Lo único que existe son, por un lado, grandes polos capitalistas centrales, concentrados y en disputa, fuerzas e intereses, desplegándose y replegándose en la totalidad del sistema-mundo, y economías periféricas y dependientes por el otro. El movimiento real del capitalismo se resuelve en su propia condición dictatorial. No por placer, sino que por necesidad histórica. Ni siquiera las formas de la antigua socialdemocracia tienen sitio en la guerra del capital hacia la configuración de monopolios condensados, como lo demostró la eventual restructuración de la deuda griega con más austeridad para el pueblo helénico.
2. Chile, México, Colombia, Perú y otras economías por venir, son los enclaves dependientes de la ofensiva geopolítica del imperialismo norteamericano en el continente y que por ahora se llama Alianza del Pacífico. Se nombra como ‘ofensiva’ del imperialismo norteamericano no porque el imperio haya estado a la defensiva alguna vez. Sucede que la gran ola de insubordinación popular y autoconsciente de los pueblos de América Latina entre los 50 y comienzo de los 70 del siglo pasado ralentizó y llenó de obstáculos la mencionada ofensiva.
Sin embargo, en la ‘integración conflictiva’ capitalista entre China y Usamérica, y sus respectivas órbitas, Chile, al mismo tiempo, resume en un solo momento, los intereses del Estado del capitalismo burocrático chino y los intereses del Estado corporativo norteamericano.
De manera simultánea, la Eurozona está pronta a consagrar el Tratado de Libre Comercio (TTIP, por sus siglas en inglés) con EE.UU. Tanto la Alianza del Pacífico como el TTIP, forman parte de una sola estrategia de la Casa Blanca de aseguramiento de mercados, poder y hegemonía sobre sus subordinados históricos luego de la Segunda Guerra Mundial. Dentro de la misma dinámica de integración conflictiva entre China y EE.UU., la Eurozona (aprovechando el abaratamiento en tiempo y costos generales devenidos del transporte ferroviario euro-asiático) y la propia economía norteamericana son las principales importadoras de mercancías chinas, sin contar la propiedad de China de la deuda de EE.UU. en la forma de la tenencia de una cantidad sustantiva de sus bonos del Tesoro.
3. (Bachelet es al sistema político de Chile, lo que Obama al sistema político norteamericano. Con la única diferencia respecto del Partido Demócrata de Obama, de que la Nueva Mayoría de Chile contiene al Partido Demócrata Cristiano en su seno. Es como si el Partido Demócrata de Obama tuviera en su interior a una costilla del Partido Republicano. Por ello, por ejemplo, en cuanto se aprobó el matrimonio igualitario entre personas del mismo género en EE.UU., a los pocos días el Ejecutivo chileno presentó un proyecto similar al Legislativo. Empero y de inmediato, el Partido Democristiano se negó a su tratamiento, al igual que ocurrió con el proyecto de aborto legal. En resumen, y sobre los derechos civiles de carácter liberal, la Nueva Mayoría está a la derecha del Partido Demócrata de Obama. Pese a que Bachelet y buena parte de sus mentores, como el ex Presidente Ricardo Lagos Escobar y el ex secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, han sido y son representantes leales de los intereses del Pentágono en la silla donde se sienten. Aquí es preciso considerar la forma y condiciones nacionales que originaron la coalición político-partidista que participó en el pacto interburgués hacia fines de los 80 del siglo que pasó y que abrió el actual período de gobiernos civiles. Al respecto, en el presente es un despropósito propagandístico delborde izquierdo de la Nueva Mayoría intentar hacer creer a la opinión pública de que esa componenda se trata de una suerte de Frente Popular del siglo XXI. No es la cuota progresista de la Nueva Mayoría la que la hegemoniza. Por el contrario. Ahora mismo es la Nueva Mayoría la que subsume-derechizando a su costado progresista. Y sin entrar siquiera al debate sobre la imposibilidad histórica de reeditar sin contexto el nacional-desarrollismo que marcó la economía del país entre fines de los años 30 hasta el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende.)
