo entre los mismos Aliados a la hora de aceptar la rendición japonesa. Aunque muchos militares estadounidenses, incluyendo el Presidente Harry Truman, deseaban ver sentado en el banquillo de un tribunal a Hiro-Hito, finalmente prevaleció la idea del jefe del Estado Mayor George Marshall sobre el respeto a la figura del Emperador, ya que castigarle podría derivar en una revolución social una vez las tropas americanas ocupasen el territorio. China no puso ningún impedimento y Gran Bretaña sólo hizo un cambio de matiz. La Unión Soviética fue quién expresó más inconvenientes, ya que el Ministro de Asuntos Exteriores Vyacheslav Molotov quería unas condiciones mucho más duras para Japón, algo lógico, ya que Stalin deseaba ganar tiempo suficiente para que el Ejército Rojo ocupase el máximo territorio nipón posible. El embajador americano en Moscú, Averrell Harriman, se negó a aceptar la visión de Molotov, por lo que ambos mantuvieron una discusión muy tensa y violenta que terminó con una amenaza del estadounidense, advirtiendo de que si la URSS no se sumaba al planteamiento aliado, tendría que pedir con Japón una paz por separado. Finalmente fue el propio Stalin quién hizo entrar en razón a su Minsitro de Asuntos Exteriores para que firmase la rendición japonesa, algo que al final tuvo que hacer. Solucionados todos los obstáculos entre los Aliados, la medianoche del 11 al 12 de Agosto, Japón recibió la respuesta positiva de estadounidenses, británicos, chinos y rusos.

Confusión

A partir del 12 de Agosto, el Primer Ministro Suzuki dió a conocer a todos los altos mandos de las fuerzas armadas la paz que estaba a punto de firmarse. Lo que sucedió en las horas siguientes fue un desorden de obsoluto desconcierto y confusión, ya que muchos militares se amotinaron negándose a acatar la capitulación, otros optaron por el suicidio masivo y los que menos se convirtieron en kamikazes a título personas que intentaron sin éxito estrellarse contra los barcos americanos. Incluso se empezó a preparar un ataque kamikaze con 5.000 voluntarios que no se llevó a cabo.

Como la tardanza estaba empezando a impacientar a los Aliados, los aviones estadounidenses a modo de represalia continuaron bombardeando las ciudades japonesas sin piedad. Mientras tanto, otros muchos lanzaron casi 16 millones de octavillas sobre 47 ciudades japonesas, advirtiendo de la posibilidad de que fuese lanzada una tercera bomba atómica. Ciertamente algunos americanos propusieron acelerar la rendición con un bombardeo demoledor que arrasase completamente Tokyo mediante 1.100 fortalezas volantes B-29 cargadas con 7.000 toneladas de fósforo y napalm, algo a lo que el jefe de Estado Mayor de la Marina, Ernst King, se negó en rotundo al parecerle una salvajada innecesaria. A pesar de todo, el 13 de Agosto, una última formación de B-29 lanzaron sus bombas sobre Tokyo, matando a cuantiosos civiles.

Aviones norteamericanos B-29 “Superfortress”. Todavía a mitad de Agosto de 1945 siguieron bombardeando Japón para acelerar los trámites de la rendición.

Queriendo evitar que muriesen más personas inocentes, el Emperador Hiro-Hito convocó al Consejo a las 11:00 horas de la mañana del 14 de Agosto, con la intención de presionar a los gobernantes a que agilizasen los trámites de la paz. Por primera vez hizo algo que asombró a todos, llorar en público, tristeza propiciada por ver el sufrimiento al que estaba sometido su país. Harto de largas esperas, instó a los militares que se negaban a rendirse a obedecer y aceptar como todos su parte de culpa en la tragedia. Sus palabras fueron: No puedo soportar que mi pueblo sufra todavía más. Deseo que acepten de inmediato el documento aliado. Ordeno que dispongan ya un edicto imperial que yo mismo leeré por radio. Incluso, si los Ministros de Defensa y Marina me lo pidieran, me trasladaré a dónde sea necesario y hablaré directamente a las tropas… No me importa lo que me pueda ocurrir, pero sí me preocupa cómo podré justificarme ante los espíritus de mis antepasados si, tras un derroche de vidas humanas, la nación queda reducida a cenizas (…). Para 

terminar, les pido a todos y a cada uno de ustedes que se esfuercen para que podamos enfrentarnos a los difíciles días que se avecinan. Sin poner ninguna opinión contraria, la reunión se cerró y todos marcharon con vergüenza y humillación. Acerca del edicto imperial al que Hiro-Hito se refirió en su discurso, fue grabado en secreto aquella noche del 14 de Agosto, aunque el disco le fue entregado a la Emperatriz Kuni Nagako que lo ocultó en sus aposentos por si algún militarista radical intentaba robarlo.

