lunes, 6 de abril de 2015

Omán: El Cañón de la Serpiente y el helicóptero del sultán, por Nicholas Parkinson

Crónica muy interesante de aventuras en ese sultanato mágico de Omán
En el interior del wadi, por Nicholas Parkinson
Ya estaba metido en lo más profundo del wadi (cauce seco) con tres omaníes tomando largas latas de cerveza turca. Sabía que no estaba totalmente prohibido beber alcohol en el Sultanato de Omán, pero no esperaba emborracharme con cerveza barata (cara) en mi primera noche en la Península Árabe. Los cinco estábamos destinados a coincidir en Wadi Daykah, dos horas al sur de Muscat. Mi amigo Mathieu y yo vinimos para escalar paredes de piedra caliza pulida, mientras que Jemel, Walid y Zair vinieron para escapar de la capital, de sus trabajos, de las tirantes riendas de la cultura local y para encontrar un lugar de puta madre para tomar cerveza.

“Éste es nuestro secreto. Venimos cada viernes. Normalmente, traemos una cabra y chicas de Indonesia”, explica Zair. Pero esta semana sólo tienen una caja de cerveza turca y poco más que un par de bolsas con snacks de maíz comprados en la estación de servicio.
Juventud alocada: “Éste es nuestro secreto. Venimos cada viernes. Normalmente, traemos una cabra y chicas de Indonesia”. Foto: N.P.
Éstos omaníes, como todo buen árabe conocedor de sus raíces beduinas, se aseguraron de que jamás hubiera una lata de cerveza vacía en mis manos o las de mi amigo, porque éramos los invitados. Imaginé qué si estuviera sentado con verdaderos beduinos, perdido en la densidad de las dunas de la península, podría haber café amargo y dátiles en lugar de cerveza; pero estos dos personajes eran “made in” el sultanato: criados en familias omaníes cuyas vidas mejoraron dramáticamente a partir de la década del `70 cuando el Sultán, Qaboos bin Said, puso al país en la ruta de una modernización subsidiada con las ganancias del gas y el petróleo.
Como se suele transmitir en las noticias sobre los países del Golfo Pérsico, se trata de personajes que han sido cincelados toscamente por ese malestar panárabe que brota del aburrimiento, la frustración islámica y el orgullo nacionalista. Muscat, como Kuwait, Dubai y Doha, tiene su cuota de jóvenes apáticos que gastan las cubiertas de sus autos deportivos de lujo haciéndolas girar sin razón aparente en las playas de estacionamiento. Con la disolución de las leyes tribales y la creación de un Estado moderno, la paz ha dejado a los omaníes mucho más ricos pero sin nada que hacer.
Pongo las latas vacías de nuevo en la heladera. Jemel me miró extrañado, quitó las latas y las tiró en una pila de aluminio que ha estado creciendo sostenidamente en el medio del wadi—una palabra árabe usada para describir el cañón de un río que no tiene caudal todos los años (y que también nos ha dado todas esas palabras con “Guada-“ en el mundo hispanohablante).
“El sultán de Qatar le paga a cada habitante 2000 dólares por mes. ¿Para qué? ¿Qué están haciendo en Qatar?”, se pregunta Jemel en un inglés roto.
En su detrimento, los omaníes sólo reciben 300 a 400 dólares por mes de su gobierno, una suma pequeña si se la compara con la de sus símiles kuwaitíes o qataríes. Omán no es rica, pero tampoco pobre, en petróleo. La escolarización y el sistema de salud son gratuitos, y la gasolina y otros servicios son subsidiados. El Sultán tiene reputación de ser querido por su pueblo, pero eso no quiere decir que no hubo algunas olitas de protesta en estos tiempos revolucionarios.
Mis nuevos amigos omaníes me juraron que participaron en las protestas y que pronto habrá un cambio de régimen. Hay cuestiones que van más allá del caro mercado negro de cerveza. Los omaníes están obligados por ley a casarse con omaníes, y el matrimonio no es barato. Una novia omaní tiene un precio que ronda entre los 5.000 y los 10.000 dólares. Es ilegal criticar o insultar al Sultán y a su gobierno. Y hay demasiados sauditas, me dicen. Pese a todo, en mis dos semanas en Omán, el país se mantuvo estable, los omaníes fueron amigables y el precio de la gasolina era barato, muy barato.
