Mientras las milicias kurdas avanzan hacia la capital siria del ISIS, entramos en una de las ciudades tomadas a los yihadistas. A cada vecino de Al Shadadi le persigue una historia aterradora
Las Fuerzas Democráticas de Siria (SDF) avanzan por la provincia de Raqqa, con la mira puesta en la toma de la ciudad que ejerce de capital efectiva del "Califato". En esta amalgama de combatientes hay kurdos y árabes, musulmanes suníes, cristianos, yazidíes, hombres y mujeres... Sin embargo, son las milicias kurdas las que llevan la voz cantante, y es sobre todo en ellas en quien parece confiar el Pentágono para derrotar al Estado Islámico, como demuestra la visita, el pasado sábado, del General Joseph Vogel a las zonas del norte de Siria bajo su control. Las SDF han sido creadas, de hecho, por iniciativa de Washington, para incluir a grupos árabes con un único propósito: que cuando esta alianza militar expulse a los yihadistas del territorio que ahora controlan, sus habitantes no perciban a los kurdos como una nueva fuerza ocupante, como ya ha sucedido en otras áreas, ahora en la retaguardia.
Los fieros combates y los bombardeos de la coalición internacional han reducido a ruinas la ciudad siria de Al Shadadi. El centro de la urbe es el siniestro recordatorio de la barbarie del Estado Islámico. De la municipalidad y las edificaciones alrededor de la rotonda del mercado, rebautizada como la plaza de las ejecuciones, no queda más que una montaña de escombros. Sus calles adyacentes son una larga hilera de persianas bajadas, de negocios abandonados.
Desde una de las esquinas, caminando entre escombros, aparece Hisham. Este vecino de Al Shadadi regentaba una tienda de utensilios de cocina. Su negocio estaba junto enfrente de la rotonda. Desde detrás del mostrador de su tienda presenció decenas de ejecuciones y decapitaciones. Al principio Hisham se siente incómodo, no por la presencia de unos periodistas extranjeros sino por nuestra escolta; un miliciano kurdo de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG). La mayoría de los vecinos de Al Shadadi son árabes suníes por lo que, al principio, no se opusieron a la presencia de los yihadistas del ISIS, también suníes. En cambio, sí desconfían de las fuerzas kurdas que ahora controlan la urbe.
El Estado Islámico trajo a Al Shadadi prosperidad, dinero y puestos de trabajo con el negocio ilegal del gas y petróleo, pero condenó a la población a vivir bajo el miedo y la brutal represión de las leyes islámicas. Esta localidad fue uno de los feudos del grupo yihadista por su estratégica ubicación, ya que conecta Raqqa con Mosul, las dos 'capitales' de facto del ISIS, en Siria e Irak, respectivamente. Al Shadadi contiene cientos de pozos de petróleo y yacimientos de gas, incluido el campo de gas de al Jabsheh, considerado uno de los más grandes de Siria. La extracción de petróleo siguió estando supervisada por empleados del Gobierno sirio que continuaron recibiendo los sueldos del régimen a pesar de que el Estado Islámico controlaba la zona.
Quienes vivían bajo el yugo del ISIS cuentan que los 'justicieros' del 'Califato' eran de lo más salvaje. Hisham relata que, después de decapitar a un condenado, “colgaban su cabeza en un poste para señales de trafico”.
Los cuerpos sin vida de los ejecutados eran exhibidos en el recinto de la municipalidad. “Colgaban los cadáveres en cruces y le colocaban un cartel que explicaba el delito que habían cometido. A veces dejaba los cuerpos expuestos hasta cinco días”, describe Hisham, como si al contar los detalles le sirviera para expiar sus miedos y traumas.
Combatientes kurdos inspeccionan armas y munición abandonada por el ISIS en Al Shadadi, en Siria (Reuters).
