domingo, 10 de mayo de 2015

El tren fantasma de Africa

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China construye el ferrocarril que ha de acelerar el progreso de Kenia, Uganda, Sudán del Sur y Ruanda. El proyecto, sin embargo, también es visto como un ejemplo más del capitalismo extractivo de China en África, un neocolonialismo que beneficia a las élites en detrimento de la población. 

U
n tren fantasma recorre África. Conecta Mombasa con Nairobi y Kampala y pretende llegar también hasta Juba y Kigali. Nadie lo ha visto todavía, pero todo el mundo habla de él. Dicen que, incluso llegará más al sur, hasta Bujumbura, y más al oeste, hasta Kishangani, en la parte alta del río Congo. Lo llaman el tren del corredor del norte, una vía que ha de transformar la economía de África Oriental.

El nuevo ferrocarril está en construcción. China ha puesto el dinero y la ingeniería. También aspira a explotar la línea cuando esté finalizada. El plazo es el 2018 y parece casi imposible que llegue a tiempo. Son 3.600 kilómetros y las obras arrancaron en serio en octubre de 2014, aunque ya se trabaja en jornadas de doble turno siete días a la semana.

China, África, un nuevo ferrocarril, una historia que no es nueva. Se repite desde hace décadas, sólo que ahora es más intensa. No sólo hay trenes, China construye carreteras y centrales de energía, explota minas y levanta puentes, concede créditos y refuerza lazos comerciales. China es el primer país de la historia que exporta capital, mano de obra, bienes de consumo y maquinaria. El futuro de África descansa sobre sus hombros, en una relación de aparente beneficio mutuo que ha de marcar el siglo XXI.

La nueva línea es necesaria. Nairobi y, más aún Kampala, se lo juegan casi todo en una carretera de un carril por dirección, la que sale de Mombasa, la que todo lo mueve, la que gestiona la vida, especialmente la económica, pero también la política, en Kenia y Uganda.

La carretera ya no es suficiente. Los camiones la saturan, el asfalto no resiste, demasiada gente muere en atropellos y colisiones, los arcenes, allí donde existen, donde no se diluyen en la sabana, están ocupados por mercadillos: todo lo que el conductor y sus pasajeros pueden necesitar desde aquí a su destino, agua y fruta cortada, cebollas, patatas y tomates.

El nuevo ferrocarril también es un símbolo. Discurre paralelo a la vieja línea colonial, el tren de Uganda que los británicos construyeron hace cien años, orgullo del imperio que todavía funciona. Convoyes de mercancías sobre raíles centenarios, sin apenas mantenimiento, máquinas diésel y contenedores de 20 pies cruzan la sabana y salvan el valle del Rift. Son trenes que atraviesan barrios muy pobres, las chabolas enganchadas a la vía, la vía aprovechada como estercolero, las cabras contentas, en peligro los niños que por allí juegan y buscan lo que todavía puede tener un uso.

Las continuas averías impiden marcar un horario, mantener un ritmo, anticipar la llegada. El tren es tan viejo como la Europa a la que representa, el Reino Unido del colonialismo, la explotación y la esclavitud. China es lo nuevo, la promesa, el futuro.

China no siente compasión por África. Apenas envía médicos y maestros. No condiciona sus inversiones a la mejora de los indicadores sociales, económicos y democráticos. Libertades y derechos humanos son asuntos que prefiere no tocar. Las oligarquías locales, cansadas de las exigencias occidentales, se lo agradecen. El África subsahariana es, mientras tanto, la única región del mundo que sigue empobreciéndose.

Los cooperantes, expertos en desarrollo, salud, economía, educación y medioambiente, los técnicos occidentales comprometidos con el progreso africano, recelan de las inversiones chinas, dicen que son pan para hoy y hambre para mañana, neocolonialismo extractivo, la población olvidada, su bienestar hipotecado por deudas financieras que sus gobiernos nunca podrán saldar.

“El tren es el progreso”, insisten los dirigentes chinos. Ninguna región del mundo se ha desarrollado sin él. Todo el mundo podrá utilizarlo. El beneficio será general. Los pasajeros viajarán a 120 kilómetros por hora y las mercancías a 80, sin retrasos ni accidentes, puntualidad y orden, ¿alguien puede imaginar mejor medio de transporte?

La infraestructura es imprescindible para el comercio y los recursos mineros del corazón africano. También es necesaria, dicen los presidentes, para la integración regional, para que sus países dejen de vivir a cuenta de la ayuda internacional y entren en la economía mundial, sean parte activa del capitalismo, del consumo global, sus ciudades organizadas, por fin, en redes de centros comerciales.
El transporte es un negocio de las élites gobernantes, los reyes feudales, los jefes tribales, hombres grandes que pagan al contado, los billetes en sobres sin remitente.

Las oligarquías más que gobernar, dominan. Los parlamentos son escenarios donde la oposición protesta pero no amenaza y si lo hace es eliminada porque aquí, en África Oriental, como en tantos otros lugares, la fuerza es más importante que la democracia.

Todo se define a través de la fuerza y de la tierra. La gente pertenece a la tierra. La tierra les hace vivir y sin ella, mueren. El ferrocarril la partirá ahora en dos, cruzará granjas y parques nacionales, cultivos que no rinden por falta de agua y tierras demasiado fértiles para llevar al mercado todo lo que producen. Nadie sabe todavía si valdrá la pena.

Esta es la historia de una epopeya aunque ya no haya leones devoradores de hombres, como en la época de los británicos, y los ingenieros chinos aseguren que el proyecto será un paseo: terreno con pocas dificultades, clima amable, mano de obra dócil y barata, autoritarismo militar para doblegar a los expropiados.

Aún así, son miles de kilómetros, una extensión enorme de terreno, amenazado en casi todo su recorrido por grupos armados que ahora tendrán nuevos objetivos y motivaciones para llevar adelante su guerra revolucionaria, emancipadora, la explotación de la vida por medio de la violencia.

La historia que sigue se parece a un western de valores absolutos, del todo o nada, el ferrocarril avanzando en nombre del progreso ineludible por un mundo de agricultores y comerciantes, camioneros, especuladores, músicos de farándula pop, pequeños empresarios, profesores que predican en el desierto, héroes descabalgados y esclavos que nunca dejarán de serlo, niños que sueñan y van al colegio, y villanos confiados, seguros de que ahora estarán más cerca de la inmortalidad, una gran escultura en lo alto de una colina, la mirada para siempre fijada más allá del horizonte, un pensamiento chino esculpido en el pedestal: “Cuando te sientes agradecido te engrandeces y puedes hacer que pasen grandes cosas”.

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