Al publicar recientemente una versión censurada de “puntos de conversación” altamente secretos que el secretario de estado Alexander Haig utilizó para informar al presidente Ronald Reagan sobre eventos en Medio Oriente en la primavera de 1981, el gobierno de EE.UU. ha revelado inadvertidamente lo que quiere seguir ocultando al público unos 34 años después – porque encontré la versión completa en archivos del Congreso a fines de 1994 y escribí al respecto por primera vez a comienzos de 1996.
Los puntos esenciales que el gobierno de EE.UU. todavía no quiere que conozcáis incluyen que a principios de 1981 Israel ya estaba suministrando equipamiento militar estadounidense a Irán para su guerra contra Iraq; que los saudíes habían transmitido una “luz verde” supuestamente del presidente Jimmy Carter a Sadam Hussein para que invadiera Irán en 1980, y que los saudíes aceptaron financiar ventas de armas a Pakistán y otros estados en la región.
Los tres puntos tienen relevancia en la actualidad porque revelan las tempranas semillas de políticas que han crecido durante las últimas tres décadas hasta ser las contorsionadas enredaderas de los actuales conflictos sangrientos. Las secciones todavía ocultas de los “puntos de conversación” de Haig también podrían causar un cierto embarazo a las naciones mencionadas.
Por ejemplo, los israelíes gustan de presentar su actual hostilidad hacia Irán como si fuera derivada de una oposición por principio al supuesto extremismo del estado islámico, de modo que la revelación de que estaban suministrando material militar estadounidense al gobierno de Ayatolá Ruhollah Jomeini, que había mantenido a 52 diplomáticos estadounidenses como rehenes durante 444 días, sugiere que las decisiones de Israel eran impulsadas por motivaciones menos nobles.
Aunque el ex presidente Carter ha negado que haya alentado Iraq para que invadiera Irán en septiembre de 1980 –durante el clímax de la crisis de rehenes que estaba destruyendo su candidatura a la reelección– la afirmación de “luz verde” de los saudíes indica por lo menos que habían llevado a Sadam Hussein a creer que su invasión tenía respaldo de EE.UU.
Hayan o no engañado los saudíes a Hussein sobre la “luz verde”, su instigación de la guerra saca a la luz los orígenes del moderno conflicto suní-chií, aunque ahora los saudíes acusan a los iraníes de agresión regional. Los “puntos de conversación” de Haig revelan que el primer golpe para el renacimiento de esta antigua lucha no fue lanzado por los chiíes de Irán sino por los suníes del régimen iraquí de Sadan Hussein con el respaldo y aliento saudí.
El acuerdo saudí de pagar por compras de armas de Pakistán y otros gobiernos regionales saca a la luz otro aspecto de la actual crisis en Medio Oriente. La ayuda financiera saudí a Pakistán en los años 80 se convirtió en un elemento clave en la expansión de un radical movimiento yihadista suní que se reunió a lo largo de la frontera entre Pakistán y Afganistán para realizar la guerra con el respaldo de la CIA contra el ejército soviético y fuerzas seculares afganas.
Esa guerra –en la cual EE.UU. y Arabia Saudí terminaron por invertir cada uno 500 millones de dólares por año– condujo al retiro de las tropas soviéticas y al colapso del gobierno modernista, izquierdista, en Kabul para ser reemplazado por los ultra-fundamentalistas talibanes que, por su parte, dieron refugio a al-Qaida, dirigido por un acaudalado saudí, Osama bin Laden.
Por lo tanto, los contornos del actual violento caos en Medio Oriente fueron esbozados durante esos años, aunque con numerosos altibajos.
La guerra del Golfo Pérsico
Después del fin de la guerra Irán-Iraq en 1988 –con ambos países agotados financieramente– Sadam Hussein se volvió contra sus benefactores suníes repentinamente avaros que comenzaron a negar más créditos y a exigir el pago de préstamos del tiempo de la guerra. Como reacción, Hussein –después de consultar con la embajadora de EE.UU., April Glaspie, y pensando que había recibido otra “luz verde”– invadió Kuwait. Eso, por su parte, condujo al despliegue dirigido por EE.UU. para defender Arabia Saudí y expulsar a las fuerzas iraquíes de Kuwait.
