¿Una Europa federal? ¿Una Unión Europea más social? ¿Menos austeridad? ¿Menor obsesión con los déficits? ¿Una Europa a dos velocidades?
El seismo provocado en la Unión Europea por la salida del Reino Unido ha vuelto a disparar los interrogantes sobre el futuro de un territorio que acaba de perder, por primera vez en su historia, a uno de sus miembros.
Todas estas preguntas y muchas otras han dado lugar durante décadas a reuniones de expertos y han producido cientos de obras escritas. Hoy, tras el Brexit, se convierten en cuestiones vitales antes la inexistencia de un "plan B" de Bruselas para hacer frente a la amputación de una de sus partes más importantes.
El referéndum que decidió la salida del Reino Unido de la UE enfrenta de momento a los 27 socios del bloque, que discrepan no solo sobre la futura configuración de la organización, sino, para empezar, del trato a dar a Londres.
Reino Unido decidió, por estrecho margen, desligarse de la UE. Muchos de los que han votado por el 'leave' dicen sentirse arrepentidos ante la avalancha de reacciones negativas económicas que —se les augura— les caerán encima. Los argumentos de los eurófobos británicos para convencer a los votantes fueron en muchos casos falaces y absolutamente ridículos, pero eso no invalida el resultado y pone además en evidencia la poca consistencia argumental de los partidarios del 'remain'.
Los dirigentes de la UE deberían preguntarse por qué los votantes conservadores y laboristas (socialistas) británicos prefieren recuperar su soberanía. Por qué los ciudadanos con más edad, las zonas rurales, los trabajadores con peores empleos y una clase media amenazada de pauperización han preferido replegarse hacia un pasado que consideran más protector.
Para una parte de la izquierda europea, el principal culpable de la crisis que vive la UE es la política de austeridad oficial, la obsesión de los mandatarios comunitarios con la reducción del déficit fiscal y la deuda de la mayoría de los miembros. Para esos sectores, "la ideología ultraliberal" triunfante en la UE solo sirve para empobrecer y condenar a las economías del sur de Europa, cuando no humillarlas, como en el caso— subrayan— de Grecia.
New deal a la europea
Los enemigos del liberalismo a ultranza piden inversiones públicas masivas en investigación, industria y educación. Todo ello acompañado de la mejora de los servicios públicos, según ellos, reventados por esa misma política imperante en Europa. Una especie de "New Deal a la europea".
Pero Reino Unido no es un país del sur de Europa. Es la segunda economía del continente y la sede de uno de los principales centros financieros del planeta. La crisis de la UE no es solo un reflejo de las tensiones entre liberales, ultraliberales, socialdemócratas e izquierdistas radicales en el campo de la economía.
La UE fue en su versión original un proyecto para acabar con nuevas amenazas de conflicto dentro de Europa mediante un embrión de mercado común. Si en un momento dado fue visto como algo espectacular y durante décadas atrajo las ansias de desarrollo no solo económico y social, sino también de libertades democráticas para algunos países salidos de dictaduras, hoy parece un proyecto encallado. Paradójicamente, la realidad económica, el castigo de los mercados y la incertidumbre ante el futuro creada por el aparato de propaganda del 'establishment' pueden frenar el efecto dominó que Bruselas temía ante el éxito del Brexit.
Los votantes del Reino Unido tienen especificidades que les hacen ver a la UE de una forma diferente a la de sus vecinos comunitarios. Pero el desapego a las instituciones europeas tiene muchos puntos en común entre los todavía 27 miembros.
Europa hace frente a fenómenos que los años de gloria y de desarrollo económico no conocían. La globalización y el desarrollo de China y otras economías emergentes, unido a la crisis desatada en 2008 han dejado al Viejo Continente en una posición de impotencia paradójica. Siendo una potencia económica mundial, sus economías son tan abiertas que muchos de sus sectores han quedado al borde del camino, incapaces de competir con sociedades menos rígidas en cuanto a derechos sociales y laborales.
Incluso dentro de la UE existen incongruencias incomprensibles para el ciudadano medio. Se abren las fronteras a los bienes, a los servicios y a las personas de los 28 países miembros, pero ni los sistemas sociales, laborales o fiscales son iguales en ese territorio. Con lo cual, un ciudadano rumano, búlgaro, portugués o español puede trabajar en Francia, por ejemplo, sin estar por ello acogido al sistema de protección francés, mucho más beneficioso que en sus respectivos países. El empresario pagará menos y el trabajador francés perderá el empleo.