A cada vecino de Al Shadadi le persigue una historia aterradora. Daliya, de 25 años, recibió hasta 60 latigazos por no llevar puesto el doble velo del niqabque tapa los ojos. “A las chicas jóvenes nos obligaron a cubrirnos completamente cuando estábamos en público. Tenía los ojos irritados de llevarlos tapados y me dolía la cabeza, así que me quité la última capa del velo para poder descansar la vista. Una vecina me vio y me delató a la 'hisba' (la policía religiosa del ISIS)”, relata Daliya.
Algunos vecinos actuaban así por envidias o viejas rivalidades. “Mi hija había tenido una riña con el hijo de un vecino. Éste le contó a su padre, que trabajaba como informador del ISIS, que me había visto en la calle sin el niqab”, explica Fátima, de 45 años. La mujer fue detenida y llevada a las oficinas de la 'hisba' para que contara su versión. “Me defendí y al final quedó todo en un susto”, agrega.
En otras ocasiones, los rencores entre vecinos llegaron demasiado lejos. Un joven de 22 años fue decapitado en la “plaza de las ejecuciones” por, presuntamente, haber blasfemado en el nombre de Alá en un mensaje de texto. Mas tarde se descubrió que un conocido suyo le había cogido el móvil para escribir el mensaje, según el relato de Fátima.
Por otra parte, el Estado Islámico obligó a todo el que tenia un negocio el pago del “zaqat”, una especie de contribución fiscal obligatoria en el Islam por el que el comerciante tiene que dar un porcentaje de sus bienes a la Administración, en este caso al grupo extremista. La recaudación del impuesto religioso, junto con las extorsiones, y la venta ilegal del petróleo son las principales fuentes para la financiación de las operaciones militares del ISIS, los servicios sociales y los sueldos, lo que crea una ficción de apoyo popular al grupo.
Una mujer carga con bienes tras un saqueo en Al-Shadadi, en Siria, en febrero de 2016 (Reuters).
Frente a la escuela de secundaria Abu Kassen Al Shaabi, que fueutilizada como hospital de campaña del ISIS, hay una pequeña barbería abierta. Khaled maneja la navaja de afeitar con destreza sobre un rostro humedecido con jabón. “Cuando el Estado Islámico se marchó afeité en un solo día más de trescientas barbas”, dice, sin levantar la mirada del cuello de su cliente.
Bajo el régimen de puño de hierro de los yihadistas se prohibió a los hombres cortarse el pelo al estilo occidental, afeitarse la barba o arreglarse las patillas. Aquel que no obedecía la norma era penalizado con una multa de 2000 liras sirias (unos 8 euros), recibía 75 latigazos y estaba obligado a asistir a un curso de instrucción religiosa durante un mes.
“Repartieron edictos en los locales y negocios sobre todo lo que estaba prohibido en el Islam y los castigos por infringir la regla”, explica a El Confidencial Abdel Rahman, que regenta una tienda de ultramarinos. El comerciante cuenta que vendía tabaco de contrabando a escondidas. En más de una ocasión le pillaron infraganti. Abdel recuerda que un día, al salir de la mezquita, le paró en la calle un 'agente' del ISIS y le registró: “Llevaba una cajetilla de tabaco bajo la túnica. Me detuvo y me llevó a las oficinas de la 'hisba'. Tuve que pagar 1.000 liras sirias (4 Euros) y recibí diez azotes con una vara”. En otra ocasión, hallaron un cartón de tabaco en su tienda. Esa vez la pena fue de 50 latigazos y una multa de 10.000 liras sirias.
A Ahmad, de 20 años, no le quedó más remedio que huir de Al Shadadi. En dos ocasiones fue detenido y castigado por beber alcohol etílico mezclado con bebidas energéticas y llevar un peinado moderno. “La primera vez recibí 150 latigazos y me enviaron un mes a un centro de instrucción religiosa. Cuando volvieron a detenerme, me amenazaron con córtame la cabeza si volvía a beber. Tenía mucho miedo y escapé”, confiesa el joven, ante de lamentar que los yihadistas “nos castigaban por cortarnos el pelo y la barba. Ahora los milicianos de las YPG nos prohíben dejarnos crecer el pelo y la barba”.
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