4. ¿Cómo se expresa la integración conflictiva entre China y Estados Unidos en Chile? El 25 de mayo de 2015, el primer ministro chino Li Kegiang, cerró su viaje oficial de objetivos geoeconómicos por Brasil, Colombia y Perú, precisamente en Chile, y con un giro distinto y no contradictorio con el Tratado de Libre Comercio en vigencia desde el 2006 (firmado el 2005 por el Presidente Ricardo Lagos y realizado durante el primer gobierno de Bachelet). La mandataria chilena y la autoridad del gigante asiático anunciaron el establecimiento en Chile del primer banco de liquidación en Renminbi (RMB o yuan) en América Latina a través del banco chino de Construcción, uno de los principales de esa potencia. En la ocasión, el actual ministro de Relaciones Exteriores andino, Heraldo Muñoz, señaló que “La idea es que haya una globalización de la moneda china y la globalización de la moneda china requiere de ciertas plataformas (…) Chile se va a transformar en un centro financiero para China para la liquidación de sus monedas”.
Anteriormente, los Bancos Centrales de Chile y China rubricaron un acuerdo sobre el uso de swap (transacciones de moneda a futuro) de sus monedas locales, que contempló un monto máximo de 22.000 millones de yuanes o (unos 3.600 millones de dólares). Además, China anunció un aporte de 50.000 millones de yuanes (USD 8.000 millones) para que inversionistas institucionales extranjeros puedan invertir directamente en el mercado de valores chileno.
Si China invierte bajo la lógica de las ventajas comparativas y la deslocalización productiva en la industria y los commodities en Brasil; en Chile, desde igual paradigma, invierte en el ámbito financiero. Simplemente, China intensifica y aprovecha la ya instalada división internacional del trabajo de acuerdo a las distintas regiones del mundo en donde establece sus negocios.
Lo anterior da cuenta de los modos complementarios a través de los cuales se desenvuelve la repartición en tiempo real de los mercados entre los capitales combinados de los centros neurálgicos del devenir capitalista. A este tipo de fenómenos algunos expertos lo han denominado “cambio de época”, “multipolaridad”, etc. Sin embargo, es imprescindible recordar que China, Rusia, EE.UU., Japón, India, Alemania, Francia, por numerar a algunos, son Estados capitalistas que sostienen su influencia en su armadura nuclear. En este sentido, la nueva época se parece mucho más a un complejo en tránsito e inestable, de dentelladas gananciales y de distribución del botín-mundo en términos geográficos, económicos y político-militares, que a una modificación que redunde por algún lado en beneficio para la humanidad. La multipolaridad se manifiesta como una serie de combates intercapitalistas e interimperialistas donde los pueblos del mundo todavía no logran conquistar la calidad de actores protagónicos. Allí está Medio Oriente, África, Ucrania, la lucha por controlar la zona comercial del Pacífico, Grecia. He aquí los campos provisionales de la barbarie capitalista en medio del rediseño planetario del mapa de la sobreexplotación, la esclavitud, la expoliación, la destrucción de la naturaleza, el extractivismo, el narcicismo lumpen-burgués y el fetiche de la ganancia a cualquier costo por parte de la minoría dominante.
5. Debido a la mundialización capitalista, a la celeridad vertiginosa producida, entre otros factores, por la revolución de la industria informática, no existe posibilidad de intentar explicar los fenómenos económicos y la crisis integral del capitalismo sino de manera extraordinariamente provisoria. Así como los mercados bursátiles se caracterizan por su volatibilidad multicausal, así también cualquier análisis en general, y en Chile, en particular, es eminentemente transitorio. El propio sistema lingüístico, con su linealidad forzosa, limita tanto la interpretación de la realidad de estratos dimensionales complejos, como el establecimiento de tendencias. En este sentido, el pensamiento emancipador, la constelación de saberes en busca de una aproximación frágil a la verdad desde los intereses del pueblo trabajador y la mayoría social, impone al anticapitalismo un esfuerzo superlativo. Lo que llaman “aportes multidisciplinarios”, no es más que la exigencia a los intelectuales orgánicos de los dominados/as a plantearse el desafío sin final de acercarse a la totalidad del conocimiento históricamente acumulado.
Si la actual fase del capitalismo y el estado de la lucha de clases en Chile y en el mundo (o relaciones de fuerza locales y planetarias), marcada primero por la condición chilena de economía dependiente, se caracteriza por la hegemonía del capital financiero sobre el conjunto de momentos que hacen la reproducción capitalista, ella sólo puede intervincularse con la tendencia a la baja de la tasa de ganancia del capital. Y la tendencia a la baja de la rentabilidad está asociada a largos ciclos donde el capital constante (tecnología de punta, robótica y maquinaria) tiende a eliminar el trabajo humano (capital variable), el artífice de la producción de valor y, por ende, de plusvalor o excedente socialmente producido que es apropiado de manera privada por el capitalista.