Es solo un ejemplo. ¿Cómo es posible que dentro de la propia UE existan paraísos fiscales mientras que sus miembros luchan contra esos entes o contra los sistemas de "optimización fiscal" del que viven, en parte, países como Luxemburgo, cuyo europeo más conocido es el actual Presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker?
El Brexit refleja el descontento social de los británicos y una profunda crisis de los valores europeos
¿Cómo se explica que empresas norteamericanas se refugien en ciertos países miembros, como Irlanda, que conceden a estas corporaciones beneficios fiscales que sus colegas y vecinos del Continente no facilitan?
A las incongruencias sociales, económicas y fiscales hay que añadir el más reciente desafío para todo un continente: la ola de inmigración que intenta acceder al "El dorado" europeo. Y no se trata solo de ciudadanos provenientes de Siria, Iraq o Afganistán, sino también de África y Asia.
Los británicos pro Brexit incluían entre sus argumentos de salida el aumento brutal de los trabajadores polacos en su territorio, lo que según ellos, privaba a los locales de empleos. La política migratoria de la Canciller alemana, Angela Merkel, abriendo la puerta de par en par a los refugiados provocó una de las mayores crisis humanitarias de los últimos tiempos. Esa llamada sin una preparación previa para el control y la acogida de los demandantes de asilo no fue entendida por una parte de la ciudadanía europea que más que temer por sus empleos, dice querer preservar su modo de vida, su cultura.
De nada vale esconder la cabeza bajo tierra y acusar a la gente de xenofobia o de racismo. Los mismos gobiernos que alentaron la llegada masiva de inmigrantes cerraron después sus fronteras. Pero construir muros y desempolvar las aduanas no sirvió para frenar el aumento y el auge electoral de organizaciones políticas que exigen el estricto control de la inmigración y la defensa de sus valores frente a lo que consideran "un avance del Islam en Europa".
Para muchos ciudadanos europeos, el fracaso de la política migratoria europea es culpa de la UE, cuando en realidad es el producto de las diferencias de puntos de vista abismales entre sus miembros. La conclusión es, sin embargo, siempre la misma: la UE es también incapaz de hacer frente a ese fenómeno.
Europa es, además, un objetivo prioritario y fácil para la amenaza terrorista del Estado Islámico. Pero la UE carece de una política de inteligencia y de investigación policial común. Los servicios que luchan contra el terrorismo no solo no comparten sus informaciones de manera sistemática, sino que compiten entre sí. En cuanto a la política de defensa común, es un sueño que solo forma parte de un escenario cinematográfico de ciencia ficción.
Desunión europea
Los 27 países que por ahora permanecen en la UE hablan de reformar, transformar, reconstruir la Unión. De momento, solo cacofonía. Para empezar, los países " fundadores " se reúnen por su cuenta. Por otra parte, 10 otros se dan cita para criticar a algunos de los fundadores. París y Berlín, tantas veces protagonistas del cacareado concepto de "locomotoras de la UE ", producen ahora rechazo entre muchos de sus vecinos. El Presidente francés François Hollande y la Canciller Merkel se juegan mucho en las elecciones que sus respectivos países vivirán en 2017. Esa circunstancia les frena también a la hora de enfrentar el desafío del futuro europeo. Junto a Suecia, Finlandia, Dinamarca, Holanda o Austria, ambos cuentan en su escenario político con fuerzas populistas antieuropeas prestas a aprovechar la crisis desatada por el Brexit y las eventuales medidas que se tomen sobre Europa.
Sería injusto y absurdo decir que la UE ha fracasado. Si 27 países la integran es porque les conviene. Pero la UE es vista por sus propios ciudadanos como un monstruo burocrático frío e insensible. Nadie esconde —y los británicos van a comenzar a sentirlo—, que la UE es un grifo de miles de millones de euros en ayudas de todo tipo. Pero eso no basta para frenar el temor de muchos europeos al futuro. Frente a la incertidumbre, muchos prefieren refugiarse en la nostalgia, en la necesidad de sentirse perteneciente a una nación y a un pueblo con una cultura específica que les proteja de un mundo globalizado donde se sienten desprovistos de soberanía.
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