El nuevo régimen, nacido de la mano del establishment económico, judicial y mediático, se impuso por el proceso de impeachment iniciado el 12 de mayo, durante el cual no fue presentada ninguna prueba de los delitos atribuidos a Dilma Rousseff.
La democracia quedó atrás. Dilma Rousseff, electa hace 22 meses por 54,5 millones de brasileños, fue depuesta ayer a las 13.30 por el voto de 61 senadores, sobre un total de 81 que forman la Cámara alta, entre quienes hay más de veinte con prontuario penal y denuncias de todo calibre.
“La historia será implacable con (…) el gobierno golpista” de Michel Temer, prometió Rousseff, una hora y media después de la clausura del ciclo democrático iniciado por completo en los comicios directos de 1989 (y no en los de 1985, cuando un colegio de electores escogió al primer mandatario civil post-dictadura).
“Nosotros volveremos para continuar nuestra marcha hacia un Brasil donde el pueblo sea soberano” prometió en el Palacio de Alvorada, del que se mudará en unos días, cuando lo ocupará Temer para completar el mandato hasta el 31 de diciembre de 2018.
Dilma habló al lado de la profesora y ex ministra de su gobierno Eleonora Mennicucci, una de sus compañeras de celda durante los tres años de prisión a los que fue condenada en 1970 por un tribunal militar por haber enfrentado con las armas a la dictadura. Junto a la ex presidenta y Mennicucci estaban las senadoras Gleisi Hoffmann y Fatima Bezerra, que fueron la infantería del Partido de los Trabajadores en el combate desigual contra la mayoría destituyente que hegemoniza el Poder Legislativo.
Menuda y delicada, Gleisi será recordada por haber enfrentado a una decena de hombres en el recinto, entre ellos el ganadero Ronaldo Caiado, de casi 1,90 metro, al grito de “Yo me pregunto qué moral tienen estos senadores para juzgar a una presidenta honesta”.
Un planteo que desató la furia de la alianza formada por el Partido Movimiento Democrático Popular (PMDB), de Temer; el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), de Aécio Neves y Fernando Henriqe Cardoso, y Demócratas (DEM), del fornido Caiado.
Ocurre que el régimen surgido ayer no consiente ofensas a las autoridades surgidas de espaldas a la voluntad popular: en su primera reunión de gabinete, Temer instruyó a sus ministros para que rebatan a quien los acuse de “golpistas”.
Esta democracia postiza, obsesionada por los rituales y la formalidad republicana, es el producto de un impeachment iniciado el 12 de mayo, durante el cual no fueron presentadas pruebas consistentes de los delitos atribuidos a la acusada. A tal punto que los adversarios de la mandataria tenían derecho de citar a seis testigos para respaldar sus acusaciones sobre la supuesta violación a las leyes de Presupuesto y Responsabilidad Fiscal y sólo presentaron dos.
En su alegato final de una hora, la abogada denunciante, Janaina Machado, dedicó menos tiempo a los aspectos técnico-jurídicos del caso que a su narrativa mesiánica anticomunista. Dijo Machado, heroína de los jóvenes neocons, que ayer festejaron con champan en la principal avenida de San Pablo, que Dios la había escogido para vengar al PT, que con sus malas costumbres “totalitarias” había llevado a Brasil hacia la desviación moral. Y a Dilma le recomendó dejar de echar mano del discurso de género porque no es verdad que la sociedad brasileña sea machista.
“Acaban de derribar a la primera mujer presidenta de Brasil. Este golpe es misógino, homofóbico, racista, es la imposición del prejuicio y la violencia” enumeró ayer Dilma entre senadoras y compañeras de militancia.
