Once de sus militantes están encarcelados por reclamar justicia, igualdad y democracia. Exigen un país con poder de decisión frente a las multinacionales que explotan sus recursos
Aquella noche del 15 de febrero, cuando la oscuridad se había abatido ya sobre Kinshasa, Víctor Tesongo emprendió el camino de vuelta a casa a pie. Caminaba sereno, ajeno a los dos hombres que le acechaban amparados por las tinieblas. Cuando se abalanzaron sobre él, apenas si tuvo tiempo de forcejear antes “de sentir el cañón de un arma” en su sien. Los hombres iban de paisano, no llevaban orden de detención, no dijeron quiénes eran. La única pista que nadie se había molestado en disimular era, recuerda el joven, “las letras PR grabadas en la matrícula del coche” en el que le metieron a empellones. PR, las placas que identifican a los coches de la Presidencia. La noche en la que Víctor desapareció era la víspera de la jornada “Ciudad Muerta”, la huelga general en la que el pueblo congoleño estaba llamado por la oposición y diversas asociaciones civiles a dejar desiertas las calles como muda protesta ante la intención del presidente Joseph Kabila de posponer las elecciones y perpetuarse así en el poder.
Víctor Tesongo, licenciado en Derecho de 26 años, ha recorrido desde entonces un camino de resistencia. No es el único; solo uno más de un grupo de 11 jóvenes militantes -10 chicos y una chica- entre rejas por pedir justicia y democracia en la República Democrática del Congo (RDC). Todos han sido objeto de graves acusaciones como “propagación de falsos rumores”, “incitación a la desobediencia civil” e incluso “atentado contra la seguridad del Jefe del Estado”. Cargos que, para Amnistía Internacional, disfrazan un único motivo real: su pertenencia al movimiento juvenil LUCHA, en el punto de mira de las autoridades por su denuncia de la falta de libertades.
“En 2012, varios de nuestros amigos estaban encarcelados. En la prisión, brindaban con agua diciendo: “A la lucha” (¡Por la lucha!). Así hicimos nuestra esa palabra que habíamos oído en canciones españolas y latinoamericanas. Luego, en 2013, nos dimos cuenta de que nuestro movimiento no tenía nombre y entonces decidimos usar ese término que ya nos distinguía. Así nos bautizamos como LUCHA, que es también el acrónimo de Lutte pour le Changement (Lucha por el Cambio en francés). Para entonces ya habíamos oído hablar de los “indignados” españoles [el 15-M) pero nuestra movilización, aunque se expresa de forma similar, no está inspirada en la suya”, recalca Fred Bauma, uno de los líderes de la organización que, como Víctor y otros cuatro compañeros, está encarcelado en Kinshasa.
Jóvenes congoleños miembros del grupo LUCHA durante una protesta en Goma (Foto: LUCHA).
Lo que los miembros de LUCHA reclaman es democracia, justicia, un Congo con poder de decisión frente a las multinacionales que explotan sus recursos y, también, que el presidente Kabila respete la Constitución y abandone el cargo al terminar su segundo y en teoría último mandato a finales de este año, algo a lo que él y su camarilla se muestran reticentes so pretexto de dificultades financieras y logísticas para organizar las elecciones.
Aunque esta última reivindicación les ha valido especialmente las iras de un poder que se enfrenta a una creciente contestación y que trata de vincular a la organización con la oposición política, en realidad el movimiento no se adscribe a ningún partido. Sus acciones sí son, sin embargo, políticas si se considera como tal el hecho de exigir el respeto de las libertades. Pero, por encima de todo, estos jóvenes muestran una honda preocupación social: el deseo de que los congoleños no estén tan indefensos; de que sus compatriotas accedan a la educación y la sanidad, así como a la electricidad y al agua potable, algo que debería ser fácil en una tierra surcada por ríos que parecen mares.