Golpe de Estado

A pesar de la insistencia del Emperador, muchos fueron los que no quisieron aceptar la derrota del Imperio del Sol, por lo que se perpetró un golpe de Estado que impidiese tal deshonra. Los artífices fueron el teniente coronel Masahiko Takeshita, junto con los generales Kenyi Hatanake y Hidemasa Koga, una triple conspiración en la que dispusieron de algunas tropas de la Guardia Imperial y milicias civiles de jóvenes muy radicales previamente armados.


Kenyi Hatanaka, autor del golpe de Estado en Tokyo el 14 de Agosto de 1945 que terminó en un inútil baño de sangre innecesario.


Su objetivo era la cinta que había grabado el Emperador para evitar que se emitiese, por lo que se dirigieron al mismo Palacio Imperial, donde previamente Hiro-Hito se había ocultado en un refugio antiaéreo blindado, acompañado por dos ayudantes de cámara y algunos militares leales. Al llegar los sublevados, irrumpieron violentamente matando a los guardias que se les opusieron y cortaron los teléfonos. Cuando dos de los golpistas, Kenji Hatanaka y Shigetaro Uehara, entraron en la sala del anciano general Takeshi Mori, jefe de la 1ª División de Guardias Imperiales “Konoye”, éste se negó a unirse a su causa; enfurecido por la respuesta Uehara desenvainó su sable katana y rajó en el pecho a Mori, justo en el momento en que Hatanaka se puso nervioso a disparar en todas direcciones, por lo que Uherara erró de nuevo y sin querer decapitó al general, salpicando sangre por todas las paredes y la mesa. Tras aquel macabro acto, los rebeldes buscaron el disco, amenazando a los empleados que se encontraban a su paso y destrozando las instalaciones, pero la grabación no apareció. Algunos se acercaron al refugio antiaéreo con la esperanza de preguntar al mismo Emperador, pero al ver a los Guardias Imperiales que custodiaban el búnker, decidieron marcharse.

Incapaces de encontrar la cinta en el Palacio Imperial, pusieron rumbo a la sede de la Radio Nacional Japonesa con la esperanza de encontrarla allí. La radio fue fácilmente tomada, pero tampoco estaba el disco, ni siquiera pudieron utilizar la emisora porque los técnicos la boicotearon previamente. El golpe de Estado había fracasado.

Sobre las 5:00 horas de la mañana, cuando el Palacio Imperial fue asegurado, Hiro-Hito retomó el control de la situación. Inmediatamente ordenó a las fuerzas armadas que aplastasen a los sublevados, por lo que rápidamente se movilizaron los militares leales al Emperador.

No hizo falta la violencia, ya que los culpables optaron por suicidarse. El teniente coronel Masahiko Takeshita se ocultó en casa de su cuñado, el Ministro de la Guerra Koreichika Anami, quién tras beber un vaso de sake se ofreció a matarlo, promesa que cumplió cortándole la cabeza en un ritual de harakiri mientras se rajaba el vientre. Por otro lado Kenyi Hatanake se pegó un tiro y Hidemasa Koga también se hizo el harakiri, aunque murió desangrado en solitario.

Todavía hubo un último acto de desobediencia militar al amanecer del día 15. El protagonista fue el capitán de vuelo Takeo Tagata, fundador de los kamikazes, que ordenó a 22 de sus alumnos a tomar sus aviones y a estrellarse contra los barcos aliados con la esperanza de que Washington rompiesen la tregua y continuase la guerra. Sin embargo no pudo llevar el plan a cabo porque los mecánicos boicotearon los aviones justo antes de desertar, lo que impidió tal acción. Tagata acabó también suicidándose.