La derrota sufrida por Rousseff en el Senado, 61 a 20, fue más abultada de lo que se esperaba en el PT, donde confiaban en revertir algunos votos gracias a la negociaciones a cargo de Luiz Inácio Lula da Silva, que viajó a Brasilia. Como atenuante queda que la ex presidenta no fue privada de sus derechos políticos, como lo deseaban sus enemigos, y esto abre un horizonte posiblemente fecundo, dado que desde su separación del cargo, en mayo, Rousseff reforzó su participación en actos políticos y construyó un liderazgo bastante genuimo en las organizaciones femeninas urbanas y rurales.
A su modo, políticamente poco sofisticado, demostró su voluntad de lucha y temple como lo hizo el lunes en su exposición de 17 horas ante el Senado, durante las cuales prácticamente no dejó dudas sobre su inocencia. Con su retórica simple, por momentos torpe, Dilma calló a los legisladores que intentaron enredarla con trampas lingüísticas.
Quizá sea por esa estatura moral y su estilo llano que la ex mandataria genera tanto escozor en las derechas.
Ayer los festejos del amplio campo destituyente estuvieron preñados de promesas de venganza contra Dilma, Lula y el legado de 13 años de gobiernos petistas iniciados en 2003, cuando los formuladores de políticas del partido habían diseñado un plan estratégico que necesitaba de 20 años para corregir las desigualdades profundas a través de reformas progresistas.
La caída de Dilma es un revés grave, tal vez irremontable, porque truncó ese proyecto de equidad social y democracia política que había comenzado a desvirtuarse en 2015, con la desginación del neoliberal Joaquim Levy al frente del Ministerio de Hacienda para aplicar un ajuste ortodoxo que dejó 10 millones de desocupados y una recesión que hizo caer el PBI a -3,8 por ciento
Otra herencia dejada por el ministro Levy fue una Dilma Rousseff con un rechazo de más del 60 por ciento en la opinión pública, imagen negativa que subía al 70 por ciento entre el público blanco y de clase media tomado por un inédito fanatismo militante dictado desde la cadena Globo. Sin embargo, aquel aluvión conservador que desbordó las calles hasta marzo pasado, vociferando “Fuera Dilma”, no salió a festejar la confirmación de Temer como jefe de Estado.
Sucede que esta administración post dilmista arriba con muy baja aprobación, dado que no causa ninguna simpatía en las clases populares y despierta resquemores en el electorado medio preocupado con la corrupción. Y su falta de votos y apoyo del público las compensa con la gradual policialización-militarización del Estado.
Ayer la Policía Militar de Brasilia cargó con balas de goma y gas pimienta contra la movilización, no muy numerosa, que marchó en defensa de la democracia y coreando “Fuera Temer” por la avenida Eje Monumental hasta la Terminal Central de Colectivos. Más feroz, según los relatos de los militantes, fue la paliza propinada el martes por la Policía Militarizada a los manifestantes que se concentraron en San Pablo, donde anoche se realizaron nuevos actos de protesta al igual que en Río de Janeiro.
Este golpe “blando” neonato tiende a endurecerse con el correr de los meses, específicamente luego de los comicios municipales de octubre, cuando seguramente se confirmará la ocupación militar de las favelas de Rio de Janeiro y la represión a la disidencia política y social.
Temer repitió, tras tomar posesión del cargo, que su prioridad son las “reformas” previsional y laboral. El vector de su programa de regresión económica fue presentado por el ministro de Hacienda y ex funcionario de la banca privada Henrique Meirelles, que impulsa reformar la Constitución para congelar por 20 años (sí, veinte años) los gastos en salud y educación, pero no el monto de los pagos de intereses de la deuda.
En su primera reunión de gabinete, a las 17.30 de ayer, Temer se sentó en la cabecera de una sala del Palacio del Planalto y a su derecha se ubicó el ministro de Justicia, Alexandre de Moraes, una pieza importante en el nuevo engranaje de poder.
De Moraes, con quien Temer mantiene una relación antigua, es defensor de la nueva Ley Antiterrorista que, en algunos casos, equipara a los manifestantes con guerrilleros urbanos que ponen en peligro la seguridad nacional.
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