Aunque Hussein pronto mostró su disposición a retirar sus tropas, el presidente George H.W. Bush rechazó esas ofertas e insistió en una sangrienta guerra terrestre para demostrar la superioridad cualitativa de las modernas fuerzas armadas de EE.UU. y para excitar al pueblo estadounidense con una victoria militar –y así “derrotar el síndrome de Vietnam” [Vea Secrecy & Privilege de Robert Parry.]
La ofensiva militar de Bush tuvo éxito con esos objetivos pero también provocó la indignación de bin Laden por la colocación de tropas de EE.UU. cerca de sitios sagrados del Islam. EE.UU. se convirtió en el nuevo objetivo de la venganza terrorista de al-Qaida. Y, para los emergentes neoconservadores de Washington, la necesidad de destruir final y completamente a Sadam Hussein –en aquel entonces la pesadilla de Israel– se convirtió en un artículo de fe.
La demostración de la capacidad militar de EE.UU. en la guerra del Golfo Pérsico –combinada con el colapso de la Unión Soviética en 1991– también alentó a los neoconservadores a vislumbrar una estrategia de “cambios de régimen” para cualquier gobierno que mostrara hostilidad hacia Israel. Iraq fue identificado como objetivo número uno, pero Siria también estaba arriba en la lista de potenciales enemigos.
A principios de los años 90, Israel comenzó a apartarse de Irán escaso de dinero, que se había retirado del lucrativo bazar armamentista que Israel había estado desplegando para ese gobierno chií durante los años 80. Gradualmente, Israel comenzó a realinearse con los suníes financiados por Arabia Saudí.
Los ataques del 11-S en 2001 fueron una expresión de la indignación contra EE.UU. entre fundamentalistas suníes, que estaban financiados por los saudíes y otros estados petroleros del Golfo Pérsico, pero las complicadas realidades de Medio Oriente eran entonces poco conocidas por los estadounidenses que no sabían gran cosa sobre la diferencia entre suníes y chiíes y que carecían de conocimientos sobre las hostilidades entre secularistas como Hussein y fundamentalistas como bin Laden.
El presidente George W. Bush y su administración aprovecharon esa ignorancia para unir al público en el apoyo a una invasión de Iraq en 2003 por temores fantasiosos de que Iraq compartiría armas de destrucción masiva con Osama bin Laden. Más allá de las falsas afirmaciones de que Iraq tendría armas de destrucción masiva y de una conexión entre Hussein y bin Laden, hubo poco reconocimiento incluso en los niveles superiores de la administración de Bush sobre cómo incluso el derrocamiento y el asesinato de Hussein alterarían el frágil equilibrio entre suníes y chiíes.
Con la eliminación de Hussein, la mayoría chií consiguió el control de Iraq, inquietando a los saudíes que habían, de muchas maneras, lanzado la moderna guerra suní-chií impulsando la invasión iraquí de Irán en 1980 pero ahora veían que aliados de Irán conseguían el control de Iraq. Los saudíes y los jeques del Golfo comenzaron a financiar a extremistas suníes que ingresaron masivamente a Iraq para combatir a los chiíes y a sus apoyos, los militares de EE.UU.
Los saudíes también establecieron una alianza entre bastidores con Israel, que consideró que sus intereses financieros y geopolíticos eran favorecidos por esa colaboración secreta. Pronto, los israelíes identificaron a sus antiguos socios en el comercio de armas, los iraníes, como una “amenaza existencial” para Israel y llevaron a EE.UU. a un enfrentamiento más directo con Irán. [Vea “Did Money Seal Israel-Saudi Alliance?” de Consortiumnews.com.]
Expansión de conflictos
El frente de batalla en el conflicto suní-chií pasó a Siria, donde Israel, Arabia Saudí, Turquía y otros estados suníes se unieron en el apoyo a una rebelión para derrocar el gobierno del presidente Bashad al-Assad, alauita, una rama del Islam chií. A medida que ese conflicto pasaba a ser más y más sangriento, el régimen relativamente secular de Assad se convirtió en protector de cristianos, chiíes, alauitas y otras minorías contra las fuerzas suníes encabezadas por al-Qaida y el híper-brutal Estado Islámico.