Mensaje del 15 de Agosto

A las 16:00 horas de la tarde del 15 de Agosto de 1945, la Radio Nacional Japonesa emitió el mensaje del Emperador Hiro-Hito a toda la nación. Todos los ciudadanos emocionados, en posición firmes o de rodillas siguieron el discurso que fue el siguiente:


Emperador Hiro-Hito.


Yo, el Emperador, después de reflexionar profundamente sobre la situación mundial y el estado actual del Imperio Japonés, he decidido adoptar como solución a la presente situación el recurso a una medida extraordinaria. Con la intención de comunicároslo me dirijo a vosotros, mis buenos y leales súbditos.

He ordenado al Gobierno del Imperio que comunique a los países de EEUU, Gran Bretaña, China y Rusia la aceptación de su Declaración Conjunta.

Ahora bien, conseguir la paz y el bienestar de los súbditos japoneses y disfrutar de la mutua prosperidad y felicidad con todas las naciones ha sido la solemne obligación que me legaron, como modelo a seguir, los antepasados imperiales y de la cual no he pretendido apartarme, llevándola siempre presente en mi corazón.

Por consiguiente, aunque en un principio se declarase la guerra a los dos países de EE.UU. y Gran Bretaña, la verdadera razón fue el sincero deseo de asegurar la autoconservación del Imperio y la seguridad de Asia Oriental, no siendo en ningún caso mi intención, el interferir en la soberanía de otras naciones ni la invasión expansiva de otros territorios.

Sin embargo, la guerra tiene ya cuatro años de duración. Y a pesar de que los generales y soldados del ejército de tierra y marina han luchado en cada lugar valientemente, los funcionarios han trabajado en sus puestos realizando todos los esfuerzos posibles y todos los habitantes han servido con devota dedicación, poniendo cuanto estaba en sus manos; la trayectoria de la guerra no ha evolucionado necesariamente en beneficio de Japón y la situación internacional tampoco nos ha sido ventajosa. Además, el enemigo ha comenzado a utilizar una nueva y terrorífica arma, cuyo poder destructor es incalculable, y que causa sus víctimas entre la población inocente. Si continuásemos luchando, el resultado no sólo consistiría en la destrucción y aniquilación del pueblo japonés, sino que también conduciría a la extinción de la civilización humana (…).Y si esto fuese así, cómo podría proteger a mis súbditos, mis hijos, y cómo podría solicitar el perdón ante los sagrados espíritus de mis antepasados imperiales. Esta es la razón por la que he obligado al Gobierno del Imperio aceptar la Declaración Conjunta de las Potencias.

Me siento obligado a manifestar mi más profundo sentimiento de pesar con las naciones aliadas que han colaborado permanentemente junto con el Imperio Japonés para la emancipación de Asia Oriental. Asimismo, pensar en aquellos de mis súbditos que han muerto en el campo de batalla, así como en aquellos que dieron su vida ocupando sus puestos de trabajo, cumpliendo con su deber, o aquellos que fueron víctimas de una muerte desafortunada y en sus familias destrozadas es un sufrimiento presente en mi corazón noche y día. Del mismo modo, el bienestar de los heridos y de las víctimas de la guerra, de aquellos que han perdido sus hogares y sus medios de vida constituye el objeto de mi más honda preocupación.

Soy consciente de que los sacrificios y sufrimientos que tendrá que soportar el Imperio a partir de ahora son, sin duda, de una magnitud indescriptible. Y comprendo bien el sentimiento de mortificación de todos vosotros, mis súbditos. Sin embargo, en consonancia con los dictados del tiempo y el destino quiero, aún soportando lo insoportable y padeciendo lo insufrible, abrir un camino hacia la paz duradera para todas las generaciones futuras.

Confirmo vuestra lealtad al defender la estructura del Imperio y me siento unido a vosotros, mis buenos y leales súbditos. Por eso, os exijo que evitéis cualquier explosión de emociones que pueda desencadenar complicaciones innecesarias, o enfrentamientos que pudieran desuniros, causando desorden y conduciéndoos por un camino equivocado que haría al mundo perder la confianza en vosotros.

Continuad adelante como una sóla familia, de generación en generación, confiando firmemente en la inmortalidad del Japón divino, conscientes del peso de las responsabilidades y del largo camino que os queda por delante. Dedicad todos vuestros esfuerzos para la construcción del futuro. Manteneos fieles a una firme moral, seguros de vuestro propósito, y trabajad duro aprovechando al máximo vuestras virtudes sin retrasaros de la línea de progreso del mundo.
Poned en práctica, según lo he dicho, mi voluntad.