¿Pero quiénes son capaces de invertir en la adquisición de la tecnología de punta si no las grandes transnacionales oligopólicas de los capitalismos centrales? En este sentido, los países periféricos funcionan como contra-fuerzas de la tendencia a la baja de la tasa de la ganancia mediante las deudas públicas y privadas impagables a los organismos globales del crédito y sus condicionamientos políticos y económicos; la súper-explotación del trabajo humano; la flexibilidad laboral; el saqueo extractivista y la destrucción de biodiversidad y recursos naturales finitos; el intercambio asimétrico de mercancías, servicios y capitales. Del mismo modo, los países dependientes se tornan mercados para consumir la sobreproducción del capital concentrado y tutelar. Históricamente, ha sido la densidad de la lucha de clases la que ha obligado a procesos de mayor redistribución del plusvalor. Sin conflicto consistente y de alta frecuencia desde los trabajadores/as y los pueblos y en contra del gran capital, en un continuo dinámico de avances y retrocesos, así como en su politización premeditada (o la franca lucha por el poder político), entonces la totalidad sistémica, su recuperación y ampliación, solamente tiene como frontera a sus reyertas “por arriba”.
Las inversiones del gran capital en Chile (con o sin fachada “nacional”) no ofrecen más empleo. De hecho, replican con superior barbarismo la destrucción y depreciación del trabajo debido a las leyes propias del aperturismo económico dependiente y la obsecuencia del rentismo de importantes fracciones del empresariado local. Esas inversiones, en concreto, desplazan comunidades, consumen el agua que posibilita la vida humana y ecosistémica, desforestan y castigan en especial, y con respaldo del Estado chileno (fuerzas policiales y militares, leyes y burocracia), junto a las bandas fascistas de origen paramilitar y a pago por el latifundismo, a la humanidad y al territorio mapuche en resistencia.
Otro caso es el de los grandes grupos económicos y de capitales combinados y diversificados chilenos (como los Luksic, Matte, Angelini, Claro, Piñera, Saieh) que operan no sólo disputando el mercado interno, sino que expanden sus intereses en el resto del continente y más allá, vía inversiones directas, participaciones accionarias y reciclando sus beneficios en el campo bursátil.
Lo cierto, es que las crisis en los nudos cardinales del capital mundial se viralizan con mayor daño e impacto en las economías periféricas, como la chilena.
6. El 6 de julio de 2015, el ministro de Hacienda Rodrigo Valdés señaló que el crecimiento del país a fin de año, a diferencia del proyectado 3.6%, sólo alcanzaría al 2.5%. De acuerdo a estimaciones de analistas del empresariado, el Indicador Mensual de la Actividad Económica anualizado (Imacec), el crecimiento se promediaría a la baja del anunciado por Valdés. Es preciso recordar que en el último cambio de gabinete de la administración de la Nueva Mayoría, los nombres que marcaron con indiscutible claridad la determinación de Bachelet de fortalecer sus puntales más liberales en materia económica fueron las nominaciones del DC Jorge Burgos (ultraconservador y anticomunista acérrimo) en la cartera del Interior y del ex funcionario del FMI y tecnócrata, Rodrigo Valdés en Hacienda. Este último es uno de los precandidatos presidenciales aún no proclamados oficialmente por los intereses empresariales, pero paulatinamente propagandizado por sus medios de comunicación, como el Diario Financiero y El Mercurio, entre otros. En el enrarecido panorama del sistema político dominante debido al escándalo de la corrupción, ya se lucen en el mismo sentido varios ex presidentes (Lagos, Piñera, Frei Ruiz-Tagle), el ex secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, el ministro de Relaciones Exteriores, Heraldo Muñoz, y uno que otro peregrino cuyas eventuales promesas también riman con el continuismo.
El cambio de gabinete de Bachelet tuvo dos objetivos inmediatos: ofrecer las garantías de que no existiría ninguna modificación en “las reglas del juego” para el capitalismo de vanguardia en Chile y que, por tanto, no habría ni siquiera reformas bonsái ni políticas redistributivas que mellaran alguna fracción de sus ganancias; y que formalmente estaba dispuesta a cambiar ministros y miembros del Ejecutivo ligados a la corrupción (menos a ella misma, por cierto). Ambas finalidades se han perfeccionado y extendido desde las rotaciones ministeriales del 11 de mayo de 2015. La administración Bachelet ya mutó y/o desplazó hacia el tiempo del nunca jamás las reformas comprometidas en su programa presidencial. De hecho, el ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, declaró al Financial Times que "Sin crecimiento será imposible implementar programa de reformas".
