En la noche del 16 al 17 de julio, fue asesinado en Ekaterimburgo el zar Nicolás II junto a su mujer, sus hijos y otros sirvientes. El zar jugó un papel crucial en la Primera Guerra Mundial, evento que fue a la vez verdugo de la monarquía.
Resultó ser un mal augurio que la reina Alejandra, esposa de Nicolás II, colgase un retrato de María Antonieta en sus aposentos. Se lo había regalado el gobierno francés, el aliado europeo que entraría en la Gran Guerra junto con Rusia. El destino de ambos países parecía unido desde el punto de vista histórico, pero la contienda tuvo un efecto dramático en el caso ruso.
Este mes el mundo ha conmemorado los cien años de la primera contienda global, en la que el zar ruso fue un actor principal y a la postre una víctima. Como jefe de Estado, Nicolás II dispuso la movilización militar de agosto de 1914. Aquello marcó el inicio de la Primera Guerra Mundial, una conflagración que hizo que Rusia se pusiese delante del espejo, planteándose si sus intereses estaban en Asia o en Europa. Era un cruce de caminos, pero los cambios fueron más allá, y se llevaron a la monarquía por delante.
Lo cierto es que la enorme inversión de esfuerzo y dinero en el tren transiberiano había descuidado el ferrocarril hacia el oeste. Esto dificultaba la posibilidad de llevar tropas rápidamente hacia el frente occidental en caso de guerra. Nicolás se esforzó por extender su influencia en Asia, pero Rusia había afrontado el cambio de siglo con voluntad de destacar como potencia europea. En el fondo, como le dijo al zar Alejandro II su canciller en 1876:
"Somos un gran país sin poder, uno puede vestirse de gala pero es sólo vestuario". El zar Nicolás II había intentado ser árbitro en Europa Oriental y los Balcanes. Pero se dejaba entrever la debilidad rusa, puesta ya de manifiesto durante la guerra con Japón.
A pesar de sus debilidades, Rusia estaba emergiendo como potencia industrial. Se convertía en un estado muy complejo de gobernar, inabarcable, con varios siglos existiendo simultáneamente en su interior y un mosaico de nacionalidades. Entre 1894, cuando Nicolás se convirtió en zar, y 1904, el número de huelgas al año se multiplicó por 100. Demasiados problemas sobre la mesa para un hombre pacífico, amante de la simplicidad de la vida doméstica, que había llegado al trono antes de lo esperado debido a la prematura muerte de su padre. Sus próximos lo definían como tímido, pero inteligente. Su diario personal está lleno de naderías, notas sobre juegos y distancias recorridas cada día. Trabajador y meticuloso, pero no estaba dotado de un carácter demasiado fuerte. "Es capaz de hablar con varios ministros asintiendo a todo lo que le dicen a pesar de que uno de ellos le está diciendo lo contrario de lo que asevera el otro", se quejaba un colaborador.
Rusia vivió en aquella generación lo que los demás países vivieron en un siglo. Por un lado seguía siendo un país casi medieval. Los campesinos se lamentaban de su vida miserable con una frase que marca la actitud de un pueblo: "Si el zar supiese…". El monarca estaba por encima del bien y del mal. Y las injusticias ocurrían todas a sus espaldas. Pero al mismo tiempo el desarrollo industrial había generado un amplio movimiento obrero que se filtraba a todas partes a raíz del éxodo rural. La opinión pública mandaba más que nunca.
Por eso 1905 fue "el año de las pesadillas", con cerca de 100 muertos en el llamado Domingo Sangriento. Miles de personas habían marchado aquel día hacia el palacio exigiendo más reformas, pero se encontraron con más represión que otras veces. En verano se amotinaron los soldados del acorazado Potemkin. La cadena de desórdenes era imparable, pero Nicolás II no lo vio venir. Alguien escribió durante esos años que "en la corte de Tsárskoye Seló, uno de los palacios de verano de los zares, "se dormía al borde del precipicio".
El asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo por parte de nacionalistas serbios puso a Nicolás II en un aprieto: su pacto con los serbios no le permitía acceder a las demandas del Imperio austrohúngaro. Al mover las tropas rusas, Alemania se le echó encima.
El ejército ruso fue casi hasta el final leal a Nicolás II y tuvo grandes éxitos al principio en territorio austríaco. Pudo haber derrotado al Imperio austrohúngaro. Pero en Alemania perdieron la vida más de dos millones de hombres. En 1915 ya cundía el desánimo.
Nicolás II, aconsejado por su esposa y ministros, intentó ponerse personalmente al frente de las tropas. En marzo de 1917, volviendo del cuartel general a la capital, su tren fue detenido en Pskov y fue obligado a abdicar. Después fue arrestado junto a su familia en palacio, y luego en Tobolsk (Siberia).
Su detención los llevó hasta Ekaterimburgo. Allí, en la medianoche del 17 de julio el zar y los suyos fueron llevados al sótano de la Casa Ipátiev donde fueron fusilados, junto a algunos sirvientes cercanos. El pretexto era que se les iba a tomar una fotografía antes de partir.
Casi un siglo después del asesinato de la familia real rusa, no se sabe a ciencia cierta cuántos asesinos estuvieron involucrados en el regicidio. Ocho, tal vez once.
Boris Yeltsin, quien después se convertiría en el primer inquilino del Kremlin tras el derrumbe definitivo de la URSS, era en 1977 el dirigente en Sverdlovsk que decidió demoler el edificio de la casa Ipátiev. El lugar donde el zar murió con 50 años recién cumplidos y un reinado fallido a sus espaldas.
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