Nada más concluir el discurso, millones de personas fueron las ques e echaron a llorar, destrozadas, agotadas y psicológicamente abatidas. Japón en más de 2.000 años de Historia había perdido su primera guerra.

Últimos combates y Kamikazes

Innumerables suicidios se produjeron por todo Japón en cuanto se escucharon las palabras de Hiro-Hito al informar de que Japón había sido vencido. Uno de los altos mandos en quitarse la vida fue el almirante Takihiro Onishi, aunque hubo muchos más. Por ejemplo un grupo de oficiales heridos se presentó ante el Palacio Imperial y con bombas de mano se autoinmolaron. Tampoco faltaron los casos de aquellos que se pegaron un tiro o buscaron distintas maneras de morir. Otros más radicales subieron a aviones y fueron a lanzarse como kamikazes contra la Flota Estadounidense anclada en Okinawa, aunque sin éxito. Algunos prefirieron directamente tomar altura con sus aviones y luego estamparse contra el mar en picado. Quién encontró una muerte todavía más honrosa fue un piloto de caza Nakajima Ki 43 Hayabusha que retó en vuelo a un caza estadounidense P-61 Black Widow, aunque salió perdiendo en el combate y acabó muerto.

Uno de los sucesos más trágicos ocurrió cuando 10 estudiantes comenzaron a hacer una marcha militarista por las calles de Tokyo cantando himnos patrióticos, chicos a los que rápidamente se les unió una multitud de miles de personas. Tras vagar por la ciudad, ascendieron al Monte Atago, en donde supieron que fuerzas de la policía se dirigían a disolverles la manifestación. Antes de que eso ocurriera, cantaron el himno nacional, el Kimigayo y expresaron tres “¡Banzai!” en honor al Emperador. Por último sacaron unas granadas, tiraron de la anilla y se inmolaron.

Uno de los últimos kamikazes con su espada katana a bordo del caza Zero. Arte de una de las portadas de la película japonesa El último kamikaze.

Numerosos japoneses no se enteraron de la capitulación por diversos motivos, por eso durante muchos días los B-29 estuvieron lanzando millones de octavillas informativas sobre Japón. A pesar de todo, no todas las dotaciones de artillería antiaérea conocían que se había proclamado el fin de la guerra. En una ocasión, uno de estos cañones antiaéreos emplazado en Hokkaido derribó a un B-29 y mató a toda la tripulación.

Curiosamente muchos militares estadounidenses que operaban en el Pacífico tampoco supieron acerca de la rendición japonesa. Eso fue lo que le sucedió al 315º Escuadrón de Bombarderos con base en Guam, que con una formación de 143 aviones B-29 atacaron Japón accidentalmente, bombardeando la refinería de petróleo japonesa de Tsuchizaki, la cual fue destruida al completo.

El último combate aéreo registrado tuvo lugar la noche del 15 al 16 de Agosto de 1945. Lo protagonizó el piloto Solie Salomón a bordo de un caza nocturno P-61 Black Widow llamado “Lady Dark”, el cual había despegado a las 21:10 desde la Isla de Ie Shima con el operador de radio John Scheerer y el artillero de cola James Skiles. Cuando volaba a 1.400 metros de altitud se encontró con un caza japonés Nakajima Ki 44 Shoki, por lo que el P-61 Black Widow se situó en la parte trasera a 250 metros para interceptarlo. El piloto japonés en cuanto descubrió que le estaban siguiendo se pudo nervioso, así que haciendo maniobras de evasión lanzó bandas de aluminio para despistar el radar del avión americano. No fue eso lo que distrajo al estadounidense, ya que la ventanilla en donde se sentaba Solie Salomón se rompió y tuvo que perder tiempo en cerrarla hasta cuatro veces. Cuando de nuevo se dispuso a perseguir al Nakajima Ki 44 Shoki, el avión japonés en un intento por huír se estrelló contra una montaña y se destruyó en mil pedazos.

Guarniciones de Asia-Pacífico

Muy complicado iba a ser rendir las guarniciones dispersas por todo el Imperio Japonés que incluían Asia Oriental y el Océano Pacífico. Temiendo que muchos militares no creyesen que la capitulación era cierta, Hiro-Hito envió a tres delegados de la Casa Real para que verificasen que aquello era cierto. Se trataron de los Príncipes Tsuneyoshi Takeda, Yasuhiko Asaka y Kotohito Kanin.

