Carta abierta a Su Excelencia Recep Tayyip Erdogan,
Presidente de la República de TurquíaSeñor Presidente,
Es inútil que me presente. Y no lo digo por pretencioso ni porque me considere a mí mismo una personalidad notoria sino simplemente porque nos conocemos.
Sin dudas recuerda usted el mes de abril de 1998, cuando el presidente de la organización «Mazlum Der» -con sede en Colonia, Alemania– y cercano a su partido de usted –el AKP– se puso en contacto conmigo en el Instituto tunecino de Relaciones Internacionales, en París, y me explicó los problemas que usted estaba enfrentando con la justicia turca sobre un caso vinculado a la libertad de expresión.
Y solicitó mi colaboración para movilizar organizaciones de derechos humanos, intelectuales y políticos árabes y europeos e ir a Estambul a aportarle a usted nuestro respaldo.
Así lo hicimos, efectivamente, al cabo de unas semanas. Reunimos a 26 personalidades, hombres y mujeres extremadamente conocidos en sus medios y países respectivos, personalidades independientes y representantes de las organizaciones de la sociedad civil.
Emprendimos todos un viaje de un día a Estambul. Eso fue el 18 de mayo de 1998, hace ya exactamente 17 años, día por día.
Nuestro viaje también tenía como objetivo aportar el apoyo de la delegación al Presidente de la Liga Turca de Derechos Humanos, quien acababa de ser blanco de un intento de asesinato, y a las jóvenes estudiantes de la universidad de Estambul, a las que se les había prohibido la entrada a la universidad, privándolas así de acceso a la educación, porque se cubrían la cabeza con el pañuelo islámico.
Si me permito recordarle a usted, Su Excelencia, aquel gesto de solidaridad de hace 17 años, totalmente natural para mis amigos y para mí mismo, no lo hago para solicitar ningún tipo de retribución, ni siquiera su agradecimiento, sino únicamente para asegurarle que los principios y valores que nos movilizaron entonces a favor de usted son los mismos que hoy me impulsan a escribirle a usted sobre su posición de usted y la de su gobierno en relación con Siria, Libia, Irak, Egipto, Túnez y otros países árabes.
Señor Presidente,
Le escribí a usted el 11 de diciembre de 2002 para felicitarle por su éxito en las elecciones legislativas. Y no niego que estuve entre las numerosas personas que, en el mundo árabe, se felicitaban ante el nuevo enfoque político y geoestratégico de Turquía y sus esfuerzos por reintegrarse, después de una larga ausencia, a su entorno geográfico, cultural y humano, y por el establecimiento de relaciones positivas y constructivas con sus vecinos. Sobre todo teniendo en cuenta que sus intentos de integrar el espacio europeo habían resultado inútiles.
Como todo árabe, saludé la posición del gobierno turco que negó el paso a través de su territorio a las tropas invasoras estadounidenses en 2003, durante la invasión anglo-estadounidense contra Irak. Como también saludé su posición ante la guerra de agresión israelí contra el Líbano, y posteriormente contra Gaza, así como su entrada en una alianza estratégica con Siria en el marco de aquella diplomacia -¡tremendamente sabia!– de «cero problema con los vecinos».
Habíamos creído que, bajo la dirección de usted, Turquía constituiría un factor de equilibrio y de estabilidad regional; una fuente de desarrollo, de prosperidad y de fraternidad entre los árabes, los turcos y todos los pueblos de la región.
La realidad es que usted ha convertido a Turquía en todo lo contrario, en un país que desestabiliza y agrede a sus vecinos más cercanos o lejanos, en una fuente de desequilibrio y desorden, en flagrante violación del derecho internacional y de todos los principios y leyes que rigen las relaciones entre los Estados y las naciones.
Nos sorprende, desde hace 5 años, el cambio radical de su política hacia los países de la región. Y su participación en la destrucción de Libia, de su Estado, de su sociedad, su infraestructura y su pueblo. Y eso a pesar de que Libia era un excelente mercado para los productos agrícolas e industriales de Turquía, a pesar de que Libia acogía decenas de miles de desempleados turcos, al igual que millones de desempleados africanos, asiáticos y árabes.
Para los extranjeros, Libia era un país acogedor, donde se vivía bien y con seguridad. Usted, con sus aliados occidentales y árabes, convirtió Libia en un país donde todo huele a muerte y, desde 2011 y los 150 000 muertos causados por la intervención de la OTAN, es un país cuya situación constituye una amenaza para todo el Sahel africano y la cuenca oeste del Mediterráneo.
Nos chocó después el hecho que usted violó sus compromisos anteriores y su alianza con Siria y el respaldo que ha aportado a la sedición en ese país, pretextando estimular así su democratización. Y desde hace más de 4 años, Turquía está implicada directa y masivamente, sin el menor recato, en las actividades terroristas perpetradas en ese país.
Usted ha orquestado, con sus aliados regionales e internacionales, múltiples planes de invasión contra Siria, para desmantelar su Estado, dividir su territorio y empujar el pueblo sirio al éxodo y la emigración, todo ello con tal de crear para usted mismo un espacio vital, con todo lo que implica esa última expresión.
Es evidente el papel de Turquía en la tragedia que está viviendo Siria. Para verlo basta con pasar revista a las declaraciones hostiles de usted sobre el gobierno sirio, a las reiteradas amenazas que usted lanza constantemente sobre la integridad territorial de ese país y, sobre todo, a la activa participación de usted mismo en la guerra impuesta al pueblo sirio, mediante la infiltración de decenas de miles de terroristas, entre los que se hayan miles de jóvenes tunecinos que allí se dedican a perpetrar asesinatos, sabotajes y a cometer todo tipo de destrucciones.
