jueves, 14 de mayo de 2015

El Líbano, cada vez más lejos del espejismo suizo.


Líbano

Lastrado por una devastadora guerra civil y sin un concepto de nación política y económicamente coherente, El Líbano parece condenado a alejarse cada vez más del esplendor que un día sedujo a considerarlo la Suiza de Medio Oriente.
A raíz de cumplirse el pasado 13 de abril 40 años del inicio de la guerra civil (1975-1990), investigadores y columnistas retrataron la poco encomiable situación económica y social de esta nación árabe a la que reprochan un sistema político "clientelista y corrupto".

Informes y estudios de los exministros libaneses Samir Makdessi y Georges Corm, y de investigadores como André Bourgey y Yusuf Sayegh fueron sacados a colación para sustentar la percepción de que en el presente poco queda de la bonanza de los años previos a la sangrienta beligerancia.   Sin dudas, es el más occidentalizado de los países árabes, con gente por lo general de mente abierta en el vestir, en la diversión y en el razonamiento, y con una proyección muy cosmopolita que brinda placer a propios y foráneos. Pero el espejismo de prosperidad, a priori visible en Beirut por una antojadiza y desenfrenada ola de construcciones de los llamados "edificios inteligentes" y la tendencia de un amplio sector a imitar un peculiar "French way of life", esconden cifras y realidades que llaman a la reflexión.

La deuda contraída por El Líbano representó en 2014 el 140 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) y la aplicación de un "ultra-liberalismo económico" ha mermado de manera alarmante la intervención del Estado, limitando sus oficios a defender intereses particulares.
En recientes declaraciones a Prensa Latina, el analista Maurice Nohra partió del hecho de que el Estado libanés jamás jugó su rol de distribuidor de riquezas y la clase política -antes y ahora- está muy pendiente de sus asuntos por lo que la intervención en la economía es débil e inadecuada.

Libaneses que rebasan los 55 años recuerdan los tiempos de crecimiento robusto, aunque aseguran que entonces también hubo fuertes inequidades debido a un modelo de economía basada esencialmente en los servicios financieros.

Verdes y frías montañas, un multiculturalismo sin parangón en la región y el celo por el secreto bancario hicieron que entonces se le apodara Suiza de Medio Oriente, además de que El Líbano tenía en 1974 el ingreso por habitante más elevado de la región después de Arabia Saudita, Kuwait y Libia.
Igualaba a Iraq y superaba a Argelia, era el único país de la zona que no vivía ni de la agricultura ni del petróleo, y se distinguía sobre todas las cosas por el elevado nivel de educación de su población y ser vanguardia en términos de alfabetización, nivel de escolarización y número de universidades.
Aseguraba Sayegh que la principal riqueza del país estaba en su capital humano, pero políticas post-conflicto para tratar de reconstruir el país no tuvieron en cuenta ni la modernización de economías árabes vecinas, sobre todo las petroleras, ni la valorización de sus recursos humanos.
En lugar de fomentar tal valorización, El Líbano continuó exportando de modo masivo sus recursos humanos al punto que analistas sostienen que los sucesivos gobiernos jamás consideraron ese fenómeno como un problema, y así vieron en la transferencia de expatriados un factor de resistencia financiera.
Previo a 1975, la economía florecía con relatividad, pero gracias a un régimen económico que contrastaba con el intervencionismo practicado ampliamente en el resto del mundo árabe y a poseer un régimen de cambios flexible y libertad para movimientos de capitales.
Sin embargo, los flujos de capitales propiciaron inversiones especulativas, estimularon la inflación y las importaciones, con la consiguiente pérdida de atractivo que había convertido a la nación en centro para inversionistas que en su día huyeron de las nacionalizaciones en Egipto, Siria e Iraq.

La especulación, básicamente en el sector inmobiliario, ha sido acentuada por políticas fiscales adoptadas desde el fin de la guerra en detrimento de las inversiones productivas que existían antes en la llamada Suiza árabe.