Indonesia, también conocida como las Indias Orientales Holandesas, fueron el primer territorio en dar el paso a la rendición, aunque el proceso fue de una forma muy poco común. Simplemente el general japonés Maeda Tadashi, se sumó a la Declaración de Independencia de Indonesia el 17 de Agosto de 1945 en Jakarta, que convirtió a Ahmed Sukarno en Presidente de la República. Indonesia en seguida, queriendo independizarse de Holanda, país miembro de los Aliados, inició una guerra contra holandeses y británicos por su cuenta, de hecho, muchos de los rebeldes indonesios fueron previamente armados por los japoneses y entrenados. De esa manera Tokyo se quitó todas las responsabilidades a la hora de rendirse en Indonesia; simplemente los militares en Java, Sumatra, Bali o las Islas Célebres, tuvieron que esperar a las fuerzas aliadas que debían combatir a los indonesios, para a continuación ser evacuados a su patria.

Minisubmarinos japoneses “Kaiten” parcialmente destruidos en una base antes de ser entregados a los norteamericanos. Al fondo pueden verse sobresalir las torres de los acorazados, ya inservibles. Agosto de 1945.


Filipinas empezó los trámites de rendición el 19 de Agosto, cuando 16 de los resistentes que aún aguantaban en los últimos frentes del archipiélago, liderados por el general Toshiro Kawabe, se presentaron ante los mandos estadounidenses en Manila encabezados por el general Richard Sutherland. Fueron tratados muy cordialmente y alojados en un hotel con todos los lujos. Todo parecía ir bien, entonces, justo en el momento en que Kawabe se dispuso a poner su firma en el papel, repentimente se levantó furioso y gritó “¡basta!”. Los sorprendidos estadounidenses no entendieron nada hasta que uno de los que había redactado el texto se dió cuenta de que habían escrito “Yo Hiro-Hito, Emperador de Japón…”, un error a la hora de dirigirse al Jefe del Estado que suponía una expresión insultiva. Inmediatamente al saber eso, Sutherland alcanzó a Kawabe suplicándole perdón y afirmando que no supondría ningún problema modificar la letra del texto. Kawabe al final aceptó y tras sustituir el “Yo”, firmó la rendición de sus tropas en Filipinas.

Todas las fuerzas japonesas presentes en China empezaron a entregarse a las tropas del Kuomintang o a ser repatriadas a Japón a partir del anuncio oficial del Emperador. El 21 de Agosto las Legaciones Internacionales volvieron a retomar el control sobre Shangai. Precisamente en esa ciudad fueron liberados los judíos encerrados en el Gueto de Shangai, el último recinto del Holocausto en la guerra. Por fin el 23 de Agosto, el general nipón Kiyoshi Katsuki firmó la capitulación con el general chino Hsiao Yi-Shu en la ciudad de Chihkiang.

Para el 28 de Agosto se produjo la rendición de Malasia bajo el nombre de “Operación Zipper”. La operación se realizó con un desembarco en las costas de Penang por parte de las tropas de la 25ª División de Infantería India escoltadas por el acorazado HMS Nelson. Durante las jornadas siguientes el Ejército Imperial Japonés fue entregando las espadas en el resto de la Península de Malasia. Sólamente en Singapur 300 japoneses se suicidaron incapaces de soportar la humillación de la capitulación.

La ocupación estadounidense del mismo Japón se produjo entre el 28 de Agosto y el 1 de Septiembre de 1945. Lo hicieron más de 400 cuatrimotores B-29 aterrizando en la base aérea de Atsugi, prefactura de Kanagawa, los cuales transportaron a más de 20.000 tropas norteamericanas de la 11ª División Aerotransportada. El general Douglas MacAthur, comandante en jefe de las operaciones en el Pacífico, tomó tierra en Atsugi a bordo de un simbólico B-29 bautizado como “Bataán” en honor a la resistencia estadounidense en Filipinas. El centro logístico fue establecido en Yokohama y el Estado Mayor en Tokyo, además de dos guarniciones en la misma capital y en Osaka. Curiosamente durante el trayecto de MacArthur desde Atsugi hacia Osaka, más de 30.000 soldados japoneses se presentaron a lo largo de todo el camino, formando largos kilómetros en posición de firmes para recibir a los vencedores.