En 2014, bajo presión del presidente Barack Obama, los saudíes se unieron a una alianza contra el grupo Estado Islámico, aunque la participación saudí fue poco entusiasta en el mejor de los casos. El verdadero interés de Arabia Saudí era promover una serie de guerras regionales por representante contra Irán y cualesquiera movimientos relacionados con chiíes, como ser los hutíes en Yemen y los alauitas en Siria. Si eso ayudaba a al-Qaida y a Estado Islámico, así sea, era la posición saudí.
Aunque los dos párrafos censurados de los “puntos de conversación” de Haig de hace 34 años podrían parecer historia antigua que ya no es digna de estar cubierta por el secreto, el gobierno de EE.UU. sigue insistiendo en ocultar esa información a los estadounidenses, sin dejar que sepan demasiado sobre cómo se formó ese entrelazamiento de alianzas y quién fue el responsable.
Las fuentes primordiales para Haig fueron el presidente egipcio Anwar Sadat y el príncipe saudí Fahd (posteriormente rey Fahd). Ambos muertos, así como varios otros protagonistas en esos eventos, incluyendo Reagan, Hussein y Haig. Los dos párrafos censurados –que Haig utilizó en su presentación a Reagan – dicen lo siguiente, con partes subrayadas en los “puntos de conversación” originales.
“Fahd también se mostró muy entusiasta hacia nuestras políticas. Como una medida de su buena fe, se propone insistir en una política petrolera común en una próxima reunión de sus colegas árabes que incluirá un solo precio y un compromiso a no bajar la producción. También fue de importancia el acuerdo de Fahd en principio de financiar ventas de armas a los paquistaníes y a otros estados en el área.La versión corregida –con esos dos párrafos eliminados– fue liberada por la biblioteca presidencial George H.W. Bush después que los “puntos de conversación” pasaron por un proceso de desclasificación. La publicación tuvo lugar como respuesta a una solicitud según la Ley de Liberad de la Información que presenté en conexión con el así llamado affaire October Suprise, en la cual se afirmó que la campaña Reagan-Bush en 1980 había conspirado con funcionarios iraníes y oficiales de la inteligencia israelí para retardar la liberación de los 52 rehenes estadounidenses retenidos en Irán a fin de asegurar la derrota del presidente Carter en la reelección.
“Tanto Sadat como Fahd suministraron otras pequeñas cantidades de inteligencia útil (por ejemplo que Irán recibe repuestos militares para equipamiento estadounidense de Israel). También fue interesante confirmar que el presidente Carter dio a los iraquíes una luz verde para lanzar la guerra contra Irán a través de Fahd.”
En 1991, el Congreso inició una investigación del problema de 1980, por sospechas de que podría haber sido un prólogo del escándalo Irán-Contra que había involucrado los acuerdos secretos de armas-por-rehenes con Irán en 1985-86 (también con ayuda israelí). El gobierno de George H.W. Bush reunió documentos posiblemente relacionados con los eventos de 1980 y compartió algunos con la investigación del Congreso, incluyendo los “puntos de conversación” de Haig.
Pero los operadores de Bush –tratando de proteger sus posibilidades de reelección en 1991-92– se involucraron en retrasos y obstrucciones de la investigación del Congreso, que finalmente estuvo de acuerdo después de la derrota de Bush por Bill Clinton en noviembre de 1992 en decir que no podía encontrar “ninguna evidencia creíble” de que Reagan y Bush habían orquestado un retraso en la liberación de los rehenes por Irán. Los rehenes fueron finalmente liberados el 20 de enero de 1981, inmediatamente después del juramento como presidente de Reagan.
Subsiguientes revelaciones de evidencia, sin embargo, reforzaron las antiguas sospechas de un acuerdo republicano-iraní, incluyendo documentos que la Casa Blanca de Bush había negado al Congreso así como otros documentos que la investigación del Congreso poseía [o para más detalles vea “ Second Thoughts on October Surprise ” de Consortium News o America’s Stolen Narrativede Robert Parry.]
El periodista de nvestigación Robert Parry reveló muchas de las historias de Irán-Contra para The Associated Press y Newsweek en los años ochenta. Su nuevo libro es: America’s Stolen Narrative.
Fuente: https://consortiumnews.com/2015/05/11/failing-to-hide-israel-iran-iraq-secrets/
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