"Los miembros de LUCHA dicen aspirar a que la gente de este país tan rico no sea tan desesperada y escandalosamente pobre. Porque si hay un lugar que encarna la llamada 'paradoja de la abundancia' ese es el Congo"
Los miembros de LUCHA dicen aspirar a que la gente de este país tan rico no sea tan desesperada y escandalosamente pobre. Porque si hay un lugar que encarna la llamada “paradoja de la abundancia” ese es el Congo, un edén de riquezas que pocos se atreven a cuantificar: oro, diamantes, enormes bosques y reservas naturales, cobre, casiterita, eso por no citar el80% de las reservas mundiales de coltán, el superconductor que permite fabricar móviles, ordenadores y también armas de última generación. Y, sin embargo, legiones enteras de congoleños recorren esta tierra prometida descalzos y desheredados: más del 71% de la población vive bajo el umbral de la pobreza. El país figura en el puesto 176 de los 188 Estados cuyo nivel de desarrollo evalúa el Programa Mundial de Desarrollo de Naciones Unidas (PNUD).
El germen de una revuelta
Esa miseria que acongoja, la desigualdad en la que estos jóvenes se han hecho adultos- el 20% de la población más rica acapara el 50% de los recursos, según el Banco Mundial-y la falta de derechos que veían a su alrededor sembraron en ellos la semilla de la revuelta. Y la semilla germinó en 2012 con la creación de su movimiento que, no por casualidad, vio la luz en Goma, la capital de Kivu Norte, una región en guerra desde hace más de 20 años. Allí tuvo lugar una de sus primeras campañas, en febrero de 2013. Bajo el eslogan “Goma quiere agua”, organizaron una sentada para denunciar que el 70% de la población de esta ciudad a orillas del lago Kivu no dispone de agua corriente. Los activistas descubrieron meses después que las obras de asfaltado de la principal carretera de la localidad se habían paralizado porque la esposa del presidente Kabila, Olive Lembe, pensaba celebrar su fiesta de cumpleaños en Goma. Según LUCHA, la maquinaria que tenía que estar trabajando en la carretera se estaba utilizando para alquitranar una callejuela que conducía a su residencia, para que sus invitados pudieran llegar en coche a la celebración.
Esta denuncia, difundida en su sitio web y en su cuenta de twitter, es una muestra del intenso activismo en redes sociales de la organización. A través de ellas, LUCHA anuncia a su vez actos de alta carga simbólica muy molestos para el poder como cuando el pasado 13 de marzo 19 jóvenes desfilaron por Goma amordazados y maniatados como alegoría de las libertades pisoteadas. Estas protestas, precisamente por ser pacíficas, son desconcertantes paraunas autoridades acostumbradas al lenguaje de la violencia en un país que aún sufre la presencia de 70 grupos armados en el este del país,recientemente cartografiados por el Grupo de Estudios sobre el Congo de la Universidad de Nueva York. En lugar de tomar las armas como han hecho muchos de sus coetáneos, estos activistas protestan desfilando por las calles con los manos y los brazos entrelazados como único modo de resistencia, pese a saber que pueden pagar con su libertad lo que el Estado considera un desafío.
Protesta por las masacres cometidas en la localidad congoleña de Beni (Foto: Facebook de LUCHA)
En la prisión central de Makala
Los muros de la prisión central de Makala apenas si se distinguen de las precarias construcciones que la rodean, edificios vetustos asomados a una carretera bordeada de basura por donde discurre el caótico tráfico de Kinshasa. Es viernes, 20 de mayo, y Soraya Aziz, especialista en desarrollo y miembro de LUCHA, llega vestida de negro de la cabeza a los pies. Su indumentaria no es casual: la organización ha convocado una jornada de duelo en la que ha pedido a la población que se vistan de luto para exigir al gobierno el esclarecimiento de los crímenes de las más de 500 personas salvajemente asesinadas a machetazos desde octubre de 2014 en la localidad de Beni, en Kivu Norte, sin que se haya arrestado a nadie. Estas masacres han sido atribuidas por las autoridades a un grupo armado islamista ugandés, los ADF (Allied Democratic Forces).
Soraya ha acudido al penal para asistir a la lectura de la sentencia contra Victor Tesongo, el joven detenido el 15 de febrero, y de sus compañeros Marc Héritier Kapitaine y Bienvenu Matumo, arrestados al día siguiente, también en Kinshasa. En una sala abarrotada de presos, abogados, y algunos periodistas y observadores de embajadas como la americana, la condena es un jarro de agua fría: un año de cárcel más el pago de las costas procesales y una indemnización de 300 dólares americanos al Estado congoleño.