Formosa se rindió a las fuerzas de Chiang Kai-Shek el 1 de Septiembre de 1945, ya que dicho territorio entreba dentro de la órbita de China al haber sido arrebatado por Japón en 1895 durante la Primera Guerra Sino-Japonesa. Apróximadamente 170.000 tropas japoneses se entregaron a los soldados del Kuomintang en cuanto pusieron el pie en la isla.

Todavía el Eje seguía teniendo miembros en los últimos días de la guerra, los cuales en forma de naciones o simplemente colaboracionistas se fueron rindiendo incondicionalmente a los Aliados de maneras muy distintas. Por ejemplo Manchukuo dejó directamente de existir tras ser invadido por los soviéticos y el Emperador Pu-Yi arrestado. Los soldados de la India Libre capitularon ante los británicos en Singapur, aunque no su jefe Chandra Bose porque mientras intentaba escapar en avión tuvo un accidente aéreo y se mató. Tamién algunos alemanes que resistían todavía en los Alpes e islas del Mar Mediterráneo se entregaron, siendo los últimos en rendir las armas una guarnición germana en Noruega. Quién tuvo algo más de suerte fue la Mongolia Interior, pues tras claudicar en Chongqing ante el Kuomintang, Chiang Kai-Shek perdonó a su líder, el Príncipe Demchugdongrob, a cambio de que utilizase a sus guerreros mongoles contra el comunismo nada más reiniciarse la Guerra Civil china entre los nacionalistas y Mao Tse-Tung.

Soldados y oficiales japoneses depositan sus sables y katanas en el suelo como gesto de rendición y humillación.

Otros territorios bajo dominio japonés capitularon aquel mismo Agosto, aunque como estaban muy alejados geográficamente de las tropas aliadas, tuvieron que deponer las armas más tarde. Fueron los casos de Indochina, Nueva Guinea, Borneo, Timor Oriental o diversas islas repartidas a lo largo y ancho del Océano Pacífico. Curiosamente grupos aislados de japoneses no se enterarían de la rendición hasta pasadas algunas décadas después del fin de la guerra, incluso más allá. El último japonés en rendirse lo hizo increíblemente en el año 2005, tras esperar en su puesto de combate casi 70 años.

Paz de la Bahía de Tokyo

A las 9:30 horas de la mañana del 2 de Septiembre de 1945, comenzó la ceremonia de rendición del Eje en la Bahía de Tokyo a bordo del acorazado USS Missouri, escoltado por decenas de barcos de guerra aliados.

Representando a Japón acudieron a la cita el Ministro de Asuntos Exteriores Mamoru Shigemitsu, junto al jefe de Estado Mayor del Ejército Yoshiyiro Umezu y el almirante Sadatoshi Tomioka, además de dos ayudante militares. El caso de Umezu fue curioso, ya prefirió quitarse la vida, pero el Emperador se lo prohibió castigándole con una penitencia peor consistente en ser uno de los firmantes del acta de rendición, humillación que nadie deseaba.

Del bando de los Aliados presidió el acto el general Douglas MacArthur y el almirante William Halsey. Los delegados de cada país se colocaron de izquierda a derecha según el orden de firma: almirante Chester Nimitz representando Estados Unidos, general Hsu-Yung Chag a China, almirante Sir Bruce Fraser a Gran Bretaña, general Kozma Derevyanko a la Unión Soviética, general Sir Thomas Blamey a Australia, general Moore Cosgrave a Canadá, general Jacques Leclerc a Francia, almirante Conrad Helfrich a Holanda y vicemariscal del aire Leonard Isitt a Nueva Zelanda.

Rendición del Eje a bordo del acorazado USS Missouri. A la izquierda la delegación japonesa subiendo al barco y a la derecha los marineros contemplando a los vencidos. 2 De Septiembre de 1945.