Y en la actualidad, ante la crisis de la baja estructural de las inversiones privadas, pobremente compensadas con un fuerte programa de apalancamiento e inversión de capital estatal sobre todo en la gran minería y en programas de obras públicas, ya se reestablecieron las clásicas medidas para tentar a la inversión capitalista bajo sus condiciones antipopulares conocidas en el país desde mediados de los 70 del siglo XX.
Sin embargo, la inversión del gran capital concentrado en temporada de crisis, por una parte se recoge, fusiona y refugia en las bolsas del casino especulativo mientras pasa la mala racha, y por otro lado, busca economías periféricas más baratas todavía y que le otorga réditos más inmediatos. Como se enunció en este mismo artículo, quienes mandan en la actual fase del capitalismo no son los gobiernos de turno de un país en particular, sino que las grandes corporaciones transnacionales que hasta el momento controlan el sistema-mundo.
En el mapa de las expresiones de la crisis en Chile, durante el trimestre móvil marzo-mayo de este año, el desempleo se incrementó en 0.5 puntos, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), el cual mide la cesantía mediante encuestas engañosas, sin importarle la calidad del trabajo, su frecuencia, relaciones contractuales y condiciones laborales. Las cifras arrojaron un desempleo de un 6.6%, donde los hombres alcanzaron un 5.7% y las mujeres casi un 8%, confirmando, una vez más, la feminización de la pobreza. Naturalmente que los guarismos del INE son dibujados desde arriba y sobre la base de metodologías mañosas y subordinadas a los intereses de clase que representa la componenda en el Ejecutivo. Lo cierto es que todos los días se multiplican los despidos en todas las industrias y áreas del país, siendo las más graves las de la gran minería pública y privada, el retailer o grandes cadenas comerciales de venta al detalle, y la industria manufacturera. Los modos de la polifuncionalidad y flexibilidad laboral hegemónicas obran como contenedores de un desempleo desbocado. Sin embargo lo anterior, se sufre una ampliación creciente del trabajo a cuenta propia y ciertos grifos crediticios que colaboran con su desenvolvimiento. Se trata de la proliferación de diminutas unidades de trabajo donde gobierna la autoexplotación, la subcontratación y el empleo precario. Una suerte de economía de subsistencia y subsidiada por la deuda que, desde hace décadas, forma parte necesaria del encadenamiento en la producción de valor y utilidades para los capitales gigantes que se mueven a sus anchas en Chile.
Como si fuera poco, a la consabida baja general de los precios de los commodities o materias primas demandadas por la órbita de las economías vertebrales del planeta (que en el país golpea duro al cobre y sus minerales asociados, a la madera, la fruta y el pescado), la llamada “desaceleración económica” chilena padece de un nuevo garrotazo mundial: la caída en curso de las principales bolsas chinas. Hasta el momento, el apalancamiento del Estado chino, junto a una batería de medidas, parece amainar sus efectos transitoriamente. No obstante, la mundialización capitalista se caracteriza por la contaminación acelerada de la totalidad del movimiento del capital. Hasta ahora, la única certeza es que China ya no crecerá este año al 7% proyectado. Ello, junto al fortalecimiento del dólar, significa una renovada debacle en los precios de los commodities en Chile, fundamento de una economía basada en la exportación de bienes y servicios, el extractivismo, y en una nueva burguesía chilena súper concentrada que obtiene sus mayores rentas en su deslocalización, la especulación con los ahorros forzosos de las Administradoras de Fondos de Pensiones privadas (AFP), la industria de la deuda y en la gestión financiera, como destacó hace unas semanas el secretario ejecutivo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), Ángel Gurría, el mismo que apuntó a Chile como al país con la peor distribución del ingreso de los 34 Estados que componen esa institución regentada por el imperialismo norteamericano, Alemania y Francia.
Materiales de futuros artículos serán las relaciones de fuerza mundiales y nacionales entre el movimiento popular planetario y chileno (o situación de la lucha de clases) y el capital transnacional; la negación de la cúpula de la iglesia chilena de acuerdo a los paradigmas instalados por el papa Francisco en su encíclica Laudato si respecto de la crisis cierta de sobrevivencia para la humanidad que comportan el cambio climático, la falta de agua y de soberanía alimentaria, la ecología y el papel del capital financiero; las formas de la alienación y del fetichismo en Chile; y la ejecución concreta de prácticas cada vez más recurrentes de criminalización y represión contra los jóvenes y trabajadores/as en lucha, al ambientalismo consecuente y contra la resistencia mapuche por parte del capitalista Estado chileno.
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