Aunque la guerra contra la Yamahiriya Árabe Libia se realizó con el pretexto de proteger a la población civil, hoy nadie se atreve a negar que Estados Unidos emprendió esa agresión para imponer un cambio de régimen. Las ciudadanías de los Estados democráticos que respaldaron la operación comparten, por consiguiente, la responsabilidad por lo sucedido. Pero, ¿hasta qué punto?
En una entrevista publicada el 10 de marzo de 2016 en el semanario The Atlantic, el presidente Barack Obama reconoce que la intervención militar en Libia, en 2011, sólo aportó sufrimiento y pobreza y que finalmente ha resultado un fracaso [1]. La prensa occidental, que aclamó los bombardeos aéreos de la coalición de la OTAN contra Libia en 2011, ha llegado hoy a la conclusión de que Libia fue transformada así en un Estado fallido, donde el caos se instaló inmediatamente después de la eliminación física de Muammar el-Kadhafi. Desde 2011, se suceden en Libia constantes luchas entre milicias rivales, entre las que ahora se halla el Emirato Islámico, que ha aprovechado la situación y tiende a ganar allí supremacía, mientras que las consecuencias de las luchas en Libia llegan hasta las puertas de Europa. Por supuesto, los medios de prensa occidentales acusan a Vladimir Putin de ser el responsable, a pesar de que en 2011 el dirigente ruso se opuso a los bombardeos contra Libia.
Obama concede esta entrevista 10 meses antes de terminar su segundo mandato presidencial y cerca de 5 años después del derrocamiento de Kadhafi. En 2012, un año después de la intervención en Libia, el pueblo estadounidense había recompensado su acción con un segundo mandato.
En su entrevista, el presidente Obama hace recaer todo el peso de la responsabilidad sobre los hombres de los europeos, lidereados por el primer ministro británico David Cameron y por el hoy ex presidente francés Nicolas Sarkozy.
¿Qué es lo que Obama no dice? La coalicion anti-Kadhafi, encabezada por la OTAN, reunió fuerzas de 15 países coordinadas por el mando estadounidense designado como AfriCom (a cargo de las operaciones militares de Estados Unidos en África), cuya sede se halla en Stuttgart, Alemania. Ese cuartel general estaba subordinado al centro de operaciones francesas, con base en Lyon, y al centro británico de Northwood. Posteriormente, Washington transfirió el mando de la operación a la OTAN, cuando el general estadounidense Carter Ham se negó a trabajar con al-Qaeda.
Entre los 350 aviones y 60 navíos de guerra que participaron en la acción militar contra Libia había 97 avionesA-10, AV-8, F-15, F-16, EA-18G, B-1B, B-2, AC-130U, MV-22 Osprey, E-3 AWACS, RC-135V, U-2 y drones Global Hawk,UAV Predator y UAV Reaper; 30 hélicoptères AH-1 Cobra yUH-60; 3 submarinos nucleares lanzadores de misiles de crucero; 2 destructores lanzadores de misiles de crucero y 3 naves anfibias de asalto… enviados todos por Estados Unidos.
Así que fue Washington, como única potencia mundial, quien impuso a los europeos y a sus aliados del Golfo su voluntad de acabar con Kadhafi. No es un secreto que –juntos– Estados Unidos, Francia y el Reino Unido produjeron la chispa que incendió el mundo árabe. ¿Qué hicieron las sociedades civiles, los medios de prensa y las ciudadanías anestesiadas de esos Estados occidentales para prevenir las catástrofes de Libia y Siria y las de los otros países de la «primavera árabe»? ¿Deben asumir los ciudadanos europeos las consecuencias de los actos de sus dirigentes? Con esto me refiero a los atentados de París y, en Europa, a la ola de «refugiados», etc.
Valentin Vasilescu
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