Bajo los seis cañones de 406 milímetros, situados en dos torretas triples, y con la mirada de centenares de marineros y altos mandos puestos en la delegación japonesa, los vencidos descendieron la mirada humillados y avergozados. De repente empezó a sonar el himno estadounidense The Star-Spangled Banner por los altavoces del USS Missouri, momento en que MacArthur se acercó a los amedrentados japoneses. Cuando finalizó la música el general americano se plantó ante un micrófono y leyó el siguiente discurso: Estamos reunidos aquí los representantes de las principales potencias para concluir un solemne acuerdo encaminado al restablecimiento de la paz. Los problemas y contenidos de este acuerdo, que proceden de ideales o ideologías divergentes, ya han sido solucionados en los campos de batalla del mundo entero, por lo que nos toca a nosotros discutirlo aquí ahora. No nos hemos reunido aquí como representantes de la mayoría de los pueblos de la tierra, animados por un espíritu de desconfianza, odio o malicia. Por el contrario, todos, vencedores y vencidos, debemos esforzarnos por alcanzar aquella elevada dignidad que es imprescindible para conseguir los sagrados fines que nos esperan, comprometiéndonos todos, sin reservas, a cumplir fielmente los compromisos que vamos a asumir. Mi más fervorosa esperanza y la esperanza de toda la Humanidad, es que de este solemne acto, sobre la sangre y matanzas del pasado, surja un mundo mejor fundado sobre la fe y la comprensión; un mundo consagrado a la dignidad del hombre y el cumplimiento de sus más profundos anhelos: la libertad, la tolerancia y la justicia. Las palabras de Mac Arthur sorprendieron a los japoneses, ya que en lugar de sufrir largos reproches como esperaban, escucharon expresiones que hacían referencia a la reconciliación. Acto seguido se pasó a las actas de rendición, poniendo los representantes de cada país su firma en el mismo papel donde estamparon su rúbrica los delegados japoneses. Una vez terminaron con los papeles, MacArthur volvió al micrófono y expresó: Oremos todos para que se restaure la paz en todo el mundo y para que Dios la conserve para siempre. Se levanta la sesión.

Sólamente 20 minutos duró la ceremonia a bordo del acorazado USS Missouri. Justo antes de marcharse del navío los japoneses, tras hacer una reverencia inclinando la cabeza, Mac Arthur les detuvo unos momentos. En ese instante se giró hacia el almirante Halsey y dijo: ¡Por Dios, Bill! ¿A dónde han ido a parar los malditos aviones?. De repente un sonido atronador que hizo volver la vista al cielo de todos los presentes contestó a su pregunta. Millares de formaciones de aviones aparecieron sobrevolando la Bahía de Tokyo y la ciudad. Bombarderos B-29, cazas Corsair y Hellcat, torpederos Helldriver, etcétera, ofrecieron una impresionante exhibición aérea, al mismo tiempo que los cañones de los navíos abrían fuego contra el mar a modo de celebración. Fue una muestra de poderío militar por parte de Estados Unidos. Aquellos fueron los últimos disparos y rugidos de motor de aviones de la Segunda Guerra Mundial.

Última fotografía de la Segunda Guerra Mundial. Ceremonia en forma de gran exhibición aérea de millares de aviones estadounidenses sobre el acorazado USS Missouri en donde se firmó la paz.


A las 10:00 horas de la mañana del 2 de Septiembre de 1942, tras seis años y dos días de combates, la Segunda Guerra Mundial terminó para siempre. Durante el conflicto habían muerto 80 millones de seres humanos. A partir de entonces el objetivo para la Humanidad sería evitar que una tragedia como aquella jamás volviera a repetirse.


Bibliografía:

David Solar, Japón se rinde. El virrey y el Emperador, Revista La Aventura de la Historia Nº83 (2005), p.18-29

Jesús Hernández, El último bombardeo de la guerra, Revista Muy Historia Nº22 (2009), p.65

http://en.wikipedia.org/wiki/Surrender_of_Japan

http://www.taiwandocuments.org/japansurrender.htm

http://www.retoricas.com/2010/06/discurso-hirohito-rendicion-japon.html

publicado en http://www.eurasia1945.com/batallas/contienda/rendicion-del-eje/

1 comentario:

  1. Nuevos cálculos y declaraciones oficiales elevan
    la cifra de muertos a no menos de 85 millones de personas, y eso sin aceptar cálculos de autores chinos modernos que suben sus bajas mortales hasta 35-50 millones. E incluyendo los muertos en "marchas de la muerte" sufridas por alemanes expulsados de Checoeslovaquia, Polonia, Rumania, Hungría y Eslovenia.

    ResponderEliminar