Una reunión celebrada el martes pasado cerca de Islamabad, capital de Pakistán, posiblemente pueda marcar el principio del fin de la guerra más larga de Estados Unidos: el conflicto en Afganistán, que cumplirá 15 años este otoño. Una delegación del Gobierno de Afganistán se reunió con miembros de los talibanes, con la presencia de oficiales pakistaníes, chinos y estadounidenses, que actuaron como observadores. Algunos esfuerzos previos similares han fracasado y, tal vez, esto tampoco vaya a ninguna parte. Pero la guerra en Afganistán terminará en un foro como este, y no en el campo de batalla.
Negociar con los talibanes es algo duro de aceptar para muchos estadounidenses. Dick Cheney habló en nombre de no pocos ciudadanos cuando dijo: “No negociamos con el malvado; lo vencemos”. Y sin embargo, dice Jonathan Powell, exjefe de personal de Tony Blair, Cheney está equivocado. En un nuevo libro, Terrorists at the Table: Why Negotiating is the Only Way to Peace (“Los terroristas sobre la mesa: por qué la negociación es el único camino para lograr la paz”), Powell argumenta que, históricamente, los conflictos como el de Afganistán sólo han terminado a través de negociaciones y no gracias a una victoria militar.
Powell no es ningún pacifista: fue un artífice del apoyo de Gran Bretaña para las guerras en Afganistán e Irak. Tampoco tiene una posición ambigua respecto al terrorismo. Su padre, militar, fue herido por el IRA. Su hermano estuvo en la lista de asesinados por la organización terrorista durante ocho años. Cuando conoció a Gerry Adams, líder del partido irlandés Sinn Fein, Powell se negó a estrecharle la mano.
Sin embargo, a lo largo de su década como el ayudante más importante de Blair, Powell terminó aprendiendo que no se puede acabar con el terrorismo utilizando exclusivamente, o en gran parte, medios militares. En su obra cita a Hugh Orde, antiguo jefe de policía de Irlanda del Norte, quien afirmó: “No conozco ningún ejemplo en el que el terrorismo haya sido controlado” o eliminado a través de la fuerza.
Los Gobiernos son reacios a hablar con terroristas. Es comprensible: los consideran grupos bárbaros y siguen convencidos de que fuerzas militares pueden derrotarlos o, por lo menos, mutilarlos. No obstante, Powell señala que la mayoría de los Gobiernos terminan negociando con los terroristas. El Ejecutivo británico calificó al Mau Mau en Kenia como una “conspiración basada en la perversión completa del espíritu humano”; “infrahumanos” para los que “la muerte es su única liberación”. Al final, los británicos negociaron con ellos.
El mismo patrón surgió con el IRA, los vascos separatistas de ETA, el Congreso Nacional Africano y las FARC colombianas. Israel incluso ha negociado con Hamás para cerrar intercambios de prisioneros. “No me importa la hipocresía de los Gobiernos en el tema concerniente a dialogar con los terroristas”, escribe Powell, “pero sí me importa el que nunca aprendamos de experiencias pasadas que generalmente tuvieron consecuencias devastadoras”.
La idea central detrás del argumento de Powell es bastante sencilla: el terrorismo es un reflejo de un problema político de fondo que, casi siempre, debe ser abordado políticamente. En Afganistán, refleja la realidad de que una parte de la población pastún, que supone cerca del 50% del país, cree que sus intereses no están representados en el Gobierno actual en Kabul. El hecho de que los talibanes continúan siendo una fuerza que debe ser considerada, después de casi 14 años de intervención militar estadounidense, un refuerzo de tropas que triplicó los efectivos estadounidenses sobre el terreno, varias elecciones y un millón de millones de dólares gastados para oponerse a los insurgentes, sugiere que poseen un apoyo social considerable.
Tal vez las negociaciones de esta semana no vayan a ninguna parte. Hay varios partidos involucrados y facciones dentro de cada uno. Sin embargo, una de las lecciones que Powell deja en su libro es que, con frecuencia, estos contactos comienzan demasiado tarde debido a que los Gobiernos creen queun último empuje militar pondrá a los terroristas a la defensiva, incluso si hay “pocas pruebas empíricas valiosas para apoyar este último argumento, expuesto con dificultad”.
Powell nos recuerda que una parte crucial de la estrategia en Irak del general David Petraeus fue alcanzar a las milicias suníes que habían estado luchando contra las fuerzas estadounidenses, abordando sus reclamaciones e inclusosobornándolas para que pasaran de ser enemigos a amigos. Aclara que Petraeus admitió que Estados Unidos había esperado demasiado tiempo antes de negociar con personas “con sangre estadounidense en sus manos”.
Por supuesto, nada de esto se aplicaría al Estado Islámico ¿o sí? En efecto, Powell es lo suficientemente audaz como para sugerir que sí podría suceder. Después de todo, este es un grupo particularmente salvaje y feroz, pero tiene éxito en gran parte debido a que ha aprovechado los miedos y la ira de suníes desamparados en Irak y Siria. Este es un problema político que sólo puede ser abordado de una forma política.
Powell alega que negociar con los terroristas no significa ceder a sus exigencias. Sin embargo, debido a que los Gobiernos están tan preocupados por la mala imagen que podrían ofrecer, generalmente retrasan, tropiezan, cometen errores y prolongan conflictos que podrían resolverse antes con mucho menos derramamiento de sangre por ambos bandos.
Fareed Zakaria
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