Cuando la cerveza se evaporó y los vientos del wadi empezaron a meterse entre las llamas de nuestra fogata de madera y latas, un par de de las altas latas escaparon del fuego y se metieron en el túnel de viento del cañón, y tocaron melodías de lata de cerveza, tintineando contra las rocas pulidas por el río, apretadas, una contra otra, entre las dos paredes del wadi.
“A la mierda con el medio ambiente”, nos dijo Walid, quizás en broma, quizás no.
Aquella primera noche Omán era un lugar extraño en que estar. Dado que el país no puede depender solamente del petróleo para su futuro, se ha recurrido al turismo para asegurar la continua entrada de dólares. La geografía de Omán es la principal atracción: wadis (como Daykah), montañas escarpadas, 2000 kilómetros de costa e innumerables dunas. Y si la geografía está arruinada, si el agua es absorbida por los hoteles de Muscat y los campos de golf, y si los wadis se transforman en basureros, las olitas de protesta se pueden volver olas.
Llegué a la conclusión de que mis anfitriones no sabían lo que querían, pero teníamos que escalar al día siguiente y seguramente nuestra resaca árabe no ayudaría. Nos subimos en la caja de la camioneta de Walid, gritando mientras arábamos el poco profundo charco del wadi , y aunque el agua nos empapaba, nuestros espíritus borrachos permanecían secos.
La vida en una tienda de campaña
Al día siguiente estábamos de regreso en Wadi Daykah. Accidentalmente, olvidé los topos (se consiguen en omanclimbing.com) [NDT: Término utilizado para referirse a mapas o cualquier tipo de guía gráfica para escalar un lugar] en Etiopía, así que calculamos la pendiente y probamos nuestra primera ración de piedra caliza omaní, llamada a veces exótica, otras sublime y, siempre, única. Wadi Daykah, dos horas al sudeste de Muscat, contiene algunos de los mejores sitios para escaladores en el país. En la parte baja de la ladera del cañón, paredes de 30 a 35 metros ofrecen bolsillos de roca pulidos y formaciones eólicas, y todo a la sombra después de las 2.30pm.
“Nuestra caravana consistía de un auto de doble tracción, una tienda de campaña rota, dos calentadores, cuatro sogas, la mochila estándar y ojotas”. Foto: N.P.
Cada noche volvíamos al campamento luego de mojarnos en el wadi y una rápida ducha con el agua que recogíamos de los falaj, acueductos construidos hace mil años y que siguen suministrando agua fresca a las mesquitas y los pobladores. Al Hayl es un típico pueblo omaní –en el sentido de que la vida emerge por las noches, cuando las temperaturas bajan. Los vecinos caminan hasta el wadi, pasan los fines de semana bajo las palmeras, lavan sus coches y comen dátiles. La presencia de dos extranjeros en una tienda de campaña no los intriga. Dormir en una tienda de campaña es común en Omán.
En la era previa a la modernización, los beduinos no vivían en la ciudad ni tenían casas (construidas más tarde con dinero del gobierno) y muchos no tenían siquiera tiendas. Dormían bajo los árboles, acarreaban algunos instrumentos de cocina, dátiles, harina, manteca y movían sus camellos de aquí para allá, alimentándolos en las zonas donde hubiera llovido más recientemente. Hoy, cuando el Sultán visita el campo en cumplimiento de promesas hechas a remotos asentamientos , duerme en una tienda de campaña real rodeado de un pobladode tiendas.
Nuestra caravana consistía de un auto de alquiler de doble tracción(Renault Logan 1.7L), una tienda de campaña rota, dos calentadores, cuatro sogas, la mochila estándar y ojotas. En un intento por sentirme más beduino, decidí de antemano que renunciar a dormir en la carpa y pasar mis 14 noches árabes bajo el cielo del desierto.