El tribunal no parece haber tomado en consideración que los tres afirman haber sido secuestrados sin orden de detención ni que permanecieron días desaparecidos. Tampoco que la principal prueba de cargo, unas octavillasque supuestamente incitaban a la desobediencia, “no han sido presentadas por el fiscal”, asegura un activista de otra asociación que ha venido a darles su apoyo. “No importa, apelaremos y saldrán pronto”, exclama convencida Soraya.
Los jóvenes aceptan la condena con entereza. Ellos al menos ya saben cuánto tiempo les queda en este lugar. Otros dos de sus compañeros, también presentes, no tienen tanta suerte. Yves Makwambala, el artista que diseñó la web de la organización y gestionaba sus redes sociales, y Fred Bauma, uno de sus líderes, llevan a la espera de juicio más de un año, varados en un limbo jurídico que en esta prisión siniestra y asfixiante es en sí mismo una condena añadida. Fred e Yves fueron detenidos el 15 de marzo de 2015 durante la presentación de una plataforma bautizada como Filimbi- paralela a LUCHA pero en la que participan otras asociaciones- cuyo objetivo es pedir a los jóvenes que cumplan con sus deberes cívicos. Tras su detención, estuvieron 50 y 40 días, respectivamente, en régimen de aislamiento, durante los cuales, los continuos interrogatorios y amenazas llegaron a hacer pensar a Yves “que iba a perder la razón”.
El “Mahatma Gandhi” congoleño
La biografía de Fred Bauma- al que algunos medios anglosajones llaman el “Gandhi congoleño”-se mira en el espejo de la dolorosa historia de su país. Nacido en 1990 en Goma, Fred es un hijo de la guerra. Siendo aún un niño, su región se convirtió en un escenario paralelo del genocidio de Ruanda cuando cientos de miles de hutus ruandeses, civiles y rebeldes, se refugiaron en ella, lo que abrió la puerta a que las tropas del ahora presidente ruandés Paul Kagameentraran en el entonces Zaire para darles caza. Desde entonces, los dos Kivus, el del norte y el del sur, han sido presa de la guerra y de decenas de grupos armados, algunos de ellos títeres de Ruanda y Uganda. Estos países y los sicarios a sus órdenes han financiado el conflicto mediante el expolio de los recursos minerales de la RDC. La ONG International Rescue Comitee (IRC) calcula que, sólo desde 1998, 5,4 millones de personas han muerto en la guerra olvidada del Congo.
“De niño, para ir de Goma a la cercana Sake, tenía que atravesar el campo de refugiados de Mugunga, donde vivían civiles hutus pero también los autores del genocidio”, rememora Fred. Durante la ofensiva de Laurent-Desiré Kabila- padre del actual presidente- para derrocar a Mobutu Sese Seko, en 1996, Fred tuvo que huir con lo puesto: “Crecí sin saber dónde iba a estar al día siguiente y, como muchos congoleños, yo mismo estuve desplazado con mi familia varias veces. Mi generación ha conocido tanta violencia que es natural que nos hayamos rebelado. Sabemos que la reacción más corriente es unirse a un grupo de autodefensa, a una milicia, pero somos conscientes de que la violencia engendra violencia y perpetúa este sistema. Nuestro ideal es la resistencia pacífica y nuestros ídolos, Ghandi, Mandela, Luther King y Patrice Lumumba”.
En el centro de Kinshasa, a una hora en coche de la cárcel donde Fred y sus compañeros esperan ser puestos en libertad algún día, un cartel muestra al presidente Joseph Kabila junto a una leyenda en la que llama al “diálogo” para respetar “el llamamiento patético de la patria”. Mucho más lejos, a 1.500 kilómetros, Rebecca Kavugho, de 22 años y única mujer de los seis jóvenes de LUCHA presos en Goma, no sólo tiene que recuperar la libertad sino también la salud, pues está ingresada en un hospital. “El trauma que le provocó su detención el 16 de febrero”, precisa Soraya Aziz, “le ha provocado úlceras gástricas muy dolorosas. Estuvo dos semanas vomitando sin parar”. La militancia de Rebecca –condenada a dos años de cárcel, reducidos a seis meses en apelación- hace pensar que ella tiene un ideal diferente del de Kabila acerca de lo que reclama su patria. Sin embargo, quién sabe si esta universitaria, estudiante de Psicología, pronuncia a menudo esa palabra. Puede que no, porque, como decía Antonio Machado, en los trances duros, los poderosos invocan a la patria mientras el pueblo no la nombra siquiera pero la compra con su sangre.
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