En 1974, junto al desarrollo de los servicios, El Líbano conoció un auge de inversiones industriales. Las exportaciones en ese rubro eran 18 veces más importantes de lo que fueron en 1964, y el sector secundario pasó de 13 a menos de 16 por ciento del PIB en vísperas de la guerra, indicó Bourgey.
Transcurridas cuatro décadas, la industria representa menos del 11 por ciento del PIB, entre otras causas, porque la reconstrucción no contempló ningún mecanismo de ayuda al sector privado para que reconstituyera su capacidad productiva, muy mermada por la destrucción del capital físico.
Las altas tasas de interés practicadas en el marco de la política monetaria, adoptada por la banca central a partir de 1992, tampoco arreglaron las cosas.
De 1965 a 1973, el país conoció un crecimiento mediano del 6,6 por ciento anual con una inflación débil, impulsado por el sector de los servicios, en particular el comercio que representaba por sí solo el 32 por ciento del PIB. Las finanzas, el transporte y otros servicios representaban el 22 por ciento, y entre 1968 y 1975 los depósitos bancarios se triplicaron y el tráfico del aeropuerto y el puerto de Beirut se duplicaron, en el caso del segundo por el cierre del Canal de Suez, entre otros motivos.

En contraste, El Líbano carece hoy de una balanza de pagos con grandes excedentes como en la época en que la banca hizo de la libra libanesa una fuente de dignidad nacional.
Por entonces la moneda nacional se cotizaba entre 0,50 y 0,30 centavos de dólar estadounidense, una tasa inimaginable ahora cuando se mantiene inalterable en las mil 500 libras por cada billete verde.
Quienes siguen de cerca la evolución económica del país de los Cedros, añaden el freno al desarrollo que presuponen el deterioro de infraestructuras y de los servicios públicos, la degradación del medio ambiente, lo que amenaza con un impacto nefasto la vocación turística.

Hasta 1974, la industria del ocio estaba en pleno crecimiento y en aquel año El Líbano recibió un millón 520 mil turistas, de los cuales el 73 por ciento eran oriundos de países árabes, según el francés Bourgey.
Ese récord de vacacionistas se batió sólo una vez en 2009, aunque desde el final de la guerra esta nación nunca pudo volver a afianzarse como principal destino turístico y mucho menos como centro regional de comercio y servicios.
Un incesante éxodo rural y la generalización de las inequidades completan un cuadro poco alentador de la actualidad en un estado que, pese a su debilidad política, ha sido bendecido con vastos recursos acuíferos, suelos fértiles y una naturaleza y clima predominantemente benévolos.

La clase política, sin embargo, obvió lecciones del pasado y restó relevancia al relanzamiento de la vocación agroalimentaria nacional para devolver vida a sus regiones rurales con una dimensión socioeconómica.
Según Corm, el sector agrícola, que era un pilar de la economía en la década del 50 del pasado siglo, estaba ya en neto declive en los años 70 cuando su parte en el PIB cayó de 12 a nueve por ciento en un decenio, pero aún mejor que el cuatro por ciento en que las estadísticas lo sitúan hoy.   Estudiosos achacan al éxodo rural, combinado con la afluencia de refugiados palestinos, la formación de lo que refieren como un cinturón de pobreza alrededor de Beirut.
Pero incluso, la aparente prosperidad en la capital y de su provincia vecina Monte Líbano llegó acompañada de una acentuación de las inequidades en los ingresos entre las clases sociales y un agravamiento de las disparidades regionales dentro del propio país.

Con una economía de "laisser-faire" total como mayor estandarte del ultra-liberalismo, los libaneses resienten la escasez de infraestructuras y de inversiones públicas esenciales.
Tanto Nohra como otros expertos citados por medios locales creen que recobrar un rol regional relevante costará mucho, pero ante todo El Líbano deberá poner el acento en valorizar su capital humano, depender menos de los servicios financieros y desarrollar productos de alto valor añadido.
Sin demeritar la bonanza de antaño, lo de Suiza de Medio Oriente no pasó de ser un apelativo metafórico que desde hace mucho sólo vive en la mente de nostálgicos o de quienes anhelan un país próspero y con justicia social.
Fuente: Al Mayadeen

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