Un desierto de piedra
Wadis como los de Wadi Daykah, los cañones con forma de ranura, las paredes de piedra caliza e incluso nuestro amado Jebel Misht, todos, cortaban la cadena montañosa de Al Hajar, la segunda más alta en Arabia. Wadi Tiwi, Shab, Bani Khalid y Auf vacían las vertientes de la montaña que nacen de pozos subterráneos y la lluvia en el mar, en el desierto y en el lado occidental de los picos, hacia el interior de Um al Samim o la Madre de los Venenos—una extensión baldía de arenas movedizas, a la que la leyenda atribuye chuparse rebaños enteros de cabras.
El explorador inglés Wilfred Thesiger cruzó el gran Cuarto Vacío de Arabia (conocido en árabe como Rub al´Khali) tres veces entre 1945 y 1950. Fue el primer europeo en cruzar Omán y llegar a sus infames arenas movedizas. Escribió:
El suelo, de polvo de yeso blanco, estaba cubierto por una costra de sal salpicada de arena, a través de la cual brotaban ocasionales ramas muertas de arbustos de sal árabes.Estos arbustos dispersos marcan la tierra firme; más allá, tan solo un ligero oscurecer de la superficie indicaba el pantano que yacía debajo… A todos nos desagradaba la idea de poner el pie allí, pero él (su guía Afar) nos aseguró que conocía un atajo seguro que nos evitaría un largo desvío. Durante tres horas, nos movimos apenas unos metros, cada vez, sobre la superficie grasosa, tratando de contener a los camellos que resbalaban o se deslizaban para que no cayeran y se quebraran.
Arenas movedizas: “Como la de Thesiger, nuestra expedición tuvo contratiempos, problemas modernos, pero problemas al fin”. Foto: N.P.
Thesiger viajó en camello escoltado por docenas de beduinos que representaba a diversas tribus del sur de la península. Algunas veces montó hasta 60 días seguidos a través de los médanos, bebió aguas salobres y sobrevivió gracias a mínimas cantidades de comida y leche de camello.
Como la de Thesiger, nuestra expedición tuvo contratiempos, problemas modernos, pero problemas al fin. En nuestro primer día en Wadi Daykah metimos tontamente las ruedas delanteras del Renault en unos guijarros de río del tamaño de pelotas de golf. Tuvimos que cambiar las cubiertas más de una vez. Cuando la batería murió, nos quedamos varados en una playa al sur de la ciudad de Şūr . El primer problema de Thesiger fue al cruzar el Cuarto Vacío vestido de beduino. El nuestro fue a conducir un Renault de doble tracción en Wadi Bani Auf.
Viboreando el Cañón de la Serpiente
“Es un trekking de seis kilómetros por un cañón sin rápeles pero lleno de saltos y piletas hondas, y una de las rutas del Wadi Beni Auf para los ávidos de adrenalina”. Foto: N.P.
El Cañón de la Serpiente se halla en el corazón de Wadi Bani Auf –un cañón que corta Al Hajars desde Rustaq hacia el sur, en dirección a Nizwa. No importa de dónde conseguís la información, conducir por el interior de este wadi requiere un vehículo 4×4 (no teníamos ninguno). Y si vas del Norte al Sur (nosotros no lo hacíamos), salir del profundo cañón requería ascender 900 metros en una retorcida serie de caminos en zigzag y elevaciones que se encaramaban bajo las empinadas paredes de piedra caliza.
No tenemos excusas para nuestra locura, alias (también conocida como) coraje, salvo que en el mapa proporcionado por la compañía de alquiler de coches la carretera por la ladera de la montaña hasta el pueblo de Haat está claramente pavimentada. En la cima del paso, los vientos aullaban y un grupo de estudiantes de Omán nos dijeron que rezarían a Alá por nosotros. Antes de que cundiera la duda, nos fuimos por la pendiente escarpada como un par de vagabundos sin miedo en coche alquilado.
Una rara avis: rayos de sol colándose en las entrañas de la Serpiente. Foto: N.P.
En Haat, los pobladores nos hicieron sentar para el té (los árabes nunca beben de pie) y miraron el Renault con una expresiones sintetizadas en unos ojos incrédulos y unas sonrisas llenas de dientes. Aún así, continuamos nuestra zambullida por el wadi. Intenté decirles que teníamos planes para dar vuelta el Renault y encarar la subida del paso en dos días. Se rieron y me dijeron que comiera más dátiles.
