La Unión Europea (UE) y Turquía acordaron devolver a todos los refugiados que lleguen al viejo continente desde territorio turco, es decir, aquellos que huyen del hambre, las enfermedades y la guerra en Irak, Afganistán, Siria y Libia.
El trato se firma sobre una premisa falsa y falaz, de imposible cumplimiento, cual es frenar el flujo migratorio que se genera en esos y otros países por conflictos bélicos y crisis económicas y alimentarias.
Obviamente, mientras persistan el hambre, la guerra y otras causas del éxodo, las olas de refugiados sepultarán las ciudades europeas, y sólo la distancia impide que las de Estados Unidos se aneguen también de aquellos que huyen del Oriente Medio donde operan sus empresas petroleras y su ejército.
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) advirtió a la UE y Ankara que violarán la Convención Europea de Derechos Humanos con ese acuerdo, aunque la ONU debería reconocer que el caso es mucho más grave y complicado.
Al margen de las dudas sobre el uso y destino de los tres mil millones de euros en juego para que Ankara higienice las fronteras internas de la UE con la expulsión de los refugiados y frene a los dos millones de sirios hacinados en Turquía listos para sumarse a la invasión, cuesta creer que por decreto o tratado se pueda detener el flujo y reflujo migratorio actual.
La ACNUR admite que en 2014 casi 60 millones de personas emigraron de sus países, y desde ese año a la fecha han caído cientos de miles de toneladas de bombas en Levante y terroristas como los del Estado Islámico, Al Qaeda y muchos más, han asesinado a decenas de miles.
¿La ola de refugiados terminará cuando cesen las guerras en Siria, Irak, Libia, Afganistán, Pakistán y otros países que viven bajo el signo de la violencia? Lamentablemente no parece que será así.
Las guerras matan a hombres, mujeres y niños, a soldados y a civiles, a malos y buenos, pero no al hambre, ni a la miseria, ni a las enfermedades, ni proporcionan empleo ni desarrollo ni nada por el estilo, y ya no caben aquellas mentiras de que eran una salida a las crisis económicas porque estimulaban a la industria militar.
La violencia se ha convertido en un signo de los nuevos tiempos porque marca una retirada ensangrentada del capitalismo como sistema económico y social dominante, y no se sabe qué tiempo va a durar.
Aunque de conquista como antaño, las guerras de hoy se distinguen por su brutal e inhumana defensa de un sistema que, como apunta el investigador panameño Guillermo Castro, está muriendo desde el siglo XVI por sí mismo, por sus contradicciones internas, y amenaza con arrastrarnos a todos en su caída.
Esto último no es una hipótesis. Es un peligro en desarrollo. No es que la desaparición del capitalismo esté a la vuelta de esquina ni moribundo, como ha advertido en varios artículos el lingüista y activista estadounidense Noam Chomsky, pero sus muelles en la base están rendidos y para mantenerse en pie requiere de un gran esfuerzo, incluido un armamentismo descomunal.
Hace apenas 15 años, decía Chomsky, “no existía el tipo de conflicto que observamos hoy en Oriente Medio. Es consecuencia de la invasión estadounidense a Irak, que es el peor crimen del siglo”. Entonces hay que preguntarse por qué Irak, por qué Siria.
Chomsky cree que estamos ante un recodo de la historia en el que los seres humanos tenemos que decidir si queremos vivir o morir: “Lo digo literalmente. No vamos a morir todos, pero sí se destruirían las posibilidades de vida digna”.
La crisis de los refugiados demuestra que seguimos viviendo en dos mundos opuestos, el opresor y el oprimido, y es necesario entender en cuál se vive para poder resistir o, cuando menos, no vivir de forma equivocada pensando lo que no es, y el desengaño puede ser devastador, doloroso, crudo, mortal.
Cada cosa en su lugar y cada lugar con sus cosas a fin de asimilar aquellas advertencias de Raymond Aron cuando critica a “esta civilización hedonística, tan miope que se dedica solamente a las satisfacciones materiales del día, y se condena a muerte cuando deja de estar interesada en el futuro, y pierde así el sentido sustentador de su historia”. Por favor, no la perdamos.
Réquiem por el flujo y reflujo de la emigración forzada y el emigrante secularizado.
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