Todo eso va en contra, por un lado, de las reglas más elementales de la coexistencia pacífica entre vecinos y de las convenciones internacionales que rigen las relaciones entre los pueblos y los Estados. Y también contradice, por otro lado, el espíritu de ese islam usted dice representar.
La injerencia hostil de usted se ha extendido a otros países árabes, como Egipto e Irak, donde usted actúa a favor del desmembramiento de su territorio y de la dispersión de su pueblo. Y todo ello para reconstruir el Imperio Otomano en el marco del proyecto sionista-estadounidense del «Medio Oriente ampliado».
Veamos también el caso de Túnez, mi país, que también está sufriendo la injerencia de usted en sus asuntos internos. Es, además, como ciudadano tunecino que escribo esta carta para recordarle a usted los siguientes hechos:
El viernes 3 de abril de 2015, el embajador de Túnez en Ankara fue convocado al ministerio turco de Relaciones Exteriores para que diera explicaciones sobre las declaraciones que había hecho el día anterior el señor Taieb Baccouche, nuestro ministro de Relaciones Exteriores, quien «no apreció que un país como Turquía, que se dice amigo, facilite de una u otra manera el desplazamiento de terroristas tunecinos hacia Siria».
Pero esa es la verdad. Numerosas declaraciones de los aliados estadounidenses, británicos y alemanes de usted mismo, así como de sus opositores oficiales, dentro y fuera del parlamento turco, y numerosas informaciones de la prensa turca e internacional, prensa más bien hostil a Siria, así lo confirman. Los archivos de la justicia tunecina contienen innumerables informes sobre la implicación de las autoridades turcas en el traslado de terroristas tunecinos hacia Siria. Numerosas organizaciones tunecinas, independientes tanto del gobierno como de las potencias extranjeros y del financiamiento de estas, disponen de innumerables testimonios de familias de terroristas tunecinos que declaran que los miles de tunecinos que se han unido a la misión de destruir Siria han transitado casi exclusivamente por Turquía y han gozado de facilidades concedidas por las autoridades turcas.
La actitud de usted hacia mi país nada tiene de amistosa e incluso es muestra de una animosidad totalmente injustificada. Sólo podría explicarse, a lo sumo, por el empecinamiento que muestra usted en perseguir la ilusión de resucitar un cadáver, en este caso, el del Imperio Otomano. Y estoy hablando de un «imperio», no del «califato», en el que usted hace creer para atraer el apoyo de musulmanes ingenuos y no muy inteligentes, ya que de todo el linaje de los sultanes otomanos, el único al que se le endilgó el título de «Califa» fue al sultán Abdel Hamid II, además de otros motes menos gloriosos como Kizil Sultán, o sea el «Sultán Rojo».
Pero para rehabilitar el Imperio Otomano habría que empezar asumiendo sus aciertos y también sus errores, principalmente lo que hizo con los pueblos no turcos que por mucho tiempo sufrieron se vieron bajo su dominio. En Túnez, tenemos la ventaja de haber «digerido» a nuestros conquistadores. Y los turcos, al igual que otros conquistadores antes que ellos, simplemente se vieron absorbidos e integrados por la sociedad tunecina.
A pesar del alto precio que tuvimos que pagar durante siglos por nuestra sumisión al Imperio Otomano, como el contingente de 15 000 soldados tunecinos enviados en 1853 a la guerra de Crimea, sólo guardamos de nuestros antiguos ocupantes el mejor de los recuerdos. Preferimos olvidar que Mohamed Sadok Bey vendió Túnez a los franceses en mayo de 1881 y recordar con festejos a Moncef Bey, el patriota y Bey del pueblo. ¿Pero acaso podemos pedirle lo mismo a los armenios, a los asirio-caldeos y a los pónticos, o a los árabes del Machrek?
Señor Presidente,
En la «reconquista» del mundo árabe que usted ha emprendido, según la expresión utilizada en 2013 por uno de los jefes de su servicio de seguridad, con intenciones de «democratizarlo», no ha vacilado usted en hacerse aliado de los regímenes árabes más retrógrados, ensuciando así la imagen liberal y democrática que quiere usted presentar de su propio régimen. Tampoco ha vacilado usted, jefe de un Estado laico, en comprometer el islam, la religión, en una batalla que no es la suya y aliarse con las organizaciones «islámicas» más radicales, que son portadoras de los conceptos más arcaicos y las traducen en los actos más espantosos y más repulsivos que haya conocido la humanidad. Lo cual explica, aunque no justifica, la ola de islamofobia, de aversión e incluso de rechazo al islam a través del mundo e incluso entre los suyos.
La historia recordará que la inmoderada ambición personal y nacional de usted y la ceguera de sus aliados, émulos y muradíes, incluyendo a Rached Ghannouchi, quien viajó recientemente desde Túnez para agradecerla a usted su «apoyo al pueblo sirio», les han convertido a todos ustedes en enemigos de los pueblos libres y soberanos, de la paz y de la vida y en sepultureros del islam. Por esas diversas razones, y otras más, puedo asegurarle a usted, con toda humildad, que su sueño de nuevo Imperio Otomano ya se estrelló contra las murallas de Damasco y que Túnez, mi país, jamás será su nueva wilaya. Palabra de patriota tunecino.
Ahmed Manai – Red Voltaire
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