Recorrimos la Serpiente, un trekking de seis kilómetros por el cañón sin rápeles pero lleno de saltos y piletas hondas, que ya es una de las rutas más conocidas del Wadi Beni Auf para los ávidos de adrenalina. Lo más destacado de esta ruta es una serie de estrechos de no más de dos metros de ancho por cincuenta metros de nadar a través de un oscuro túnel que conduce a más estrechos y más piletas. En invierno, la temperatura del agua es gélida, el aire corta y el sol raramente toca el suelo del cañón, lo que explica por qué no vimos a nadie más.
El helicóptero del Sultán
El hombre que dormía en un catre a mi lado en la aterrazada plantación de palmeras era Larru Machenzi, quien había intervenido en la reciente colocación de pernos en las nuevas rutas en el risco de La Gorgette, situado en Wadi Beni Auf. Es uno entre una docena de escaladores que han dejado su marca en la roca omaní. La historia de los escaladores en el sultanato se remonta a más de treinta años atrás. Durante los primeros diez años (1979-89), las actividades se concentraron en Jebel Misht, la veta madre del gran muro (a la que me referiré en un minuto).
El Sultan-Qaboos-bin-Said.
El desarrollo se detuvo hasta unos años más tarde, cuando guías locales, los franceses Patrick Cabiro y Hanriot Nathalie, atornillaron líneas en Wadi Daykah, en teoría las rutas de calidad en la parte más baja el cañón. Ellos tienen el mérito de haber introducido el deporte de escalar en la piedra caliza dolomita de Omán, y continuaron perforando y colocando pernos en La Gorgette, Wadi Adai y Hadash.
No estoy al tanto de que en Omán haya escaladores locales, pero gente como Larry y sus amigos ayudan a mantener opciones de escalada frescas y disponibles para los visitantes interesados. Otros expatriados locales, quizás más destacadamente Geoff Hornby y Jakob Oberhauser, hicieron cientos de primeras ascensiones a lo largo y a lo ancho de Omán.
Cuando se pone difícil/El Misht
Jebel Misht: “Una serie de tumbas —bloques de piedra caliza meticulosamente apilados— de más de 3000 años de antigüedad se despliega a lo largo de antiguas rutas de la migratorias”. Foto: N.P
Luego de cortarnos las manos con la áspera piedra caliza de Gorgette, comenzamos nuestra travesía hacia el pie del Jebel Misht. En la primera subida afuera del wadi, el Renault se quedó y cortó nuestras esperanzas. Por suerte, un vecino y decenas de niños llegaron al recate. Enhebramos una cuerda por las dosventanas delanteras, debajo de los espejitos, y el Isuzu del viejo hizo fuerza. Pero no nos llevaría a la cima del paso por menos de $ 150, por lo que tentamos nuestra suerte y ganamos otros 400 metros hacia arriba, cuando otra fuerte pendiente hizo que el Renault girara como un derviche bailarín. Luego de una hora de sol y polvo, un enorme camión tomó al Renault por las riendas de la soga de escalada y fuimos llevados de un tirón hasta la cima. La pura euforia de haber salido del Wadi trajo consigo una celebración con shawarmas y Mountain Dews.
Debajo de Jebel Misht, una serie de tumbas se despliega a lo largo de antiguas rutas de la migración humana. Las tumbas—bloques de piedra caliza meticulosamente apilados—tienen más de 3000 años de antigüedad. Los turistas conducen hasta el pueblo de Al Ain para ver las tumbas mejor conservadas de la zona y maravillarse ante Jebel Misht, suspendido y majestuoso con la puesta de sol de fondo.
El Misht llamó la atención, en 1979 (el año en que yo nací) del montañista francés Raymond Renaud, quien llegó a las Montañas al Hajar para montar una expedición adecuada a la época. Renaud apuntaba a la línea más larga –la nariz de la Misht–: casi 900 metros de trepar y arrastrarse, encima de un approachvertical de 500 metros. Su equipo montó depósitos de equipo y comida en el enorme risco (que hay) en el medio de la línea, luego bautizado como “El Pilar francés”.
Renaud calificó el terreno de escalada más difícil con un 6b +. Durante 20 días el equipo francés ascendió y descendió por cuerdas fijas, tramó el asedio e incluso pagó a un helicóptero para que tirara víveres a mitad de camino, muro arriba.Finalmente conquistaron el Misht y el sultán estaba fuera de sí de contento. Un helicóptero los recogió en la cima de la montaña y los transportó a uno de sus palacios. En su precipitada salida para festejar con el sultán, dejaron varias cuerdas fijas, así como un recipiente metálico con latas de comida vacías oxidadas, en la pared.
El Pilar Francés” (1979)
El Misht—peine, en árabe—no vio más acción hasta 1983 cuando los escaladores ascendieron por la esquina sudoccidental. Desde la principal cumbre del Peine, la colosal muralla se extiende 500 metros al este y al oeste, ofreciendo diversos grados de verticalidad, características de torre y una escalada de cara.
La línea ascendente original, de la cumbre principal, fue repetida por primera vez en 1993. Un equipo de tres escaladores encontró algunos tornillos de un intento fallido anterior. Esta vez, la Misht se rindió en menos de tres días. Pero no hubo banquete real.
“Luego de cortarnos las manos con la áspera piedra caliza de Gorgette, comenzamos nuestra travesía hacia el pie del Jebel Misht”. Foto: N.P.
En la guía PDF de 2007, el autor escribe sobre la ruta original del Pilar Francés:
“Hay una cierta aura histórica que distingue a esta escalada, con intentos y fracasos que se remontan a 1979, evidenciados por blanquecinos restos de cuerdas fijas y pitones oxidados. Pese a ello, el número de ascensos exitosos sigue siendo de un solo dígito y, en ascensos de un día, hasta la fecha, probablemente sólo dos. Por lo tanto, sigue siendo una mayoritariamente virgen—y GRAN—aventura”.
Exageraciones aparte, en la historia reciente, escaladores talentosos y aventureros como Pat Littlejohn conquistaron el Pilar Francés y abrieron Ícaro, una línea más difícil, al lado, que nadie ha repetido.
Finalmente, en 2002, Oberhauser y Hornby se unieron para subir el espolón central directamente, marcando el primer y verdadero ascenso en un solo día de la pared más alta de Misht. Un año más tarde, un equipo alemán estableció la 7ª. “Hacé el amor y no la guerra” —la ruta más difícil y la única con pernos en la Misht.
10 horas finales
Un final americano: los héroes consiguen su objetivo y alcanzan la cima del Misht. Foto: N.P.
Pocos escaladores se detienen a acampar o reposar en la pared hoy en día. ¿Y por qué habrían de hacerlo? Con un equipo mejor y más ligero, es difícil juzgar al equipo original que pasó tres semanas para trazar su mapa de ascenso. Nunca había escalado 1000m antes, así que estaba justificadamente nervioso.
Nos despertamos a las 3.30 am y caminamos hasta la Misht. Alrededor de las 5:45 empecé a escalar bajo el resplandor del amanecer. Después de los 200 metros de escalada más complicada de la ruta, llegamos al corazón, una sección del muro de 100 metros color naranja-rojizo en forma de corazón gigante. Desde abajo, el corazón se ve suave y acogedorDe cerca, es un dentado y sanguinario artefacto natural de tortura para dedos.
“Lo que seguía”… llevar el Renault al mecánico. Foto: N.P.
Nos desatamos y rascamos nuestro camino hacia la cresta donde la partida original dejó equipos y víveres. La cresta se levanta a más de 200 metros de la cabecera. Después de escalar los 300 metros finales—escalada simultánea (NdT: los dos escaladores suben a la vez por la misma cuerda) en la primera mitad y tratando de adivinar la línea en la segunda—, llegamos a la cumbre diez horas después de colocar la primer cam.
Me pregunté por qué el Sultán no había enviado un helicóptero, y comenzamos el descenso de dos horas y media, derecho hacia abajo por la espalda de la montaña. La noche cubría el cielo para cuando llegamos al Renault. De regreso en el campamento base, nada había cambiado excepto nuestra relación con la Misht. Sabía que nuestra aventura en Omán había llegado a su fin y me enfrenté a lo que seguía.

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